Nicaragua
LOS TURQUESAS DE LOS OCEÁNOS, EL ROJO DE LA LAVA DE LOS VOLCANES, EL ESMERALDA DE LA SELVA, EL DORADO DEL RON Y EL ARCOIRIS DE LAS CASAS COLONIALES Y DEL PLUMAJE DE LAS AVES PROTAGONIZAN UN NUEVO FENÓMENO VIAJERO. TE LLEVAMOS A NICARAGUA.
Y, de repente, se convirtió en uno de los destinos más demandados de Centroamérica. Ellos han logrado mantener su magia; ahora, queda en tus manos que eso no cambie.
Connie y Andrew Chas, una pareja de treintañeros, quieren saber en qué lugar de Nicaragua sería buena idea asentarse en el (no tan) hipotético caso de que estuvieran pensando trasladarse con su pequeño bistró orgánico, The Fammeri, desde el valle del Hudson, en el upstate de Nueva York. Llevan cinco días viajando por el país, los suficientes como para tener claro que les encantaría vivir aquí. ¿Sería Granada la mejor opción? ¿Algún pueblo playero de los alrededores de San Juan del Sur? ¿O quizás León? La pregunta se la lanzan a Yvan Cussigh, propietario de hotel Tribal. Él ya lo hizo hace unos años, cuando dejó atrás su vida como referente de la noche en el Manhattan de principios del siglo XXI para montar, junto a su socio Jean-Marc Houmard –dueño aún del famoso Indochine–, el hotel Tribal de Granada.
En la conversación, que tiene lugar en una cálida noche de finales de enero en el patio colonial del Tribal, entre exuberante vegetación tropical y piezas de arte de medio mundo, también participamos Matt Dickinson, alias Dickie, el jovencísimo canadiese co-propietario de Maderas Village, un eco-lodge con rústicas cabañas y estudio de grabación en uno de los principales enclaves surferos del Pacífico, la fotógrafa Ana Nance y yo. Dickie, que piensa en replicar el concepto en otro lugar de surf del mundo, quizá en los alrededores de Lisboa, quizá en España, ha venido a Granada a recoger a los músicos y productores de Brooklyn y California que participarán en uno de los fines de semana de creación colaborativa que organiza el lodge a modo de residencia artística. Nosotras comenzamos un viaje que nos ha traído a investigar por qué Nicaragua es el destino de moda de Latinoamérica. Las voces y las risas suben de volumen según las botellas de vino van dando paso a las de ron. ¿No había que consumir producto local?.
Esta escena resume bien el momento que vive Nicaragua. Los emprendedores, los pioneros, los rebotados de la gran ciudad, los buscadores de las carreteras menos transitadas, la revista de viajes ávida de destinos genuinos. Y es que el mundo es muy grande pero, en realidad, tampoco es tan habitual encontrar lugares que garanticen buen tiempo durante todo el año, con una economía estable que permita pagar con (pocos) dólares y que ofrezcan una combinación tan equilibrada entre playa y montaña, aventura y descanso, desconexión y wifi y, lo más importante, seguridad. Pero, ¿Nicaragua es seguro? Mucho. Puede que Nicaragua sea un país pobre –8.000 córdobas, unos 210 euros, es el salario básico– y que sus décadas de dictadura y guerra civil aún nos parezcan recientes –acabó hace 25 años–, pero seguro es, y bastante: el tercero del continente, tan sólo por detrás de Canadá y Chile. ¿Te sorprende? Pues sigue leyendo.
Con un tamaño similar al de Inglaterra y apenas seis millones de habitantes, Nicaragua cuenta con la selva primaria más grande al norte del Amazonas y el 7% de la biodiversi-
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dad natural del mundo, dos ciudades coloniales espléndidamente conservadas, una cadena de volcanes, seis de ellos en activo, a algunos de los cuales uno se puede incluso asomar, dos grandes lagos navegables, plantaciones de cacao y café, el mejor ron del mundo y casi un millar de kilómetros de playas divididas entre dos océanos. Dos mundos, el del Pacífico y el del Caribe, en un solo país.
Pese a todo esto, el turismo es algo relativamente nuevo. Hasta hace pocos años, tres, cinco a lo sumo, hasta este rincón de Centroamérica sólo llegaban los de siempre: viajeros de largo recorrido, con tiempo de sobra y presupuesto limitado, voluntarios de ONG’s, surfistas –las olas de Popoyo destacan como unas de las más desafiantes del mundo– y algún que otro multimillonario intrépido que sabía de la existencia de Yemaya, el paradisíaco resort de la isla caribeña de Little Corn Island. Ahora, sin embargo, la apertura de nuevos hoteles boutique, como Tribal, Maderas Village o Meson Nadi (ver la sección Reservado, en este número), y de resorts de lujo extremo como Mukul, Nekupe, Aqua Wellness o Rancho Santana, está atrayendo a otro tipo de viajeros hasta sus playas vírgenes y sus alegres ciudades coloniales. Además, con St. Barths fuera de juego tras el huracán Irma, cada vez son más los ricos y famosos, como Scarlett Johansson, que pasó la Nochevieja en Mukul, que eligen la costa ‘nica’ para broncearse en sus vacaciones de invierno. Para ellos abrió el verano pasado Calala Island en una diminuta isla privada del Caribe. Anunciado como el resort más caro de Centroamérica y miembro de Small Luxury Hotels of the World, Calala es lo que uno imagina cuando piensa en la perfecta isla tropical: cuatro cabañas con hamacas colgadas entre las palmeras y un menú preparado por un chef heredero de las recetas del palacio de Buckingham. Pero el privilegio de dormir en Calala implica estar dispuesto a navegar hora y media en una panga. Cuando el viento sopla rebelde, llegar en helicóptero no es una opción.
Según la Organización Mundial del Turismo, Nicaragua es el octavo país en crecimiento turístico del mundo. El año pasado recibió 1,7 millones de turistas, un 18,8% más que el año anterior. Y más que
van a llegar ahora que Iberia abre en octubre ruta directa desde Madrid y que el aeropuerto internacional de la llamada Costa Esmeralda, en el Pacífico, ya está operativo. La recomendación de “ven antes de que sea demasiado tarde”, antes de que el país pierda su inocencia, antes de que deje de ser tan barato, se repite como un mantra de boca en boca entre los trotamundos y las webs de viajes. Yvan Cussigh se ríe de las prisas, hace tiempo que aquí aprendió a vivir a otro ritmo: “Cierto que las casas están subiendo de precio pero: ¿cuántos restaurantes buenos de verdad crees que hay en Granada?”. El Café Espressionista, alojado en una casona en la que se cena a luz de las velas, es la creación de Andrés Lazar, chef educado en varias cocinas con estrella Michelin de Londres y Nueva York. Las originales propuestas (ceviche de coco, cachete a la Bourguignonne...) y la presentación están a la altura de las mejores mesas de Ciudad de México o Madrid.
Con las luces doradas del atardecer, las mujeres sacan sus mecedoras a la puerta de sus casas, es el momento del ‘puerto’, mientras el canto de los zanates y el griterío de los niños jugando entre puestos de helados y raspaditos sume en jolgorio la plaza principal de Granada. Con el turismo aún en su infancia, esta ciudad de coloridas calles adoquinadas es la capital no oficial del país. Desde las primeras horas del día el sol es tan insolente que hace necesario proteger la vista (y la piel). Pero las fachadas de Granada no siempre fueron de colores. En los años 80, la ciudad estaba toda pintada de blanco y tal era el resplandor que cegaba a los aviones. Es sólo una teoría. Hay más. Otra, menos verosímil, asegura que los colores se añadieron a las fachadas después de que los periódicos publicaran que se había visto una aurora boreal en los cielos de Managua.
En Nicaragua, las teorías curiosas y las historias únicas abundan. Se cuentan que si una mujer está embarazada no puede ir a un entierro porque el frío del muerto dañaría al feto; que, si te pica un alacrán, el niño te saldrá sordo; que si planchas y al tiempo abres la nevera te da un aire; que las serpientes sólo son venenosas a determinada hora... Repaso todas las insólitas ideas que me contaron Ángeles y Fernando, los dueños españoles del restaurante y tienda de inspiración africana Ke De Ke, mientras me recreo en cómo la brisa acaricia a cámara lenta las cortinas de La Casona. Da la sensación de que, en cualquier momento, van a aparecer caminando por el suelo de damero los protagonistas de una novela de García Márquez. Propiedad de Patricia Castellanos, una fotógrafa colombiana, coleccionista de arte, de hormas de zapatos, de juguetes antiguos y de sombreros Panamá –perdón, sombreros de paja toquilla, ver El souvenir, en este número–, este es el alojamiento con más clase en el que hayamos estado. La casa se alquila entera, servicio incluido, cuando Patricia no está. Pero a La Casona no dejan de salirle competidores. A Granada también. De arriba abajo, de izda. a dcha., reflejos en las cabañas de Calala Island; puesto callejero en León; mono aullador en la reserva del hotel Nekupe; estatua de Máximo Jérez y, al fondo, la catedral de León; Marvin, el guardián de Calala Island; taller de cerámica de Valentín López, en San Juan de Oriente; altar en una casa privada de León; atardecer en Calala Island; plato de langosta de Morgan’s Rock. Y es que cada vez son más los viajeros que prefieren la tranquilidad de la aún poco conocida León frente al éxito de Granada. Situada entre la playa y el volcán Cerro Negro –el descenso de sus laderas a bordo de una especie de trineo es una actividad muy popular–, León es ciudad de intelectuales y de poetas, el lugar de nacimiento de Rubén Darío y de los ideólogos de la Revolución Sandinista. En León también hay novedades hoteleras: hace poco abrió La Perla en una preciosa casona que data de 1858; y la familia Marín Saravia, propietaria del histórico café El Sesteo, centro social y gastronómico y brújula por la que se guían las direcciones en la ciudad, ultima detalles en un alojamiento lleno de historia que pretende convertirse en referente, con permiso del hotel-museo El Convento. Marcelo Marín Saravia, criado en Canadá, habla con la misma facilidad, en inglés o en español, de los dulces típicos de su tierra que de las obras expuestas en las salas de la Fundación Ortiz Gurdián, uno de los centros de arte contemporáneo más importantes de Latinoamérica.
En Nicaragua, las comparaciones con Costa Rica y México son inevitables. “Como Costa Rica hace 20 años, pero con más sabor”, dicen algunos; “el próximo Tulum”, dicen otros. Y si bien carece de las ruinas precolombinas y de las infraestructuras y servicios de sus vecinos, la compensan con grandes dosis de simpatía y azúcar, de poesía y realismo mágico. Y con una conciencia medioambiental que fluye orgánica y natural. Es esa falta de protocolos estrablecidos lo que le da el valor diferencial y el sabor genuino al país, que exige al viajero que se desprenda de estreses y exigencias.
“Tenemos muy a mano el ejemplo para aprender lo que se ha hecho bien y hacerlo aún mejor”, opina Andrey Gómez, director del Morgan’s Rock. Andrey es costarricense, como muchos de los directores de hotel de Nicaragua. Desde hace cuatro años es el responsable del concepto visionario de este eco-resort pionero–“el confort reconvertido en naturaleza”– en el que se aúnan dos mil hectáreas de reserva natural privada con una bellísima playa virgen con forma de media luna. A ella se asoman, desde las laderas de una frondosa colina, las 18 cabañas. No se utilizó nada de cemento en su construcción, tan sólo piedra tallada y madera certificada. Tampoco tienen aire acondicionado, sino una ‘escama de aire’, una especie de dosel que envuelve con una silenciosa brisa las
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camas. Morgan’s Rock debe su nombre al punto geográfico donde, a finales del s. XVIII, el senador John Taylor Morgan proyectó un canal alternativo al de Panamá que nunca se ha llegado a construir. El arquitecto de Morgan’s Rock es el multipremiado Matthew Faulkner, el mismo del Jícaro Island Lodge. Situado en una de las 350 isletas del lago de Nicaragua, a pocos minutos de Granada, aquí la intervención en la naturaleza es casi inexistente. Construido con maderas rescatadas del huracán Félix (1988), sin pintura, ni barnices, funciona con paneles solares, el bar está enfocado al producto local, el ron, y en la tienda venden cestas hechas por cooperativas de mujeres indígenas, tejidos del único telar manual del país, cerámicas elaboradas según técnicas precolombinas... Sus cabañas entre la vegetación son el lugar ideal para retirarse a escribir un libro –¡seguro que sería un best seller!– y a dejarse llevar por los días sin reloj, acercándote a los pájaros en canoa y saltando de cabeza al lago, con el omnipresente volcán Mombacho como telón de fondo.
“Los viajeros llegan con el anhelo de ayudar, de dejar huella y crear conexiones, y este país da la oportunidad de crear tus propios sueños y de vivir de una manera genuina. Esto significa mucho cuando uno viene sofocado de las grandes metrópolis”, nos dice Claudia Silva, consultora hotelera. Silva, que participó en la apertura de Mukul, el primer producto de lujo del país, es la actual asesora del nuevo Tree Casa. En torno a una gran ceiba en cuyas ramas cuelga una plataforma panorámica, este hospedaje de lujo alberga el primer centro de voluntariado de alta calidad, “para recibir a artistas y gente visionaria que apoyen programas sostenibles comunitarios”. Su director, Alan Cordeno, sabe que Nicaragua enamora. “No sabemos muy bien por qué, pero ojalá no lo descubramos nunca”. Suponemos que, como en la vida en pareja, son las pequeñas cosas, esos defectos que te suelen irritar, lo que luego echas de menos cuando ya no están.
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