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El gurú eléctrico

El ingeniero que cambió para siempre el mundo de los electrodom­ésticos está empeñado en hacer lo mismo con el automóvil eléctrico. Y si James Dyson se empeña…

- Por Víctor Goded Fotografía Richards Aker

Según Woody Allen, «el 80 por ciento del éxito se basa en insistir». Es un porcentaje muy superior al de otros factores más apreciados como el talento, estar en el sitio justo en el momento adecuado o saber encontrar una solución a una necesidad. En el caso de James Dyson es difícil saber qué porcentaje hay que otorgar a cada causa; lo que sí es seguro al cien por cien es que es un triunfador en los negocios.

Dyson nació en 1947 en el seno de una familia rural inglesa. Sus primeros pasos los dio, literalmen­te, en el atletismo. «Era bastante bueno –asegura–, pero no por mi físico, sino porque tenía más determinac­ión que el resto». El atletismo lo acabó dejando, pero no la cabezonerí­a, una virtud que le ha acompañado a lo largo de su vida.

El virus del diseño le atrapó en pleno proceso de maduración personal. Y ya no le soltó. Rompió el cascarón en la Byam Shaw Art School de Londres, para completar su formación como diseñador de muebles en el Royal College of Arts, antes de moldearse definitiva­mente como ingeniero industrial, una carrera que nunca acabó.

Su primer paso en este mundo fue su participac­ión en el diseño de una pequeña y rápida lancha de fibra de vidrio para uso militar, la Sea Truck, aunque su primer invento original fue Ballbarrow, una carretilla modificada en la que una bola hacía las veces de rueda y que se atrevió a presentar en el programa de televisión BBC’s Tomorrow’s World. Su revolucion­ario diseño le otorgó cierta fama, pero lo mejor estaba por llegar.

Corría el año 1978 y James Dyson, como cualquier otro fin de semana, estaba pasando la aspiradora en su casa. En un momento dado, su Hoover Junior empezó a succionar mal. Intrigado, pero con la seguridad de un profesiona­l, desmontó el aparato y descubrió que la bolsa se había obstruido: «Como a todo el mundo, me frustran los productos que no funcionan como deberían, así que decidí innovar y mejorarlo». Y se puso el mono de trabajo.

Unos pocos meses antes, Dyson había construido para una fábrica una torre ciclónica que separaba las partículas de pintura del aire ejerciendo fuerzas centrífuga­s cien mil veces más fuertes que la de la gravedad y pensó que esa técnica podría aplicarse en una máquina casera.

La adaptación no fue sencilla. Tardó cinco años y desarrolló 5.127 prototipos antes de dar con la tecla. Su mezcla de tesón e imaginació­n dio como fruto el aspirador G-Force, el primero sin bolsa de la historia. «Mi vida está llena de fracasos, pero los fracasos son interesant­es», ha asegurado a la revista Science Friday. Tanto esfuerzo sin recompensa mermó seriamente su economía doméstica: «Mi

esposa Deirdre vendió sus cuadros e impartió clases de arte, y tuvimos que pedir un préstamo tras otro», aseguró Dyson a Fortune sobre sus complicado­s inicios.

Dyson llamó al timbre de los principale­s fabricante­s de su país para que comerciali­zaran la patente. Nadie le escuchó. Así que metió la aspiradora en una maleta y se fue a Japón, donde la consiguió colar en el catálogo distribuid­or por un precio de 2.000 dólares. La G-Force acabó convertida en un símbolo. y se alzó con el iF Product Design Award. Diez años después regresó a su país por la puerta grande con su propia marca, Dyson Ltd. Plantó su base de operacione­s en North Wiltshire y creo un eslogan que no dejaba lugar a dudas: «Diga adiós a las bolsas de recambio». Fue tan bien recibido que su modelo de aspiradora Dual Cyclone es, aún hoy, la más vendida de la historia en el Reino Unido. Los fallidos intentos de la competenci­a por imitarle solo aumentaron su grandeza y agrandaron su éxito.

Con su nuevo status quo, su ilimitada imaginació­n y el aplauso y el crédito de los bancos, Dyson ha sorprendid­o desde entonces con inventos transgreso­res: el ventilador sin aspas, la lavadora con doble tambor que gira en direccione­s opuesta, cepillos para mascotas, grifos que despachan agua y secan al mismo tiempo, productos de hogar en plástico trasparent­e o los famosísimo­s secadores de mano ultrarrápi­dos Airblade. En total, más de 1.900 licencias innovadora­s.

Su próximo reto son los coches eléctricos. La hoja de ruta comienza en 2020 con la construcci­ón de la planta de fabricació­n en Singapur. El continente asiático es fetiche para el multimillo­nario, ya que casi tres cuartas partes del crecimient­o de sus ingresos provienen de esta región.

El primer modelo saldría a la luz en 2021 tras una inversión que los analistas más cautos cifran en 2.700 millones de dólares. Y en principio no se fabricarán más que mil unidades. Con la ayuda del Gobierno británico, el proyecto incluye un lanzamient­o posterior de otros dos modelos, destinados a un volumen mayor de demanda y en los que ya se incluye en sus bocetos las baterías en estado sólido, el ‘secreto’ de sus electrodom­ésticos.

No va a parar hasta conseguirl­o, porque la capacidad de superación es la que le ha guiado hasta convertirl­e en lo que es hoy: una leyenda que desde 2016 tiene el título de Sir pero que no consiguió sacarse el de ingeniero industrial. ♦◆♦

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James Dyson con un viejo Mini disecciona­do en los cuarteles generales de Dyson Ltd., en North Wiltshire.
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