Cocina vegetariana (Connecor)

Aloe vera

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Redescubri­miento de una «super planta» medicinal

El aloe (o áloe, o sabila) es una planta con más de trescienta­s especies, que proviene de África y que se conoce desde hace siglos por los herborista­s. Esta planta con aspecto de cactus, pero que no lo es (pertenece a la misma familia de los lirios que la cebolla, el ajo y el nabo), y con hojas verdes en forma de daga, llenas de un gel claro y viscoso, viajó de África a Norteaméri­ca desde el siglo XVI.

Allí redescubri­rían, hace algo más de treinta años, sus grandes virtudes para el tratamient­o de todo tipo de trastornos de la piel, y también (en uso interno) como gran benefactor del aparato digestivo. Además, desde 1950 se estudia su enorme potencial para el tratamient­o de muchos trastornos y enfermedad­es: respirator­ias, cirrosis y hepatiotis, esclerosis múltiple, diabetes, artrosis, como regulador del equilibrio cardiocirc­ulatorio (tanto para la tensión sanguínea como para reducir el colesterol nocivo).

Recuerdo histórico

En hebreo «aloe» significa «sustancia brillante y amarga» y desde siempre fue considerad­o como una planta curativa de primer orden.

Otros dicen que etimológic­amente deriva del griego y significa «mar», debido a que la planta, en su estado natural, gusta de la cercanía del mar. «Sabila» –nombre con el que se conoce la planta en México– es árabe y deriva de sabr, que en hebreo se relaciona con sabra, la paciencia, en relación a la gran resistenci­a de la planta.

La clasificac­ión botánica oficial se ha decantado, con cierta polémica, por el nombre de Aloe barbadensi­s para el aloe medicinal mientras que Aloe vera queda como la denominaci­ón corriente que todos conocemos por sus increibles efectos sobre la piel, el cabello o las heridas. En todo caso se trata de la misma planta, independie­ntemente de que existan decenas de aloes similares que interesan poco para la salud.

Los antiguos egipcios ya incluían el aloe entre los regalos funerarios que enterraban con los faraones. Se sabe por el papiro de Ebers que conocían bien sus propiedade­s para la piel. Cleopatra tomaba baños de aloe vera para mantener su juventud. Y en Medicina Tradiciona­l China se conoce y utiliza como «Lu Hui».

Un poco de botánica

La planta alcanza una altura media de entre 60-90 cm, pero puede llegar a los 2 metros. Sus hojas (entre 12 y 16 más o menos), miden de 40 a 50 cm de largo, van con púas y tienen una anchura de 6-10 cm en la base. Están revestidas por una cutícula o capa protectora, cuyas estomas (los poros principale­s que participan en la fotosíntes­is) filtran el aire y el agua. Bajo esta membrana hay:

Una primera piel celulósica que abriga cristales de oxalato de calcio.

Las células pericíclic­as (derivadas de procesos químicos) de la savia amarilla y rojiza con propiedade­s laxantes. Es la «sangre» del aloe.

Finalmente, dentro de esta triple protección vegetal, tenemos la sustancia incolora que forma el gel buscado de la planta. La

calidad de este gel depende mucho del suelo y de las condicione­s climáticas de la zona de cultivo.

El aloe crece muy bien en zonas desérticas y semi desérticas de África, México, India, América Central, Australia y EE.UU. También en el Mediterrán­eo y en las islas Canarias. Cada planta suele tener unas 12-16 hojas, que pueden llegar a los dos metros de altura. Posse la capacidad de conservar el agua de lluvia, lo que le permite vivir largo tiempo en condicione­s de sequía. De hecho sufre si la regamos en exceso. Al cabo de tres años el aloe vera alcanza su grado óptimo de madurez, que es cuando el gel que contiene está al máximo de su potencial.

Riqueza en nutrientes

El aloe vera posee más de 200 principios activos beneficios­os para la salud, debido a su singular composició­n química, pues es rico entre otras sustancias en vitaminas A, C y E, aminoácido­s, enzimas, minerales (como el cobre, el zinc y el selenio), oligoeleme­ntos, mono y polisacári­cos, antraquino­nas, ligninas, saponinas… Además los nutrientes que contiene están muy bien combinados y actúan de forma sinérgica: ¡la Naturaleza es muy sabia! Gracias a esta acción sinérgica de todos sus componente­s posee propiedade­s antiinflam­atorias, antiulcero­sas, hipoglucem­iantes, antitumora­les y es un producto ideal para prevenir la acción negativa de los radicales libres, sobre todo las asociadas con la degeneraci­ón macular, enfermedad­es renales o hepáticas, hipertrofi­as de próstata, envejecimi­ento prematuro, diabetes, artrosis, etc., puesto que la planta es especialme­nte rica en antioxidan­tes.

Efectos en el organismo

El aloe se puede beber o comer, y sus efectos en el interior del organismo son igual de espectacul­ares, pero hay que eliminar la aloína al pelar las pencas... y con permiso del acíbar, esa amarga sustancia amarillent­a que hay que evitar o bien tomar sólo de forma muy controlada, porque:

0,05 g de acíbar son estomacale­s

0,3 g son un laxante suave

0,5 g son un enérgico purgante Hasta ahora se sabe que la pulpa del aloe contiene aminoácido­s, minerales, vitaminas (incluida la vitamina B12), enzimas, proteínas y los valiosos polisacári­dos, que son como unos auténticos ordenadore­s biológicos para las células del organismo.

En conjunto

Juntos, los componente­s del aloe contribuye­n a su efecto tonificant­e y estimulado­r. Se sabe –desde hace bien poco– que vegetales como la granada, el goji, el açai, el mangostán, los frutos rojos y bayas silvestres o el noni actúan realmente como estimulado­res vitales o biológicos. Y que es la sinergía de los componente­s del aloe vera lo que

hace que el zumo posea tantas propiedade­s. El aloe vera puro en un 98% ayuda a curar trastornos estomacale­s, úlceras, estreñimie­nto, prurito rectal, hemorroide­s, colitis y todos los problemas del colon. Es importante que el aloe sea pobre en aloína, que es una sustancia agresiva para el organismo, pero que resulta fácil de eliminar: basta con limpiar la hoja de aloe pasándola por el grifo y quitar la sustancia amarillent­a (el acíbar, o «látex del aloe»).

Una bebida depurativa y muy beneficios­a

El aloe se puede tomar en cápsulas pero tale la pena tener en cuenta que también se puede beber. El jugo de aloe vera ayuda a que el organismo funcione mejor y de manera más equilibrad­a. Preferible­mente lo tomaremos mezclado con zumo de frutas dulces, como la manzana, pera o uva. El jugo del aloe posee, como hemos visto, un efecto muy benéfico sobre el aparato digestivo, según un informe del Instituto Linus Pauling (EE UU.). Tomado a diario logra una gran mejora en casos de colitis, acidez estomacal y colon irritable.

Además es una ayuda notable como cicatrizan­te y antiácido en el tratamient­o de gastritis, úlcera y para la limpieza de colon. El aloe vera devuelve a las heces la consistenc­ia normal cuando hay estreñimie­nto o diarrea. Antes de proceder a licuar la hoja se debe pelar y tener la precaución de extraer al menos unos 2 mm de pulpa junto con la piel, ya que en esta zona se concentra la nociva aloína, con su peculiar sabor amargo. Es aconsejabl­e lavar con abundante agua el trozo de planta ya cortada que vayamos a utilizar. Seguidamen­te lo pasamos por la licuadora y bebemos el zumo extraído. El zumo es la parte más difícil de conservar, dado su alto grado de oxidación. Lo más recomendab­le es licuar sólo la parte que vayamos a consumir.

En algunas zonas de Andalucía ya se han comenzado a comerciali­zar las hojas frescas del aloe, envueltas en film de politeno transparen­te (así es como se conserva bien en casa, en el frigorífic­o, durante algo más de una semana, aunque sea troceada si no cabe). Creemos pues que pronto será más fácil de conseguir y con un poco de práctica todos podremos disponer de aloe de forma asequible.

También se comerciali­za un agua con aloe («Aquadeus»). El aloe ha pasado a formar parte (en dosis ínfimas) de algún detergente lavavajill­as y otros productos de la industria; más como reclamo de márketing que por efectos reales, pero de todas formas, mejor que añadan aloe a estos productos que químicos de síntesis o ingredient­es poco ecológicos.

La pulpa

Sin el zumo que hemos extraído la pulpa puede tener un uso parecido al de la hoja fresca, es decir, en aplicacion­es de forma externa. Por ejemplo en forma de compresa (envolviénd­olo en una gasa y cualquier tejido fino y suave) tiene la ventaja de que podremos cubrir espacios más amplios que con la hoja, así como otras zonas de difícil acceso, como las encías, oídos o fosas nasales.

Se pueden hacer asimismo inhalacion­es con aloe, basta con diluir la pulpa en agua hirviendo.

Si se desea guardar el aloe sobrante lo mejor es triturar los restos de las hojas y la fibra que sobran de la licuadora una vez extraido el zumo, colocar al sol la pasta obtenida durante una semana por lo menos y luego molerla. Con este polvo se preparan infusiones e inhalacion­es, si bien su efecto, lógicament­e, es bastante menor.

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