Clio Historia

PERSEO Y LA CABEZA DE MEDUSA

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA

LA DEBILIDAD DE ZEUS POR LAS MUJERES ERA BIEN CONOCIDA, TANTO ENTRE LAS DIOSAS DEL OLIMPO COMO ENTRE LOS MORTALES. CUANDO EL HIJO DE CRONOS Y REA SE ENCAPRICHA­BA POR UNA DONCELLA, NADA, NI NADIE, PODÍA EVITAR QUE LA “AFORTUNADA” CAYESE ENTRE SUS MANOS. EN UNA OCASIÓN, EL DIOS DEL TRUENO SE ENAMORÓ PERDIDAMEN­TE DE UNA BELLA MUCHACHA LLAMADA DÁNAE, LA HIJA DEL REY ACRISIO DE ARGOS, QUIEN VIVÍA ENCERRADA EN UNA DE TORRE DE UN PALACIO POR DECISIÓN DE SU SEVERO PADRE.

ANTES DE ACCEDER AL TRONO, A ACRISIO LE HABÍAN PROFETIZAD­O QUE SE DESTINO ERA MORIR A MANOS DE UN NIETO SUYO. Con la intención de burlar a la muerte y a los inclemente­s dioses, el rey, desesperad­o, decidió encerrar a su hija Dánae, cuando esta llegó a la adolescenc­ia, para que nunca conociese varón y pudiese engendrar hijos. Pasó el tiempo, y un día, la joven, que ya parecía haber asumido tan cruel castigo, notó que por el techo de la fría y lúgubre torre se filtraba una extraña lluvia de oro y que unas diminutas gotas humedecían la tersa piel de su vientre y sus pechos. No lo sabía, pero esa agradable sensación procedía de Zeus, que se había transforma­do en lluvia para poder abrazar a su amada. No nos cuesta trabajo imaginar la sorpresa que se llevó Acrisio cuando, nueve meses después, su hija dio a luz a un pequeño que estaba a punto de convertirs­e en uno de los héroes más afamados del mundo griego.

EL NACIMIENTO DE UN HÉROE

Cuando el rey Acrisio tuvo a Perseo entre sus manos comprendió que su nacimiento debía de estar relacionad­o con algún prodigio sobrenatur­al, por lo que, para no tentar a los dioses, decidió introducir al niño y a su madre en un cajón de madera y arrojarlos al mar para que fuesen los mismos dioses los que decidiesen sobre su futuro. Dejados a merced de las olas y el viento, Dá

CUANDO EL MONSTRUO DESPERTÓ PERSEO DESCARGÓ CON FUERZA UN GOLPE CON SU HOZ SOBRE EL CUELLO DE MEDUSA, CUYA CABEZA RODÓ POR EL SUELO HASTA EL FONDO DE LA GRUTA EN LA QUE SE COBIJABA.

nae y Perseo vivieron horas angustiosa­s; el mar rugía con tanta fuerza que el cajón estuvo a punto de hundirse en más de una ocasión, por lo que el pequeño Perseo, entre sollozos, se abrazó a su madre mientras trataba de alejar el miedo aferrando, con fuerza, un anillo de diamantes que Dánae llevaba en su dedo y que brillaba en la oscuridad. Durante cuarenta días, con sus cuarenta noches, sus vidas estuvieron a merced de las olas hasta que una mañana el cajón quedó encallado entre unas rocas de la isla de Sérifos, donde unos pescadores rescataron a la madre y a su escuálido hijo.

LA PRIMERA PRUEBA DE PERSEO

En la isla gobernaba Polidectes, un rey querido y respetado por los suyos, un hombre generoso que acogió a los recién llegados y los alojó en su propio palacio. Rodeado de atenciones, Perseo creció y se convirtió en un joven apuesto, valiente y bondadoso, por lo que el rey de Sérifos empezó a desconfiar al temer que el héroe podría, algún día, arrebatarl­e el trono.

Tanto era el temor, injustific­ado porque el joven siempre había demostrado lealtad y cariño hacia el rey, que Polidectes, con el corazón envilecido, buscó una manera maliciosa y alevosa de enviarlo a la muerte. Un día le hizo venir hacia sus aposentos y, allí, le dijo que un príncipe, antes de gobernar, debía demostrar su valor con una gran hazaña. En su caso, Perseo, debía viajar hasta los confines del mundo, enfrentars­e a la temible Medusa y volver al hogar con la cabeza de la bestia.

Por supuesto, el héroe no dudó en aceptar la peligrosa misión. Medusa vivía muy lejos, más allá de donde se ponía el sol, muy cerca del país de los muertos. Cuenta Ovidio, en Las metamorfos­is, que, durante su juventud, Medusa era una hermosa doncella, “la celosa aspiración de muchos pretendien­tes”, y sacerdotis­a del templo de Atenea, pero cuando fue violada por Poseidón, en el mismo templo, la enfurecida diosa transformó el hermoso cabello de la joven en serpientes, sus ojos en profundos abismos y sus dientes se volvieron grandes y afilados. Por culpa de un terrible maleficio, la gorgona Medusa convertía en piedra a aquellos que la miraban fijamente a los ojos.

CON LA AYUDA DE LOS DIOSES Afortunada­mente, para poder cumplir con su cometido, Perseo contó con la ayuda de los dioses. Hermes le ofreció una hoz con hoja de diamante y unas sandalias aladas que utilizó para volar hasta el lugar donde vivía Medusa. Cuando llegó, el héroe, con enorme sigilo, se introdujo en la guarida de la bestia y se acercó, poco a poco, hasta ella sin mirarla directamen­te a los ojos. Para poder ver sus movimiento­s, Perseo se valió del escudo que le había entregado Atenea, cuya superficie brillaba como un espejo. Cuando el monstruo despertó, emitió un rugido desgarrado­r, pero, justo en ese momento, Perseo descargó con fuerza un golpe con su hoz sobre el cuello de Medusa, cuya cabeza rodó por el suelo hasta el fondo de la gruta en la que se cobijaba.

Inmediatam­ente, el héroe recogió la cabeza y la introdujo en un zurrón y emprendió el viaje de regreso a Sérifos para ofrecer el trofeo a su rey. Aún tuvo tiempo, el afamado Perseo, de liberar a su amada Andrómeda, a mitad de camino, de las garras de un poderoso dragón y, al llegar a su destino, ofreció la cabeza de Medusa a Polidectes, quien no pudo resistir la tentación de mirar a la gorgona a los ojos, por lo que acabó convertido en piedra.

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