Del cuero
estructuras –dice Ribaudí–. Pero cuando lo observas con atención te das cuenta de que tiene muchas más posibilidades».
Antaño, la piel se destinaba básicamente al calzado, especialmente a las suelas, y a la marroquinería –cuyas técnicas se importaron de Marruecos, de ahí su nombre– y se empleaban métodos de origen vegetal (taninos de árboles como la mimosa), más ecológicos que los tratamientos modernos, químicos. El resultado es un cuero con una textura y un tacto recios y con su color almendra natural. «Me interesa, principalmente, el de origen vacuno, con todo su proceso y su carga subjetiva y su historia –explica Ribaudí–. Arrancamos la piel de un animal y lo fascinante está en cómo damos uso a un material que, de otra forma, sería un desecho. Tiene unas connotaciones muy primitivas y muy poderosas, de poder sobre el animal, y ese material tan noble me permite trabajar no tanto con la estética, sino con las sensaciones, con toda su carga simbólica». De ahí que el trabajo de este diseñador sea como el de un laboratorio. «Solo doy salida a las piezas que me satisfacen plenamente, aunque quizá no sean consumibles», dice. Entre esas piezas hay sillas, sillones, banquetas o un juego de instrumentos para la chimenea.
Ribaudí se nutre del trabajo de varias curtidurías. Él empieza su proceso una vez que tiene la piel en las manos. «Me dejan escoger y para mí es un tesoro una piel arrugada, por ejemplo, que para ellos no es comercial –explica–. Últimamente he trabajado con pieles de búfalo, que vienen de Italia, de animales que son muy mayores y a mí me fascina esa textura. Al contrario, el mercado de la marroquinería busca la perfección y para conseguirla a veces se barniza la piel.
Los defectos desaparecen todos, pero cuando tocas esa piel, el tacto no es tan cálido como el de una que tiene una cera y poco más». Todos sus proveedores trabajan de forma natural. «Cada curtidor utiliza una mezcla de ácidos según su tradición familiar», explica. La piel va dando vueltas dentro de un tambor de madera y esos ácidos van penetrando en ella. En Toru trabajan con los cuatro colores naturales: el llamado marrón inglés, el negro, el almendra o el natural. Los precios de las piezas: desde 900 hasta 1.500 euros.
«Me gusta pensar que nuestros muebles durarán muchos años, porque el material no se va a devaluar –dice Ribaudí–. Y si te deshicieras de ellos en mitad del campo, se degradarían de forma natural, como parte de la naturaleza».
Y, ¿por qué el nombre de Toru? «Es un nombre japonés y tiene que ver con la cultura japonesa de tratar los materiales, que tiene mucho que ver con nuestra filosofía –señala Ribaudí–. Nos gusta mucho esa idea de que, cuanto más torcido es el cuenco, mejor es. Lo mismo sucede en nuestro caso: cuanto más arrugada es la piel, más bonita resulta. Pero luego está también el referente del vacuno y la cultura mediterránea del minotauro». ♦◆♦
LAS PIEZAS DE TORU SE TRABAJAN EN CUATRO COLORES. SU PRECIO VA DE 900 A 1.500 EUROS