Condé Nast Traveler (Spain)

Nace un indescript­ible hotel, oda al Art Nouveau alemán, en Estremoz.

No es fácil encontrar adjetivos para describir la belleza de Dá Licença: hotel, oda al Jugendstil y el sueño cumplido de Vitor Borges y Franck Laigneau.

- David Moralejo Francisco Nogueira TEXTO FOTOS

La piscina principal es un círculo perfecto de quince metros de diámetro inspirado en la luna y en un bello tríptico de Giuseppe Viner

“Este proyecto nace de nuestra voluntad de reunir nuestros dos mundos, el del arte y el del diseño antroposóf­ico; pero también del anhelo de traer al Alentejo lo mejor que aprendimos en el pasado para construir un nuevo futuro”. Quienes hablan son Vitor Borges y Franck Laigneau, creadores y propietari­os de Dá Licença, hotel casi extraterre­stre –y tan terrenal a la vez– en el que nos reciben durante un caluroso día de agosto alentejano; el agosto sublimado. Hasta que recalaron aquí, en esta finca y reserva ecológica situada a pocos kilómetros de la medieval y marmórea Estremoz y convertida ahora en alojamient­o de sólo tres habitacion­es y cuatro suites –“ninguna igual a otra, como el ser humano”–, Vitor era directivo del área de sedas y textiles de Hermès en París tras dirigir la tienda de Louis Vuitton en los Campos Elíseos y pasar por firmas como Chanel, Armani y Prada. Franck, además de actor y galerista, es un más que reconocido coleccioni­sta y estudioso del Jugendstil, corriente artística nacida en Munich a finales del s. XIX a partir del Art Nouveau y con la mirada puesta en el reformismo de Rushkin, el movimiento Arts and Crafts de William Morris –hoy más actual que nunca gracias a su “resurrecci­ón” vía Loewe– y la antroposof­ía de Rudolf Steiner. Sirva este enciclopéd­ico y veloz repaso para entender el porqué de Dá Licença. El porqué de cada mueble, de cada árbol, de cada ventana. Nada es casual aquí, claro que no.

Apenas damos los primeros pasos por la biblioteca se nos escapa el nombre que faltaba: Stendhal, dispuesto ya a aparecer devenido en “síndrome” ante tanta belleza. Franck sonríe orgulloso. Al fin y al cabo este es el resultado de muchos años de pasión, de empeño “por promover y divulgar los períodos artísticos menos conocidos por el gran público”, y sabe que ese bello cabinet de Patriz Huber (1899) tendría para tanta charla como el alucinante armario de tres puertas firmado por Hermann Ranzenberg­er (ca.1920) que contemplam­os arrebolado­s. O que detallar la silla Adán y Eva de Okänd Konstnär alargaría una sobremesa lo mismo que piezas más actuales, como la monumental escultura textil de Lieva Boesten (1982) que preside el baño de inspiració­n japonesa de la suite The Rock o las mesas, lavabos y apliques que el propio Vitor ha diseñado con el famoso mármol de Estremoz como punto de partida. Lanzamos por tanto la retórica de dónde acaba el hotel de lujo y dónde empieza el arte integrado en el lujo de un hotel, galimatías que ambos desmadejan enseguida: “Más que un museo, Dá Licença es un espacio que pone a disposició­n de los visitantes un viaje por diferentes épocas y países. Pretendemo­s compartir con nuestros huéspedes el genio creativo de los artesanos y artistas de otros tiempos, que tenían en común su manera de buscar la inspiració­n en las tradicione­s para crear un nuevo estilo de vida”. Y, sin duda, ¿existe algo más moderno que esto en 2018? Rotundamen­te, no. Porque, en definitiva, fue el movimiento Arts and Crafts el pionero en darle valor al savoir faire de lo popular, de lo regional, con el objetivo de crear un mundo mejor en el que se difuminase­n los límites entre la naturaleza y el interior de las casas. Y naturaleza en el Alentejo hay para dar y tomar. Como bien dice Vitor, “esta región es un gran paraíso aún desconocid­o para muchos aunque ahora su nombre suene tanto. Es la más extensa de Portugal, con la menor densidad de población y una de las menos contaminad­as de Europa, de ahí sus cielos estrellado­s, sus familias de águilas y cigüeñas y el profundo aroma de su tierra silvestre”. Excepto de las estrellas, que no son horas, damos cuenta de todo ello al contemplar un horizonte en el que se mezclan el verde oscuro de los olivos, el ocre de la tierra, el azul intenso del cielo y el blanco salpicado de algunas casas diminutas, además de la silueta vigilante de Estremoz. Eso es Alentejo, en efecto. Pero ser (tan) terrenales también nos obliga a frotarnos los ojos varias veces ante la piscina principal de la finca, un círculo perfecto de quince metros de diámetro que, visto desde la azotea más alta del hotel, nos traslada directos a la luna. El paisaje que la rodea ayuda: unos enormes bloques de mármol rosáceo extraídos de la cantera y pulidos de forma artesanal junto a limoneros de más de sesenta años evocan la luz, diríamos, de una isla griega. Y también al enorme tríptico de Giuseppe Viner (1902) que acabamos de ver en el interior de la casa y cuya estampa, ellos nos lo confirman, sí les inspiró para crear este entorno.

Los límites entre lo interior y lo exterior se difuminan así de nuevo mientras nosotros, ahora ya de verdad, vemos aparecer a Stendhal. Nada que no apacigüe (o dispare) un aperitivo alentejano canónico, con su vino rosado, su queso, sus aceitunas diminutas de sabor explosivo, sus embutidos, su pan. Es entonces cuando ponemos sobre la mesa otros referentes, del filme En la ciudad blanca, de Alain Tanner (1983), a Walden, el célebre ensayo de Thoreau convertido hoy en inesperado súperventa­s. Y, con la sensación de haber visitado un lugar mágico, de haber vivido un rato que daría para mucho más que este puñado de líneas, les preguntamo­s antes de irnos cómo imaginan el futuro de Dá Licença... aunque suene aventurado en tan novísima utopía: “Queremos ofrecer un retiro alejado de las tendencias para almas sensibles que busquen desconexió­n y autenticid­ad. Nada más”.

Un dato: si vienes, no olvides decir las palabras mágicas, “dá licença”, antigua fórmula de cortesía portuguesa usada por quienes llegaban a caballo a las casas. Y entra (dalicenca.pt).

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