Comporta
Nada nuevo bajo el sol. O quizá sí. Cuando ya creíamos que se había escrito todo sobre Comporta, la editorial Assouline publica ‘Comporta Bliss’, libro que rubrica el éxito de la vida bohemia alentejana.
¿Que se ha escrito demasiado sobre la vida bohemia en el Alentejo? Pues la última palabra la tenemos en este reportaje lleno de casas ideales, hedonismo, playas y (aún) paz.
Se ha escrito tanto sobre Comporta en los últimos años –quien firma estas líneas uno de ellos, la verdad sea dicha– que habrá quien piense que no queda mucho más por contar del lugar que ha hecho temblar el reinado de los mismísimos Hamptons como epítome del verano perfecto. Puede ser.
Comporta en zancadas no abarca demasiado, pero en adjetivos lo es todo: esa bucólica aldea alentejana de casas blancas y azules, esos arrozales explotados durante años por la familia Espírito Santo discurriendo en paralelo a playas de película, ese lugar en el que algunos aspiran a ver y ser vistos... si acaso logran cruzarse con alguien. Porque este paraíso que cada año visitan más curiosos al olor de nombres de postín –Philippe Starck, Christian Louboutin, los Casiraghi, Kristin Scott Thomas e incluso los Bruni-Sarkozy– ha logrado mantener su privacidad entre pinheiros mansos y pinheiros bravos, masa arbórea que inunda la zona y que, erguida sobre los matorrales de bosque bajo, sirve como perfecto escondite de bohemias cabañas y elegantes refugios completamente integrados en el entorno. Dicho de otra forma: esto no es Ibiza, tampoco Tarifa, por eso el instagramer adicto al show off pocas opciones tiene aquí para el alarde. La escasa oferta hotelera, sumada a los contados chiringuitos y la inexis- tencia de un puerto deportivo, por ejemplo –bienvenidos al salvaje Atlántico, amigos, aquí no hay calmachicha para capitanes Nemo de fin de semana– son los mejores aliados de la bendita paz de Comporta, sólo interrumpida por esos atardeceres de agosto en los que el pueblo se convierte en un enjambre de buscadores de jet set. De una jet set adormilada en sus cabañas porque sabe de sobra que aquí al caer el sol los mosquitos forman otro enjambre igual de molesto y que mejor remolonear un rato hasta que la noche calme un poco a la rugiente marabunta. Sí, esa es la única pega de Comporta: sus humedales alimentan demasiado bicho dispuesto a dejarte un redondo souvenir –o dos– en tu pierna recién horneada por el sol. Y la verdad: quienes adoramos este lugar bendecimos a estos molestos picones que ahuyentan a la horda moscona de turistas. Sin perder de vista, por supuesto, el After Bite.
Dicho esto, y a pesar de que escribir sobre paraísos siempre da cierto pánico porque suele resultar la mejor manera de hacer que dejen de serlo, redundamos en este por motivos estrictamente literarios: Comporta Bliss. Así se titula el libro –bliss es felicidad, dicha, beatitud... amén– con el que la prestigiosa editorial Assouline rubrica el discreto encanto de, ahora sí, un rival a la altura de los Hamptons incluso a la hora de adornar la mesa con sofisticados coffee table books. Carlos Souza y Charlene Shorto firman a cuatro manos estas casi 300 páginas avaladas no
por su amor fou a Portugal, también por una trayectoria siempre asida al buen gusto. Souza, embajador internacional de Valentino, comenzó como fotógrafo en Interview de la mano de Andy Warhol, colabora habitualmente en AD, tiene una firma de joyería, Most Wanted Design, y en 2014 publicó, también con Assouline, el libro de viajes #Carlos’s Places. Por su parte, Shorto, ex pareja de Souza –juntos son padres de dos hijos– y hoy su mejor amiga, nació en Brasil pero se educó entre Gran Bretaña y Suiza. Tras vivir en Roma, donde llegó a ser la directora de Oliver by Valentino, también de la mano del diseñador, decidió trasladarse a Lisboa. Su pasión por la fotografía y, cómo no, por Comporta, se reflejan en las páginas del libro a través de estampas que provocan unas irrefrenables ganas de salir hacia allá como alma que lleva el bohemio.
A pocos kilómetros de Tróia, la península frente a las costas de Setúbal que el boom turístico quiso convertir en jungla de asfalto –y que el buen tino portugués ha logrado apaciguar en los últimos años–, la pequeña Comporta y las siguientes aldeas que salpican sus playas –Carvalhal, Brejos de Carregueira, Pinheiro da Cruz y así hasta Melides, la más alternativa y surfera– pasaron durante años desapercibidas para el veraneante ávido de chiringuito. “Ahí no hay nada”, pensaban. Pero vaya si lo había. Como cuenta Souza, “durante mi primer viaje a Portugal, a finales de los años 70, mi querido amigo Pedro Espírito Santo me llevó a Comporta. La familia poseía una gran extensión de tierra con arrozales y un puñado de casas. Una zona remota y de estructura humilde, pero rica en sensaciones (...). Mi sentido del olfato fue determinante en aquella visita, pues mi primera impresión la marcó el intenso perfume de los pinos que adornan el paisaje (...). Debo decir que, al contrario que otros lugares de verano que he visitado, que con el tiempo han perdido todo su brillo y atractivo para mí, mis ganas de volver una y otra vez a Comporta siguen perdurando. Su carácter genuino, su alma, su folclore, su sencilla gastronomía, el cariño de sus gentes... ¿quién puede pedir más?”.
Seamos realistas: algunos sí piden más. Más hoteles, más alojamientos, más respuesta especulativa al inmenso eco de su fama. Pero (casi) nadie allí quiere eso salvo algún tiburón que sí pretendió sacar rédito a sus más de 40 kilómetros de playa indómita y salvaguardada por una gran duna que separa lo salvaje de lo apenas urbanizado. Finalmente, la crisis golpeó como un tsunami, también a la familia Espirito Santo, y los avances retrocedieron hasta devolver a Comporta y alrededores su paz; esa paz sólo perturbada, y no mucho, cuando en agosto es hora punta. Es cierto que el futuro de la Herdade da Comporta, que controla el desarrollo turístico y empresarial de la zona, sigue siendo una insólo
cógnita después de que el Ministerio Público frenase el intento de compra del empresario Pedro de Almeida, pero esos son asuntos que mejor dejamos a las páginas color salmón de los periódicos. Por lo demás, nada parece suceder aquí cuando te levantas por la mañana y decides a qué tramo de arena ir: Melides tiene ese espíritu aún underground que ya está haciendo moverse a más de unos cuantos rumbo al sur; Pego es sin duda la playa de los franceses, la que al atardecer sube la música de Sal, el chiringuito con más gente guapa por milímetro cuadrado, y ofrece un desfile de jerséis marineros y gafas de montura fina que ríete de Biarritz; Carvalhal es el lugar donde arrancar el día buscando gangas en los puestos de antigüedades de la carretera –las adictivas velharias–o alucinando en Stork Club, la tienda de Jacques Grange y Pierre Passebon, y continuar con unas amêijoas à bulhão pato –almejas a la sartén con ajo y cilantro– en Pôr do Sol. ¿Y Comporta? Comporta ya no es la playa –demasiada gente, demasiada sombrilla, demasiado reportaje sobre Comporta– sino el pueblo, punto de encuentro para perderse entre sus preciosas boutiques, como Lavanda –con Christophe Sauvat, Odd Molly y Maison Scotch y otras firmas fetén–, Loja de Cá, Côté-Sud o Rice, el espacio de la interiorista Marta Mantero en el que enamorarse del je ne sais quoi decorativo que impera aquí. De esto también podría hablar mucho Vera Iachia, la arquitecta que firma las impresionantes Cabanas Portuguesas, disponibles para alquilar por temporadas... pero sólo si vas con recomendación, así que olvida encontrarlas en internet. Pedro Ferreira Pinto con su Casa do Pego y Manuel Aires Mateus, creador de unas racionales villas, tan sobrias y sostenibles como impecables –y que puedes alquilar en The Suites Residences– son otros de los arquitectos que han dejado aquí su impronta. De Philippe Starck no es que no queramos hablar, es que su casa, un delirio para quienes sueñan con dejarlo todo y seguir al dictado los mandamientos del Walden de Thoreau, no está disponible para el resto de mortales. Eso sí, alegrará saber que Starck planea desarrollar su faceta agrícola con la creación de vino y aceite propios. No es mal plan en un lugar donde ni hay discotecas ni se las espera. Tampoco hoteles de baile.
Nota: al cierre de esta edición sólo había un 16% de alojamientos disponibles en Comporta y alrededores para este agosto inminente, incluidas residencias privadas y su mínima oferta hotelera, en la que destaca el, para qué adjetivarlo más, Sublime Comporta. Así que si alguien te cuenta que quiere ir... recuérdale el asunto de los mosquitos sin escatimar en hipérboles. Y reserva pero ya.