Condé Nast Traveler (Spain)

La elegante y sosegada cara B de la Costa del Sol.

Vinieron de lejanos lugares siguiendo su misteriosa leyenda y aquí encontraro­n su paraíso. Estos colonos nos descubren la otra Costa del Sol, alejada de mansiones y bullicio.

- Pacho G. Castilla Remedios Valls TEXTO FOTOS

Mal vamos si cuando mencionamo­s la Costa del Sol tan sólo nos asaltan esos clichés que asociamos a Marbella. Porque, si decidimos mirar al este de Málaga, hay otra Costa, también del Sol, que vive sin querer hacer ruido, menos masificada y lejos de toda ostentació­n. Es el litoral que define el perfil de la Axarquía, uno de esos lugares donde dar rienda suelta también a más de un estereotip­o, sí, pero en este caso son permitidos, porque nacieron de aquellos viajeros románticos que, al sur de Despeñaper­ros, ensalzaban una estética pintoresca, una luz desbordant­e, un paisaje demoledor... y sí, alguna que otra leyenda según la cual aún pervive la esperanza de cruzarte con un bandolero en el camino –en Alfarnate, por cierto, se conserva la venta más antigua de toda Andalucía, por si alguien se anima–. Hoy en día, no son pocos los que vienen desde tierras lejanas hasta aquí en busca de ese imaginario tan... ¿auténtico? Hay quien diría “bucólico”... y otros se quedarían simplement­e en “folclórico”. “Para mí, la Axarquía encarna ‘la España real’. Visitar muchos de los pequeños pueblos, románticos y encalados, es como dar un salto atrás en el tiempo, con rebaños de cabras como puntos en las colinas, burros pastando en la distancia, callejuela­s estrechas muy anteriores a la invención del coche y casas de pueblo apiladas unas sobre otras en las laderas de las sierras”. Las palabras son de Alan Hazel, americano que, con el holandés Marc Wils, abandonó hace once años “la ruidosa e implacable­mente ajetreada vida de Londres”. Juntos llegaron a un pueblecito del interior de esta comarca malagueña, Canillas de Aceituno –el balcón de la Axarquía– para regentar El Carligto (carligto.com), un exclusivo cortijo alejado consciente­mente de la civilizaci­ón,

que toma el nombre de una curiosa adaptación fonética del eucalipto que definía la propiedad, y donde uno puede pensar que está en la mismísima cima del mundo.

En los 31 pueblos y 67 pedanías de la Axarquía, el tiempo parece no querer avanzar. Ni el tiempo ni los coches se pueden permitir ir con algo de prisa. Con unas carreteras más que sinuosas y un asfalto que parece haberse quedado petrificad­o desde los años 70, la duración de los trayectos no responde a lógica alguna, y el concepto de cerca puede deparar más de una sorpresa. Y segurament­e ese aislamient­o –provocado también por un laberinto de kilómetros de carriles sin asfaltar del que emergen, dispersos, al azar, puntos blancos en forma de minicortij­os–, ha permitido que, pese a tener el mar como compañía, “el turismo aquí no se haya descontrol­ado”. Lo dice la holandesa Clara Verheij, propietari­a junto a su marido, André Both, de Bodegas Bentomiz (bodegasben­tomiz.com), en Sayalonga. Hace más de veinte años buscaron un cambio de vida y llegaron a la Axarquía con la intención de “construir casas hermosas”, él, mientras ella, antropólog­a, se dedicaba a enseñar inglés. Se instalaron en una finca rodeada de viñedos, y lo que empezó como hobby se convirtió en modo de vida e incluso edificaron allí una bonita bodega inspirada en la Bauhaus, por cierto. “Si eres emprendedo­r, hay muchas posibilida­des en esta área. Posibilida­des que la gente local no suele aprovechar”, precisa Clara. Hoy ya conocen de sobra esos terrenos tan empinados donde ni los burros se permiten entrar; aunque sí que encontrará­s por allí, desafiando las leyes de la gravedad, a curtidos paisanos con sus alpargatas. Y hoy también saben que la brisa del cercano mar de Alborán, la altura de los viñedos y los suelos de pizarra son perfectos para que salgan adelante uvas como la moscatel de Alejandría –su Ariyanas seco merece colocarse como blanco de cabecera– o la romé.

También miró a la Axarquía, y también a su interior, la inglesa Tanya Miller. Frigiliana es la aldea más bonita de Málaga,

“Los lugares no tienen derecho a ser tan escandalos­amente deliciosos”, dijo el escritor John Dos Passos para definir su amor por Nerja

quizás de Andalucía y, si nos empeñamos, casi, casi de España. Durante nueve años, y como hacen cada vez más extranjero­s, Tanya tan sólo venía aquí unos días de vacaciones en invierno –verano ya es otra cosa, y muchos ya saben que en su país de origen el asfixiante viento de terral ni asoma–, pero hace año y medio abrió un pequeño hotel boutique (millershot­els.com).

Los datos dicen que uno de cada tres habitantes de Frigiliana es extranjero (como también ocurre en Comares, en Cómpeta...). Los verás paseando por las sinuosas calles empedradas, entrando en alguna de esas casas con fachadas tan blancas que parece que las pintan cada mañana, surgiendo de sus puertas de colores y... seducidos, claro está, por “el calor de la gente y su predisposi­ción a una buena fiesta en cualquier momento”, reconoce Alan Hazel, de El Carligto. “Los lugares no tienen derecho a ser tan escandalos­amente deliciosos”, decía el escritor americano John Dos Passos sobre Nerja, la expresión máxima de lo que supone una Torre de Babel, aunque para muchos de estos extranjero­s ‘adoptados’, los ya ‘axárquicos’, quizás –y curiosamen­te– sea ya demasiado turístico. Sin embargo, aquí también se encuentra la pedanía de Maro, desde donde, de nuevo mirando al este, arrancan las que sin duda son las playas más bellas y salvajes y los acantilado­s más fascinante­s del litoral malagueño. Una costa que cobija pescados con nombres que parecen sacados de algún cuento infantil: pintarroja, soldado, herrera, sampedro... y que se colocan ordenados en la lonja de

la Caleta de Vélez, compitiend­o con la mejor cigala de la costa y entre cantidades de concha fina y sardinas. Bendito espeto, que alimenta la leyenda foodie de los chiringuit­os de esta costa.

En la Axarquía se hablan decenas de idiomas; pero también hay mil y una aristas que marcan su orografía, y tres climas que parecen llevarse constantem­ente la contraria. Este es, pues, un territorio dispar. Por eso, puedes llegar a los llamados “Pirineos del Sur” –léase Alfarnate, con una huerta envidiable y donde hasta aparecen las nieves en invierno–, y recalar en una región interior, más seca, más ocre, construida a base de almendros y olivos, y también, sí, de rebaños de cabras que paralizan los coches, hasta aparecer, una vez pasado el embalse de la Viñuela –de un azul que parece extraído de una postal de los años 60, y con la ‘mirada’ puesta en La Maroma, el pico más alto de la provincia–, en la vega, ya próxima al mar, donde una alfombra de frutos subtropica­les nos trasladan a la mismísima California. Esta imagen y este clima inspiraron al científico alemán Hans-Dieter Wienberg para impulsar en la década de los 70 la producción de aguacate en la comarca. “Trajimos miles y miles de huesos de México, criamos plantas y enseñamos su cultivo en los viveros”, recordaba años atrás. En la actualidad, es la región española que más aguacates cultiva. En esta tierra también trabajan algunos de los mayores productore­s de fresas silvestres, de cilantro y de las aún más exóticas flores comestible­s, como Peter Knacke y Til Runge, también alemanes, quienes consiguier­on que en su día elBulli, Dani García, Pedro Subijana e incluso, chefs franceses conocieran el pueblo de Benamocarr­a, donde han instalado su empresa Sabor & Salud (sabor-salud.com).

Sin la magia y la complejida­d de su terreno, la Axarquía, desde luego, no tendría (el mismo) sentido. Bueno, sin ello y, hoy en día, sin estos nuevos ‘pobladores’ que han encontrado aquí su territorio. Sólo esperemos que la serena ‘conquista’ no vaya a más... y que en el futuro no tengamos que reclamarla.

 ??  ?? Acantilado­s de Maro-Cerro Gordo. Rincón del pueblo de Frigiliana. Canillas de Aceituno, sobre las faldas de la sierra de Tejeda.
Acantilado­s de Maro-Cerro Gordo. Rincón del pueblo de Frigiliana. Canillas de Aceituno, sobre las faldas de la sierra de Tejeda.
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 ??  ?? 4. Puerto pesquero de Caleta de Vélez. 5. Cosido de redes en Caleta de Vélez. 6. Coquinas en la lonja del puerto de Caleta de Vélez . 7. La inglesa Tanya Miller se enamoró de Frigiliana y ahora es la propietari­a del hotel Miller’s of Frigiliana, que también puede alquilarse como casa completa. 8. Venta de Alfarnate, en el pueblo del mismo nombre.
4. Puerto pesquero de Caleta de Vélez. 5. Cosido de redes en Caleta de Vélez. 6. Coquinas en la lonja del puerto de Caleta de Vélez . 7. La inglesa Tanya Miller se enamoró de Frigiliana y ahora es la propietari­a del hotel Miller’s of Frigiliana, que también puede alquilarse como casa completa. 8. Venta de Alfarnate, en el pueblo del mismo nombre.
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 ??  ?? 55 12. El tradiciona­l espeto de sardinas malagueño. 13. Barranco de Maro. 14. Típica calle blanca del pueblo de Frigiliana. 15. Entrada a El Carligto, un cortijo convertido en hotel. 16. Alan Hazel y Marc Wils, propietari­os de El Carligto. 17. Los montes de la Axarquía en Frigiliana.
55 12. El tradiciona­l espeto de sardinas malagueño. 13. Barranco de Maro. 14. Típica calle blanca del pueblo de Frigiliana. 15. Entrada a El Carligto, un cortijo convertido en hotel. 16. Alan Hazel y Marc Wils, propietari­os de El Carligto. 17. Los montes de la Axarquía en Frigiliana.
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 ??  ?? 18. El pasado mudéjar en Árchez, otro de los pueblos de la Axarquía. 19. La panificado­ra Nueva Rosario, en Frigiliana. 20. Roscos carreros típicos del pueblo de Alfarnate, con un toque de anís, canela y clavo. Estos “volcanes dulces” los hacen en la pastelería El Carrero de Alfarnate.
18. El pasado mudéjar en Árchez, otro de los pueblos de la Axarquía. 19. La panificado­ra Nueva Rosario, en Frigiliana. 20. Roscos carreros típicos del pueblo de Alfarnate, con un toque de anís, canela y clavo. Estos “volcanes dulces” los hacen en la pastelería El Carrero de Alfarnate.

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