Guerra contra los peces
Los pescadores de hoy en día ya no son como los de antes, como tampoco lo son los agricultores y ganaderos. Todos se han convertido en trabajadores fabriles, de fábricas en las que solo cuenta el dinero y la eficiencia. Las viejas y bellas imágenes de románticas barcas de pesca o de granjas acogedoras solo sirven de nostálgico engaño para los consumidores. En realidad, desde hace mucho tiempo participamos en una guerra contra peces, gallinas, pavos y cerdos. Es la denominada cría intensiva. Pero ya no es solo una batalla contra los animales, sino que también se han desencadenado guerras muy concretas dentro de nuestro cuerpo en forma de infecciones, algunas de ellas muy intensas; son las «guerras civiles» de las enfermedades autoinmunes.
Cría de peces en condiciones atroces
Actualmente los peces se capturan muchas veces en condiciones que mejor no comentar, o se crían según métodos inconfesables. Se les alimenta con las mismas harinas animales que consiguieron que las vacas se volvieran «locas», y la denominada acuicultura los agolpa en un espacio reducido para hacerlos crecer en tiempo récord hasta llegar a un peso también plusmarquista: En las piscifactorías de salmones se considera normal una cuota de pérdidas del 10 al 30%.
El sufrimiento que hay detrás de esa situación (nada menos que la pérdida de hasta una tercera parte de los salmones a pesar del enorme empleo de antibióticos) no es algo que reflejen bien todas esas cifras. Cualquiera que observe las piscinas con los peces de criaderos siempre podrá ver unos cuantos peces muertos. De hecho, los salmones en concreto son muy independientes, y mantenerse tan cerca de una cantidad tan grande de congéneres les hace padecer un tremendo estrés que, a su vez, los vuelve más vulnerables al ataque de diversas enfermedades.
En la comida de los animales, además de los colorantes añadidos para obtener el color de carne deseado, también se mezclan los correspondientes medicamentos.
En el otro extremo de esa cadena vital, los peces salvajes son cada vez más escasos y mucho más caros, puesto que los mares y lagos de nuestro planeta se han despo
blado de forma brusca. En las capturas a mar abierto, una parte muy elevada se considera capturas accidentales y los residuos de estas víctimas colaterales sirven para fabricar las harinas de pescado que se usan de alimento en las piscifactorías. De hecho, algunos peces que no son del gusto del paladar humano se capturan para alimentar a los peces de las grandes piscifactorías, lo cual causa una disminución preocupante de alimento en mares y océanos para otras especies marinas salvajes que se alimentan de ellos.
Métodos de pesca de máxima brutalidad
Los investigadores que se preocupan por mantener una pesca sostenible, como los de la Universidad de la British Columbia, han acuñado en este contexto el término de guerra de exterminio. En efecto, las modernas flotas de pesca de altura trabajan con material bélico. Las sondas acústicas y los radares localizan los bancos de peces (como se hacía en tiempos con los submarinos enemigos), los siguen con GPS y los pescan con métodos que la convención de Ginebra no habría permitido en caso de guerra.
A pesar de la bonita presentación de los populares platos de sushi, hay que saber que uno de sus principales ingredientes, el atún, cuenta con varias especies que están en peligro de extinción. La solución sería que dejáramos de comer sushi de inmediato para no contribuir a la desaparición de la especie. Quien come atún debe soportar el cargo de conciencia de saber que, además de incitar a seguir capturando atunes, en las redes de los pescadores también quedan atrapados numerosos delfines.
Si se la considera desde el punto de vista económico, la pesca solo puede ser calificada como una insensatez: más del 90 % de los bacalaos del mar del Norte son pescados durante la época de reproducción. Y aún resultan más impresionantes las cifras de las denominadas capturas accidentales. En el caso de la pesca del camarón, el 90% de los crustáceos quedan malheridos o mueren, y muchos de ellos, incluso de especies amenazadas, son arrojados por la borda o utilizados para preparar harina de pescado.
Es tan cierto como triste que, a pesar de todo, estas cifras apenas llegan a afectarnos, no llegan a nuestro espíritu. Sin embargo, hay que saber que la pesca de gambas ha provocado el exterminio casi absoluto de los caballitos de mar. En la pesca con palangre cada año se hieren o se matan a 20.000 delfines y ballenas, que son consideradas como captura accidental, unas 60.000 tortugas marinas, un millón de peces espada y más de tres millones de tiburones.
La pesca de arrastre es aún más cruel. Los peces son arrastrados rápidamente desde las grandes profundidades hacia la superficie, por lo que el cambio de presión provoca que a muchos se les salgan los ojos de las órbitas o expulsen las vísceras por la boca. La pesca es atroz y ese horror lo trae consigo el pescado que llega a nuestro plato en cualquier forma y, a continuación, se incorpora a nuestro intestino para pasar a la sangre y las células.
Muerte atroz
También resulta terrible el simple hecho de introducir en agua hirviendo las gambas y langostas aún vivas. Se podrían oír los tonos de alta frecuencia de sus gritos
de agonía. Y, si lo hiciéramos, sonarían de forma insoportable y penetrarían en lo más profundo de nuestro corazón. Está claro que eso no ocurre en los restaurantes. Allí no hay personas delicadas y con corazón, sino gente cruel (inconscientemente) y emocionalmente insensible que come marisco. No pueden escuchar los lamentos de los animales, pero los introducen en su organismo con su martirio y su dolor. No oyen los gritos, pero al asimilarlos los hacen carne de su carne. Con los peces las cosas no son mejores, pues con los nuevos métodos de captura los animales son sistemáticamente heridos y atormentados durante un lapso de tiempo relativamente largo hasta que al final se asfixian a bordo: se mezclan con hielo y en esas glaciales bodegas permanecen frescos durante más tiempo y tardan más en morir. Esto aumenta el tormento que tragamos sin apenas percibirlo, y si lo percibimos, no sabemos de dónde procede. En el caso de los peces de criadero, de piscifactoría, prácticamente se sigue el mismo rumbo. En este caso se añade la circunstancia de que para favorecer el asentamiento de los cultivos piscícolas, se eliminan bosques de manglares, lo que hace aumentar considerablemente los efectos de un tsunami.
Problemas ambientales aparte, no es raro que del 70 al 90% de los ejemplares que consiguen sobrevivir al tormento de la cría acaben sangrando por los ojos debido a la contaminación. Luego, durante el transporte, dejan de recibir alimento durante siete o diez días para que produzcan menos excremento y no entorpezcan el proceso. La mayoría de las veces los matan rajándoles las branquias. En ocasiones aún están plenamente conscientes y mueren a causa del dolor inferido por esta tortura final. Los métodos de electrocución están prohibidos porque, según las circunstancias, pueden provocar más dolor durante más tiempo. Películas como Nuestro pan de cada día85 nos aportan documentos visuales de todo ello.
Cada vez más cantidad y cada vez más profundo
Entretanto, el número de capturas pesqueras no ha dejado de aumentar desde finales del siglo x1x. En 2002 se alcanzó el punto culminante con los cien millones de toneladas de marisco «recolectado ». Pero luego nadie «sembró» lo suficiente para llenar el hueco y el sistema estuvo a punto del colapso. Únicamente hay un 1 o/o de especies protegidas, el 16 o/o se pesca en exceso y un 52 o/o se pesca por encima de los límites. Esto justifica que los modernos barcos de pesca estén equipados con redes para capturar ejemplares a profundidades cada vez mayores. Suelen ser animales muy viejos, por lo que es muy probable que la rodaja que nos sirvan proceda de un pez Matusalén que lleve viviendo más de cien años en las contaminadas profundidades marinas y que haya almacenado en su organismo gran cantidad de sustancias tóxicas. El carácter decisivo de la codicia, la tontería y el egoísmo en la pesca comercial es evidente, no solo por el hecho de pescar antes del período de reproducción o en la fase de crecimiento de los peces, sino también por el hecho de que, por ejemplo, solo en el mar del Norte se capturan al año varios cientos de miles de toneladas de pescado como captura accidental; luego se devuelven al mar con todas las consecuencias que eso implica. La mayoría de los peces afectados queda en un estado lamentable al terminar ese proceso.