Cómprate otra cara
La fiebre de las mascarillas comenzó hace unos cuatro años y se mide en cifras y hashtags. Firmas surcoreanas como Mediheal, una de las más exitosas, venden diez millones de unidades al año; #koreanmask acumula, al cierre de esta edición, 44.800 publicaciones en Instagram. Nada les arrebata el podio de las compras de turistas en Seúl, donde en zonas como Myeongdong inundan las más golosas tiendas. Ya sean de celulosa (las más populares en España, que se encuentran en espacios como Miin Cosmetics) o de hidrogel, se adaptan a las facciones y prometen hidratar, reafirmar, iluminar, despigmentar o limpiar los poros. Hasta enmascarar, nunca mejor dicho, la cara de resaca. Su éxito se debe a las altas concentraciones de principios activos, y es que juegan con ventaja: se formulan con vistas a ser retiradas en poco tiempo, por lo que tienen mayor margen. Pero no sólo eso. Como oclusionan la piel, consiguen una mayor penetración de los ingredientes y retienen mejor la humedad. El precio también ayuda –las hay desde un euro y medio aproximadamente– y no desdeñemos el lado lúdico. Sus divertidos envoltorios enganchan y el consabido selfie al utilizarlas es condición casi sine qua non para amortizar el producto. Modelos e influencers de todo pelaje han contribuido con sus pringosos autorretratos a un fenómeno viral que genera casi mil millones de euros en todo el mundo. Y que, como todo fenómeno que se precie, tuvo hasta su propia controversia: cuidado con usar mascarillas piratas, no avaladas por marcas serias.