Condé Nast Traveler (Spain)

LA CONQUISTA DEL OESTE, EN TREN

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Coge un libro y sube al California Zephir, nuestra particular diligencia del s. XXI. Los casi 4.000 km que separan Chicago de las marismas california­nas te darán una visión muy diferente de EE UU.

Chuck Berry y sus odas rockeras a las autopistas, Jack Kerouac y la mitificaci­ón de la generación beat de la Ruta 66, el cine con su propio género consagrado al asfalto, las road movies. Frente a la profunda cultura de carretera estadounid­ense, con el automóvil como tótem de la identidad adulta, los viajes en tren son una rareza. El ferrocarri­l se reserva para el transporte de mercancías, no de personas. Con todo, Hank Williams, el padre de la música country, le dedicó una canción a nuestro California Zephyr.

El California Zephyr es una de las rutas de ferrocarri­l más colosales del mundo. Desde 1949 une Chicago, la ciudad que inventó los rascacielo­s, con la bahía de San Francisco en un viaje de 2.438 millas (3.924 kilómetros). Aquí, en la confluenci­a de Michigan Avenue con East Adam Street, arranca también la Ruta 66, cuyo recorrido original por ‘la Carretera Madre’ (the Mother Road) hasta Los Ángeles cubría solo diez millas más, 2.448 (3.940 kilómetros). Para apreciar la extensión del viaje, la Península Ibérica no es útil como referencia, demasiado pequeña, hay poco más de mil kilómetros de norte a sur. Podría compararse con un Madrid-Moscú, pero sólo por la distancia, porque no hay trenes que hagan semejante recorrido.

Tras dejar Union Station en Chicago, el California Zephyr atraviesa los estados de Illinois, Iowa y Nebraska en la región del Medio Oeste norteameri­cano, Heartland, el Corazón del País. Es el vasto territorio de las Grandes Llanuras, con sus postes de teléfono de madera, sus granjas agrícolas y sus ranchos de cooperativ­as indias dedicadas a la cría del bisonte. Cuando Chicago se preparaba para levantar los primeros rascacielo­s, aquí los colonos recién llegados en la década de 1860 construían casas de barro. En el pasaje hay chicos que leen ediciones gastadas de bolsillo de obras de James Baldwin (Otro país, 1962) y Joan Didion (Arrastrars­e hacia Belén, 1967), familias del interior de Illinois, un profesor con gorra y bermudas que luce una camiseta que dice In Science We Trust o un elegante caballero inglés que viaja hasta Salt Lake City para recoger una camioneta pickup de 1952 (Ford Serie F1) que se acaba de comprar en internet. Los viajeros que hagan la ruta completa hasta California pasarán 51 horas en el tren. Es la diligencia del siglo XXI.

Tras 19 horas en el tren y 1.670 kilómetros llegamos a Denver. El convoy se detiene en Union Station en el Downtown de la ciudad, una estación luminosa, sin ajetreo, recién renovada, que ha creado un barrio moderno a su alrededor. Se respira aire fresco de montaña. La capital de Colorado recibe el apodo de Mile-High City porque su altitud es exactament­e una milla (1.609 metros). Fue fundada en 1858 como un pueblo minero durante la fiebre del oro y está ligada al tren tanto como al metal: rutas como la del California Zephyr pusieron a Denver en el mapa. También es una ciudad literaria por sus vínculos con la generación beat, no sólo por el protagonis­mo que tiene en la novela de Jack Kerouac, En el camino. Cuando no estaba en la cárcel, Neal Cassady pasó su adolescenc­ia

en Larimer Square, y guió por los bares de la ciudad a Allen Ginsberg y al propio Kerouac. Si de su Larimer Square sólo permanece reconocibl­e la arquitectu­ra victoriana, hay dos lugares sagrados que permanecen identifica­bles: My Brother’s Bar y el histórico edificio The Morey Mercantile Building, el cual fue diseñado por los mismos arquitecto­s que firmaron Union Station, que hoy alberga en los bajos la mejor librería independie­nte de Colorado, Tattered Cover.

Denver se ha destapado como una pequeña San Francisco en mitad de las grandes praderas de EE.UU., con las Montañas Rocosas en el horizonte en lugar del océano Pacífico. Para integrarse en su vida social hay que saber esquiar. También apuesta por el arte. En un palmo de terreno están el soberbio Denver Art Museum, el Kirkland Museum of Fine and Decorative Art y el Clyfford Still Museum, inaugurado en 2011 para albergar la colección de uno de los máximos exponentes del movimiento expresioni­sta abstracto. A 25 kilómetros del centro se encuentra el anfiteatro de Red Rocks, un fenómeno geológico con una acústica única en el mundo donde se celebran conciertos al aire libre a 2.000 metros de altitud desde 1941. Curiosamen­te, el único concierto de los Beatles que no agotó todas las entradas durante su gira estadounid­ense de 1964 fue el de Red Rocks. La entrada costaba 6,60 dólares.

Volvemos a Union Station. A tan sólo dos horas de Denver aparece el espectácul­o de las Montañas Rocosas. Llega el momento de dejar el tren por unos días y subirse a un coche para comenzar un road trip. Un viaje por carretera dentro del viaje. Aquí está el vertiginos­o Trail Ridge Road (US Route 34), la carretera asfaltada más alta de Estados Unidos. Desde Grand Lake, un pueblo de apenas 500 habitantes a las puertas del Parque Nacional de las Montañas Rocosas, la carretera empieza a ascender por bosques profundos hasta cruzar el Milner Pass, que marca la divisoria continenta­l de América a 3.279 metros de altitud, y alcanza los 3.713 metros en su punto más elevado. Atraviesa el corazón de las Montañas Rocosas entre algunos de los escenarios más asombrosos del país, paisajes de nieves perpetuas, circos glaciares y tundra alpina donde no habitan los árboles, y desciende por la vertiente oriental de la cordillera hasta el pueblo de Estes Park, en el condado de Larimer, la puerta de entrada oriental a las Rocosas. En total, son sólo 77 kilómetros. Si se madruga, el mejor tramo para el avistamien­to de alces está en las praderas montañosas de Kawuneeche Valley (‘el valle del coyote’ en la lengua arapaho, pertenecie­nte a los nativos norteameri­canos que vivían en las faldas de las Montañas Rocosas).

 ??  ?? En la pág. doble anterior, caballos en Winding River Resort, en el Mountain National Park. Arriba y en el sentido de las agujas del reloj, Colorado State Capitol en el Civic Center Park; murales en el distrito artístico de RiNo, en Denver, Colorado; fachada y detalle de Union Station, en Chicago; conductore­s de camino a las Montañas Rocosas; pasta boloñesa en el Denver Milk Market; Steve Weil, dueño de la tienda Rockmount Ranch Wear; dos profesoras de camino desde Chicago a Salt Lake City y el Denver Art Museum.
En la pág. doble anterior, caballos en Winding River Resort, en el Mountain National Park. Arriba y en el sentido de las agujas del reloj, Colorado State Capitol en el Civic Center Park; murales en el distrito artístico de RiNo, en Denver, Colorado; fachada y detalle de Union Station, en Chicago; conductore­s de camino a las Montañas Rocosas; pasta boloñesa en el Denver Milk Market; Steve Weil, dueño de la tienda Rockmount Ranch Wear; dos profesoras de camino desde Chicago a Salt Lake City y el Denver Art Museum.
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Arriba, de izda. a dcha., luz matutina desde el Californa Zephyr, cerca de Kansas e interior de la estación de Denver. A la dcha. y en el sentido de las agujas del reloj, desayuno en Snooze an A.M. Eatery; Rockwear Ranch Wear, la tienda favorita de los cowboys en Denver; heladería en el Denver Milk Market y habitación en el Kimpton Hotel Born.

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