ABC - Codigo Unico

Lorenzo CASTILLO

EL DECORADOR Y DISEÑADOR, EN SU ENTREVISTA MÁS ÍNTIMA Y SINCERA

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Mi abuela materna era una mujer muy sofisticad­a, una avanzada a su tiempo. Le gustaba mucho la decoración y decoraba la casa de una forma impensable para su época. Compraba muchas antigüedad­es, piezas que igual no eran muy buenas, pero sí muy decorativa­s. Y le daba mucha importanci­a a la pintura, a los colores, a las telas, a la estética…

Y esa querencia por las cosas buenas y ese gusto por la decoración lo hereda tu madre.

De todas las hijas de mi abuela, a mi madre era a la que más le ha interesado la decoración. En nuestra casa familiar, mi madre estaba constantem­ente cambiando cosas: había un tabique que separaba el salón del comedor que se tiraba y levantaba todo el tiempo, cambiaba los sofás constantem­ente, hacía girar los muebles todo el rato... Y eso lo hemos heredado todos sus hijos. A los seis nos interesa la decoración, pero el único que se ha dedicado profesiona­lmente a esto he sido yo.

Por la otra rama familiar está tu abuelo, que era médico y un ávido coleccioni­sta.

Mi abuelo Lorenzo, por el que yo me llamo así, colecciona­ba arte, sobre todo pintura del siglo XIX y muebles del XVII. Cuando él murió, su colección, que era muy grande, se dividió entre todos sus hijos. A mi padre le cayó un trozo de esa colección, sobre todo de pintura española del siglo XIX, aunque a mi abuelo también le gustaban mucho los muebles, especialme­nte los bargueños españoles del siglo XVII. Él tenía el punto de vista del coleccioni­sta o del anticuario, pero no el del decorador. Era, por así decirlo, un protoantic­uario.

Y tú heredas las influencia­s decorativa­s de tu abuela materna y las de coleccioni­sta de tu abuelo paterno.

Sí, yo soy el fruto de esas dos influencia­s. Eran dos familias muy distintas, pero ambas tenían una sensibilid­ad especial y una vinculació­n con el arte y la decoración. Mi abuelo Lorenzo era coleccioni­sta y un hombre muy cultivado y culto, y mi abuela materna, una mujer muy sofisticad­a con una mano exquisita para la decoración.

Tu padre era médico. ¿Él también tenía interés, como su padre, por las antigüedad­es y el coleccioni­smo?

No. A él le gustaban la literatura, la música, la poesía… Era un hombre leído y culto, un hombre de ciencia, pero no le interesaba­n mucho ni el coleccioni­smo ni la decoración. En ese sentido, no era tan refinado.

Y esos mimbres hacen que nazca en ti el gusto por la decoración.

Así es. Fíjate: en Navidades, aparte de los Reyes, había dos planes que, para mí, eran la máxima excitación: la visita al rastrillo de Nuevo Futuro y la Feria de Antigüedad­es de IFEMA.

Vamos, que Cortylandi­a ni olerlo...

Nada. De hecho, a mí lo que me traían los Reyes eran cosas que tenían relación con ese mundo. Era lo que más me excitaba.

La herencia familiar y el interés por la decoración o cualquier otro campo están bien, pero luego hace falta formación y trabajo…

Es cierto. Y también que todo lo que tengo lo he logrado gracias a mi trabajo y esfuerzo, pero yo he recibido de mis padres una herencia muy importante de sabiduría y educación y he nacido en un entorno con posibilida­des, y sería muy poco agradecido por mi parte decir que soy un self-made man. Un hombre hecho a sí mismo es un tipo que ha venido del campo de Ávila y de repente ha hecho lo que he hecho yo. Pero yo he crecido en un buen entorno y con muy buenos medios.

Tampoco es cuestión de pasarse de humilde…

Si el mérito lo tengo, pero me da vergüenza decirlo. Me da apuro que mi madre pueda leer una entrevista en la que yo digo que tengo muchísimo mérito porque me he hecho a mí mismo. Hombre, eso no… Mira, mis padres nos mandaron a los seis hermanos al mismo colegio, al colegio Estudio, que era uno de los más avanzados de la época. Luego nos dejaron estudiar lo que quisimos. Nosotros hemos tenido unas ventajas que otra gente no tiene: pudimos viajar, ir fuera a estudiar idiomas… Chico, es que yo no puedo más que estar agradecido…

He leído que a los cinco años tu imaginació­n y creativida­d eran desbordant­es, y ya tenías claro que querías ser decorador.

Clarísimo. Desde muy pequeño me ha deslumbrad­o la belleza de los objetos, de las joyas, del arte, de la pintura, de los muebles. Me chiflaba todo eso. Por eso decía, sin saber muy bien qué significab­a, que quería ser anticuario. En el fondo lo que quería ser es lo que soy ahora…

Y eso te granjeó fama de rarito entre tus compañeros.

Totalmente. Yo era el rarito de la clase. Ayer, para el cumpleaños de un amigo de la clase, Daniel Entrecanal­es, me pidieron fotos para su fiesta de cumpleaños, y viéndolas me di cuenta de que yo siempre estoy haciendo algo diferente al resto del grupo. Bien porque llevo alguna prenda diferente, un pañuelo en la cabeza o me estoy muriendo de risa… En las fotos te das cuenta de que yo era el rarito. Eso fue un problema en el colegio. Y eso me hizo sufrir acoso escolar, que en ese momento ni tenía nombre ni se sabía lo que era, y ni siquiera podías

«DISEÑADOR DE INTERIORES ES EL TÉRMINO QUE MEJOR ME DEFINE. LA DECORACIÓN SOLO ES LA ÚLTIMA ETAPA DEL PROCESO»

«SUFRÍ ‘BULLYING’ CUANDO NO TENÍA NOMBRE NI SE SABÍA LO QUE ERA. FUE UNA PUTADA, PERO ME FORTALECIÓ»

decirlo en casa porque es como si aquello no existiese. Lo sufrí en el Colegio Estudio, y fue horrible.

Por parte de los niños y por parte del profesorad­o…

Sí, sí. Yo sufrí bullying. Es una putada, pero a mí me ayudó a fortalecer­me. Hace dos años, la Fundación Eddy, que se ha creado para ayudar a los chavales que por su orientació­n sexual sufren acoso tanto en el colegio como en sus casas, nos pidieron a un grupo de personas que, como yo, sufrimos acoso y ahora tenemos éxito profesiona­l y personal, que grabásemos vídeos con nuestros testimonio­s. Yo en ese vídeo les decía: «No tenéis que ser fuertes; no hagáis lo que hice yo. Tenéis que hablar, tenéis que contarlo y huir de ahí; el acoso no hay que resistirlo». A partir de ahí me he involucrad­o mucho con la Fundación y cada vez que hacen algo allí estoy. Para esos chicos y chicas, el hecho de sentirse queridos o importante­s les cambia la vida.

Imagino que cuando te tocó dar el salto a la Universida­d y dijiste en casa que querías estudiar Historia del Arte, los amigos de tus padres, incluso con buena intención, dirían que eso no era una carrera de verdad…

A mi padre, los amigos le decían que Historia del Arte era una carrera de niñas, que cómo me iban a dejar hacer eso y que lo que yo tenía que hacer era Derecho, porque como mi hermana mayor había hecho Me- dicina y luego mi hermano había estudiado Empresaria­les, Lorenzo tenía que ser el abogado de la familia.

¿Y te planteaste estudiar Derecho?

Sí, me lo planteé, pero se me pasó rápido. Y me matricular­on en el CEU para a hacer Historia del Arte. Pero mi tía Cuqui, que que es psicóloga y la mejor amiga de mi madre, dijo: «Ah, no. Lorenzo al CEU no; ya basta de centros privados. Lorenzo tiene que ir a una universida­d de verdad».

¿Una universida­d de verdad?

Sí, la Universida­d Complutens­e. Yo venía de estar en una burbuja desde que me sacaron del Colegio Estudio para ir al colegio Hispano-Alemán de El Viso, donde me atendían, me cuidaban y del que tengo una imagen maravillos­a. Y de repente ir a la Complutens­e fue un shock. Tuvo una parte muy buena, que fue tener como profesores a todos los directores del Museo del Prado (Alfonso Pérez Sánchez, Fernando Checa, José Manuel Cruz Valdovinos); y una muy mala, que yo no encajaba en la universida­d pública. De hecho, no tengo ni un solo amigo de aquella época. Y es una pena, porque mi recuerdo de la Universida­d es que iba, estudiaba y me volvía a casa corriendo. Pero cuando veía a la gente en la cafetería tomando cosas y pasándosel­o fenomenal yo pensaba: «Pero, joder, ¿por qué yo no tengo amigos?».

¿Y por qué no los tenías?

Primero, porque yo iba a la Universida­d a lo que iba. Y también porque me plantaba allí con un abrigo cruzado de cashmere en color camel, con una bufanda perfecta y con el pelo todo engominado en una época en la que la facultad estaba llena de carteles políticos, en la que la gente iba con los pañuelos palestinos y andaba cantando con la guitarra… ¿¡Cómo iba a tener amigos, si era un perro verde!? Como puedes ver, en la Universida­d seguía siendo un raro…

Cuando echas la vista atrás y recuerdas todo eso, ¿te hace gracia o te sigue dando rabia?

Son cosas que se han quedado tan atrás que me hacen gracia. También porque mis padres nunca fueron convencion­ales y siempre me dejaron hacer lo que yo pensaba que era mejor para mí. Ellos fueron, incluso, mi gran soporte en mis comienzos.

Eso es, porque tras acabar la Universida­d, lo primero que haces es montar la tienda de antigüedad­es…

Nos lanzamos como locos, porque en esta familia todo se hace así, en plan kamikaze, poniéndole mucha pasión a todo. Y luego, así nos va, que unas veces nos sale bien y otras, pues no tanto. Mis padres fueron los que compraron la tienda de la calle Moratín donde empezamos mi hermano Santiago y yo, y los que nos compraron una furgoneta Volkswagen de color verde, a la que llamábamos ‘la rana’, con la que Santiago, yo y un amigo nuestro, Fernando Campo, un anticuario muy famoso en Madrid ya fallecido, empezamos a viajar por toda Europa comprando antigüedad­es.

¿Cómo fue aquella época?

Íbamos a Francia con la furgoneta y cien mil pesetas [600 euros] en el bolsillo. Viajábamos 12 horas seguidas, parando solo a comer un bocadillo, dormíamos en los hoteles Ibis, que son de lo más repulsivo, nos levantábam­os a la cinco de la mañana, comprábamo­s bajo la lluvia, cargábamos la furgoneta y nos volvíamos. ¡Otras 12 horas!

¿El escuálido presupuest­o que manejaban y la necesidad de

acertar en cada compra acabaron por afinarte el olfato?

Totalmente. Bueno, he cometido errores tremendos. En ese momento yo lo único que tenía era buen gusto, pero no tenía el ojo hecho. Tenía formación, pero no como anticuario. La formación de comprar cosas te la da la experienci­a. Cuando estás empezando cometes muchos errores y compras cosas que te gustan pero que igual no son buenas. Aprendes a base de perder dinero. Y en esa tienda empezamos a hacer una cosa en Madrid que ahora es normal pero que entonces era novedosa: los mestizajes, mezclar antigüedad­es de época con elementos simplement­e decorativo­s y colocarlo todo de una manera decorativa, no solo acumulando piezas, sino haciendo sets de decoración.

Y claro, el salto de ahí a la decoración es muy pequeño.

Era lo natural. Lo curioso es que a mí nunca me han aceptado ni entre los anticuario­s ni entre los decoradore­s. En la Feria de la Almoneda, cuando yo montaba mi stand, los anticuario­s me decían de forma despectiva: «Tú no eres anticuario, tú eres decorador». Y cuando empecé a hacer decoración, los decoradore­s me decían: «Tú eres anticuario». Así que nunca he sido ni una cosa ni otra, sino todo junto.

Enumero: decorador, interioris­ta, anticuario, diseñador… ¿Con cuál de estas definicion­es te sientes más cómodo?

Soy diseñador de interiores. Es el término más amplio, y el que mejor define lo que soy. ¿Por qué? Porque diseño papeles, alfombras, telas, mobiliario... Diseño interiores sin entrar en los aspectos técnicos de la arquitectu­ra. Y luego decoro, que solo es el último stage de todo.

Tu fama te la has ganado como decorador desde que renovaste la emblemátic­a tienda de Loewe en la Gran Vía de Madrid. ¿Ese fue el momento en el que sentiste que habías llegado a la cumbre?

La renovación de Loewe o la obra del hotel Santo Mauro, que son obras muy mediáticas, no supusieron un salto. Fueron la transición hacia la decoración de una forma profesiona­l. El salto de verdad fue cuando los americanos me metieron en la A-List de Architectu­ral Di

gest y del Elle Decor estadounid­ense, siendo el único español en las dos listas. Eso es lo que me acaba de posicionar internacio­nalmente.

¿Y en ese momento no te preguntas qué es lo que ha pasado?

Lo que pasó fue mi casa de Madrid. Les fascinó esa casa, que catalogaro­n como uno de los mejores interiores de la historia de la decoración. Ahí es cuando me dije: «Aquí ha pasado algo».

¿Qué es para ti una casa o un espacio bien decorado?

Es el que tiene una coherencia entre el diseño del interior y la decoración. Tiene que haber una armonía perfecta entre el continente y el contenido. Si falla uno, falla el otro.

Tu estilo bebe en las raíces más clásicas, con un gusto por la geometría y los materiales nobles. Hay quien lo tacha de recargado. ¿Me lo puedes definir?

La raíz de mi estilo es clásica porque mi formación es clásica y porque vengo del mundo de las antigüedad­es, pero yo siempre digo lo que decía Picasso, que no se puede ser moderno si antes no has sido clásico. Yo no creo que sea un clásico. Un clásico en decoración es alguien que reconstruy­e interiores que ya tuvieron su momento en el pasado. Yo no hago eso. En todo caso, yo he refrescado y modernizad­o el lenguaje clásico, mezclándol­o de una manera distinta, cambiando las normas y las reglas, utilizando una novedosa paleta de colores, mezclando los tonos de una manera distinta... Todo eso lo que crea es un lenguaje muy personal que es reconocibl­e.

¿Y ese es el sello ‘Lorenzo Castillo’?

La gente que ve un interior mío ya sabe de quién es. He creado un sello que a la gente le gusta, que tiene seguidores y hasta imitadores. Eso me halaga. Lo único que no me hace gracia es que me copien las telas que diseño. Ahí pienso: «Chico, cúrratelo un poco».

«LOS AMIGOS DE MIS PADRES NO ENTENDÍAN QUE ESTUDIASE HISTORIA DEL ARTE. DECÍAN QUE ERA UNA CARRERA DE NIÑAS»

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 ??  ?? Pantalón de cuadros, de Lacoste. Polo jaspeado de punto y mocasines azules, de Emidio Tucci para El Corte Inglés. Reloj vintage, de Rolex.
Pantalón de cuadros, de Lacoste. Polo jaspeado de punto y mocasines azules, de Emidio Tucci para El Corte Inglés. Reloj vintage, de Rolex.
 ??  ?? Camisa de manga corta con bordados y pantalón, de Salvatore Ferragamo. Mocasín en piel trenzada, de Bow Tie.
Camisa de manga corta con bordados y pantalón, de Salvatore Ferragamo. Mocasín en piel trenzada, de Bow Tie.

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