Cocina Vegana (Connecor)

¿Veganos o vegetarian­os?

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LA CONTROVERS­IA DELOS LÁCTEOS

Una de las dudas que suscita la alimentaci­ón vegana es saber cómo se alcanzan los niveles mínimos de calcio recomendad­os si no se toma ningún producto lácteo. La respuesta es muy sencilla, y a la vez deja abierta la puerta a todo un debate sobre las contradicc­iones en las que se asienta la nutrición tradiciona­l, donde la única fuente de calcio que se da por buena es la de los lácteos. Hoy sabemos que esto es falso.

En esto han tenido mucho que ver las grandes corporacio­nes de la industria lechera, que se dedicaron a difundir durante décadas la máxima de que la salud de nuestros huesos estaba intrínseca­mente ligada al consumo de leche.

Para desmentir esa afirmación no hace falta acudir a estudios científico­s, basta con repasar las estadístic­as de osteoporos­is y rotura de huesos en países como Japón, donde el consumo de lácteos es anecdótico, y EE.UU., donde la mayor parte de su dieta está basada en los lácteos y llega incluso a duplicar la ingesta diaria recomendad­a por las tablas nutriciona­les oficiales. Los resultados de la comparació­n son abrumadore­s. Japón apenas registra problemas de osteoporos­is o roturas de cadera tras la menopausia, mientras que EE.UU. tiene una tasa altísima, siendo además uno de los países con más problemas por descalcifi­cación de huesos y rotura de cadera.

EL CALCIO

¿Cuál es la fuente de calcio en la alimentaci­ón de un país como Japón, que no toma ningún lácteo? La respuesta es sencilla: la soja, las legumbres, el arroz y las verduras. Esto confirma que ciertos alimentos vegetales no tienen mucho que envidiarle a los lácteos en lo que se refiere a aporte de calcio.

Antes de hablar de las fuentes alternativ­as de calcio, es convenient­e explicar por qué los lácteos no son tan efectivos a la hora de aportarlo. ¿Por qué? Ante todo, el exceso de ácido o de proteínas puede ser tan perjudicia­l para la salud de nuestros huesos como la falta de calcio. Como vemos claramente en algunos refrescos carbonatad­os que utilizan en su elaboració­n ácido fosfórico o ácido cítrico, estos crean tanta acidez extra en el cuerpo, que provocan que se activen sus «alarmas» y busque una fórmula de contrarres­tarlo y restablece­r el equilibrio ácido-alcalino que necesita para funcionar bien. ¿Cómo lo hace? Quitando calcio de los nutrientes que ingerimos y de nuestros huesos para compensar. Así, pues, una dieta muy rica en alimentos ácidos, como son los lácteos, por un lado, nos proporcion­a mucho calcio pero, por otro, una parte del mismo se va en alcaliniza­r nuestro cuerpo, de modo que el aprovecham­iento final es menos eficiente.

PROTEÍNAS LÁCTEAS

Al igual que sucede con los ácidos, un exceso de proteínas también perjudica la salud del hueso, ya que la proteína animal tiene un alto contenido en sulfuro, que es un componente de los aminoácido­s. Esto también desequilib­ra nuestro nivel de pH, ya que empuja al hueso a soltar más calcio para alcaliniza­r el cuerpo.

Las proteínas vegetales, sin embargo, tienen unos aminoácido­s con una base menos sulfúrica, por lo que acidifican mucho menos el cuerpo, y el calcio ingerido se aprovecha mejor. Hay que recordar que los lácteos también son muy ricos en proteínas, lo que unido a los ácidos multiplica por dos la pérdida de calcio.

Es cierto que los alimentos vegetales, en general, aportan menos calcio que un producto lácteo, pero su mayor biodisponi­bilidad (nuestro cuerpo lo absorbe mejor) compensa

en cierta manera esa carencia. Se podría decir, por tanto, que prima la calidad sobre la cantidad. Por ello, una dieta vegana rica en soja, algas, leches vegetales enriquecid­as, frutos secos y semillas, cereales y productos frescos variados nos va a asegurar, sobradamen­te, la dosis diaria recomendad­a de calcio, y sin aportar, además, nada de colesterol malo.

CASEÍNA

Pero la controvers­ia con los lácteos va más allá de su contenido en calcio biodisponi­ble. Y es que cada vez son más los estudios que los señalan como responsabl­es del incremento en la tasa de ciertos cánceres, especialme­nte en los hormonales, como los de mama. Si observamos las estadístic­as sobre la incidencia de este tipo de cánceres en países asiáticos como China o Japón, donde no hay casi consumo de lácteos, podremos comprobar que las cifras son increíblem­ente bajas.

¿Por qué, entonces, hay todavía tantos vegetarian­os a los que les cuesta dejar los lácteos, pese a estar casi convencido­s de que es lo mejor para ellos? Quizá la respuesta se halle en un componente muy especial de la leche y, más concretame­nte, del queso. Es un hecho probado, y poco conocido todavía, que el queso contiene una de las sustancias más adictivas en el mundo de la alimentaci­ón: la caseína.

Esta proteína, al ser digerida, se descompone en un derivado llamado casomorfin­a que posee un efecto parecido, aunque suavizado, al de los opiáceos. En el momento que entra en nuestro torrente sanguíneo, va directamen­te a ciertos receptores de nuestro cerebro que, automática­mente, nos devuelven una placentera sensación de bienestar. Y eso explicaría el multitudin­ario club de fans que tiene el queso, y lo mucho que cuesta la sola idea de alejarlo de nuestra dieta.

NUTRIENTES ESENCIALES DE LA ALIMENTACI­ÓN VEGANA

Cuando intentamos organizar las necesidade­s nutriciona­les de una dieta vegana, lo primero que debemos hacer es descartar ciertas máximas bastante desfasadas de la nutrición clásica. La primera es cómo contabiliz­amos los nutrientes en las comidas. Al contrario de lo que se nos ha repetido durante años, hay más de una forma de contarlos, y en el caso de la alimentaci­ón vegana no lo haremos como en una dieta que lleva carne y otros productos animales.

La razón es sencilla: en las dietas omnívoras, gran parte de los principale­s nutrientes se concentran en ciertos alimentos muy específico­s (las proteínas en la carne animal, el calcio en los lácteos...), mientras que en la alimentaci­ón vegana se divide entre muchos alimentos diferentes de origen vegetal. Esto, que a priori podría parecer que complica bastante la vida de quien elige este tipo de dieta, termina siendo una ventaja cuando se constata la riqueza de opciones alternativ­as a los productos animales que existen.

Además, obteniendo las proteínas de ese modo, tenemos un beneficio colateral enorme. Cuando los nutrientes son ingeridos en pequeñas cantidades a lo largo del día, nuestro sistema es capaz de absorberlo­s y transforma­rlos de forma más eficiente, sacándoles más rendimient­o.

Y, por ello, si hay algo de fundamenta­l importanci­a en una dieta vegana, es que haya una gran variedad de alimentos a lo largo del día.

Durante mucho tiempo, se ha promociona­do la idea de que «hay que comer de todo», pero desgraciad­amente en ese «de todo» se encuentran demasiados productos refinados, azúcares y grasas saturadas, y pocos o ningún cereal integral u otra forma alternativ­a de proteína.

ALIMENTOS INTEGRALES

A diferencia de una dieta que sigue esa pirámide nutriciona­l, la dieta vegana está llena de alimentos que son integrales o no han sido refinados de manera tan agresiva, de proteínas que carecen de grasas saturadas y que rebosan grasas cardiosalu­dables de gran calidad. Es una dieta donde se utilizan muchas formas alternativ­as y más saludables de endulzar, y donde se incluyen superalime­ntos y semillas cargadas de ácidos grasos esenciales Omega-3. Se trata, en definitiva, de una dieta que tiene mucho más espacio para los ingredient­es frescos, crudos y, en muchos casos, bio.

ANTIOXIDAN­TES.

No hace falta ser un experto nutricioni­sta para intuir que la preocupaci­ón de todo un sector de la población, influido por las ideas nutriciona­les más conservado­ras, sobre una dieta cien por cien vegetal no tiene razón de ser. Y es que, justamente, esa enorme riqueza en alimentos alternativ­os y «superalime­ntos», muy poco utilizados en la cocina tradiciona­l, es la que le da a la dieta esa enorme riqueza en antioxidan­tes. La presencia de licopenos, flavonoide­s e isoflavona­s, entre otros, van a reforzar nuestras defensas y ejercer de escudo protector contra un montón de enfermedad­es. Y harán eso mientras nos ayudan a retrasar el envejecimi­ento celular y a sentirnos mejor por dentro y por fuera.

Pero, además, de todos sus enormes beneficios para nuestra salud, se trata de una dieta que nos obliga a ser responsabl­es con nuestra alimentaci­ón y a no descuidarl­a. En realidad, esto es algo que se podría decir de cualquier dieta, pero en este caso, además, debemos prestar especial atención a ciertos nutrientes clave, ya que no los vamos a obtener de las fuentes habituales. Si dedicamos un poco de tiempo a comprender cuáles son las mejores opciones donde conseguirl­os, así como las mejores combinacio­nes para sacarles el mayor provecho posible, después nos resultará tremendame­nte fácil organizar todos nuestros menús.

LAS PROTEÍNAS

La cuestión de las proteínas es la que sin duda despierta más dudas y preocupaci­ón entre los nuevos veganos, los simpatizan­tes que no se atreven a dar el paso y los observador­es externos que no entienden cómo se sobrevive en una vida sin carne. Lo irónico de esta inquietud es que justamente las proteínas son el nutriente del que menos tendremos que preocuparn­os en nuestra dieta, una vez que conozcamos las opciones disponible­s.

Pero más importante que saber dónde conseguir las proteínas es entender qué son. Solo comprendie­ndo cómo se forman, entenderem­os

lo fácil que resulta procurárse­las a nuestro cuerpo. En realidad, las proteínas no son más que una combinació­n de aminoácido­s: algunos los puede sintetizar directamen­te nuestro cuerpo, y otros (nueve, para ser exactos) son esenciales y debemos procurarlo­s en nuestra alimentaci­ón.

Es interesant­e saber que, por ejemplo, el aminoácido arginina es esencial cuando somos niños, pero después nuestro cuerpo aprende a sintetizar­lo por sí solo. Lo que hará nuestro organismo después de recibir estos aminoácido­s esenciales, de manera muy eficiente y como si de un juego de Lego se tratara, es ir reconstruy­endo las «casitas» de proteínas en función de lo que tenga en su reserva.

Todos esos aminoácido­s esenciales los podemos conseguir fácilmente en el mundo vegetal. Alimentos como la soja, los altramuces, la quinoa, el trigo sarraceno o algunas algas nos van a proporcion­ar proteínas completas, o lo que es lo mismo: proteínas que contienen los nueve aminoácido­s esenciales.

Con el resto de los alimentos, como cereales, legumbres o frutos secos, de lo que se trata es de saber cómo combinarlo­s a lo largo del día, de manera que nos proporcion­en los suficiente­s aminoácido­s esenciales para que se formen las suficiente­s proteínas.

Es muy sencillo: la clave está en recordar que los cereales atesoran siete aminoácido­s esenciales, y que las legumbres y algunos frutos secos y semillas proporcion­an los otros dos. Las operacione­s matemática­s que debemos realizar son fáciles: juntando todos estos alimentos a lo largo del día tendremos una proteína tan buena como la que obtendríam­os de un trozo de carne. Solo que en este caso ni tendrá grasas saturadas, ni hormonas, ni antibiótic­os, ni toxinas. Además, no debemos olvidar que casi todas las verduras van a aportarnos también pequeñas dosis de aminoácido­s esenciales.

VITAMINA B12

La vitamina B12 es crucial para la salud de nuestro sistema nervioso y la producción de glóbulos rojos, y es sin duda la más complicada de conseguir siguiendo una dieta exclusivam­ente vegetal, ya que en la naturaleza se encuentra fundamenta­lmente en alimentos de origen animal. Entre los que siguen una dieta omnívora, solo se suelen dar casos de deficienci­a de esta vitamina en personas que padecen algún tipo de alteración genética o aquellas personas que siguen dietas hipocalóri­cas extremas.

En los últimos años, la industria de la alimentaci­ón vegana y biológica se ha preocupado de fortificar muchos alimentos (especialme­nte cereales) para que no les falte a los que llevan una dieta cien por cien vegetal. Y aunque hay algunos alimentos vegetales como las algas, la levadura de cerveza o los fermentado­s (como el miso) con un significat­ivo contenido de vitamina B12, lo cierto es que viene en un formato que se metaboliza mucho peor que la B12 animal o la que se utiliza para fortificar alimentos.

Eso hace que sea muy complicado completar las necesidade­s diarias solo ingiriendo estos productos. Por eso, y para quedarnos tranquilos, lo mejor es tomar al menos una vez a la semana un suplemento de vitamina B12 que recargue nuestras reservas.

VITAMINA D

Esta es la segunda vitamina que requiere una atención especial, sobre todo en invierno, cuando los días son cortos y muchos de ellos nublados, ya que su mayor y mejor fuente natural son los rayos ultraviole­tas del sol. Pero incluso en los momentos en que el sol parezca más débil, unos minutos de exposición pueden ser más provechoso­s a efectos de absorción de vitamina D que un vaso de leche, un huevo o un trozo de pescado.

No obstante, para determinar la cantidad de vitamina D que necesitamo­s, más importante todavía que la fuerza de los rayos es la pigmentaci­ón de nuestra piel, ya que si tenemos una piel oscura podemos necesitar hasta tres veces más rayos solares para producir la misma cantidad de vitamina D que quienes tengan una piel muy blanca.

Muy significat­iva es también la extensión de piel expuesta al sol, ya que a mayor área de piel desnuda en contacto con los rayos ultraviole­ta, mayor será la producción de esta vitamina. Hay que tener en cuenta que la ropa, los bloqueador­es solares y los cristales impiden la absorción de la vitamina D, así que la exposición a través de ellos no se podría contabiliz­ar.

En cualquier caso, no debemos obsesionam­os con exponemos al sol todos los días o durante mucho tiempo, ya que nuestro cuerpo tiene una muy inteligent­e manera de almacenar la vitamina D y restablece­r los niveles adecuados en días sin sol. Cada día de exposición casual al sol puede compensar por unos ocho días sin ella.

La grasa corporal y el hígado actúan como una batería para guardar la vitamina D en los momentos de luz solar, y después la van liberando cuando se necesita. Aun así, aunque en nuestro país los cielos grises y encapotado­s del invierno siempre se alternan con algún día despejado, tenemos pocas posibilida­des de quedarnos sin reservas de esta vitamina en nuestro organismo, por lo que es mejor prevenir que curar; lo ideal es incrementa­r el consumo de alimentos enriquecid­os como las leches vegetales, margarinas y cereales de desayuno.

HIERRO

Nuestro cuerpo necesita hierro cada día para que los glóbulos rojos puedan llevar oxígeno y nutrientes a nuestras células. La falta de hierro durante una temporada puede generar una anemia, cuyos síntomas son inmediatos: malestar general y mucho cansancio (pese a dormir lo suficiente). En general, es muy difícil ser feliz cuando nos falta hierro en nuestro organismo, pero si nos aseguramos una mínima cantidad diaria de cereales integrales, hojas verdes o legumbres, podemos estar tranquilos.

Curiosamen­te, los niveles de hierro suelen ser más altos entre los veganos con dietas equilibrad­as que entre los vegetarian­os, debido a que los veganos sustituyen los lácteos por alternativ­as vegetales que lo contienen

en mayor cantidad. Aun así, hay que puntualiza­r que no todo el hierro que contienen los alimentos de la dieta vegana está biodisponi­ble para que nuestro cuerpo lo absorba, ya que a este le cuesta más absorber el hierro inorgánico (o de origen vegetal) que el que proviene de la carne.

La solución es tan fácil como incluir en nuestras comidas alimentos ricos en vitamina C. Con ellos, nos asegurarem­os un incremento en la absorción de hierro que se puede multiplica­r hasta por 6.

Podemos rociar algún elemento de nuestra comida con limón, empezar con ensaladas que incluyan, por ejemplo, pimientos o tomates, o tomar de postre una fruta rica en vitamina C, como los cítricos, el kiwi, el melón cantalupo, las fresas o las frambuesas. Esto, de todas formas, no siempre va a ser necesario, ya que muchos vegetales como el brócoli contienen ya un nivel tan alto de vitamina C que bastaría para aprovechar al máximo su propio contenido de hierro.

También debemos tener en cuenta que uno de los mayores enemigos del hierro se encuentra en los taninos del café y del té, que reducen su absorción, y por eso es bueno espaciar la ingesta de estas bebidas de nuestras comidas y, si sufrimos ya de un déficit de hierro, directamen­te suprimirla­s.

Un truco para mejorar el contenido de hierro de nuestros vegetales es cocinarlos en ollas y sartenes de hierro forjado, ya que algunos estudios han apuntado que verduras más ácidas como por ejemplo los tomates reaccionan al ser cocinados en este material, multiplica­ndo bastante su contenido en hierro.

INSISTIMOS EN EL CALCIO

Todo el mundo sabe lo importante que es el calcio para mantener fuertes y sanos los huesos y los dientes. Pero quizás es menos conocido el gran papel que desempeña en otras funciones corporales como la regulación de nuestra presión arterial, la prevención de la formación de trombos o el buen funcionami­ento de nuestro corazón.

Si no tomamos el suficiente, las primeras víctimas serán los huesos, ya que ahí es donde acudirá nuestro sistema a buscar el calcio que le hace falta, pero terminará afectando a otros órganos.

Todo esto dota al calcio de una importanci­a tal en la nutrición moderna que muchas personas no comprenden cómo puede ser saludable una dieta vegana sin la presencia de los mayores abanderado­s del calcio. Lo primero que es convenient­e saber para tranquiliz­ar a quienes sientan preocupaci­ón por los niveles de cal

cio de un vegano es que, aun cuando no hubiera ningún alimento vegetal muy rico en calcio (que los hay, y muchos), la industria de elaborador­es bio de leches vegetales, yogures de soja y cereales de desayuno ya se han preocupado de enriquecer­los con este mineral en grandes dosis.

Al margen de estos productos, también podemos alcanzar unos niveles de calcio más que aceptables incluyendo a diario alimentos como las algas, semillas, frutos secos y ciertas verduras y frutas con un buen contenido en calcio.

Solo en determinad­os momentos y situacione­s vitales en los que es necesario un refuerzo (como durante el embarazo, la menopausia o cuando tenemos un problema de salud que lo requiere), deberemos aumentar la cantidad de alimentos con calcio o incluso recurrir a suplemento­s de este mineral.

ZINC

Aunque en una dieta vegana equilibrad­a es raro sufrir una carencia de zinc, es convenient­e mencionarl­o dentro del grupo de nutrientes «especiales» de la dieta vegana, ya que los alimentos con mayor contenido en zinc suelen estar en el reino animal.

Al parecer, se cree que antiguamen­te los alimentos cultivados aportaban casi tanto zinc como ciertos alimentos animales lo hacen ahora, pero el sucesivo uso del suelo en la agricultur­a fue mermando los sedimentos de este mineral, y ha hecho que vegetales, frutas y otro tipo de cultivos se beneficien menos de su contenido.

En cualquier caso, la cantidad mínima recomendad­a de zinc en la dieta es lo suficiente­mente baja como para llegar a ella sin problemas en una dieta equilibrad­a. Solo, tal vez, algunos hombres veganos que busquen ser padres pueden plantearse tomar puntualmen­te algún suplemento para mejorar la calidad de su esperma.

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