HÉRCULES y el can Cerbero
Los griegos pensaban que el inframundo estaba gobernado por Hadese. Este dios reinaba sobre los muertos, en un lugar al que no podían acceder los vivos. Lo hacía con la ayuda de Caronte, el implacable barquero que ayudaba a las almas a cruzar las aguas del Aqueronte, y de Cerbero, un perro de tres cabezas. Hércules se enfrentó a la difícil misión de capturar con vida al can.
LOS GRIEGOS PENSABAN QUE EL INFRAMUNDO, ERA UN LUGAR FRÍO Y SOMBRÍO EN DONDE EJERCÍA SU PODER EL DIOS HADES, HIJO DE CRONO Y REA Y, POR LO TANTO, HERMANO DE ZEUS Y POSEIDÓN. ESTE DIOS REINABA SOBRE LOS MUERTOS, EN UN LUGAR AL QUE NO PODÍAN ACCEDER LOS VIVOS. LO HACÍA CON MANO DE HIERRO Y CON LA AYUDA DE CARONTE, EL IMPLACABLE BARQUERO QUE AYUDABA A LAS ALMAS A CRUZAR LAS AGUAS DEL AQUERONTE, Y DE CERBERO, EL PERRO DE TRES CABEZAS, CUYA MISIÓN ERA GUARDAR LAS PUERTAS DEL HADES.
YA HACÍA MUCHOS AÑOS QUE LA VENGATIVA HERA HABÍA ENVIADO UN ATAQUE DE LOCURA AL JOVEN HÉRCULES, MOTIVO POR EL CUAL ESTE COMETIÓ UN TERRIBLE CRIMEN. Con sus propias manos había asesinado a su amadísima esposa, Mégara, y a sus propios hijos. Roído por la pena y el dolor, el héroe partió hacia Delfos, donde el oráculo le ordenó marchar hacia Micenas para ponerse a las órdenes de su primo Euristeo. Este le impondría doce trabajos que debía superar para que la paz pudiese volver a reinar en su corazón. Desde entonces, Hércules había luchado, entre otros, contra el terrible león de Nemea, contra la hidra de Lerna y la cierva dorada de Cerinia. También había hecho frente al jabalí de Erimanto, a las aves del lago Estínfalo, a las yeguas de Diómedes y al toro de Creta. Y de todas estas pruebas había salido vencedor.
Desesperado, el rey de Micenas, que deseaba más que nada el mundo la muerte de su primo, se dejó para el final la prueba más peligrosa: viajar hasta el mismísimo Infierno para capturar al can Cerbero.
En esta ocasión, con toda seguridad, Hércules no regresaría con vida del inframundo.
VIAJE AL INFRAMUNDO
EL REY DE MICENAS DEJÓ LA PRUEBA MÁS DIFÍCIL PARA EL FINAL: PIDIÓ A HÉRCULES QUE VIAJARA HASTA EL MISMÍSIMO INFIERNO PARA CAPTURAR AL CAN CERBERO. EN ESTA OCASIÓN, CON TODA SEGURIDAD, EL HÉROE NO REGRESARÍA CON VIDA DEL INFRAMUNDO.
Como en ocasiones anteriores, el héroe no eludió su responsabilidad y marchó decidido hacia la cueva del cabo Ténaro, muy cerca de Esparta, considerada una de las muchas bocas que llevaban hasta el Infierno. Una vez en su interior, avanzó por los serpenteantes caminos que conducían hasta el reino de los muertos. Durante su travesía se cruzó con innumerables espíritus que vivían en un continuo estado de languidez, sin sufrimiento, pero sin poder disfrutar plenamente de la
inmortalidad. Con gran valentía, Hércules dejó atrás a las tres Parcas, que controlaban el hilo de la vida de cada mortal desde el nacimiento hasta la muerte, y a las tres Erinias, que, implacables, perseguían a los malhechores para que pagasen por sus crímenes. Después de superar tantos peligros, llegó a las orillas del río Estigio, de aguas negras y turbulentas que rodeaban el inframundo y, allí, encontró a Caronte que, sin salir de su asombro, le comunicó la imposibilidad de utilizar su barca al estar vedada a los vivos.
LAS CONDICIONES DE HADES
Sin pensárselo dos veces, el hijo de Zeus y Alcmena amenazó con su terrible maza al desconcertado Caronte que, ante tan contundente argumentación, accedió a llevarlo hasta el palacio en el que moraba Hades junto a su esposa Perséfone. Cuando lo vio, el dios del inframundo recriminó a Hércules por su osadía, pero cuando este le explicó los motivos de su inaudito viaje, el dios se conmovió y le permitió llevarse a Cerbero, aunque con dos condiciones. En primer lugar, Hércules debía comprometerse a dominarlo sirviéndose, tan solo, de sus propias manos y a devolverlo al Inframundo cuando hubiese terminado su misión. Tras dar su palabra, Hércules se dirigió hasta el lugar donde reposaba la terrible bestia que no cesaba de gruñir con sus tres cabezas, mientras agitaba con extremada violencia el aguijón de escorpión que tenía en la cola. Cuando vio acercase el héroe, Cerbero, ciego de rabia, saltó sobre él, pero este, en el último momento, le arrojó la piel de león que le servía de capa e, inmediatamente, se lanzó sobre la bestia y la agarró por el cuello hasta que, por fin, pudo dominarla. En más de una ocasión, Cerbero trató de liberarse utilizando su peligrosa cola, pero todo intento fue inútil. Con un esfuerzo sobrehumano, Hércules arrastró al perro de tres cabezas hasta la superficie y lo llevó hasta el palacio de Micenas, ante la presencia de su primo Euristeo, quien, nada más verlo, entró en pánico y buscó cobijo en uno de los sótanos del palacio. Allí, al parecer, pasó unas cuantas semanas preguntándose cómo había podido Hércules salir con vida del mismísimo Infierno.
Fiel a su palabra, el héroe griego viajó de nuevo hasta el reino de los muertos para devolver a Cerbero a su dueño. Orgulloso, Hércules pudo al fin descansar tranquilo; había acabado sus doce trabajos, ya había pagado por sus crímenes. Ahora tenía la conciencia tranquila. No lo sabía, pero su final estaba cercano. Aquel que había alcanzado fama entre los mortales, no pudo disfrutar durante mucho tiempo de sus éxitos, ya que su destino estaba escrito con sangre. Hércules, pronto iba a ocupar un lugar de privilegio entre los dioses del Olimpo.