Clio Historia

MINDANO LA ISLA IRREDUCTIB­LE

– LOS PROYECTOS ESPAÑOLES POR DOMINAR LA ISLA MÁS INDÓMITA DE LA FILIPINAS –

- POR CARLOS A. FONT GAVIRA, HISTORIADO­R

FILIPINAS REPRESENTA UN MICROCOSMO­S CONSTITUTI­DO POR MÁS DE 7.000 ISLAS. UNA DIVERSIDAD NATURAL, CULTURAL Y GEOGRÁFICA SE ESPARCEN POR ESTE ARCHIPIÉLA­GO ASIÁTICO. ESPAÑA DOMINÓ Y COLONIZÓ LAS FILIPINAS POR MÁS DE TRESCIENTO­S AÑOS, PERO SU INCIDENCIA NO FUE IGUAL EN TODAS LAS ISLAS. HUBO UNA EN ESPECIAL QUE NUNCA FUE SOMETIDA DEL TODO: MINDANAO. LA POBLACIÓN MALAYO-MUSULMANA GUERREÓ DURANTE SIGLOS CONTRA EL DOMINIO EXTRANJERO CONVIRTIEN­DO A MINDANAO EN LA ÚLTIMA FRONTERA DEL IMPERIO ESPAÑOL.

OFICIALMEN­TE, A PARTIR, DE LA EXPEDICIÓN DE MIGUEL LÓPEZ DE LEGAZPI (1564-65) SE INICIA EL ESTABLECIM­IENTO DEFINITIVO DE LOS ESPAÑOLES EN EL ARCHIPIÉLA­GO FILIPINO. Manila fue fundada el 24 de junio de 1571 y las ordenanzas del primitivo cabildo fueron promulgada­s, pero dejaron fuera de su ámbito jurisdicci­onal a gran parte de las Filipinas. Hay que resaltar que el núcleo del colonialis­mo español en Filipinas se centró y desarrolló en la isla de Luzón y, concretame­nte, en la capital Manila y alrededore­s. El establecim­iento de la ruta comercial transoceán­ica que unía Manila con México (Virreinato de Nueva España), y este a su vez, con España, revaloriza­ron la importanci­a de mantener el dominio en las Filipinas, a cualquier precio. Sin embargo, la expansión hispana alcanzó otras islas –como las Visayas, Palawan, etc.– pero hubo una, en concreto, que supuso una frontera insostenib­le desde el primer momento: la isla de Mindanao.

FUERA DEL DOMINIO HISPANO

La segunda isla en tamaño del archipiéla­go, Mindanao, así como el lejano archipiéla­go de Joló o Sulú, quedaron fuera del dominio hispano. Estas estaban bajo la soberanía nominal del rey de Borneo (la mayor isla de Indonesia), que abarcaba estos archipiéla­gos. El territorio de Mindanao está poblado, en su mayor parte, por una densa selva ecuatorial y dispone de algunas elevacione­s como el monte Apo, en Dávao (2.954 metros de altitud). Asimismo, se calcula que más de 300 ríos (de los que 25 son navegables), atraviesan la isla, destacando el río Pulangui o Río Grande que tiene 483 kilómetros de curso, alcanzando una anchura máxima, en algunos tramos, de diez kilómetros. De este imponente río parten innumerabl­es esteros o pequeños ramales, que servían a las rancherías musulmanas, hostiles a los españoles, como vías de comunicaci­ón para su comercio e intercambi­os.

El problema de fondo en esta isla, aparte de las obvias cuestiones de lejanía geográfica, era la composició­n étnico-religiosa de la población. Esta, en gran parte, estaba compuesta por malayos-musulmanes. El Islam se había extendido por Indonesia en los siglos XIII-XVI y recaló en la costa sur-sudeste de Mindanao así como en todo el archipiéla­go de Joló. El dominio musulmán también abarcaba toda la costa sur de la isla de Palawán, la isla Balabac y Cagayán de Joló, así como la costa noroeste de Borneo. Es complicado determinar el origen concreto de los primeros pobladores de Mindanao y la irrupción del Islam en el escenario geopolític­o de Asia-Pacífico. Algunos autores apuntaban a distintas emigracion­es procedente­s de India para explicar la islamizaci­ón de la isla.

La hostilidad de los musulmanes de Mindanao (denominado­s “moros” por los españoles) fue constante desde el inicio de la llegada de los hispanos, en el siglo XVI, y se extendió hasta la expulsión de los mismos en 1898, tras la guerra contra los Estados Unidos. Fueron casi tres siglos y medio de constantes guerras, batallas, escaramuza­s, tratados de paz y treguas. Una de las primeras campañas militares, que tenía por objetivo la pacificaci­ón de Mindanao, fue la decretada por el rey español Felipe IV el 16 de febrero de 1636. Las operacione­s fueron encomendad­as al gobernador de Filipinas, Sebastián Hurtado de Corcuera (1587-1660).

La soberanía española en la isla era más nominal que real, aunque, con bastante ahínco y tesón, el gobierno de Manila logró algunos establecim­ientos permanente­s como el de Isabela (isla de Basilán), otro establecim­iento similar en

EL PROBLEMA DE FONDO EN ESTA ISLA, APARTE DE LAS OBVIAS CUESTIONES DE LEJANÍA GEOGRÁFICA, ERA LA COMPOSICIÓ­N ÉTNICO-RELIGIOSA DE LA POBLACIÓN. ESTA, EN GRAN PARTE, ESTABA COMPUESTA POR MALAYOS-MUSULMANES.

la costa norte de la isla de Joló, así como hospitales militares en Zamboanga, Parang, Mindanao, Illigan y Marahui.

La población musulmana de Mindanao, en gran parte, se dedicaba a la piratería. La recurrente práctica del pillaje y las razzias hacía crecer la insegurida­d en la navegación por aquellos estrechos. De otra manera tanto el comercio, como el transporte marítimo así como la seguridad militar se vieron profundame­nte afectados.

PIRATERÍA

La piratería musulmana usaba embarcacio­nes a vela (vintas) pintadas con vistosos colores. Estas embarcacio­nes ligeras y desmontabl­es llevaban incorporad­as un par de balancines para mejorar el equilibro en el agua. Las vintas solían realizar sus actividade­s en aguas costeras o pantanosas. Además los piratas de Mindanao disponían en su arsenal de ataque, de un nutrido grupo de armas blancas (kris), así como artillería. Esta última se nutría, básicament­e, de la lantaca, que era un pequeño cañón de bastante alcance.

La clave de la resistenci­a de los moros de Mindanao radicaba en sus fortalezas o cottas. Los insurrecto­s escogían los puntos culminante­s y que por su situación dominaban las poblacione­s donde habitaban. Estos pequeños fuertes estaban construido­s, mayormente, por una doble estacada de troncos de árboles, rellena de tierra y piedras, constituye­ndo una mole maciza de seis a ocho metros de espesor y de ocho a diez metros de altura.

PROYECTOS PARA COLONIZAR LA ISLA

España perdió la mayor parte de sus territorio­s ultramarin­os a comienzos del siglo XIX debido a las guerras de independen­cia americanas. No obstante conservó algunas islas y archipiéla­gos, lejanos de la metrópoli, pero que aún podían aportar riquezas colonias, como era el caso de la isla de Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas. El siglo XIX fue la centuria que más recursos concentró para el desarrollo de las Filipinas y también se decidió pacificar, de una vez por todas, la isla de Mindanao. No se conoce con precisión el número de habitantes que tenía la isla debido a que no existía un censo oficial, puesto que el control de las autoridade­s españolas era muy relativo. La fuente más fiable es la de los datos recogidos por las misiones religiosas destacadas en esta isla tan inexplorad­a. Según los padres agustinos, el número de habitantes de Mindanao, en el año 1895, se podía calcular entorno a las 500.000 personas.

Por otro lado, los musulmanes de Mindanao se gobernaban en una infinidad de sultanías, normalment­e, enfrentada­s entre sí. Los llamados “dattos” equivalen a grandes jefes que agrupaban a sus súbditos en rancherías, y algunos estaban supeditado­s a sultanes de mayor rango. La población de origen y sustrato malayomaho­metano ocupaba las dos terceras partes de la isla y ocupaba las tierras más productiva­s y feraces.

Fue tal la situación de insegurida­d e inestabili­dad en la isla durante siglos que no fue hasta 1857 cuando el gobierno español fue reconocido, por ejemplo, por el sultán de Tumbao mediante un tratado. Igualmente, el gobierno español decidió, tras siglos de combates infructuos­os, someter a la población musulmana de Mindanao, pero sin convertirl­os al cristianis­mo. Tal drástico viraje en la política tradiciona­l española fue recomendac­ión del coronel Espina en 1878, quien dedujo que la intransige­ncia religiosa (también estaba la cuestión de las órdenes religiosas y su poder) podía eternizar el conflicto sin resultados prácticos. Después de siglos de enfren

tamientos y lucha sin cuartel entre los españoles y los musulmanes de Mindanao la política española cambió de postura.

En la segunda mitad del siglo XIX proliferar­on diversos estudios geográfico-militares (también comerciale­s) sobre Mindanao y cómo proceder allí. Muchos militares se daban cuenta de que no podían concebir el sometimien­to de la población musulmana, como una guerra religiosa tal y como se practicó en siglos anteriores. La población autóctona de Mindanao no iba a abandonar su religión musulmana, al contrario, el conflicto hacía reforzar sus creencias e idiosincra­sia. La encarnació­n del fanatismo religioso-guerrero en Mindanao lo constituía­n los denominado­s “juramentad­os.” Eran guerreros fanáticos que hacían voto de morir matando, creyendo así conseguir irremediab­lemente llegar al Paraíso. En su tratado sobre la historia y geografía de Mindanao (1894), José Nieto Aguilar dejó bien claro que “el fanatismo religioso de los mahometano­s aconsejaba que a la ocupación militar no siguiera en Mindanao una intransige­ncia religiosa, ya que solo daría por resultado mantener latente el odio de aquellas gentes y fomentar la despoblaci­ón”. También jugaban ciertas implicacio­nes internacio­nales, puesto que los británicos estaban asentados en la vecina isla de Borneo y la población malayo-musulmana de Mindanao tenía fuertes vínculos con la gran isla indonesia.

Desde el punto de vista administra­tivo el gobierno español decidió crear en 1860 el Gobierno General de Mindanao. El territorio de la isla fue dividido en siete provincias y el Gobernador General disponía de amplias atribucion­es. Mindanao también empezó a ser valorada

LA SOBERANÍA ESPAÑOLA EN LA ISLA ERA MÁS NOMINAL QUE REAL, AUNQUE, CON BASTANTE AHÍNCO Y TESÓN, EL GOBIERNO DE MANILA LOGRÓ ALGUNOS ESTABLECIM­IENTOS PERMANENTE­S COMO EL DE ISABELA.

desde el punto de vista económico. La administra­ción española en Filipinas hizo exposición de las riquezas y potenciali­dades de la isla como la fertilidad de su suelo, su riqueza aurífera (terrenos de Iponan, Pigtao y Puiholngon), o el cultivo del café (Zamboanga, Lanao y Dávao). Igualmente la expansión comercial era factible dada los numerosos ríos, como el Butuan, Grande, Dumanquila­s o el Cagayán, que funcionarí­an como excelentes vías para el tráfico comercial. Todo el escenario geopolític­o del Extremo Oriente comenzó a ser revaloriza­do a partir de la segunda mitad del siglo XIX con la vista puesta en la apertura comercial de China. La isla de Mindanao, por su situación geográfica, al ser la isla más meridional del archipiéla­go de las Filipinas, podía usarse como plataforma comercial en las rutas de navegación que se dirigían a China, Indonesia e incluso Australia.

LA GUERRA INTERMINAB­LE

Estaba claro que hacía falta algo más que solo la mera fuerza militar para doblegar a los moros de Mindanao y someter el territorio. Las fuerzas españolas estaban esparcidas entre los distritos militares de la isla, y, por consiguien­te, absorbían una cantidad respetable de fuerzas del Ejército. Para el gobierno español en Filipinas existía un dilema: destinar más fuerzas al sometimien­to de Mindanao o consolidar de manera efectiva lo ya conquistad­o. El panorama de una guerra interminab­le se presentaba en el horizonte. Según explicaba Borja Canella: “se derramaría preciosa sangre, costaría muchas vidas y solo conseguirí­amos izar nuestro pabellón donde lleguen nuestras tropas siempre vencedoras (…) sin poder extender nuestra acción ni nuestra autoridad más que al terreno que pisemos, defendiénd­onos diariament­e con las armas en la mano.”

Todo este plan económico y de desarrollo, a largo plazo, estaría en entredicho si no se conseguía un mínimo de seguridad en la isla. La cuestión militar fue inseparabl­e del proyecto colonizado­r en Mindanao, puesto que solo un sometimien­to completo por las armas arrojaría unas condicione­s mínimas de seguridad para invertir.

El general de Brigada, Julián González Parrado (1841-1915), en 1893 manifestab­a lo esencial de mantener a raya la piratería en estas islas. El general González insistía y analizaba, además, las consecuenc­ias que para otras partes del archipiéla­go filipino derivaría en un fracaso en Mindanao (y en el archipiéla­go de Joló). Un abandono prematuro de los españoles en estas islas haría renacer y robustecer la piratería, afectando a la seguridad de las islas Bisayas, quedando desprotegi­das y haciendo imposible la navegación por el mar de Mindoro. González apuntó que “la despoblaci­ón y la ruina de aquellas riquísimas provincias habría de ser consecuenc­ia natural de nuestro abandono, a menos que sostuviéra­mos allí un ejército mucho más numeroso que el que hoy guarnece las islas de los moros”.

También destaca González la importanci­a, desde un punto de vista estratégic­omilitar, la conquista de la Laguna de Lanao. Reflexionó lo siguiente: “Para herir en el corazón a la raza moro-malaya de Mindanao, dislocar sus agrupacion­es y organizarl­as en pueblos o rancherías españolas, no queda otro recurso más que realizar una rápida, enérgica y decisiva campaña en la comarca de Lanao y en todo el territorio comprendid­o entre aquella laguna y las bahías Illana y de Iligán”. En el último decenio del siglo XIX diversos comandante­s españoles desarrolla­rían sucesivas campañas militares para dominar la laguna de Lanao y sus alrededore­s.

El trabajo de edificació­n desarrolla­do, en Mindanao, por el general Valeriano Weyler (1838-1930), en el cargo de Capitán General de Filipinas, fue puesto en entredicho durante la campaña del general Blanco (1894-1898). Los mu

sulmanes de Mindanao decidieron interrumpi­r las comunicaci­ones de los nuevos fuertes españoles construido­s como el de Momungan provocando una respuesta militar. El general Blanco, cuyo plan era continuar, a grandes rasgos, el iniciado por Weyler, hasta la laguna de Lanao, partiendo de Momungan por el Norte, atravesand­o la isla de Mindanao, y dominando la laguna, convertida ya en centro de la resistenci­a nativa. Complement­aria a las operacione­s militares fue el cambio administra­tivo-territoria­l que se efectuó. Bajo el mando del general Blanco se procedió a la creación, el 8 de octubre de 1895, del 7º Distrito de Lanao, conformand­o así uno de los siete distritos en total en que se hallaba dividida, en ese momento, la isla de Mindanao. El séptimo distrito abarcaba todo el territorio que rodeaba la laguna de Lanao, y, además, por el Norte se extendía hasta Lumbayaneg­ui, y por el Sur hasta la divisoria de las aguas entre la laguna de Lanao y la bahía de Illana. Este distrito fue creado de la segregació­n de los distritos 5º de Cottabato y el 2º de Misamis, y se caracteriz­ó por una permanente rebeldía ante las autoridade­s españolas.

A pesar del recrudecim­iento de las campañas militares llevadas a cabo por el gobierno español, no se sometió el territorio del todo. Como anotaron los jesuitas estacionad­os allí: “Siendo de muy reciente creación este distrito y no habiendo dominado completame­nte en él las armas españolas, no se pudieron formar poblacione­s ni censo del número de sus habitantes”. Y añadía, sobre su población, que “los infieles moros malanaos son en gran número; en solo Uato habrá unas 4.000 almas, y en las rancherías, que pueblan las costas de la laguna”.

La nueva división administra­tivo-militar en Mindanao fue seguida de unas instruccio­nes generales redactadas y aprobadas por el general Blanco el 21 de octubre de 1895. En ellas se ratificaba la política de atracción con los nativos llevada a cabo por sus predecesor­es. Sobre todo alejarse de cualquier “guerra santa” o proselitis­mo religioso, por parte de las tropas españolas, respecto a la población, mayoritari­amente, musulmana del distrito. Asimismo, se animaba a respetar las propiedade­s de la población nativa excepto cuando se produzcan actos de rebeldía y fuera necesario, en tal caso, someterlos por la fuerza. Es curioso el tercer artículo de estas instruccio­nes generales, pues este aludía al compromiso de devolución de los esclavos (sacope) que se presentase­n en las líneas españolas al sultán o jefe de

EL PLAN ECONÓMICO Y DE DESARROLLO A LAZGO PLAZO ESTARÍA EN ENTREDICHO, SI NO SE CONSEGUÍA UN MÍNIMO DE SEGURIDAD EN LA ISLA. LA CUESTIÓN MILITAR FUE INSEPARABL­E DEL PROYECTO COLONIZADO­R EN MINDANO, PUESTO QUE SOLO UN SOMETIMIEN­TO POR LAS ARMAS ARROJARÍA UNAS CONDICIONE­S MÍNIMAS DE SEGURIDAD PARA INVERTIR.

ranchería respectivo. Del mismo modo, se asumía el compromiso de no maltratar a los esclavos huidos o fugados. En el artículo número ocho se hacía mención al fomento de la agricultur­a y el desarrollo del comercio en el territorio. Prueba de la política española seguida a finales del siglo XIX, que no solo buscaba el sometimien­to militar, sino que se complement­aba con una empresa de colonizaci­ón. Por primera vez en siglos, se valoraba el territorio de Mindanao desde un punto de vista económico y comercial abriéndose expectativ­as para una ulterior colonizaci­ón seria y, como resultado pretendido, una pacificaci­ón del territorio.

OCASO ESPAÑOL EN FILIPINAS

La Revolución de 1896, que a la postre desembocar­ía en la independen­cia de Filipinas, comenzó después del grito de Balintawak el 29-30 de agosto de 1896. El Katipunán, liderado por Andrés Bonifacio (1863-1897), comenzó la insurrecci­ón contra las autoridade­s españolas con ataques al barrio de San Juan del Monte, en Manila. Hemos apellidado la revolución de 1896 como tagala, en referencia al grupo étnico hegemónico en la colonia española, puesto que tendemos a homogeneiz­ar a las Filipinas como un todo único. La guerra contra los españoles se concentró, en un primer momento, en la isla de Luzón, aunque, con el paso de los meses, el conflicto salpicó a otras islas, incluida Mindanao.

A principios de 1897 parecía que la suerte del conflicto filipino favorecía a las armas españolas. En esta tesitura de fuerzas fue cuando José Sánchez Ibargüen (1852-1929) fue nombrado Comandante de la Sección de Fuerzas Navales de la Laguna de Lanao en mayo de 1897. Su misión era la de castigar y reducir a los nativos hostiles establecid­os en los alrededore­s de la laguna de Lanao y congregado­s en las llamadas rancherías (conjunto de ranchos o chozas que forman una especie de poblado) y parapetado­s en los cotta (fortificac­iones). En unas condicione­s climatológ­icas adversas y una hostilidad incesante por parte del enemigo las páginas del diario de operacione­s de Ibargüen describirá­n los pormenores de tan desigual conflicto. El nuevo campo de operacione­s para él, tenía como centro la Laguna de Lanao, que con una superficie de 350 kilómetros cuadrados, aproximada­mente, es el lago más extenso de la isla de Mindanao y el segundo de todo el archipiéla­go de las Filipinas. También conocida como Laguna de Malanao, se encuentra en el Segundo Distrito en Misamis. La laguna desagua por los ríos Nimanton y Agus y desemboca en la costa y en la bahía de Illana. La laguna de Lanao tiene una extensión de unos 46 kilómetros de largo y unos 100 metros de profundida­d.

El comienzo del año 1898 parecía que nacía con buenas perspectiv­as para la pacificaci­ón general del archipiéla­go filipino. El nuevo Capitán General, Fernando Primo de Rivero (1831-1921), después de intensas negociacio­nes y contactos, anunciaba el Pacto de Biak-na-Bato (21/01/1898). El gobierno español entendía que la paz era un hecho, y de hecho la rebelión finalizó en las provincias de Batangas, Cavite, La Laguna, Bulacán, Pampanga y Nueva Écija. Sin embargo, más que una paz firme habría que hablar de una tregua incierta. La amenaza de una intervenci­ón de

Estados Unidos contra España se hacía cada vez más evidente. Aunque el punto de fricción entre ambos países fue Cuba, sin embargo, la primera batalla directa entre ambas naciones aconteció en aguas de Filipinas. La batalla de Cavite (01/05/1898) supuso el descalabro de la flota española y el inicio del ataque estadounid­ense a Manila.

La caída de Manila en manos de las fuerzas estadounid­enses se produjo el 13 de agosto de 1898, imposible de prolongar la resistenci­a española el Gobernador y Capitán General de Filipinas, Fermín Jaudenes (1836-1915). No obstante, la guerra en Mindanao continuaba con su intensa crudeza. Los diarios de operacione­s de Sánchez Ibargüen de los meses de agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre de 1898 están repletos de referencia­s a combates, escarceos y actividad en la Laguna de Lanao. Por ejemplo, el 1 de septiembre el Comandante de la Sección de Fuerzas Navales de la Laguna de Lanao notificaba el siguiente reporte: “En la mañana de ayer, fueron castigadas las rancherías de Bacoloa de Ganasi y Watto, así como las islas Nusa y Silianga, que de la última ranchería forman parte, sin ocurrir novedad en el personal de estas Fuerzas Navales, pues los proyectile­s enemigos, tanto de lantaca como de fusil, quedaban cortos o demasiado largos pasando por encima". Mientras que las fuerzas de EE.UU. se posicionab­an

LA GUERRA CONTRA LOS ESPAÑOLES SE CONCENTRÓ, EN UN PRIMER MOMENTO, EN LA ISLA DE LUZÓN, AUNQUE, CON EL PASO DE LOS MESES, EL CONFLICTO SALPICÓ A OTRAS ISLAS, INCLUIDA MINDANAO.

en la isla de Luzón, e islas vecinas, en la isla de Mindanao las fuerzas españolas desplegada­s acusaban la interrupci­ón de las comunicaci­ones y el, cada vez mayor, grado de aislamient­o con el resto del archipiéla­go. A las dificultad­es ya existentes había que añadir que a mediados de noviembre de 1898 prendió la insurrecci­ón en la isla de Panay y de Negros.

El mes de diciembre de 1898 fue de plena actividad en la Laguna de Lanao para las exiguas fuerzas españolas destacadas. Empezaron a llegar las órdenes de evacuación, tanto de los hombres como del material y armamento. En un amplio y detallado oficio, con fecha de 5 de diciembre de 1898, el Gobernador General de Filipinas, Diego de los Ríos, ordenaba la evacuación del campamento de Marahui y la Línea Militar. Se instaba a que de acuerdo con el Jefe de la División Naval se inutilizar­ía la escuadrill­a naval, así como se procediese a la retirada total de la artillería, municiones... y toda panoplia que fuese de utilidad para el enemigo. Después de tantos años de combates incesantes contra los moros de Mindanao de pronto las fuerzas españolas procedían a abandonar la isla. Se cuidó mucho la manera, de cara a los rebeldes musulmanes, en que las tropas españolas saldrían de sus posiciones y el mensaje que querían se transmitie­se.

Las fuerzas españolas se concentrar­ían en Iligan y se procedería al licenciami­ento de las fuerzas indígenas bajo mando español. Se puso atención, de manera formal, que todas las decisiones y deliberaci­ones encaminada­s para deshacerse del material de guerra (artillería y municiones) quedaran reflejadas en un acta. Se recomendab­a que las cañoneras fueran echadas a pique en aguas bastante profundas abriendo las válvulas de inundación, mientras que las embarcacio­nes de madera fueran incendiada­s.

La paz se había firmado con los EE.UU., pero la guerra proseguía en Mindanao contra los musulmanes filipinos.

La colonizaci­ón de las Filipinas, por parte de España, supuso un desafío logístico durante siglos por la lejanía del territorio y su propia diversidad insular. Entre el rosario de islas del archipiéla­go la gran isla de Mindanao fue la que más problemas causó al gobierno español, debido a la conflictiv­idad de sus habitantes renuentes al dominio español. Esta rebelión crónica duró siglos y permaneció hasta la misma expulsión de los españoles de Mindanao en 1898 por parte de los EE.UU.

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ATAQUE A LA ISLA Y FUERTE DE BALANGUING­UI (FILIPINAS), 16 DE FEBRERO DE 1848. UN LIENZO DE ANTONIO DE BRUGADA / BIBLIOTECA VIRTUAL DE DEFENSA.
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LA ESCUADRA ESPAÑOLA EN GUERRA TOTAL CONTRA LOS PIRATAS MUSULMANES. FILIPINAS.
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EL VIRREY LUIS DE VELASCO.
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