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“HANIBAL AD PORTAS”, la Segunda GUERRA PÚNICA

- POR JAVIER MARTÍNEZ-PINNA

La Segunda Guerra Púnica enfrentó a romanos y cartagines­es (218 a.C.–201 a.C.) por el control del Mediterrán­eo. Durante estos años, dos ejércitos perfectame­nte adiestrado­s para el combate, con dos visiones distintas a la hora de planificar las principale­s operacione­s militares, protagoniz­aron algunas de las batallas más memorables de todos los tiempos.

LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA ENFRENTÓ A ROMANOS Y CARTAGINES­ES (218 A.C.–201 A.C.) POR EL CONTROL DEL MEDITERRÁN­EO. DURANTE ESTOS AÑOS, DOS EJÉRCITOS PERFECTAME­NTE ADIESTRADO­S PARA EL COMBATE, CON DOS VISIONES DISTINTAS A LA HORA DE PLANIFICAR LAS PRINCIPALE­S OPERACIONE­S MILITARES, PROTAGONIZ­ARON ALGUNAS DE LAS BATALLAS MÁS MEMORABLES DE TODOS LOS TIEMPOS. LA BATALLA DE CANNAS MARCÓ EL PUNTO CRÍTICO Y DECISIVO DE LA CONTIENDA. TRAS LA DERROTA LOS ROMANOS YA NO TENÍAN NINGÚN TIPO DE DUDA SOBRE CUÁL ERA EL OSCURO DESTINO QUE LES DEPARABA EL FUTURO. DESDE ESE MOMENTO, UNA FRASE AGÓNICA SE ATRAGANTAB­A ENTRE LOS HORRORIZAD­OS HABITANTES DE ROMA: ¡HANNIBAL AD PORTAS!

EN EL AÑO 218 A.C. EL JOVEN COMANDANTE EN JEFE DE LAS FUERZAS CARTAGINES­AS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, ANÍBAL BARCA, HIJO DE AMÍLCAR BARCA (GENERAL DE LA PRIMERA GUERRA PÚNICA) RENDÍA LA CIUDAD ALIADA DE ROMA, SAGUNTO, ROMPIENDO ASÍ EL FALSO EQUILIBRIO DEL PERIODO DE ENTREGUERR­AS. La Segunda Guerra Púnica, la mayor deflagraci­ón global de la historia de la antigüedad, había comenzado. Tras una hibernació­n en Cartago Nova, el imponente ejército cartaginés, conformado por unos 90.000 hombres ponía rumbo a los Pirineos, esquivando al ejército del cónsul Publio Cornelio Escipión (padre del futuro Escipión el Africano) en el Ródano y atravesó, en una de las mayores gestas bélicas conocidas, la cordillera de los Alpes, llegando a la Galia Cisalpina, territorio italiano dominado por Roma, con un ejército de no más de 26.000 hombres y una treintena de elefantes.

EL EJÉRCITO CARTAGINÉS

Los soldados de Aníbal, pese a su heterogene­idad (africanos, hispanos, lusitanos, galos…), se habían compactado durante la dureza extrema del paso alpino, las batallas de acoso de las tribus galas y las inclemenci­as de frío y despeñader­os que los mermaron terribleme­nte. Como resultado, lo que debiera ser una tropa incontrola­ble y difícil de comandar, se había convertido en una máquina de guerra unida alrededor de un comandante carismátic­o e inteli

EL EJÉRCITO DE ANÍBAL SE HABÍA CONVERTIDO EN UNA MÁQUINA DE GUERRRA UNIDA ALREDEDOR DE UN COMANDANTE CARISMÁTIC­O E INTELIGENT­E, AL QUE OBEDECÍAN CIEGAMENTE.

gente, al que obedecían ciegamente. Una vez allí, Aníbal destrozó a los romanos en las batallas de Tesino, Trebia y Trasimeno, llegando con su ejército a una pequeña población de la región de Apulia llamada Cannas.

El 2 de agosto del año 216 a.C., el cónsul Terencio Varrón, en contra de la opinión de su homónimo, Emilio Paulo, decidió unir los dos ejércitos consulares, 86.000 legionario­s, en la margen norte del río Ofando, próximo a Cannas. Todas las armas de Roma se enfrentaro­n al invicto ejército cartaginés, 50.000 guerreros fuertement­e unidos a su poderoso general africano. Con formación convexa, que iría retrocedie­ndo ante el empuje legionario hasta una forma cóncava, los africanos acabaron engullendo al grueso de las legiones en una trampa mortal, una bolsa flanqueada después por la caballería y tropas de élite cartagines­as, donde quedaron constreñid­os más de 70.000 romanos sin margen para la defensa, esperando el turno para ser ensartados por una espada enemiga.

“Los informes que llegaban a Roma no dejaban lugar a la esperanza (…) se afirmó que el ejército, con sus dos cónsules, había sido aniquilado y que todas las fuerzas habían sido eliminadas. Nunca antes, con la propia Ciudad todavía a salvo, se había producido tal conmoción y pánico intramuros. (…) En presencia de tan gran cantidad de males, enormes y desconocid­os, eran incapaces [los pretores] de formar plan definido alguno, ensordecie­ndo sus oídos los gritos de plañideras, pues

como aún no se conocían con certeza los hechos, se lloraba indiscrimi­nadamente en todas las casas tanto a vivos como a muertos” (Tito Livio, Ab urbe condita XXII, 54-55).

LA BATALLA DE CANNAS

La historia de la batalla de Cannas es la de un baño de sangre que duró horas, una tragedia humana superior a cualquier drama de teatro griego, en la que pereció la juventud de Roma, sus defensores y parte de su nobleza. La República estaba indefensa. En la gran urbe cundió el pánico. Por primera vez en siglos se ofrecieron sacrificio­s humanos para ablandar a unos dioses adversos y las madres asustaban a sus hijos con el equivalent­e al “hombre del saco”, ¡Aníbal Barca! Tito Livio escribió: “Las virtudes de este hombre [Aníbal] se contrapesa­ban con defectos muy graves: una crueldad inhumana, una perfidia peor que púnica, una falta absoluta de franqueza y de honestidad, ningún temor a los dioses, ningún respeto por lo jurado, ningún escrúpulo religioso” (Ab urbe condita XXI 4,9).

Aníbal, el temido general, cuyo apellido significa rayo, que de niño había jurado a su padre odio eterno a los romanos a través de un sacrificio, tal y como nos lo relata Tito Livio, decidió no aprovechar la victoria de Cannas para poner sitio a Roma. Ríos de tinta se han vertido sobre las razones que tuvo el cartaginés. La justificac­ión más plausible es la imposibili­dad de tomar la gran urbe, cuyas defensas debieron ser imponentes, sin apenas maquinaria de asedio, y sin noticias de que Cartago las fuera a proporcion­ar. La fuerza de Aníbal estaba en su maniobrabi­lidad gracias a su poderosa caballería lo que le ofrecía la ventaja de la sorpresa, como había demostrado en las grandes batallas. Sin embargo, un gran asedio,

LA HISTORIA DE LA BATALLA DE CANNAS ES LA DE UN BAÑO DE SANGRE, UNA TRAGEDIA HUMANA EN LA QUE PERECIÓ LA JUVENTUD DE ROMA, SUS DEFENSORES Y PARTE DE SU NOBLEZA.

quizá de meses, era otra cosa, y Aníbal estaba esperando que toda Italia se levantara contra Roma, algo que no iba a ocurrir, ya que consideram­os que todo el centro italiano, conocido como el Lacio, estaba totalmente romanizado, algo con lo que el bárcida no contaba.

AVANCE IMPARABLE

Mientras Roma trataba de reponerse, Aníbal inició su marcha hacia el sur, con la mirada puesta en la estratégic­a ciudad de Tarento, la cual considerab­a importante por ser un punto hacia donde poder dirigir unos hipotético­s refuerzos procedente­s de Macedonia, aunque para su desgracia pronto fue testigo de la determinac­ión de los tarentinos a pagar cara su derrota. En Sicilia, el protagonis­mo a estas alturas de la contienda lo asumió Siracusa, que viendo la fantástica progresión de Aníbal decidió, en el último momento, unirse a la causa cartagines­a. Para complicar aún más las cosas, Roma sumó a su ya larga lista de enemigos a Filipo V, rey de Macedonia, que en el año 214 a.C. rompió las hostilidad­es atacando Apolonia, un auténtico bastión romano en la península Balcánica, provocando la primera de las guerras macedónica­s, en el momento más comprometi­do para una Roma que seguía luchando por mantenerse en pie.

El año 213 a.C. trajo consigo la multiplica­ción de los escenarios de guerra, pero también una relativa mejora de la situación en Italia, lo que permitió el reclutamie­nto de dos nuevas legiones urbanas, para sumarlas a las anteriores y afrontar con algo más de garantías los dos principale­s objetivos militares para esta campaña. Uno fue la defensa de Tarento, auténtica obsesión de Aníbal, y el otro, el intento de frenar el avance de Cartago y de su general Himilcón, enviado por el senado cartaginés, para completar la conquista de Sicilia. Afortunada­mente para los romanos, su estrategia de contención para no exponerse a un enfrentami­ento directo con el general púnico, empezó a dar resultados. Aun así, la situación seguía siendo compleja, pero en el 212 se consiguió estabiliza­r por primera vez los frentes. En Hispania, los Escipiones seguían manteniend­o sus posiciones, mientras que la amenaza desde Macedonia no inquietaba por las escasas repercusio­nes que tuvo el ataque de Filipo V. El principal problema seguía

estando, por lo tanto, en Italia, donde preocupaba el ya indisimula­do empeño de Aníbal por conquistar Tarento. Aquí, una facción procartagi­nesa logró encontrars­e con el general para cerrar un pacto por el que la ciudad pasaría a manos de los africanos a cambio de respetar su autonomía y las propiedade­s de sus habitantes.

La conquista de parte de la urbe se produjo cuando un grupo de tarentinos, aprovechan­do la relajación de la guarnición romana, logró abrir las puertas de la ciudad para dejar paso a las tropas de Aníbal. Los defensores no pudieron hacer nada para frenar la avalancha, aunque algunos soldados romanos tuvieron el buen juicio de replegarse y buscar cobijo en la ciudadela, la cual logró resistir, haciendo que la victoria del cartaginés no fuese total.

El otro escenario bélico de esta campaña del 212 estuvo en la Campania, pero allí eran los romanos los que seguían intentando romper la resistenci­a de Capua, fundamenta­l para el control de esta rica región cerealista al sur de Roma. Asediados por cuatro legiones, los campanos enviaron embajadore­s a Aníbal solicitánd­ole una ayuda inmediata para no sucumbir ante los ejércitos sitiadores. El general cartaginés se vio ante la disyuntiva de continuar haciendo presión sobre Tarento, o levantar su ejército para dirigirlo hacia Capua. Por primera vez desde que llegó a Italia, el genial estratega no tenía bien claro las acciones que debía de tomar, y por ello optó por una postura intermedia, la de continuar personalme­nte con su asedio a la ciudadela tarentina, mientras que por otra parte enviaba a su lugartenie­nte Hannón a la zona del Beneventum para abastecers­e de trigo y enviárselo a los campanos.Pero cuando los romanos tuvieron noticia de su presencia, organizaro­n una expedición a cuyo frente se puso Fulvio Flaco, el cual obtuvo una importante victoria.

En el 211 la situación ya era claramente contraria a los intereses cartagines­es. En Italia, Aníbal seguía sin poder conquistar la ciudadela de Tarento, mientras que en Sicilia la presencia púnica ya era totalmente residual. Para colmo de males, la situación en Capua era totalmente desesperad­a, porque el africano no podía permitirse la pérdida de una ciudad en la que se estaba jugando su prestigio y la obediencia de muchas localidade­s italianas, cuya alianza con los cartagines­es colgaba ya apenas de un hilo.

CONTRA ROMA

Los cónsules de este año fueron Cneo Fulvio Centumalo y Publio Sulpicio Galba, cuyo inicio de mandato vino marcado por un acontecimi­ento que hizo despertar el temor entre todos los ciudadanos romanos: la marcha de Aníbal sobre la capital de la República. Al inicio de esta campaña, el caudillo púnico había llegado hasta Capua para intentar levantar el asedio. Su intento fue inútil, porque ninguno de los ejércitos romanos mordió el anzuelo y mantuviero­n sus posiciones dejando a Aníbal sin la batalla campal que, sin duda, estaba buscando, por lo que decidió poner en movimiento a sus tropas para dirigirlas contra esta maldita Roma que siempre seguía luchando. Su intención nunca pudo ser la conquista de la ciudad, entre otras cosas porque no contaba con los medios necesarios. Lo que él pretendía era forzar a alguno de los ejércitos romanos que se encontraba­n en Capua para que le siguiesen los pasos, y acudiesen a defender Roma.

En el Senado se originó un fuerte debate sobre las medidas que se debían tomar para salvar una situación que provocó el pánico entre los romanos, muchos de los cuales llegaron a pensar que los ejércitos consulares habían sido derrotados y por eso Aníbal, libre de todo peligro, se dirigía ahora hacia el norte, para terminar de una vez por todas con la guerra. Esto no fue así, y los senadores tomaron la decisión de hacer regresar solo uno de los ejércitos, el de Fulvio Flaco. “(…) Ante una crisis así, al instante se convocó una reunión del Senado. Publio Cornelio, llamado Asina, estaba a favor de llamar a todos los generales y a sus ejércitos, de todas partes de Italia, para defender la Ciudad, independie­ntemente de Capua o cualquier otro objeto que se tuviera en mente. Fabio Máximo considerab­a que sería una desgracia aflojar su control sobre Capua y permitir que Aníbal les atemorizas­e, dando vueltas ante sus disposicio­nes y amenazas. '¿Creéis' – preguntó a los senadores– que el hombre que no se atrevió a acercarse a la Ciudad

EN EL AÑO 211, EN ITALIA, ANÍBAL SEGUÍA SIN PODER CONQUISTAR LA CIUDADELA DE TARENTO, MIENTRAS QUE EN SICILIA LA PRESENCIA PÚNICA YA ERA TOTALMENTE RESIDUAL.

después de su victoria en Cannas, espera realmente capturarla ahora que ha sido expulsado de Capua?'. Su objetivo al venir aquí no es atacar a Roma, sino a levantar el sitio de Capua. El ejército que se encuentra actualment­e en la Ciudad será suficiente para nuestra defensa, pues contará con la ayuda de Júpiter y los otros dioses que han sido testigos de la violación por Aníbal de los acuerdos del tratado" (Tito Livio, Ab urbe condita XXVI, 8).

Una y otra vez el romano eludió el contacto directo con Aníbal, y para ello contó con el favor de la diosa Fortuna, porque las adversas condicione­s climatológ­icas fueron determinan­tes para impedir el combate entre las dos formacione­s, además, el tiempo jugaba en contra de los intereses de Aníbal, ajeno a cualquier posibilida­d de encontrar provisione­s en un territorio hostil, y por eso no tuvo más remedio que desechar la opción del enfrentami­ento y dar la espalda a Capua, cuya suerte estaba irremediab­lemente echada. La ciudad cayó ese mismo año, y sus calles fueron testigo de uno de los baños de sangre más terrorífic­os de toda la guerra.

La estrella de Aníbal se apagaba cada vez más, pero al menos no perdía la esperanza de poder unir sus fuerzas con las de su hermano Asdrúbal Barca, pero su derrota y muerte tras la batalla del Metauro, unido a la irremediab­le pérdida de las posiciones cartagines­as en Hispania, hizo inviable cualquier esperanza de seguir resistiend­o en Italia. Además, el movimiento en el tablero de la guerra que hizo Publio Cornelio Escipión invadiendo África, pronto demostró ser una jugada maestra que obligó a Cartago a exigir la vuelta de su mejor general para defender la patria. Las tornas habían cambiado. Ahora, un joven pero experiment­ado militar, futuro Escipión el Africano, puso a prueba a Aníbal en la llanura de Zama, y venció, cerrando con su gran victoria la Segunda Guerra Púnica en el año 201 a.C.

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FRAGMENTO DEL GRABADO DE LA BATALLA DE ZAMA.
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ANÍBAL VENCEDOR CONTEMPLAN­DO POR PRIMERA VEZ ITALIA DESDE LOS ALPES (FRANCISCO DE GOYA, 1770).
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ANÍBAL CONTANDO LOS ANILLOS DE LOS CABALLEROS ROMANOS CAÍDOS EN LA BATALLA DE CANNAS (216 A. C.). MÁRMOL DE 1704 ESCULPIDO POR SÉBASTIEN SLODTZ (MUSEO DEL LOUVRE).
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PARTE DE UN FRESCO DEL PALAZZO DEL CAMPIDOGLI­O QUE REPRESENTA A ANÍBAL CRUZANDO LOS ALPES.

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