PERSONAJES: Henry Morgan, un pirata al servicio de Inglaterra
Henry Morgan ha pasado a la Historia como uno de esos piratas cuya biografía quiso ser enlucida tanto en la literatura de aventuras como en el cine. Afortunadamente, hoy sabemos mucho más sobre la biografía de este oscuro personaje, al servicio de la corona inglesa.
HENRY MORGAN HA PASADO A LA HISTORIA COMO EL MÁS FAMOSO FILIBUSTERO DE TODOS LOS TIEMPOS, COMO UNO DE ESOS PIRATAS CUYA BIOGRAFÍA QUISO SER ENLUCIDA TANTO EN LA LITERATURA DE AVENTURAS COMO EN EL CINE, EN PELÍCULAS COMO "EL CISNE NEGRO" (1942), O "EL CAPITÁN BLOOD" (1935), ESTA ÚLTIMA PROTAGONIZADA POR ERROL FLYNN. AFORTUNADAMENTE, HOY SABEMOS MUCHO MÁS SOBRE LA BIOGRAFÍA DE ESTE OSCURO PERSONAJE, PROTAGONISTA DE ALGUNO DE LOS EPISODIOS MÁS VIOLENTOS LLEVADOS A CABO POR ESTOS SANGUINARIOS PIRATAS AL SERVICIO DE LA PÉRFIDA ALBIÓN.
MORGAN NACIÓ HACIA EL AÑO 1635 EN EL SENO DE UNA FAMILIA CAMPESINA EN GLAMORGAN, EN EL SUR DE GALES. Poco sabemos de sus primeros años, tan solo que siendo un joven adolescente sintió el deseo de la aventura y se embarcó hacia el Nuevo Mundo, estableciéndose en Barbados y luego, a la edad de 20 años, en Jamaica y después en la Tortuga, centro neurálgico del filibusterismo.
No sin esfuerzo, Morgan y otros compañeros lograron reunir el suficiente dinero para comprar un pequeño barco con el que se arrojaron al mar, como imaginará el lector, con la intención de capturar embarcaciones españolas repletas de oro. Así llegamos al año de 1660, en el que el pirata galés vuelve a establecer su hogar en Jamaica, donde su tío Edward Morgan acabada de ser nombrado vicegobernador.
La ocasión no la dejó escapar el oportunista Henry, porque poco después fue elegido para capitanear uno de los barcos que formaban la expedición dirigida por Mansfield, en un principio contra la colonia holandesa de Curazao. Durante los siguientes años Morgan sirvió a Mansfield hasta convertirse en el más aventajado esbirro del pirata holandés. Tras la muerte de este último en el año 1667, Henry ya era considerado como la gran promesa del filibusterismo, por lo que el nuevo gobernador de Jamaica, Modyford, se fijó en él para encargarle los trabajos más comprometidos.
A POR EL ORO ESPAÑOL
Por aquel entonces España e Inglaterra se encontraban en estado de paz, y cualquier acto de piratería patrocinado por las autoridades inglesas sería visto, a nivel internacional, como un acto de traición y deslealtad, algo que no les importó mucho a los british que, como en otras tantas ocasiones, decidieron actuar de forma traicionera, ruin y alevosa.
Sin ningún tipo de pudor, Modyford organizó una acción contra Cuba con la falsa excusa de que los españoles estaban preparando una expedición con la idea de reconquistar Jamaica. A la llamada del pirata acudieron unos 700 hombres (casi todos ellos filibusteros franceses e ingleses) con los que marchó, a bordo de 12 barcos, hacia la isla de Cuba.
Durante las primeras semanas de marzo de 1667 navegó por aguas próximas a La Habana; incluso se planteó la posibilidad de asaltar esta gran ciudad, pero la presencia de guarnición española le hizo desistir de dicho empeño por lo que propuso a sus hombres la posibilidad de atacar Puerto Príncipe, un objetivo mucho más asequible. A pesar de todo, la misión no era ni mucho menos del agrado de los piratas, ya que para llegar a esta localidad debían recorrer a pie un territorio hostil y desconocido. Finalmente, el 27 de marzo, Morgan y sus matones desembarcaron en la ensenada de Santa María y dos días después caían sobre Puerto Príncipe, un enclave cuyo destino estaba escrito sangre.
MÉTODOS SANGINARIOS
El pirata galés sometió a la ciudad a un implacable saqueo, al mismo tiempo que mandaba encerrar a los vecinos en las iglesias (muchos murieron de hambre y sed). Después del pillaje, Morgan inició el interrogatorio de los aterrorizados pobladores de esta pacífica localidad para que revelasen el paradero de cualquier tesoro escondido. Exquemelin, testigo directo de estas atrocidades relató lo siguiente: "No ahorrando sus crueles tormentos con los encerrados, pues cotidianamente los maltrataban sin misericordia, para hacerlos confesar en qué parte tenían los enseres, dinero y otras cosas encubiertas. Aunque ya no tenían más, castigaba a las mujeres y a los niños con el mismo intento, no dándoles casi nada a comer, por lo que murió la mayor parte". Cuando el cobarde Morgan fue consciente de que una pequeña fuerza expedicionaria española estaba a punto de alcanzar Puerto Príncipe, decidió huir con el rabo entre las piernas y poner la proa de sus barcos en dirección a Jamaica con un botín que, a pesar de todo, fue de tan solo unos 50.000 pesos.
CUANDO EL COBARDE MORGAN FUE CONSCIENTE DE QUE UNA PEQUEÑA FUERZA EXPEDICIONARIA ESPAÑOLA ESTABA A PUNTO DE ALCANZAR PUERTO PRÍNCIPE, DECIDIÓ HUIR.
En la colonia inglesa la imagen volvió a repetirse; los burdeles y las tabernas volvieron a llenarse de piratas ansiosos de gastar el escaso botín conseguido durante la expedición a Puerto Príncipe. La alegría tuvo que durar muy poco, ya que los filibusteros franceses, totalmente desencantados por la forma en la que se habían repartido las riquezas, abandonaron al galés y se negaron a seguirle en futuras aventuras. Por supuesto, Morgan nunca disimuló su intención de resarcirse del fracaso anterior, por lo que convenció al pusilánime Modyford para que preparase un nuevo ataque, en esta ocasión contra los intereses hispanos en Centroamérica. Nuevamente, el gobernador volvió a alegar el presunto interés de los españoles de atacar Jamaica, por lo que ¡la agresión pirata tendría un carácter defensivo!
Para esta nueva empresa Morgan logró reunir 8 barcos y unos 400 hombres, con los que se dirigió hacia Panamá para intentar el asalto a Portobelo. Durante la travesía se cruzó con una embarcación filibustera con 60 hombres a bordo, que no dudaron en unirse a la expedición.
Cuando llegaron a las costas panameñas, los piratas de Morgan desembarcaron a cuatro leguas de su objetivo y, en pequeños grupos, avanzaron sigilosamente tratando, por todos los medios, de pasar desapercibidos. Uno de estos grupos tuvo la suerte de capturar a un centinela español que, tras la pertinente tortura, acabó guiando a los atacantes hasta el fuerte de Santiago de la Gloria, tomándolo por sorpresa y sin apenas resistencia.
Al parecer, una fuerte explosión originada por la voladura de un almacén de pólvora alertó a los hombres del otro fuerte de Portobelo, el San Jerónimo. Inmediatamente, los defensores de esta fortaleza, dirigidos por el gobernador, empezaron a tomar posiciones para repeler el ataque filibustero. La resistencia española fue muy meritoria, nos atreveríamos a calificarla como de heroica, porque a pesar de la evidente inferioridad numérica de los soldados hispanos, estos rechazaron una y otra vez las embestidas inglesas.
En un momento dado, viendo cómo se desarrollaban los acontecimientos, Morgan ordenó una primera retirada y puso a sus hombres a construir escalas de seis metros. Lo que estaba a punto de ocurrir, nos sirve de ejemplo para comprender la auténtica naturaleza, despiadada, cobarde e inmoral, de la piratería americana, ya que, sin pensárselo dos veces, el líder filibustero hizo llamar a parte de los prisioneros capturados en Portobelo y los puso en primera fila. Los soldados españoles no daban crédito a lo que estaban viendo; nunca se habían enfrentado a una situación como esta. Ellos sabían que, si los piratas lograban superar las murallas de la fortaleza, todo estaría perdido y, por supuesto, no existiría posibilidad de supervivencia. A pesar de todo, ninguno se planteó la posibilidad de disparar contra esta gente indefensa e inocente, ni siquiera cuando los cautivos empezaron a subir las escalas seguidos por los hombres de Morgan.
GUERRA DE PIRATAS
El plan dio los resultados esperados. Los atacantes lograron escalar las murallas y, posteriormente, se inició un combate cuerpo a cuerpo que se prolongó durante varias horas (hasta la muerte del gobernador). Los españoles, que luchaban sin ningún tipo de esperanza, vendieron cara su derrota, ya que se llevaron por delante a unos 70 piratas. Una vez tomado el
LA RESISTENCIA ESPAÑOLA FUE MUY MERITORIA, PORQUE A PESAR DE LA EVIDENTE INFERIORIDAD NUMÉRICA DE LOS SOLDADOS HISPANOS, ESTOS RECHAZARON UNA Y OTRA VEZ LAS EMBESTIDAS INGLESAS.
castillo se inició el pillaje, acompañado, cómo no, de todo tipo de desmanes: torturas, asesinatos y violaciones. Volvemos a dar la palabra a Exquemelin: "Comenzaron a comer con buen apetito, y a beber como mangas; a que se siguió la insolencia y sucios abrazos con muchas honestísimas mujeres y doncellas, que, amenazadas con el cuchillo, entregaron sus cuerpos a la violencia de tan desalmados hombres".
UN NUEVO OBJETIVO
Cuando fue consciente de la próxima llegada de una guarnición española procedente de Cartagena, el pirata galés inició la retirada y marchó hacia Cuba, donde realizó el reparto de un botín que ascendió a 250.000 pesos. No nos cuesta ningún esfuerzo imaginar el magnífico recibimiento que tuvieron los piratas en Jamaica, sobre todo si tenemos en cuenta la enorme cantidad de dinero que los recién llegados iban a gastar en las tabernas y prostíbulos locales. Al soberbio Morgan, el éxito en Portobelo se le subió a la cabeza, por lo que no tardó en ponerse en movimiento, pero no sin antes convocar a los capitanes filibusteros en la isla de Vaca, muy cerca de la actual Haití. Se cuenta que el engreído pirata apareció en la siniestra reunión engalanado con trajes de fina seda y suntuosas joyas, con un asistente personal encargado de transmitir sus órdenes y sujetar su apreciado catalejo. Los capitanes filibusteros quedaron impresionados ante la figura altiva
DESDE LA DESOLADA GIBRALTAR, MORGAN MARCHÓ HASTA MARACAIBO, DONDE SUPO QUE TRES NAVES DE GUERRA ESPAÑOLAS ANDABAN CERCA ESPERANDO CAER SOBRE SU TEMIBLE ADVERSARIO.
del galés, sobre todo cuando observaron el nuevo barco de su ahora poderosa flota: la fragata Oxford, con 36 cañones, de la Royal Navy. Para impresionar aún más al resto de los cabecillas filibusteros, organizó una recepción a bordo de su magnífico barco. Según Víctor San Juan, "tras la inicial perplejidad, el festejo derivaría en el campechano compañerismo y, corriendo las libaciones alcohólicas de proa a popa con generosidad, terminó en el más absoluto desmadre".
La flota, ahora compuesta por 15 naves y unos mil hombres, navegó con rumbo a Maracaibo, llegando en marzo de 1669. Los marabinos, que aún tenían bien fresco el recuerdo del monstruoso Olonés, huyeron despavoridos con todos sus objetos de valor y buscaron refugio en los alrededores. De este modo, cuando Morgan entró en Maracaibo, lo hizo en una ciudad prácticamente vacía, con solo un puñado de hombres y mujeres que, por desgracia, no habían tenido tiempo de escapar. Según Exquemelin, sometió a tortura a todos ellos para que confesaran donde estaban las riquezas: "Entre las crueldades que usaron entonces fue una el darlos tratos de cuerda, y al mismo tiempo muchos golpes con palos y otros instrumentos; a otros quemaban con cuerdas caladas encendidas entre los dedos; a otros agarrotaban con cuerdas alrededor de la cabeza, hasta que los hacían reventar los ojos". Tras esta demostración de maldad, el psicópata Morgan, continuó hasta Gibraltar, otra ciudad vacía cuyas gentes se habían ocultado en la selva.
RUMBO A GIBRALTAR
Cuando todo parecía indicar que en esta ocasión la expedición iba a terminar en un absoluto fracaso, Morgan tuvo la fortuna de encontrar a unos 250 vecinos que habían cometido la imprudencia de esconderse, pero no demasiado lejos, del depravado filibustero al servicio del reino de Inglaterra. De nuevo, se recurrió a las más salvajes y sádicas torturas para tratar de averiguar el escondite de los tesoros. En esta ocasión, la peor parte se la llevó un tabernero portugués de unos 60 años, al que aplicaron la tortura de cuerdas hasta romperle los brazos por detrás. Entre insoportables quejidos, este hombre, que suplicaba por una muerte rápida, fue colgado de los cuatro dedos gordos, de manos y pies, a cuatro estacas, con cuerdas de las que tiraban con palos fuertes hasta que el cuerpo del portugués reventaba de inmensos dolores. Para hacer más evidente, si cabe, su naturaleza diabólica, los piratas decidieron prolongar su diversión poniendo una piedra de 90 kilos sobre su vientre, haciéndole casi imposible respirar, mientras que otros le ponían hojas de palma sobre su rostro y le prendían fuego, quemándole el pelo y desfigurándole el rostro. Cuando al fin, los piratas comprendieron que el tabernero no podía dar una información que no conocía, lo desataron y lo llevaron a una iglesia, dejándole atado a una pilastra sin comida y sin agua.
Las crueldades de Morgan continuaron durante un tiempo, a algunos hombres los colgaron por los testículos hasta que sus cuerpos caían por traumática castración y si con esto no morían, o bien los remataban a lanzazos o bien los dejaban agonizar durante cuatro o cinco días. A otros los crucificaban o les metían los pies en el fuego y los dejaban en esta posición hasta que se asaban. Lo único que lograron averiguar después de todos estos tormentos, fue la ubicación del gobernador y de un parte de los pobladores que se habían hecho fuertes en una posición defensiva por lo que Morgan, en cuyos planes no entraba la posibilidad de luchar contra un contingente armado, pidió un tributo de quema a los gibraltareños por un total de 50.000 reales, que pagaron sin rechistar para perder de vista al endemoniado pirata.
Desde la desolada Gibraltar, marchó hasta Maracaibo, donde supo que tres naves de guerra españolas andaban cerca esperando el momento oportuno para caer sobre su temible adversario. Morgan reunión a los suyos y les explicó la situación en la que se encontraban por lo que, sin mayores discusiones, decidieron emprender la retirada hacia Jamaica, cuyo puerto divisaron el 14 de mayo de 1669. Cuando desembarcó, Modyford le hizo saber que durante un tiempo no podría volver a hacerse a la mar, debido a las quejas del gobierno inglés que, con la boca pequeña, le había advertido sobre los inconvenientes
de piratear contra los “amigos” españoles. Por este motivo, Morgan compró unas tierras y vivió los siguientes meses como un poderoso hacendado. El reposo duró menos de uno año, porque pasado este tiempo Modyford, que ya echaba de menos la presencia de sus sucios piratas cargados con monedas de plata para gastar en los negocios de Port Royal, volvió a extender el rumor de la inminente conquista de Jamaica por parte de los españoles.
CONSEJO PIRATA
Morgan volvió a convocar a todos los filibusteros que deseasen ponerse a su servicio, pero antes de partir hacia Port Couillon, muy cerca de la isla de Vaca, llegó de Londres la orden de paralizar todo tipo de actividad corsaria contra los españoles (sabían, perfectamente, que el gobernador jamaicano no iba a seguir las instrucciones). Modyford, muy digno, aconsejó a su subordinado, de forma teatral y ante varios testigos, que no desembarcase en ninguna plaza española (sabía que ese era su objetivo) y a continuación le dejó partir para volver a hacer de las suyas. El Consejo pirata se celebró, por fin, el 24 de octubre de 1670; después de fijar las compensaciones por mutilaciones y el reparto del botín, Morgan propuso tres posibilidades: atacar Cartagena, Veracruz o Panamá, decantándose por esta última por ser el puerto de llegada de la plata del Perú. En esta ocasión, el líder pirata contaba con una fuerza extraordinaria; según Walter Piatt en The Attack on Panama city by Henry Morgan, la flota estaba compuesta por 37 barcos y unos 2.000 filibusteros, la mayor parte ingleses y franceses. Desde el principio, dejó bien claro ante sus hombres, la necesidad de arremeter "contra los enemigos de su señor, el rey de Inglaterra". Antes de dirigirse a Panamá, atacó Santa Catalina con el objetivo de capturar a algún individuo que les pudiese guiar por el istmo.
La toma de esta pequeña localidad se realizó sin ningún tipo de problemas en diciembre de 1670; al menos por ahora, la suerte parecía haberse puesto del lado del pirata, ya que en Santa Catalina liberó a varios presidarios de Panamá, conocedores de la región, que, por supuesto, aceptaron encantados el ofrecimiento de unirse al ejército filibustero a cambio de una parte del botín. Para cubrirse las espaldas antes de caer sobre Panamá, el líder pirata ordenó atacar Portobelo el 6 de enero de 1671 con tres barcos y 600 hombres mandados por el capitán Bradley, pero los españoles resistieron en el castillo de Chagres, provocando la muerte de 400 filibusteros. La gesta no le salió gratis a los españoles porque la defensa de la plaza provocó la muerte de 284 hombres, por lo que cuando Morgan se presentó con el resto de la flota, furioso por el fracaso de Bradley, nada pudieron hacer para frenar al monstruo. A pesar de todo, la guarnición de Maracaibo no se lo puso nada fácil a los asaltantes, ya que decidieron luchar hasta el final, llevándose por delante otros cinco barcos de la flota de Morgan.
Portobelo había sido un hueso difícil de roer, por lo que, para evitar problemas, el líder filibustero dejó unos 500 hombres y con el resto, unos 1.200, marchó hacia Panamá, llegando el 28 de enero de 1671. En los días, previos, el gobernador Guzmán tuvo el acierto de evacuar a los más indefensos, mujeres y niños, para que no cayesen en las inclementes manos del
LA TOMA DE PANAMÁ MARCÓ EL MOMENTO DE MÁXIMO APOGEO DEL FILIBUSTERISMO, AUNQUE TAMBIÉN EL INCIO DE SU DECLIVE, YA QUE ACTIVIDAD CRIMINAL PRÁCTICAMENTE DESAPARECIÓ.
asesino Morgan. Afortunadamente, el navío Trinidad, que se encontraba por los alrededores, llegó a tiempo para llevarlos hasta un lugar seguro, el Perú, junto al tesoro de la ciudad. El gobernador, en cambio, permaneció junto a los hombres para organizar una defensa muy elemental de la plaza, teniendo en cuenta el escaso número de soldados disponibles y la escasez de medios (estaban armados con armas blancas y solo contaban con un puñado de arcabuces de corto alcance). La resistencia se prolongó durante unas horas, por lo que el gobernador, consciente de la derrota, ordenó evacuar a la población civil y retirarse a Penonomé.
De nuevo, Morgan entró en una localidad prácticamente desierta, pero en esta ocasión tenía ante sí una gran ciudad con palacio e iglesia episcopal, varios conventos, 200 casas de piedras y unas 5.000 de materiales perecederos. Morgan permaneció todo un mes en la opulenta ciudad de Panamá, atormentando a los pocos que habían cometido el error de no poner los pies en polvorosa. Las pocas mujeres que, en el último momento, habían decidido quedarse en su hogar y no escapar al Perú, fueron violadas y brutalmente maltratadas. Una de ellas, la esposa de un comerciante cautivó con su belleza a Morgan, pero al no acceder a sus deseos la hizo desnudar de sus mejores vestidos y la encerró en una hedionda bodega. Cuando la joven se encontraba en el límite de la supervivencia, el pirata volvió a visitarla para tratar de conseguir su amor, pero la española, una belleza de piel blanca, cabello largo y negro azabache, amenazó con suicidarse con un puñal si su captor le ponía una mano encima.
DE PANAMÁ A JAMAICA
No sabemos lo que le deparó el futuro a la española, ya que las crónicas panameñas no vuelven a hablar de ella. En cuanto al pirata, el mal de amores le duró mucho tiempo por lo que trató de encontrar consuelo a su pena haciendo lo que a él más le gustaba. Durante su estancia en Panamá envió algunas embarcaciones por el Pacífico con el objetivo de asaltar cualquier embarcación que se cruzase en su camino. Antes de abandonar la ciudad y poner rumbo a Jamaica, ordenó incendiar Panamá algo que, a la larga, terminó siendo muy positivo, ya que se buscó un lugar mucho más propicio y saludable para reconstruirla. El 24 de febrero de 1671, terminó la pesadilla; el ejército filibustero abandonó la localidad en ruinas, aún humeante, llevando consigo 175 mulas cargadas hasta los topes con monedas de oro, plata y todo tipo de joyas. La toma de Panamá marcó el momento de máximo apogeo del filibusterismo, aunque también el inicio de un largo periodo de declive que terminó con la práctica desaparición de esta actividad criminal. Dos días después, llegaron a Chagres, donde se llevó a cabo el desigual reparto del botín. A pesar del enorme tesoro conseguido, Morgan ofreció 200 míseros reales a cada uno de sus hombres, quedándose él la mayor parte de las riquezas. Nos podemos imaginar el monumental enfado de sus hombres que, inmediatamente, se plantearon la posibilidad de amotinarse contra su tirano y traicionero líder. Ante esta situación, el galés hizo embarcar su tesoro y a todos sus incondicionales en tres barcos, no sin antes prender fuego al resto de las embarcaciones, quedando los filibusteros franceses en una situación desesperada, pero, eso sí, con la obsesión de cobrarse justa venganza.
EL FALSO JUICIO DEL "HÉROE INGLÉS"
A los ingleses poco le importó la crueldad y las más despiadadas atrocidades llevadas a cabo por su nuevo héroe, Morgan, que fue recibido con honores a su llegada a Jamaica. El gobierno inglés, ahora con distintos frentes abiertos en su política exterior, intentó, por todos los medios guardar las apariencias con los españoles, por lo que destituyó a Modyford y le envió a Londres para ser juzgado e, inmediatamente, puesto en libertad. Poco después le llegó el turno a Morgan; el 6 de abril del 1672 el nuevo gobernador, Lynch, embarcó al pirata en la fragata Welcome, pero no cargado de cadenas, sino rodeado de todo tipo de comodidades e incluso comiendo en la misma mesa del capitán. Cuando llegó a Londres, el monstruo fue recibido, cómo no, como un auténtico héroe y alojado en un pequeño palacete mientras duró el simulacro de juicio organizado para calmar los ánimos de los españoles.
No se equivoca el lector al imaginar que Morgan fue declarado inocente de todos los cargos, pero lo más deshonroso para los ingleses fue la imagen de su rey, Carlos II, nombrando Caballero a un psicópata al que no le tembló el pulso a la hora de aplicar las más terribles torturas a todo aquel que caía en sus manos, a un hombre que se había deleitado observando a sus hombres violar a las mujeres que capturaba, niñas incluidas, y que había regado con sangre inocente los campos y ciudades españolas en América. No contento con ello, el monarca británico decidió premiarle con el cargo de teniente de gobernador en Jamaica, y todo ello en un momento en el que, a los ingleses, interesados en aumentar su presencia colonial en el Nuevo Mundo, les empezaba a molestar la presencia de los filibusteros en un espacio en el que cada vez tenían mayor influencia. La elección del rey no pudo ser más acertada, porque el antiguo pirata no dudó en traicionar a sus antiguos camaradas (muchos acabaron sus días en la horca) al ejercer de forma tiránica su mandato hasta la fecha de su muerte en 1688.