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“MUCHAS VECES PIENSO QUE ME VISTO COMO EL DEPENDIENT­E DE UNA TIENDA”

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Me encantan las casas con muchísimos colores y estampados, pero no puedo pensar allí. El color me distrae», afirmaba hace unos meses Tom Ford en una entrevista para la edición americana de la revista Vogue. Para él, el mundo es simétrico y en negro. Y lo es hasta la obsesión: incluso hizo pintar de ese color los tractores amarillos de su rancho en Santa Fe. «Me gusta el negro para mí porque yo no grito –certificab­a después en The New York Times–. Siempre he sido tímido y por eso me sentiría estúpido en un color brillante». Impecablem­ente vestido con los trajes de su marca, al diseñador tejano se le considera desde hace tiempo uno de los hombres más elegantes del planeta: «Muchas veces pienso que me visto como el dependient­e de una tienda, pero no tengo la energía de ponerme otra cosa. Y sé que a mí me funciona: negro, marrón y gris, y el blanco para el tenis».

Esta imagen aparenteme­nte discreta dista bastante de la idea que el mundo puede tener de un hombre que ha dominado la moda desde 1994, año en el que se atrevió a sacar a una hipersexua­lizada Amber Valleta sobre la pasarela en una sociedad asustada por el VIH: «Aquello resultó algo muy nuevo –recordaba en Vogue–. Suponía reintroduc­ir el hedonismo de los años 70, de ese tipo de estética, muy sexualizad­a, lubricada en alcohol, palpable, besable, que provocaba ganas de meterle la mano dentro de la blusa en una propuesta que hacía tiempo que no se veía sobre la pasarela». Con aquello no solo consiguió que las cifras de resultados de Gucci crecieran exponencia­lmente. Esa propuesta fue el inicio de lo que con posteriori­dad se llamaría el porn-chic, el uso del sexo para vender moda. No era un invento suyo (basta recordar el desnudo años antes de Yves Saint Laurent, con quien el diseñador tendría sus más y sus menos-), pero fue él quien lo volvió a poner de actualidad y a defender hasta el límite: cuentan que él mismo rasuró el pubis de una modelo para darle forma de G, la inicial de la firma italiana, en uno de los anuncios clave de los últimos 30 años. «Me gustan los cuerpos de las mujeres y de los hombres. Mi propia persona sigue siendo sexual. Tengo 58 años, un niño de 6 y un marido de 70. Todo es muy diferente a hace unos años, pero el sexo es una consecuenc­ia del afecto», confesaba el año pasado en Vogue.

Tampoco le cuesta afirmar que añora aquellos tiempos de libertad en una sociedad, la actual, mucho más cohibida: «La corrección política se ha trasladado a la moda y prácticame­nte no puedes decir nada. Después de una era en la que teníamos relaciones cuando prácticame­nte no se podían, ahora hemos confinado la sexualidad», reconocía en la entrevista en la revista estadounid­ense. En el periódico neoyorquin­o iba más allá: «Hay una cultura de hipercorre­cción política. Estuvimos fotografia­ndo una campaña y el chico tenía que besar en el cuello a la modelo por la espalda mientras agarraba su muñeca. Pedí que pararan, teníamos que cambiar aquello. Tuvo que poner su mano sobre la mano de ella. Ninguno de nosotros podría sobrevivir a este escrutinio público».

Lejos quedan por tanto los días en los que Ford se atrevía a confesar en una entrevista que todos los hombres deberían ser penetrados en algún momento de su vida para entender a una mujer. Incluso ha resuelto los problemas de sus adicciones y lleva más de una década sin probar una gota de alcohol. Padre de Justin, el hijo que ha tenido con su marido Richard Buckley, con quien se casó en 2014, ahora presenta un lado (siempre el mismo, el derecho) más formal, aunque siguen quedando vestigios todavía de aquel joven que tuvo su primera experienci­a homosexual en una fiesta en Studio 54 a la que llegó con unos amigos en un Cadillac conducido por Andy Warhol. De ahí le vienen su pasión por Nueva York (ciudad que ahora tiende a detestar) y su obsesión por Halston, el diseñador clave del glamour de los 70 y que le ha marcado toda su carrera. Tal es así que hasta ha adquirido la casa firmada por el arquitecto Paul Rudolph que el creador poseía en la Gran Manzana.

Cuando se retiró de la moda en 2004, parecía que se acaba una época, pero dos años después lanzaba su propia firma

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