De la mano de Jean Paul Gaultier, charlamos en París con el artista y propietario de hoteles.
André Saraiva presume de dos hoteles, grafitis, discotecas... y hasta un perfume con Gaultier.
El caso es que André Saraiva es un hombre muy tímido, pero un rápido barrido por Google demuestra lo contrario con fotos explícitas de... su persona, su paso por infinitos photocalls, un aluvión de primeras filas en desfiles de moda y un codeo con la jet set de Hollywood y París que ríete tú de la agenda de contactos de Lindsay Lohan. Bueno, de ella también se ha cogido de la mano en varias ocasiones, y bendito él entre todos los hombres por haber tenido el honor de hacerlo. Bendito también por tener la capacidad de gestionar dos hoteles en París, el Hotel Amour y el Grand Amour Hotel, de montar discotecas por todo el mundo –Le Baron, en París, y Le Bain, en el hotel The Standard de Nueva York–, haber sido director creativo de una revista de moda durante tres años y ser capaz de meter en una maleta (de cabina, le va eso de viajar ligero de equipaje) toda su vida para barajarla entre Los Ángeles, París, Nueva York y próximamente, Lisboa. Con su historia retumban las campanas de envidia y ese sonido del típico sueño bohemio subvencionado por el aire. Pero no, el suyo no, porque él vive del arte y vive muy bien. Listo y creativo fue cuando salió de sus grafitis un tal Mr. M, su personaje más famoso, reconocible por una esquemática cara unida directamente a piernas y brazos, y un ojo siempre gui-
ñándole al mundo con ánimo de convertirlo en su cómplice. Lo necesita, de hecho, porque cuando pinta paredes por las calles no actúa de manera legal (aunque lo lleva haciendo desde su rebelde adolescencia), pero sí conforme a sus propios códigos éticos. “El grafiti es una gran parte de quién soy, es mi estilo de vida y mi manera de pensar. Me ha dado la oportunidad de llevar a cabo todo lo que quiero sin la aprobación de nadie. Y lo aplico en todo. Si quiero hacer un hotel, lo hago. ¿Un bar o un restaurante? Voy a por ello y hago todo lo que está en mis manos para lograrlo. Lo mismo con todo lo que me propongo”, nos cuenta desde su suite del Grand Amour, que se alquila a huéspedes cuando él está fuera de la ciudad.
Esa sensación de libertad fue la que le llevó a recibir una llamada del mismísimo Jean Paul Gaultier para diseñar los frascos de una edición limitada de las fragancias Eaux Fraîches. Betty Boop, La Mujer Maravilla y Popeye las decoraron en el pasado, pero Saraiva aterriza para llegar a un nuevo público más indie y por qué no decirlo, incluso más cultureta y menos mainstream. “Mantuve las cosas simples, pero siempre jugando con Mr. M –vestido de marinero– y Mrs. M. –con un décoletté en forma de corazón–”, explica Saraiva los trazos de las nuevas botellas de los perfumes creadas por la perfumista Daphné Bugey: limpia y fresca para él, oriental y acuática para ella. “Crecí admirando a Jean Paul Gaultier, mi concepto de la moda en los 80 se creó con su estilo y es una de las leyendas vivas de la moda más cool que existen”, nos dice. Gaultier rompe moldes en el mundo de la moda y él, en el arte. Jean Paul viste las pasarelas y André, las calles. Las próximas en su lista son las de Lisboa, ciudad en la que acaba de comprar una antigua fábrica de maletas para construir su nueva sede de operaciones (cuando no se hospeda en el Grand Amour, su casa y estudio se encuentran en Nueva York, mientras que su hogar en Los Ángeles es el Chateau Marmont). “Lisboa es una ciudad que no ha perdido su encanto ante grandes franquicias. Quiero que sea mi hogar y mi estudio, que se convierta en la residencia de otros artistas que vengan a verme y que a la vez sea un hotel”, cuenta emocionado. Ahí está, una razón más para ir Portugal. Si es que la necesitábais (jeanpaulgaultier.com).