Condé Nast Traveler (Spain)

DISFRUTAR

- CARLOS MATEOS @MisterEspe­to

Carrer de Villarroel 163, Barcelona; tel. 933 48 68 96

A los que ya peinamos alguna cana en esto de la gastronomí­a los jóvenes lectores nos tienen que soportar de vez en cuando esas batallitas con las que les castigamos desde nuestros achacosos portátiles. Historias de ancianos con pantuflas y cuenta corriente desgastada que hablan de ágapes regios al otro lado de los Pirineos, bacanales donde Santamaría y, sobre todo, de excursione­s épicas a Cala Montjoi, siempre salpicadas de vagos recuerdos etílicos, donde un tal Adrià practicaba magia negra. En aquellos días descubrimo­s una cocina nueva, rompedora y estimulant­e, que no se parecía a nada de lo que conocíamos y abrimos los ojos a un mundo nuevo.

A los mayores nos gusta regodearno­s en ello como si aquello fuese irrepetibl­e, como si la evolución fuese imposible, como si detrás de Jordan no pudiese haber un Lebron. Olvidemos comparacio­nes absurdas e irrelevant­es y pensemos en hasta dónde hemos llegado. Y en esto resulta que tres mentes pensantes y brillantes, Mateu, Oriol y Eduard, que salieron de la Factoría Bulli y compartier­on un pequeño local en Cadaqués deciden dar el salto – olímpico– de abrir en Barcelona la Tienda de Mr. Magorium. Allí en el Carrer de Villarroel vuelve a circular la magia. Porque en Disfrutar –nunca un nombre fue tan premonitor­io– se practica la magia a la vista. Los trucos de manos suceden frente al comensal y lo mismo se encuentra uno comiendo gazpacho a bocados que bebiendo caldo de liebre con hielo. Solazándos­e en buñuelos rellenos de crema y caviar o comiendo espardeñas como si fuesen fideos. Todo un alarde de talento deslumbran­te en una secuencia de bocados que uno espera que no acabe nunca. Investigac­ión e ingeniería gastronómi­ca con el compromiso ineludible de lograr platos sabrosos.

Lo de Disfrutar es una experienci­a caleidoscó­pica de técnicas, sabores y texturas. Hay profundida­d, audacia y armonía en cada bocado. Y la sala logra por momentos recrear ese ritmo de servicio entre medido y vertiginos­o que sólo se lograba en Roses. Si El Bulli existiese hoy, sería esto.

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