Mascotas, ¿amigos o rehenes?
Según los etólogos, científicos que estudian el comportamiento de lo seres vivos, los humanos estamos preprogramados por ser cariñosos con los cachorros. Este atavismo genético se ha hecho extensible asimismo a los llamados animales de compañía en un complejo proceso histórico social. Son ya casi 15.000 años de relaciones y no siempre a favor de estos animales. Tal vez ha llegado el momento de redefinirlas con mayor equidad.
Los animales no humanos más cercanos
La hipótesis más probable sobre el inicio de esta vinculación socio-afectiva con determinados animales se remonta a los primeros cazadores que compartían su territorio con lobos. Del respeto mutuo se avanzó hasta la domesticación, una imposición jerárquica de autoridad. El humano podía contar así con un pseudo pariente dócil y de grandes cualidades. Esa gran experiencia se aplicaría mucho más tarde sobre otros animales y aparecerían las variantes de granja o la fuerza animal aplicada en la labranza de campos, influencias decisivas para el desarrollo de la humanidad.
No obstante esas primeras y espontáneas formas de cooperación marcaron para siempre nuestra forma de relacionarnos con un grupo reducido de animales, los cánidos.
Hoy en día, cuando sus funciones defensivas y de colaboración en la’ caza se hallan afortunadamente en plena decadencia, el perro se ha transformado en un apreciado animal de compañía.
A cambio, ha modificado no pocos rasgos de su comportamiento silvestre hasta el punto de renunciar a un hábitat propio y natural y adaptarse a los distintos ecosistemas que el hombre ha ocupado y modelado. Los expertos opinan que las exigencias actuales de la vida moderna llegan en muchas ocasiones a exceder la adaptabilidad de nuestros animales de compañía.
Alma animal
Ciertamente, cuando los egipcios domesticaron los primeros gatos para proteger lo graneros, les preocupaba tan sólo la utilidad. Por su parte los musulmanes que trajeron consigo las ginetas no era precisamente compañía lo que esperaban sino más bien simple ayuda en la caza. Ese animal, por cierto, se convertiría en una joya de nuestra fauna cuando algunos descendientes protagonizaron un interesante caso de regreso a la vida llamada salvaje, tras haber cruzado el Estrecho de Gibraltar en compañía de sus propietarios.
Tampoco se trata de enredarnos en, por ejemplo, la doctrina franciscana del alma animal desarrollada en los Apeninos, en una comarca asolada en esa época por lobos. Sin embargo sí es inevitable deducir que lo que hagamos con la ecología y los anima les dependerá de nuestras ideas sobre el hombre y la naturaleza, como señalaba Luis Racionero.
En efecto, no es lo mismo una mascota que un animal de compañía. Con el primero nos remitimos al mundo de las cosas. El animal se ha convertido a lo sumo en un producto de marca, un objeto que se utiliza, según los antropólogos, en los ritos del llamado «consumo ostensible». Si la denominación es ya fuente de conflicto es fácil adivinar que los animales de compañía «viven en un mundo hostil. En España suelen entrar en las casas provenientes del círculo de amistades o familiar. El animal suele se un regalo y en las tiendas se comercializan poco el ejemplar proveniente de criadores legalizados». Ello implica no poco descontrol inicial. Sus dueños y desde ese momento responsables conocen mal sus verdaderas necesidades. «El tamaño, por ejemplo, no tiene necesariamente una relación con el ejercicio que precisan. El mastín, a pesar de su volumen, no es nervioso y no lo necesita en la proporción que otros mucho más pequeños». En su caso, pasean como mínimo cada animal una hora.
Pasos perdidos
La sociedad urbana pone trabas a la movilidad con prohibiciones de acceso en todos los transportes públicos y otros muchos espacios, lo que no ayuda a mejorar el confort vital de estos compañeros forzados. Proliferan, eso sí los reglamentos y obligaciones con mejor y peor fortuna. Los animales de compañía deben estar identificados obligatoriamente desde primeros de este año en un buen número de comunidades autónomas. Los veterinarios se encargan de realizar un tatuaje indeleble sin dolor o bien colocarles un microchip bajo la piel.
Hasta que la aplicación de una medida como ésta no alcance a todos los animales no empezarán a disminuir los abandonos y el tráfico fraudulento. La vacunación es asimismo obligatoria, pero sólo contra la rabia. Si el animal se compra en una tienda hay que exigir una factura y garantías que puedan llegar hasta un año. Los expertos consultados recomiendan además un seguro de responsabilidad civil que cubra agresiones y daños a terceros.
El escándalo demográfico
Por desgracia, no todo se reduce a buenos consejos y alguna obligación administrativa. Et problema del control de la natalidad y el abandono masivo es una evidencia para muchos. William F. MacCulloch, veterinario estadounidense, trabajó un tiempo en un refugio y allí se vio obligado a sacrificar cada día hasta cuarenta animales sanos. Las ligas protectoras que colaboran con la Generalitat de Catalunya declaraban hace algo más de veinte años (1994) haber recogido un total de 10.034 animales vagabundos… una porción mínima de una realidad escandalosa. Para ADDA (Asociación para la Defensa de los Derechos de los Animales) la buena intención conservacionista de las asociaciones tradicionales es muy meritoria pero no resuelve el problema, sino que más bien ayuda a perpetuarlo. Francesc Juste, su portavoz, afirma: «En tanto no estuviera este problema bajo control la procreación de estos animales debería estar prohibida». La estrategia de ADDA se basa en ir a la raíz del problema. Para Francesc Juste no basta con recogerlos, aunque existen refugios que cumplen una encomiable labor. «La realidad es que los refugios se saturan y se tiene que optar en el mejor de los casos por una muerte indolora». Este destino es la solución adoptada en casi todo el mundo. Según datos de la American Humane Association en EE.UU. el 61% de los perros y el 75% de los gatos ingresados en albergues son sacrificados. Juste, sin embargo, va más allá y denuncia: «hay casos peores en los que, con fines económi
cos, se comercializa con estos animales y también situaciones dramáticas en los que los animales se ceden a centros de investigación para ser usados como cobayas».
Nadie sobra
En España hay censados 5,1 millones de perros y 2,5 de gatos y en Suiza han calculado que sus animales domésticos generan 31.000 toneladas de excrementos anuales. La venta de comida para animales crece, de promedio, un 7% anual. El maltusianismo de urgencia por la gravedad y cantidad de abandonos no tienen por qué implicar un rechazo del animal de compañía. Si bien puede haber razones egoístas en la adquisición de un animal también las hay muy nobles y necesarias. El programa de adopción de la Fundación Purina que incita a la gente mayor a compartir su vida con un animal demuestra los efectos terapéuticos del contacto y cuidado de los animales. El pueblo hare del Canadá subártico establece un estrecho vínculo entre los niños y los cachorros de los perros de trineo. La equiterapia, curación con la ayuda de caballos, desarrollada por el médico francés Lang o las experiencias con pequeños animales de compañía en el proceso terapéutico realizadas en Norteamérica por el doctor Levinson son ejemplos de lo mucho que estos animales pueden hacer por nosotros. Hay otros ejemplos, como la ayuda a invidentes o la búsqueda de personas en grandes catástrofes.
Algunos ayuntamientos –la administración más afectada– están empezando a tomar conciencia del alcance que tienen las mascotas en las ciudades y en las casas, y periódicamente organizan campañas de sensibilización para que los dueños se ocupen como mínimo de los excrementos que generan. La implantación de pequeños chips identificativos bajo la epidermis de perros y gatos dificulta los frecuentes abandonos de que son objeto.
El cambio, de todas formas, está protagonizado en estos últimos años por los humanos, con nuevas actitudes con las mascotas: más sinceras, menos hipócritas y más sensibles.