Condé Nast Traveler (Spain)

Caseríos, pazos... este verano hay que quedarse en casa. De otros, eso sí.

Reivindiqu­emos las viviendas típicas de la piel de toro. Por auténticas y por ser la sublimació­n de lo moderno. Del cortijo al caserío y del pazo a la casa indiana. Porque no todo van a ser lofts o penthouses.

- Arantxa Neyra José Alberto Puertas TEXTO FOTOS

El camino va paralelo a una antigua vía del tren. A veces hay que poner el coche en primera (y las prisas en punto muerto) y ceder el paso a lanudos ejércitos de ovejas que desfilan sin apuro y que, incluso, de vez en cuando, se permiten la licencia de volver la cabeza con algo parecido a un guiño cómplice. Los siete kilómetros que hay desde Puente del Obispo hasta el Cortijo Montano dan mucho de sí. Como pequeños enanitos con crestas verdes enterradas en la arena, poco más adelante, aparecen las plantacion­es de cebollas. Después, provocando unas irresistib­les ganas de soplar y cubrirlo todo de copos, vienen las de algodón; y más allá, las de ajos, pero no cualesquie­ra, sino la de unos que se convertirá­n en esa delicatess­en de origen asiático que vuelve locos a los morros finos y que se produce en poquísimos lugares de España: el ajo negro.

Dicho así nadie diría que estamos en tierra de monocultiv­o, es más, en la provincia que produce más de la mitad de aceite de oliva de España (y casi una cuarta parte del mundo): Jaén. Pero, sí, los olivos también se ven; tapizan todo el horizonte en forma de colinas onduladas, como si fueran sosegados mares esmeraldas: el sueño de esos bañistas más reservados que no se zambullen de golpe sino que primero se mojan el dedo gordo en la orilla y entran con mucho aspaviento.

Tampoco es el Mediterrán­eo, sino el interior de Andalucía. Estamos en la comarca de La Loma, cuya capital es Úbeda, la ciudad con los cerros más famosos y sibilinos del mundo. Las señales indican que hay que seguir recto. Ahora por un pista

de tierra que conduce, tras un par de kilómetros, hasta la verja desde donde sale una vereda de naranjos y azaleas que termina en la casa de piedra principal, el cortijo.

Por definición, un cortijo, la vivienda rústica andaluza por excelencia, debe incluir tierras de labranza. Aquí las hay. Y no sólo para la foto. De hecho, hasta que sus actuales propietari­os lo rehabilita­ron, la parte de abajo de la casa funcionó como establo y el piso superior como granero, y aún hoy se conserva la antigua era de piedras, rodeada de palmeras.

Postales desde la campiña

Son un total de doce hectáreas: sobre todo con olivos, con cuyas aceitunas se elabora un aceite propio en la cooperativ­a local. También hay almendros, que en primavera convierten todo en un espectácul­o de flores y frutales; naranjos, perales, manzanos, nísperos, algarrobos… y hasta espárragos que crecen silvestres en las orillas del Guadalquiv­ir, que forma un meandro dentro de la finca. Todo al alcance la mano. Para exprimirlo a la hora del desayuno, para echarlo a la sartén y también para llevarlo a casa y alargar las vacaciones algunos días más.

La puerta de madera se abre a un interior de piedra vista y techos de vigas de madera, en un espacio diáfano y espacioso. La cocina está cubierta de cerámica azul y blanca típica de Baeza, a tan sólo 17 kilómetros de aquí, con una gran barra para desayunar que da al comedor, donde descansa una balanza romana llena de membrillos y granadas. La atención se va rápido hacia un gran especiero mexicano (armario peligroso) y a la vitrina modernista donde se codean platos de La Cartuja de Sevilla, teteras chinescas o tazas de té inglesas. No hay duda de que estamos en Andalucía, pero algo nos lleva, más que a un pueblo de Jaén, a una de esas villas del sur de Francia o de la Toscana, donde cada rincón es susceptibl­e de convertirs­e en una postal o, en versión contemporá­nea, en una foto de IG que cosechará muchos likes. Esa manera de colocar los libros atados con cordeles encima de la mesilla de noche, esos lavabos modernista­s con toallas bordadas, los jabones artesanos hechos con aceite de oliva o esa enorme mesa de madera en el porche iluminada por la luz dorada del atardecer...

En la casa, camas de forja como las de La bruja novata (de hecho ese es el nombre de uno de los cuartos), cabeceros sevillanos, lámparas art déco, armarios marmoleado­s, cojines bordados alemanes o marroquíes y ventanas de madera maciza, para abrir de par en par y comenzar el día con una bocanada de silencio.

Con el frío la vida se hace en los dos salones (uno en cada planta), frente a la chimenea, charlando con un buen vino y un vinilo de Sinatra sonando de fondo, leyendo o jugando cada uno a lo suyo, los niños con máscaras de Star Wars y puzzles, los mayores con una timba de póquer hasta las tantas... En primavera (con los almendros en flor), la reunión se traslada al jardín, en forma de barbacoa en la piscina. Son tardes de chapuzones y de siestas en las hamacas, entre los árboles frutales. Dejando que el tiempo pase, con la única ocupación de ver el sol ocultarse detrás de ese mar de olas sosegadas, aptas para bañistas reservados, que aquí no tienen porqué temer al océano.

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1. Jofaina en unas habitacion­es del Cortijo Montano. 2. Atardecer en el porche. Los cojines están hechos con telas escandinav­as de los años 60. 3. Vista general de Cortijo Montano. 4. Pastor con ovejas. 5. Planta baja de Cortijo Montano, con la cocina,...
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 ??  ?? 6. Mares de olivo jienenses. 6
6. Mares de olivo jienenses. 6

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