KUALA LUMPUR
Ríete de las Olsen. Si hay unas gemelas de verdad famosas y fotogénicas... son las Torres Petronas. Irás a Kuala Lumpur con la excusa de conocerlas, pero te llevarás muchas más sorpresas.
Empezamos por las
twin towers y, tirando del hilo, dibujamos una colorida panorámica de la ciudad más grande de Malasia, su arquitectura, su gastronomía y sus bulliciosas tiendas.
En KL (como los habitantes de Kuala Lumpur condensan su ciudad en un par de letras) casi nunca se refieren a ellas como lo hacemos el resto de mundo: las Petronas. Aquí las llaman las twin towers, las torres gemelas que para la mayoría del planeta han sido, son y serán siempre otras. Quizás lo hagan para evitar una publicidad gratuita a la marca de petróleo que las levantó (la Corporación Nacional de Petróleo de Malasia) y que hoy ocupa todo el edificio; tal vez porque para tamaños bloques de acero inoxidable y vidrio lo de ‘gemelas’ es mucho más cariñoso y familiar. O puede, simple y llanamente, porque la proeza de ser el tándem más espigado del mundo, con 452 metros, le dé licencia a uno para llamarse como le da la gana. Con veinte añitos a punto de cumplir en 2019 (se levantaron en 1999), para las mellizas el tiempo parece que ha pasado de largo y mirando hacia otro lado. Hasta 2004, cuando en plena y frenética carrera por tocar el cielo se inauguró el Taipei 101 en Taiwán, tuvieron también el título de edificio más alto del planeta y aún hoy siguen conservando ese aire de vanguardia y de culto y son todo un icono de la Malasia poderosa y emergente de fin de siglo. Aunque fue un argentino, César Pelli (autor también del rascacielos de la Cartuja, en Sevilla, la Torre Iberdrola de Bilbao y la renovación del MoMa, entre otros) quien las diseñó, dos pesos pesados de la ingeniería asiática, Corea del Sur y Japón, las pusieron en pie (una cada uno) en un alarde de poderío oriental. Para diferenciarlas, como aquí no aplica lo del remolino en el pelo o la peca al lado de la boca, se limitan a nombrarlas como Torre 1 y Torre 2. De misma madre y distinto padre, ambas salieron clavaditas y vistas desde el cielo tienen exactamente la misma forma: la de la estrella de ocho puntas de la cultura islámica a la que Pelli quiso hacer un guiño. Ambas (además de mellizas, siamesas) se unen por el skybridge (entre las plantas 41 y 42, a 170 metros), donde hay un mirador casi perfecto... al que sólo le falta un elemento en la panorámica, precisamente ellas mismas. Para verlas tienes varias opciones, desde el helipuerto convertido en un bar, el Heli Lounge Bar, desde las habitaciones y la piscina del hotel Mandarin Oriental, desde el restaurante Nobu... y también desde la torre de la tele, la KL Tower, de 421 metros.
En 2013 llegó ‘la hermanita’, Petronas 3, un tercer rascacielos también de César Pelli que acoge oficinas y zonas comerciales. Pero los planes de arañar el cielo de KL no acaban aquí y presumiblemente en 2024 tomarán forma en la Torre Merdeka PNB 118 (merdeka significa ‘libertad’), de la mano del estudio australiano Fender Katsalidis Architects. Con 630 metros y todos los certificados de eficiencia energética, será la más alta del país, la tercera de Asia y la quinta del mundo, y con espacio de sobra para centros comerciales, observatorios y un hotel de seis estrellas.
Hasta que eso suceda, las gemelas seguirán siendo las reinas del mambo del skyline malayo, y ese punto que ningún turista quiere perderse para hacerse la foto de rigor por muy sobada que esté –un consejo: las mejores se consiguen desde el jardín posterior a las torres, circunstancia que aprovechan astutamente los vendedores de unos objetivos de ojo de pez que se pueden incorporar al móvil por unos pocos dólares–. Otra buena es la del impactante contraste de rascacielos y las casitas tradicionales de madera del barrio de Kampung Baru –en malayo significa ‘nueva villa’–, que en época de la colonia inglesa (de 1786 a 1956) fueron protegi-
ADEMÁS DE GEMELAS, LAS TORRES SON SIAMESAS PORQUE ESTÁN UNIDAS POR EL SKYBRIDGE, UN PUENTE A 107 METROS QUE FUNCIONA COMO MIRADOR
das y asignadas a la comunidad malaya y hoy todavía pertenecen a sus miembros, no pudiendo ser vendidas.
Pero, volviendo a las twin, ¿hubo vida antes de ellas? Sí, la hubo. Y, hasta que nacieron, las estrella de todos los folletos turísticos de KL fue el reloj del Sultan Abdul Samad Building, una torre mucho más chaparra que corona el edificio colonial de influencia morisca, construido enteramente en ladrillo, con arcos apuntados y cúpulas bulbosas, que preside Merdeka Square. Originalmente pensado como secretaría del Gobierno británico, ahora se ha reconvertido en el ministerio de Información, Comunicación y Cultura. Alrededor de la plaza, donde se declaró la independencia de Malasia en 1963, y rodeando un campo de cricket que se utiliza para muchos eventos (entre ellos el desfile de año nuevo), se conservan varios edificios levantados por los ingleses: el primer banco de Malasia, la catedral de St. Mary’s, donde todavía hay una placa conmemorativa de la visita de la reina Isabel II y un órgano de tubo que construyó el mismo artesano que hizo el de Sant Paul’s en Londres, y el elitista Royal Selangor Club. Aunque hoy en día muy venido a menos, en su bar, The Dog, era donde la crème de la crème de los gentlemen de la colonia departían alrededor de un buen escocés. Se le conocía así porque sus esposas se aseguraban de que estos habían sacado a “pasear al perro” y no a otros menesteres cuando podían ver a los canes religiosamente atados con sus correas a la entrada del local.
Otra de las grandes construcciones de esta época, de 1910, es la antigua estación de tren, un evocador edificio decorado con arcos de herradura que, remplazado por otro mucho más moderno y funcional, la KL Sentral Station, funciona sólo de apeadero de trenes regionales y autobuses. Pero hubo un día en que todos los viajeros que llegaban o salían de KL pasaban por aquí y se repartían en sus dos hoteles: los que tenían las monedas contadas reservaban dentro del propio recinto en el hotel Heritage; los potentados en el Majestic, un lujoso alojamiento construido en 1932 en estilo neoclásico-déco. Aunque restaurado en 2010, con una nueva ala más contemporánea, sus ventiladores de techo siguen aireando esa romántica atmósfera British, y el nostálgico uniforme de su staff a lo “Dr. Livingstone, supongo”, haciéndonos viajar a otra época.
También lo hace, no muy lejos, otro edificio colonial de color azul bebé y letras art déco coronado por la bandera de Malasia (muy parecida a la de Estados Unidos pero con una luna creciente y símbolo del Islam): el Mercado Central. Es el lugar perfecto para dar un repaso a las frutas locales (la salak o fruto de la serpiente, el rambután, el lichi y, por supuesto, el durián, esa especie de melón con forma de granada de mano absolutamente pestilente que es para los asiáticos una auténtica delicatessen) y, sobre todo, para comprar a buen precio las típicas artesanías del país, madera, joyas, metal... y el apreciado batik (de hecho aquí está la tienda favorita del diseñador malayo Jimmy Choo).
A pocos metros se encuentra el lugar donde se fundó la ciudad, en la unión de los ríos Klang y Gombak, que forman una ‘Y’. A un lado (el este) vivía la comunidad china y al otro (el oeste) se instalaron los ingleses. El River of Life (ROL), un millonario proyecto inaugurado recientemente, ha saneado y limpiado la zona, que sufría inundaciones frecuentes, creando además una área de ocio y una zona de paseo para sus ciudadanos. Más o menos acicalado, el espíritu de Chinatown no ha cambiado
EN LA CONFLUENCIA DE LOS RÍOS KLANG Y GOMBAK SE FUNDÓ LA CIUDAD. RIVER OF LIFE ES EL PROYECTO QUE LA HA REHABILITADO
tanto desde entonces: todas las noches, los mercaderes salen a hacer sus intercambios y transacciones a la luz de la luna y de los farolillos rojos en el mercado nocturno de Petaling Street. Allí sin que dé tiempo a pestañear se junta todo en la retina: comida callejera, falsificaciones de todo tipo de productos, tiendas que venden raíces, especias y remedios de medicina tradicional china atendidas por pequeños hombrecitos con larguísimas barbas y puestos de reflexología o masajes... Entre todos ellos se alzan varios templos de las religiones predominantes en KL, uno de los rasgos que más define esta ciudad multicultural: el de Sri Mahamariamman, el mayor templo hindú de la ciudad; el budista Kuan Yin Temple, dedicado a la diosa Kuan Yin, y el taoísta Kuan Ti, el lugar favorito para celebrar el año nuevo chino.
Al margen de mercados y santuarios, palos de incienso y brochetas, Chinatown sigue siendo esa bombonera que de pronto se abre y de la que sale una música inesperada. Cabe el humo, el vicio y el alcohol y las cosas no siempre son lo que parecen. Camuflados tras fachadas cochambrosas, escondidos en salones a los que se accede por entradas traseras o escaleras empinadas o disfrazados de tiendas de juguetes se encuentran los que son, sin duda, los lugares más molones de la ciudad: cafés como Merchant’s Lane y Old China House o speakeasies semiclandestinos y juguetones como Suzie Wong y Ps150, a los que llegan, divertidos, los cachorros de las altas esferas capitalinas. También allí se pueden encontrar buenos kopitian, los tradicionales cafés de barrio que sirven café mañanero, desayunos y platos de comida local durante todo el día. En Ali, Muthu & Ah
EN JALAN ALOR SE PUEDE PROBAR STREET FOOD DE LAS TRES PRINCIPALES CULTURAS DE KUALA LUMPUR: MALAYA, INDIA Y CHINA
Hock se come un buen nasi lemak, uno de los platos típicos malayos, a base de arroz con leche de coco envuelto en una hoja de pandán que puede llevar distintos ingredientes. Otro verdadero tótem de la comida local de la ciudad (ya fuera de Chinatown) es la calle Jalan Alor, un absoluto imprescindible donde probar street food a precios de ganga: ostras fritas, otak otak (pescado envuelto en plátano), dim sums, barbacoa, noodles... que se comen sobre la marcha de pie o en mesas de plástico siempre abarrotadas.
Para hacerse con la mejor cocina india, con platos como el arroz en hoja de banano o el thosai (una especie de crepe), conviene hacer un pequeño viaje (unos veinte minutos en coche desde el centro) a Brickfields, el Little India de KL, que comprende la zona que va desde Jalan Travers a Jalan Tun Sambathan. Es un lugar colorido y animado donde caben desde quiromantes hasta puestos de dulces de colores y señores (siempre señores) haciendo collares de flores para ofrendas, entre enormes pantallas con escenas de Bollywood y tiendas de saris.
Sólo unas cuantas manzanas separan este universo flúor de otro completamente distinto: el barrio de Bangsar. En él viven muchos expatriados y gracias a (o por culpa de) ellos se ha convertido en un buen lugar para salir a cenar o a tomar una copa –imprescindible su mercado nocturno de los domingos–. Allí, en lo que fue el recinto de una antigua imprenta de los años 60, se ha establecido uno de los polos más modernos de la ciudad, un espacio creativo que reúne arte, cultura y negocios, con locales de coworking, cafés, bistrós y tiendas de diseñadores emergentes. Es el típico lugar donde afeitarte sentado en una silla hidráulica a manos de un barbudo tatuado o comerte un postre llamado lágrimas de unicornio acompañado de un cremoso latte de esos que dejan el bigote bien nevado. Y hablando de nieve, preguntarte si, desde las alturas de las Petronas alguien habrá visto la nieve alguna vez.