Barcelona en la mirada
Jóvenes promesas de la fotografía como Cecilia Díaz Betz, Beatriz Janer, Adrià Cañameras, Lluís Tudela, Coke Bartrina y Alba Yruela, recorren Barcelona, cámara en mano, para reencontrarse con la ciudad que los acoge e inspira.
La Ciudad Condal luce así vista desde el privilegiado objetivo de los fotógrafos Cecilia Díaz Betz, Beatriz Janer, Adrià Cañameras, Lluís Tudela, Coke Bartrina y Alba Yruela.
Barcelona se vive de manera diferente cada vez que se visita, desnudando poco a poco, y muy tímidamente, cada uno de sus rincones, su gente y las tradiciones que la hacen tan especial. Tan rompedora. Tan carne de de modernidad que atrae, con razón, a millones de turistas al año. Más diferente se vive aún cuando se convierte en el hogar de seis fotógrafos, dispuestos a retratar su propia visión de algunos de los sentimientos por los que la ciudad es más reconocida... y querida. Nocturnidad y alevosía, modernismo ilustrado, mar y montaña, góticos rincones, arquitectura indie y gastronomía de toma pan y moja. Nada se escapa de su forma de amar a la ciudad donde residen: Barcelona.
BARCELONA LA NUIT Cecilia Díaz Betz
Animal nocturno en todas las facetas de su vida, tanto lúdicas como laborales, esta fotógrafa pensó que su situación cambiaría con el tiempo, sin embargo “a mi biorritmo le apasiona la nocturnidad y no hay quién me meta en la cama. Por la noche se respira otra energía, pasan cosas distintas y en Barcelona, no sé por qué, todo se tiñe de rojo”, relata Díaz. Desde siempre, su vida en esta ciudad ha estado muy ligada a la noche. “Empecé como fotógrafa de conciertos y festivales, fui coctelera en un videoclub –preparaba unos Bergman y Kurosawa excelentes– y durante ocho años giré por salas y eventos varios como cantante del grupo de rock Santa Rita”. La suya es una experiencia nocturna de la que fiarse, y es así como su definición de la noche barcelonesa comienza “parando el tiempo con un Dry Martini en Il Giardinetto a modo de aperitivo, para luego subir hasta el Tibidabo a la altura del Observatori Fabra para embriagarse viendo las espectaculares vistas nocturnas de Barcelona. De ahí nos embarcaríamos en el Caribbean Club, una minúscula coctelería que asemeja el interior de un barco. Juanjo, su alma máter y el Marlon Brando del Raval, me prepararía mi Negroni favorito o su especialidad, la Canchánchara. Ten por seguro que de allí sales con una agradable marejada que disipas con un paseo por el barrio para ir a saludar a Charly Raw, el dueño y señor del Psycho Rock & Roll Club. Uno de los pocos pubs genuinos que quedan en la ciudad, rebosante de canallismo ilustrado y buena música. A su cierre, directos a la Sala Apolo a bailar sin freno. La última me la tomaría en el Eclipse, una disco encima –literalmente-–del Mediterráneo”, relata emocionada.
Después de 15 años viviendo en Barcelona, su perspectiva de la grandeza de la noche ha ido cambiando. Que no desapareciendo. “Inevitablemente eres testigo de muchos cambios y la relación con la ciudad se vuelve un amor-odio constante. Lloras el cierre de salas como La Paloma, te sorprendes descubriendo bares escondidos de otras épocas, te germina un escepticismo desmesurado cuando surgen propuestas nuevas y te vuelves a enamorar al comprobar que buscan mantener vivo el espíritu barcelonés, y así todo el rato. Sin embargo, creo que fotografiar la noche en esta ocasión me ha vuelto a reconciliar con su ambiente nocturno y me ha hecho conectar una vez más con mi lado social. Me sigue fascinando sobremanera todo lo que se gesta por estas latitudes cuando cae el sol: ese halo de misterio, las luces, el calor y el desenfreno”.
Visto lo visto, la pregunta es inevitable: ¿qué se bebe, se viste y se escucha en una noche por la ciudad? “Se beben bue-
“POR LA NOCHE SE RESPIRA OTRA ENERGÍA, PASAN COSAS DISTINTAS Y, NO SÉ POR QUÉ, TODO SE TIÑE DE ROJO” Cecilia Díaz Betz
nísimos cócteles. Se viste de entretiempo porque frío, frío, lo que se dice frío, aquí sólo lo sufres un mes y con suerte. Quizás sea la razón por la que tomar unas cervezas ultra frías deambulando por las calles sea un clásico inamovible. Barcelona es melómana. Se escucha y se baila electrónica de calidad (¡alabado sea Nitsa/Astin Club!). Te puedes empapar de mucho rock & roll y psicodelia en vivo y en directo. La rumba y flamenco siguen más que vigentes. Las nuevas generaciones pinchan trap, rap y todos los sonidos urbanos que son tendencia con sus smartphones en todas partes, y no me puede gustar más ese relevo generacional”.
MODERNISMO ESPONTÁNEO Lluís Tudela
Autor del libro Mal de Tierra (Clandestine Books), su fotografía alcanza a ser un discurso sincero que busca estar en paz consigo mismo y con su entorno, y que investiga en expresiones formales y conceptuales. “Para mí la fotografía puede ser un lenguaje y no sólo una técnica que me carga de entusiasmo”, comenta ante la pregunta de cómo definiría su estilo. El libro es un compendio de experiencias que nacen en el primer fin de semana de primavera en l’Empordà, inmerso entre tormentas y extremos cambios de intensidad en el cielo. En ese justo momento, su conflicto interno arranca, desencadenando una especie de éxtasis que no descubrió hasta que se enfrentó a las fotografías realizadas durante esos días.
Con su capacidad de enfrentarse a los paisajes sin miedo y con libertad, su Barcelona se desarrolla esta vez a través de su particular visión del modernismo de la ciudad. Un largo paseo que derivó en una espontaneidad para retratar la esencia, su esencia, de emblemas como el Palau Güell, el Recinte Modernista de Sant Pau y el Passeig de Gràcia.
“Me gusta observar el paisaje al que me enfrento antes de fotografiarlo. Dedico mucho tiempo a contemplar los matices de la luz, los colores o las formas y, cuando veo el momento oportuno, disparo. La combinación de los edificios que escogí responde a una razón temporal. El Palau Güell es de los primeros edificios modernistas que se construyeron en Barcelona (1886-1890, Antoni Gaudí) y el Recinte Modernista de Sant Pau se alzó a medida que avanzaba el movimiento (1905-1930, Domènech i Montaner). Me atrajo la idea de fotografiar dos edificios de arquitectos distintos que representan diversidad dentro del Modernismo”, confiesa.
SIEMPRE NOS QUEDARÁ EL MAR Coke Bartrina
Vayas a donde vayas en Barcelona, siempre podrás tener en tu rango de visión el mar y las montañas, parte fundamental de la vida diaria de los barceloneses. Quítalos de su rutina y les harás caer en un eterno limbo. “Cada vez que me voy de Barcelona por un período largo de tiempo a algún lugar que no tiene mar cerca he sentido una especie de melancolía y añoranza. Los que vivimos aquí, aunque no vayamos cada día o no nos bañemos mucho en las playas, necesitamos sentirlo y saber que está ahí”, confiesa Coke Bartrina, un maestro a la hora de retratar con ojo arrebatador paisajes, ciudades y rincones capaces de quitar la respiración. A él se la suelen quitar el mar y la naturaleza, dos de los factores que lo hacen sentirse afortunado de vivir en esta ciudad y que nunca
“LOS QUE VIVIMOS AQUÍ NECESITAMOS SENTIR EL MAR Y SABER QUE ESTÁ AHÍ” Coke Bartrina
logran escaparse de su lente. “Ambas fotos que veis en las páginas anteriores, por ejemplo, son de los alrededores del Tibidabo, fruto de los momentos cotidianos de la ciudad en la que vivo”. Una definición gráfica de su mar y montaña, sus lugares favoritos para dejarlo todo y llevar a cabo sus rituales de ocio. “Paseos en bicicleta, tanto por las montañas de Collserola como por el paseo marítimo remontando luego el río Besòs. Me encanta ir en moto por la carretera que va desde Barcelona a Cerdanyola, donde hay unas vistas increíbles de la ciudad. El parque de La Creueta. La colina del parque Güell... los restaurantes Gallito y Blue Spot o la galería de fotos y cafetería Mecànic”, enumera de uno en uno los lugares que le hacen latir el corazón a diario. ¿Su día perfecto? “Montar en la moto y salir en busca de algún sitio donde bañarme, a ser posible que no conozca y con poca gente. Preferiblemente una cala de rocas. Bañarme, bucear con mi chica y comernos un buen arroz en algún chiringuito para luego hacer la siesta bajo la sombrilla. A la vuelta, hacer el trayecto por una carretera que vaya, cómo no, junto al mar”.
UNA NUEVA Y GÓTICA PERSPECTIVA Alba Yruela
Nacida en La Bisbal d’Empordà hace 28 años, hace diez que se trasladó a Barcelona. “La vida de pueblo es muy bonita, pero cuando toca crecer en el plano individual lo mejor es moverse a una ciudad y entender otras realidades”, afirma rotunda. Sus fotos siempre denotan pasión por la naturaleza, aunque en este caso ha sido el barrio Gótico el que se cruza por su camino. “Busco la belleza de los detalles urbanos, siempre que prestas atención a tu alrededor puedes descubrir curiosidades en las calles. De hecho, el barrio Gótico no es un barrio por el que suela pasear. La mayoría son calles pequeñas y poco luminosas. Así que decidí caminar por él con una mirada nueva, aprovechando la salida del sol, cuando todavía no había nadie y sólo eres capaz de toparte con el silencio. Me encantó sentir cómo la ciudad se despertaba a la vez que daba vueltas por el barrio. Después de unas horas, caí en la cuenta de que nunca había entrado en la Catedral de Barcelona, lugar desde donde fotografié la cúpula y admiré la estatua de Josep Llimona”, nos admite. Nada mejor que perderse para encontrar sus límites, permitiéndose ser una turista en su propia ciudad, fotografiándola de manera íntima. “Quiero transmitir la calma que viví ese día. Aunque sean de los sitios más visitados de la ciudad, pude ver su plena belleza”.
TOMANDO DISTANCIA Adrià Cañameras
Para ponernos en manos de la Barcelona más alternativa confiamos en Adrià Cañameras y su visión única y bohemia. No es que él sea experto en la materia, es que su manera de alejarse de los tópicos y de ver las cosas de manera diferente hace que se le asocie a un tipo de fotografía honesta y un poco desordenada, capaz de alejarse de la perfección al inclinarse un poco más hacia el lado del bello caos. De hecho, no es casual que suela huir de etiquetas que le liguen a la tendencia. “Me acabo de mudar a un barrio un poco lejos del centro, justo detrás de la montaña del Tibidabo, que se llama Las Planas. Es un rincón salvaje donde no ha entrado aún toda la tontería moderna de la ciudad”. Nació en Barcelona, pero se mudó a Madrid durante tres años, momento en que su carrera dio un vuelco y que lo puso en el mapa de los fotógrafos indies más demandados. Acostumbrado
“ME ACABO DE MUDAR A LAS PLANAS, UN RINCÓN SALVAJE DONDE NO HA ENTRADO AÚN LA TONTERÍA MODERNA” Adrià Cañameras
a ella, su ciudad le sorprende poco, pero ha sabido encontrarla pura en sus afueras y todavía siendo capaz de redescubrirla cuando se plantea darle una oportunidad a rincones y edificios emblemáticos que no ha olvidado que están allí o que, de repente, el destino ha puesto frente a él a través de la novedad como el Hotel W o el Museo Can Framis. Aunque lo suyo son las rarezas, las joyas de una ciudad que no para de enmarcarlas bajo su marco de contemporaneidad y de explotación del arte. Así es como conoció al arquitecto, diseñador e interiorista Guillermo Santoma, una de esas estrellas que destellan intensamente como Adrià y que crean constantemente sin molestarse en hacer lo que los demás quieren, buscan o demandan. “Conocí a Guillermo porque me llamó para que fotografiase unas piezas que construyó para una expo en Copenhague, desde entonces hacemos muchas colaboraciones juntos”, nos comenta Adrià. Se refiere a la publicación de un libro con tres portadas diferentes: Branpussy, Arte Insano y Mano de Santo (Editorial Terranova) con fotografías realizadas durante una performance en la que Santoma jugó frente a un público, mano a mano y durante menos de una hora en su estudio de Cornellà, con fuego, espuma, metacrilato y vidrio para crear una silla, una mesa y una lámpara. Sencillo y complejo a la vez, un anillo al dedo de la altura de Adrià Cañameras.
A LA MESA CON CRUDEZA Beatriz Janer
Ella es, en la actualidad, una de las mejores fotógrafas gastronómicas de las mesas barcelonesas. Capaz de captar, con luz propia, aquella que irradian chefs, cocineros, camareros y proyectos que ven la luz, día sí y día también. “Personalmente me encanta la comida, comer, todo lo que va relacionado con los alrededores de una mesa y sobre todo, con los rituales de sentarse a comer, a desayunar, a tomarte un vino o un café mirando por la ventana. Soy una friki a la hora de descubrir sitios, de probar nuevos lugares, de ir a los de siempre”, empieza a relatar emocionada. A nivel profesional, lleva alrededor de cinco años relacionando su trabajo con la gastronomía. Lo suyo es el costumbrismo, contar las cosas tal y como son. “La realidad exenta de parafernalias y vista en crudo”, recalca. “Barcelona me aporta frescura y naturalidad, me inspira su tempo y me encanta su luz”, sigue. En Barcelona, a nivel culinario, si lo quieres lo tienes. Cocinas del mundo, fusión, emprendedores curiosos, inversores dispuestos a apostarlo todo en sus ideas, algunos de los chefs más potentes de España u hoteles con restaurantes de alta cocina. Hay personajes como Albert Raurich, ex jefe de cocina de El Bulli y engalanador del Raval con restaurantes como Dos Palillos o Dos Pebrots. En el primero, su barra atrapa y engancha con una cocina asiática a base de tapas y producto de absoluta veneración. El segundo, una taberna, un viaje a la historia de la cocina catalana a través de la modernidad, con platos como esas deliciosas y controvertidas tetas de cerdo que convencen a todos los que se atreven con ellas. Luego está Rafa Peña, que juega a la dualidad con Gresca. Por un lado, es un restaurante gastronómico y, por el otro, un bar de platos para compartir en los que los vinos naturales hacen de las suyas, redondeando una carta que se elabora detrás de una cocina abierta por un equipo joven que se mueve entre fogones preparando clásicos renovados sin la intención de subirse al carro de la vanguardia. Tan sólo con la intención de dar de comer bien. Ensaladilla, berenjena laqueada, hojaldre con papada de cerdo y foie, anchoas, boquerones o un suculento bocado llamado bikini de lomo ibérico con queso comté, todos son ya platos que los definen y que cada vez más llaman la atención del turismo internacional.
“Barcelona es fuegos artificiales en lo relacionado a la gastronomía, siempre pasan cosas, siempre hay algo nuevo que contar, que ver, algo que te han dicho que es la hostia”, cuenta Janer. “Aquí hay mucha naturalidad. Hay mucho oficio y nuevas corrientes, sobre todo frescura que intento captar transmitiendo todas las historias detrás de los proyectos y platos. Busco darle un valor añadido a mis fotos, hablando y conociendo a los chefs o a los que capitanean los proyectos para saber cómo transmitirlo”, argumenta acerca de su forma de acercarse a su objetivo. Al hacerlo, uno de los casos que más le ha calado hondo ha sido el de Laura Veraguas. Jefa de cocina de Iradier, un restaurante en el que prima la cocina sana, centrada en los vegetales y las cocciones que aseguran el mantenimiento de los beneficios y propiedades de los alimentos que sorprende por su localización: un palacete que aloja un exclusivo gimnasio. “Me identifico con su discurso gastronómico, pero también con el humano. Tenemos en común que utilizamos el arte como terapia. Creo que nos sana y nos hace muy bien cuando nos dejan contar algo y es una de las personas más estetas que conozco. Tiene una sensibilidad especial para lo bello, un nivel extrasensorial brutal que canaliza haciéndose grande en la cocina”, se sincera. “Es una loca de la curiosidad que la ha llevado a liderar esta propuesta tan interesante que ha evolucionado de forma muy bonita. Ahora mismo lo daría todo por un bocado de su pidé con calabaza al horno, queso ahumado scamorza, crema de berenjena y albahaca fresca... la gloria y en mi opinión, parte de una de las propuestas culinarias más potentes de Barcelona actualmente”, dice convencida.
“BARCELONA ES FUEGOS ARTIFICIALES EN LO RELACIONADO A LA GASTRONOMÍA” Beatriz Janer