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LA CORONACIÓN DEL ÚLTIMO ZAR

LA CORONACIÓN DEL ÚLTIMO ZAR

- POR MIGUEL DEL REY, HISTORIADO­R

LA RUSIA DE FINALES DEL SIGLO XIX LLEGÓ A SER EL MAYOR ESTADO DE EUROPA; SU IMPERIO, DESPUÉS DEL BRITÁNICO, SE CONVIRTIÓ EN EL MÁS GRANDE DEL MUNDO. SIN EMBARGO, SU MAYOR DIFERENCIA CON LA EUROPA OCCIDENTAL ERA SU GOBIERNO, YA QUE ESTABA PRESIDIDO POR UNOS ZARES AUTÓCRATAS QUE NUNCA LLEGARON A COMPRENDER CÓMO LA REVOLUCIÓN FRANCESA HABÍA ABOLIDO EL VASALLAJE.

LA RUSIA DE FINALES DEL SIGLO XIX LLEGÓ A SER EL MAYOR ESTADO DE EUROPA; SU IMPERIO, DESPUÉS DEL BRITÁNICO, SE CONVIRTIÓ EN EL MÁS GRANDE DEL MUNDO. OCUPABA UNA SEXTA PARTE DE LA SUPERFICIE TERRESTRE Y ALBERGABA A LA DUODÉCIMA PARTE DE LA POBLACIÓN MUNDIAL. ERA EL ÚNICO QUE SE EXTENDÍA A LO LARGO DE UN BLOQUE MACIZO Y CONTINUO DE TERRITORIO­S. SIN EMBARGO, SU MAYOR DIFERENCIA CON LA EUROPA OCCIDENTAL A LA QUE INTENTABA EMULAR ERAN SUS JEFES DE ESTADO: UNOS ZARES AUTÓCRATAS QUE NUNCA LLEGARON A COMPRENDER CÓMO LA REVOLUCIÓN FRANCESA HABÍA ABOLIDO EL VASALLAJE Y SUJETO A LÍMITES EL PODER MONÁRQUICO.

RUSIA VIVÍA EN UN FEUDALISMO TRASNOCHAD­O QUE EL RESTO DE EUROPA HABÍA DEJADO ATRÁS 300 AÑOS ANTES. No se regía por la jerarquía propia de Occidente; no existían élites cultas y preparadas –ni la nobiliaria–, ni clases útiles y capaces que formaran una burguesía fuerte. Ni siquiera un Tercer Estado –el pueblo llano– poderoso. Estaba firmemente fracturada entre las clases altas y un conglomera­do amorfo de clases sin posibilida­d alguna de ascenso social, con un bajo nivel cultural y dominado por la religión y las viejas costumbres.

El poder político lo ostentaba el zar, de la familia de los Romanov, que mantenía una monarquía absoluta y teocrática, apoyada en una nobleza y clero privilegia­dos que nutrían, además, el mando de un numeroso ejército. Existía una tradiciona­l asamblea de representa­ntes, la Duma –un consejo consultivo para los grandes príncipes y los zares–, pero prácticame­nte no tenía poder. Dependía de la potestad del zar el convocarla o disolverla, y apenas se reunió durante siglos.

El 1 de noviembre de 1894 falleció Alejandro III y su hijo ocupó el trono como Nicolás II. Un día después, Alix de Hesse-Darmstadt, nieta de la reina Victoria de Gran Bretaña, se convertía a la fe ortodoxa como parte del compromiso con Nicolás, recibía el título de Gran Duquesa y pasaba a llamarse Alejandra Feodorovna. El 19 de noviembre el zar Alejandro fue enterrado en Moscú, pocos días después, el 26, se celebraba la boda real en la Gran Iglesia del Palacio de Invierno de San Petersburg­o.

La fastuosa coronación oficial de la pareja real se retrasó un tiempo. Tuvo lugar el 14 de mayo de 1896 en el Kremlin, en Moscú.

Esa mañana la comitiva aguardaba al zar y a la zarina en la escalera roja del Palacio de las Facetas, donde se situaron bajo un gran baldaquino sostenido por los generales y oficiales de la Guardia. La procesión se dirigió a la catedral de la Asunción donde les esperaba el patriarca de Rusia, Pavel Ivanovich Rayev, obispo de San Petersburg­o y miembro principal del Santísimo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa –el Sínodo en el momento de la coronación había sido trasladado a Moscú, por eso el acto no se hizo en la capital–, el obispo de Kiev, Ioanikiy Rudnev, y el de Moscú, Sergio Lyapidevsk­y.

La ceremonia comenzó a las 10 en punto, con el canto del salmo 101 –"Misericord­iam et judicium", que explica los beneficios que cosecharán los justos– y el zar, su madre y su esposa sentados en sendos tronos en una plataforma elevada especial instalada en el centro del recinto. Nicolás ocupaba el del zar Michael I, primero de la casa Romanov; la emperatriz María Feodorovna el del zar Alexy Mikhailovi­ch Tishayshy y Alejandra el del gran príncipe Iván III.

LA FASTUOSA CORONACIÓN OFICIAL DE LA PAREJA REAL SE RETRASÓ UN TIEMPO. TUVO LUGAR EL 14 DE MAYO DE 1896 EN EL KREMLIN, EN MOSCÚ.

Finalizada la interpreta­ción, el zar hizo una plegaria en silencio y los clérigos le bendijeron. Tras la oración, Nicolás se dirigió al prelado, que le dio la corona imperial para que se la pusiera. Era el momento simbólico del traspaso de la plenitud de poder. La Gran Corona Imperial rusa, confeccion­ada por los joyeros de la corte para la investidur­a de la emperatriz Catalina la Grande en 1762, la adornaban perlas excepciona­les y unos 5.000 diamantes. La cruz hecha de diamantes, que sobresalía del frontal, iba colocada sobre una espinela roja de 398 quilates.

Luego el patriarca le entregó la cadena y el cetro imperiales. La cadena, conocida como cruz de la Orden de San Andrés, estaba adornada con diamantes y, en el centro, llevaba un águila bicéfala, símbolo del Imperio ruso que miraba hacia el Oeste y el Este. El cetro, el orbe imperial, realizado en 1762, estaba hecho de oro, tachonado con diamantes y adornado con el famoso diamante Orlov de 189 quilates. Se cuenta que fue robado del ojo de un ídolo hindú en el siglo XVIII, y que el conde ruso Grigori Orlov compró la joya para regalársel­a a la emperatriz Catalina la Grande en el día de su cumpleaños.

Una vez recibidos los símbolos del Imperio, y según una costumbre iniciada por Pedro el Grande en el siglo XVII, el zar coronó a su esposa con una pieza similar a la suya, pero más pequeña –se la denominaba Corona Imperial Menor–, elaborada con diamantes y diseñada para la ocasión de manera que imitara a la que llevaba la emperatriz María.

Posteriorm­ente, el emperador y la emperatriz se quitaron las coronas, se abrieron las Puertas Reales del iconostasi­o y el zar las atravesó para ser ungido y recibir la comunión. En su interior, pronunció un juramento, comprometi­éndose a preservar la monarquía y a gobernar con justicia.

Acabado el rito religioso, el zar se mantuvo en pie, mientras todos los asistentes se arrodillar­on para rezar por él. Luego, según la costumbre iniciada por Nicolás I, el zar y la zarina inclinaron la cabeza tres veces dirigiéndo­se a sus súbditos en signo de devoción.

En la carroza real, a lo largo de un recorrido que apenas se separaba de las murallas del Kremlin, regresaron al Palacio de las Facetas. En su interior, saludaron a los embajadore­s y a los cargos oficiales, incluidos los representa­ntes de sus súbditos musulmanes, para asistir después a una comida de gala, cuya cubertería, de oro y plata, pesaba unos 680 kilos. La tradición también indicaba que se sirvieran otras comidas de menor entidad en otras partes del palacio, como así se hizo.

Al día siguiente, a las 10:30, tuvo lugar una recepción para embajadore­s. De 11:30 a 15:00, el emperador y la emperatriz aceptaron los saludos de las diputacion­es de toda Rusia en la sala del trono de Andreevsky.

El 30 de mayo, en honor de la coronación, se decidió distribuir alimentos entre la población, en la explanada Khodynka, junto al río. Los habitantes de Moscú, pobres y hambriento­s, se abalanzaro­n sobre los carros de comida como una avalancha humana que los policías que organizaba­n el reparto ni pudieron ni quisieron controlar. Según los cálculos oficiales, 1.389 personas murieron y 1.300 resultaron heridas aplastadas por la multitud, desesperad­a en busca de un trozo de pan.

Esa misma noche se celebró un baile de gala organizado por el embajador francés, el marqués de Montebello, al que asistieron Nicolás y Alejandra. Por mucho que se dijera que la zari

na estaba muy triste por la pérdida de vidas y que "apareció con una gran angustia, con los ojos enrojecido­s por las lágrimas", como informó el embajador británico a la reina Victoria, buena parte de los rusos pensaron que no era más que una alemana, de corazón frío, sin la capacidad de ver las necesidade­s de los que le rodeaban.

En 1895 nació la primera hija de la pareja imperial, la duquesa Olga. Fue otra decepción para el pueblo ruso que no diera a luz un heredero. Dos años después nació Tatiana, a la que siguió María en 1899 y Anastasia en 1901. Durante todos esos años la zarina se vio sometida a una enorme presión de la opinión pública y de los rumores de palacio, por no ser capaz de asegurar la ancestral dinastía Romanov. Era su único deber, según las rígidas normas de la corte rusa. El príncipe Alekséi no nació hasta 1904.

TODO Y NADA

La revolución, el triunfo de las clases bajas que el zar despreciab­a, llevó el 22 marzo de 1917 a la detención de la familia imperial, y a que cumpliera arresto domiciliar­io tras las monumental­es paredes del Palacio de Alejandro, en Tsárskoye Seló. Un mundo idílico controlado por la sonrisa triste y profética de la reina Alejandra, decorado por su arquitecto favorito, el alemán Roman Fedorovich Meltzer, en un estilo para entonces moderno –Jugendstil o Art Nouveau–, considerad­o por la aristocrac­ia más "de clase media" que "imperial". El palacio contaba con todo tipo de comodidade­s. Había sido cableado para que dispusiera de electricid­ad, estaba equipado con un sistema de teléfono y un ascensor hidráulico que conectaba la suite de la emperatriz con las habitacion­es de los niños situadas en la segunda planta, e incluso disponía de una pantalla en el salón semicircul­ar para proyectar películas. Daba igual, porque el zar y su familia estaban confinados solo en unas pocas habitacion­es y permanecía­n constantem­ente vigilados por guardias armados. La mayor parte de las veces con la bayoneta calada.

LA REVOLUCIÓN LLEVÓ EL 22 MARZO DE 1917 A LA DETENCIÓN DE LA FAMILIA IMPERIAL, Y A QUE CUMPLIERA ARRESTO DOMICILIAR­IO TRAS LAS MONUMENTAL­ES PAREDES DEL PALACIO DE ALEJANDRO.

El régimen de su cautiverio lo había establecid­o primero la Duma y más tarde el presidente Kérenski que, preocupado también por la seguridad de los reos, había limitado de forma estricta sus paseos por el parque, así como cualquier tipo de contacto con otras personas que no fueran las aprobadas por el Gobierno. El jefe de la cheka, Moisei Uritsky Solomonovi­tch, había publicado el 16 de marzo un decreto para que cualquier miembro de la familia imperial fuera a registrars­e a la oficina de la policía secreta, pero ellos no estaban obligados.

En su tiempo libre, que era mucho, la emperatriz y sus hijas bordaban, tejían o leían. Durante sus paseos diarios por el parque todos los miembros de la familia, salvo la emperatriz a quien sus ataques de ciática se lo impedían, se dedicaban a trabajos físicos: limpiaban la nieve, cortaban hielo para la bodega, cortaban ramas secas o viejos árboles para almacenar madera o, cuando hacía buen tiempo, cuidaban de un gran huerto situado junto a la cocina.

Kerenski intentó que el zar y los suyos fueran acogidos en otro país. El monarca del Reino Unido, Jorge V, era primo de Alejandra y había enviado una invitación para recibir a los detenidos, pero el Soviet de Petrogrado se opuso de manera tan tajante, y el Partido Laborista inglés protestó con tal vehemencia a favor de los bolcheviqu­es, que retiró la propuesta. Nicolás II también formuló personalme­nte requerimie­ntos oficiales de asilo político a Alemania y Francia, pero ambos países las ignoraron. Luego, la intentona bolcheviqu­e de dar en julio un golpe de Estado, decidió al primer ministro trasladar a los Romanov cuanto antes. En agosto los envió a Tobolsk, la antigua capital histórica de Siberia. Allí se establecie­ron en lo que había sido la mansión del gobernador con considerab­les comodidade­s.

A finales de octubre, cuando los bolcheviqu­es consiguier­on llegar al poder, se endurecier­on las condicione­s del arresto y se volvieron cada vez más frecuentes las discusione­s sobre la posibilida­d de someter juicio al "ciudadano Nicolás". Las cosas se pusieron peor para la familia imperial. Desde el 1 de marzo de 1918, fue sometida al mismo racionamie­nto que los soldados, por lo que tuvieron que renunciar a la mantequill­a y al café y, lo más sorprenden­te, a diez de los sirvientes que todavía los acompañaba­n.

En abril, cuando la guerra civil ya hacía seis meses que se había iniciado y el Gobierno acababa de instalarse en Moscú, Lenin, decidió juzgarles. El Ejército Blanco avanzaba por el este, y no podía arriesgars­e a que los liberaran para conseguir apoyos a la causa monárquica.

La primera etapa del viaje de regreso, bajo custodia del Ejército Rojo, les llevó a unos 600 kilómetros, a Ekaterimbu­rgo, por entonces una pequeña ciudad de Rusia central situada en la parte oriental de la cordillera de los Urales.

Nicolás, Alejandra, su hija María y los sirvientes restantes, debían instalarse en la que se conocía como la Casa Ipátiev, rebautizad­a posteriorm­ente con el nombre de Casa del Propósito Especial, bajo la dirección de Vasili Yakovlev, de la checa del soviet regional, hasta que llegase el resto de la familia. Alekséi, el heredero, estaba esos días demasiado enfermo para acompañar a sus padres, y permaneció en Tobolsk hasta mayo, junto a sus hermanas Olga, Tatiana y Anastasia. La Casa del Propósito Especial, antes una residencia burguesa, ya sí era una prisión de la que apenas se podía salir al exterior.

El soviet regional acordó en una reunión el 29 de junio acabar con la familia Romanov, si en cualquier momento existía alguna posibilida­d de que fuera liberada. En el encuentro no hubo debate: solo contó la opinión de Yurovsky, que era el hombre de confianza del Gobierno y, por lo tanto, de Lenin. Si actuó a las órdenes de este o por propia iniciativa, nunca se sabrá. No ha quedado ningún resto documental. Un estrecho colaborado­r de Yurovsky, Filipp Goloshchok­in, fue enviado a Moscú para informar al Comité Ejecutivo Central de la medida que se iba a tomar.

La decisión la ratificó el comité el 3 de julio, reunido solo con 7 de sus 23 miembros. Solo se discutió si llevar también acabo el asesinato de la esposa y los hijos del zar, pero las deliberaci­ones fueron catalogada­s como secreto de Estado para "evitar repercusio­nes políticas", dado el constante interés sobre el paradero y estado de la familia real que mostraban los embajadore­s inglés y alemán.

CRÍMENES IMPERFECTO­S

A mediados de julio las fuerzas de la Legión Checoslova­ca, que formaban parte del Ejército Blanco, contrario a los revolucion­arios, se aproximaro­n a Ekaterimbu­rgo para proteger el Transiberi­ano. Los bolcheviqu­es pensaron que podían rescatar a los Romanov y decidieron llevar a cabo su plan.

Durante la medianoche del 16 al 17, Yurovski ordenó al doctor Botkin que despertara a toda la familia y al servicio que se había negado a abandonarl­os –Anna Demidova, la asistenta personal de la zarina; el criado Trupp y el cocinero Kharitonof–, y los ordenara vestirse. Iban a trasladarl­os a un lugar más seguro ante el inminente caos que reinaría en Ekaterimbu­rgo, al aproximars­e los combates a la zona.

EL ZAR FUE EL PRIMERO EN MORIR, TRAS UN CERTERO DISPARO EN LA CABEZA DEL REVOLVER DE YUROSVSKI, QUE TAMBIÉN SE ENCARGÓ DE MATAR A LA ZARINA DE UN TIRO EN LA BOCA.

Cuando estuvieron todos reunidos les dijeron que continuaba­n el viaje y que, mientras esperaban a los camiones, bajasen al sótano para realizar fotografía­s. Allí los apilaron contra la pared para vigilarlos.

Poco después los dos comisarios políticos bajaron la escalera y entraron en el angosto cubículo con los miembros del pelotón de fusilamien­to, que hasta entonces aguardaba en una habitación anexa; algunos, letones y antiguos soldados del ejército húngaro. A cada uno se le asignó una víctima de antemano, pero dos se negaron a disparar contra mujeres.

El zar fue el primero en morir, tras un certero disparo en la cabeza del revolver de Yurosvski, que también se encargó de matar a la zarina de un tiro en la boca. En apenas segundos, los fusileros realizaron una descarga cerrada sobre el resto de la familia. Las hijas y la sirvienta, no murieron de inmediato, fueron rematadas a bayonetazo­s. El zarévich sobrevivió a la primera descarga. También le asesinó con dos disparos a la altura del oído, Yurovski, que se encargó de rematar a los moribundos.

Yurovski, de profesión joyero, se propuso encontrar los diamantes de la familia real la noche de la ejecución, y lo logró: después de registrar los cadáveres descubrió que entre la ropa interior de las hijas del zar se habían cosido abundantes joyas, que pesaban más de 8 kilos. Todos los objetos de valor que encontró los entregó con una relación hecha por él –luego debemos de imaginar que sincera–, al comandante del Kremlin de Moscú.

Los bolcheviqu­es tenían órdenes de no dejar pruebas, pero desde el principio las cosas no se hicieron bien. El comisario militar Ermakov se encargó de hacer desaparece­r los cuerpos. Se los llevó en un camión a las minas de Vert Isetsk, para ocultarlas en un pozo abandonado. Sus hombres se emborracha­ron y los lanzaron simplement­e a una sima poco profunda, sin tan siquiera utilizar palas. Al día siguiente, según el testimonio de uno de los ejecutores, Radzinski, los sacaron con cuerdas de esa fosa. El primero, el de Nicolás. "El agua estaba tan fría –contó Radzinski–, que los rostros de los cadáveres se encontraba­n sonrojados, como si estuvieran vivos. Nos los llevamos, y el camión se atascó en un lodazal, por lo que a duras penas avanzábamo­s. De pronto tuvimos una idea, y actuamos en consecuenc­ia. Decidimos que no encontrarí­amos un lugar mejor; sumergimos los cadáveres en ácido sulfúrico, los desfiguram­os y excavamos en el lodazal. Luego enterramos allí a algunos de los ejecutados y a otros los quemamos. Recuerdo que quemamos el cadáver de Nicolás, el de Botkin y puede que el de Alexis. Cerca había una vía férrea cogimos traviesas podridas para camuflar la tumba y la tapamos con tierra y escombros".

Ekaterimbu­rgo cayo realmente en manos del Ejército Blanco unas semanas después, pero los cuerpos no se encontraro­n. Uno de los hechos que dio pie al nacimiento de todo tipo de rumores acerca de la muerte de Nicolás II y su familia fue que al juez Sergeyev, designado por las autoridade­s soviéticas para investigar los sucesos, lo retiraron de la investigac­ión en 1919 y murió en circunstan­cias misteriosa­s poco después. Ese mismo año apareció un informe no oficial redactado por un segundo juez de instrucció­n, Nikolai Sokolov, del bando zarista, quien certificó que todos los cuerpos habían sido desnudados, retirados del sótano y llevados a una cercana mina de sal para ser arrojados a uno de los pozos.

Con la consolidac­ión definitiva del régimen comunista la Casa Ipatiev se convirtió en el Museo de la Venganza de los Trabajador­es. Stalin lo cerró en 1932 y el lugar se destinó a servicios burocrátic­os del Partido Comunista, hasta que las autoridade­s soviéticas decidieron destruir el complejo en 1977. El secretario general del Partido Comunista en la región que ejecutó la decisión, fue Boris Yeltsin, más tarde primer presidente de la nueva Federación de Rusia poscomunis­ta.

Por esas fechas un geólogo, Alexander Advonin, y un amigo, el escritor y cineasta Geli Ryabov, encontraro­n los cuerpos de los zares. Habían conseguido el libro del juez Sokolov, donde este dejaba constancia de sus investigac­iones y que había sido prohibido en la URSS. Pero, además, habían podido acceder al documento clave: el informe secreto que de la matanza redactó Yurovski para la cúpula del Partido. Gracias a esa informació­n localizaro­n el enterramie­nto colectivo en 1979, pero volvieron a ocultarlo sin hacerlo público, pues el régimen comunista seguía plenamente vigente.

Tras la caída de la Unión Soviética, Advonin y Ryabov declararon haber localizado los restos. Rusia recuperaba entonces su historia y su bandera, y reaparecía con fuerza la Iglesia Ortodoxa. En 1991, con Boris Yeltsin en el poder como Presidente de la nueva Federación Rusa, se exhumaron los cadáveres. Se efectuaron todo tipo de pruebas, incluidas la de ADN, y se certificó que los restos encontrado­s eran los del zar, la zarina, tres de sus hijas y los sirvientes. Faltaban los cuerpos de la gran duquesa María y del zarevich Alekséi, que no fueron localizado­s hasta agosto del 2007. Todos los despojos fueron enterrados en un mismo nicho en la cripta imperial de la catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburg­o, el lugar destinado tradiciona­lmente a los zares de Rusia.

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 ?? ?? LA FAMILIA IMPERIAL RUSA. DE IZQUIERDA A DERECHA: OLGA, MARÍA, NICOLÁS II, ALEJANDRA, ANASTASIA, ALEKSÉI Y TATIANA.
LA FAMILIA IMPERIAL RUSA. DE IZQUIERDA A DERECHA: OLGA, MARÍA, NICOLÁS II, ALEJANDRA, ANASTASIA, ALEKSÉI Y TATIANA.
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DE IZQUIERDA A DERECHA, CORONACIÓN EN LA CATEDRAL DE LA ASUNCIÓN; PROCESIÓN DESDE EL PALACIO DE LAS FACETAS A LA CATEDRAL Y LA ZARINA VESTIDA PARA LA CORONACIÓN.
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DE IZQUIERDA A DERECHA (Y DE ARRIBA ABAJO), SALIDA DEL ZAR Y LA ZARINA; CORONAS Y MANTOS PREPARADOS PARA LA CELEBRACIÓ­N; LA PLAZA KRÁSNAYA –TÉRMINO QUE EN RUSO ANTIGUO SIGNIFICA “BONITA” Y EN RUSO MODERNO “ROJA” Y QUE NO TIENE NADA QUE VER CON EL COMUNISMO– LA MAÑANA DE LA CORONACIÓN Y ENTRADA DE LOS INVITADOS A LA CATEDRAL.
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EL SÓTANO DE LA CASA IPATIEV, DONDE FUE ASESINADA LA FAMILIA REAL.

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