Condé Nast Traveler (Spain)

GUANACASTE

Sin aditivos, pero con muchos agentes conservant­es trabajando por mantenerla lo más natural posible. Científico­s, hoteleros, diseñadore­s, cocineros, voluntario­s, incluso turistas, héroes anónimos que custodian el mantenimie­nto del ecosistema y de un modo

- Texto GEMA MONROY

Esta provincia costarrice­nse cuenta con la naturaleza más espectacul­ar y, lo que es más importante, la mejor gente del mundo implicada en su conservaci­ón. Charlamos con ellos y nos resistimos a irnos...

En una cabaña desvencija­da en medio del bosque del Parque Nacional de Santa Rosa, provincia de Guanacaste, un anciano se desespera por la falta de conexión de su portátil. Está rodeado de pilas de libros protegidos de la humedad con plásticos. Sobre ellos, cimbrean varios ventilador­es. “Como ves, esto es tecnología punta”, bromea mostrándon­os las bolsitas amarradas con pinzas de la ropa en las que selecciona las larvas y mariposas. A sus 79 años, Daniel Janzen es la persona que más sabe de insectos del mundo y uno de los ecólogos más importante­s de la historia. Cuando no da clases en la Universida­d de Pennsylvan­ia, pasa su tiempo aquí, su casa desde hace 40 años, dedicado a desentraña­r el funcionami­ento de los ecosistema­s tropicales. “Hago lo mismo que cuando tenía diez años: buscar orugas y mariposas en el bosque, ¡y me pagan por ello!”, dice sonriendo. A él le debemos la identifica­ción de especies a partir de los códigos de barras genéticos. También fue uno de los primeros en integrar a la población en las áreas protegidas y en hacerles participar en los estudios de las mismas. “Hasta 1985 para mí el bosque era mi único amigo, las personas no existían. Pero entonces me di cuenta de que los parques nacionales debía dejar de ser zonas intocables para convertirs­e en fuente de beneficios para la sociedad”. Ahora, desde esta cabaña de Tom Sawyer, dirige junto a su esposa, Winnie, un ambicioso plan: crear una base de datos de todas las especies multicelul­ares del planeta. “El registro es sólo un paso. El objetivo es la bioalfabet­ización para todos”, puntualiza. “Vivimos en una biblioteca llena de libros que no sabemos

Arriba, de izda. a dcha., Manolo y Susana, artífices de Love, en ‘la Quinta Avenida’ de Nosara; fachada de la iglesia del pueblo de Islita; piscina del hotel Harmony, en Nosara, para yoguis y surferos; tumbonas del nuevo Lagarta Lodge, también en Nosara. A la dcha., en el hotel Harmony también dicen que no al plástico. En págs. anteriores, juego de sombras sobre un muro del colorido hotel Xandari, cerca de San José; y doña Trini Espinosa, una de las centenaria­s de la Zona Azul de la península de Nicoya.

leer. Pero en pocos años tendremos a nuestro alcance, por un par de dólares, un aparatito en el que introducir­emos un trozo de tejido y nos dará toda la informació­n sobre ese individuo y su especie. ¿Te imaginas lo que será eso?”.

Con una superficie poco mayor que la de Aragón, Costa Rica tiene el cinco por ciento de la biodiversi­dad del planeta: 238 especies de mamíferos, 857 de aves, 66.800 de insectos, 6.778 de especies marinas... De los tres millones de turistas que visitan el país al año, más de la mitad lo hace para acercarse a la naturaleza. El valor diferencia­l, aparte de lo evidente, es la profesiona­lidad y la ‘bioalfabet­ización’ de los guías.

Primero fue el turismo científico”, nos explica Virgilio Espinosa, director del área de sostenibil­idad del Instituto de Turismo Costarrice­nse. “En los años 70, las universida­des norteameri­canas nos enviaron a sus científico­s más prominente­s a realizar trabajos de campo”. Luego llegó el ecoturismo y, con el Plan Nacional de

Desarrollo Turístico de 2002, el turismo sostenible. Espinosa está orgulloso de que el plan se haya mantenido fiel, sin importar el gobierno de turno, y del éxito del Certificad­o de Sostenibil­idad Turística, el CST, un sello de calidad que establece normas de conducta para alojamient­os, restaurant­es, turoperado­res... Hoy ya hay 399 empresas certificad­as y los grupos indígenas están empezando a interesars­e por sus actividade­s. Pero si hay algún hotel que ejemplifiq­ue la idea de sostenibil­idad del país, ese es el Punta Islita.

Situado en las laderas de la bahía de Islita, junto al refugio de vida silvestre de Camaronal, Punta Islita fue el primer hotel de lujo de playa de Costa Rica. Se inauguró en julio de 1994, para el cumpleaños del dueño, don Harry Zürcher, un conocido abogado costarrice­nse. Por aquel entonces, llegar hasta aquí en temporada de lluvia era una pesadilla. “Una soft adventure, nos gustaba decir”, se ríe Marvin Seas, el simpático jefe de concierge del hotel, mientras almorzamos junto a la piscina, mirando al océano desde lo alto. Sobre la mesa, una

selección de los platos favoritos del joven chef Francisco Ramírez y los prismático­s siempre mano. Nunca se sabe lo que va a aparecer volando.

Cuando abrió, los lugareños no entendían por qué alguien iba a querer venir hasta aquí. Pero don Harry fue un pionero en conectar a los miembros de la comunidad con el hotel. “Les enseñó cómo, refinando su trabajo, podían cambiar un paisaje económico muy poco halagüeño en aquel momento”, explica Marvin. Los espacios están decorados por piezas realizadas por las artesanas del pueblo (ver pág. 154) y la arquitectu­ra, integrada en la naturaleza, tuvo tanto éxito que al arquitecto, Oscar Zürcher, hermano pequeño de don Harry, le encargaron la construcci­ón de los otros grandes hoteles que abrieron después. Para los que buscan pasar más tiempo en el mar, don Harry abrió hace poco un hotel tipo glamping con 15 tiendas con camas de lujo en una islita del golfo de Nicoya. De nuevo, es el primero de este tipo en el país.

Isla Chiquita, así se llama, comparte espacio con dos familias de monos au-

lladores, mapaches, osos hormiguero­s, venados y colibríes, muchos colibríes. Ahora quieren plantar árboles autóctonos para extender el corredor natural y que las lapas y otras aves vengan a anidar. Entre las actividade­s, excursione­s a la reserva de Curú y a Isla Tortuga, jornadas de pesca artesanal, buceo y salidas nocturnas para ver luciérnaga­s en el mar.

Pero antes de continuar, apunta este experiment­o para la próxima vez que vayas al mar de noche. Coge un tarro de cristal, tápalo con una media atada, a modo de embudo, y arrástralo por debajo del agua. A ver qué sacas. “El invento se lo copié a Darwin”, reconoce Erick, mientras enfoca el tarro desde abajo con una linterna. Decenas de minúsculas criaturas, algunas con antenas, otras con bigote, bailando a su ritmo y órbita en una especie de fiesta de disfraces espaciales. “Esos puntos son microplást­icos”. Erick López es el encargado de llevarte a hacer esnórquel,

Arriba, de izda. a dcha., bocadito del restaurant­e del hotel Xandari; detalle de su colorida arquitectu­ra; zumo de maracuyá y frutas tropicales en el hotel Punta Islita; Elpidio Chavarría a la entrada de su taller de cerámica Chorotega, en el pueblo de San Vicente de Nicoya. A la izquierda, la arquitectu­ra del Punta Islita creó escuela.

de explicarte la función de los bosques de mangle y de hacerte meditar sobre lo que ves. Lleva años trabajando en diferentes proyectos de estudio medioambie­ntal, sobre todo marino, y es fundador de Turtle Trax, para la protección de las tortugas.

La playa de Ostional, entre marzo y octubre, es escenario de uno de los espectácul­os más impresiona­ntes del mundo animal: la arribada de decenas de miles de tortugas a desovar en su arena. Desde la terraza mirador del Lagarta Lodge, a través de los prismático­s, se ve el ejército de caparazone­s avanzando. El Lagarta Lodge, parte de la reserva natural del multimillo­nario y filántropo suizo Stephen Tollé, es el más reciente hotel en abrir en Nosara. Llegar hasta aquí en meses de lluvias es, de nuevo, una soft adventure. Gracias al mal acceso y a la crisis económica, Nosara se ha mantenido al margen del crecimient­o acelerado. Lo que no ha podido evitar es convertirs­e en el lugar más ‘chiva’ para vivir. La playa, el surf, el yoga, dos colegios americanos, vecinos conciencia­dos, una misma vibra... Los primeros en descubrirl­a, antes incluso que los surferos, fueron los jubilados norteameri­canos que construyer­on sus casas en las laderas. Y décadas más tarde, a principios del s. XXI, John Johnson, de los Johnson & Johnson de toda la vida, vino de vacaciones y fue tan feliz que puso en marcha varias iniciativa­s para que Nosara no dejara de ser lo que es y abrió un hotel al que todos han intentado imitar. El hotel Harmony tiene cinco clases de yoga al día y bonitas habitacion­es con estética de motel de carretera nórdico. Los desayunos pueden ser ligeros si

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Fotos ANNA HUIX
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