Así se ha transformado esta ciudad marítima.
Sí, a la ciudad donde nació Cary Grant, al lugar en el que pronuncian “my loverrrr” alargando la “r”, al epicentro del trip-hop...
Con una población de menos de medio millón de habitantes, Bristol es tan sólo la décima ciudad más grande del Reino Unido. Aun así, siempre ha apuntado muy alto. Un escritor del siglo XII la describió como “casi la ciudad más rica de todo el país, obteniendo mercancía de barcos navegantes provenientes de tierras cercanas y lejanas”. Seiscientos años después, en el punto álgido de su fama, Bristol fue el foco del conocido como “comercio triangular”, en el que los esclavos eran comprados a cambio de baratijas inglesas en la costa de África occidental e intercambiados por tabaco, chocolate y azúcar en las Indias Orientales. (La esclavitud y las enormes fortunas acumuladas gracias a ella siguen siendo los secretos más vergonzosos de su historia). Pregúntale a uno de los residentes de la ciudad lo que sabe acerca de Bristol y te contará acerca del singular acento
de la región, que enfatiza el sonido de la ‘r’, así como la forma tan graciosa en la que los bristolianos se dirigen el uno al otro como “my loverrrr” (mi amante) cuando se saludan. Puede que también mencionen a personajes célebres como el arquitecto, ingeniero civil, constructor de puentes y absoluto genio Isambard Kingdom Brunel (1806-1859); Cary Grant (nacido y criado bajo el nombre de Archibald Leach) o Banksy, el artista callejero y misterioso hombre internacional. Y si están al día musicalmente, a lo mejor te recomiendan el malhumorado y melancólico “sonido de Bristol”, más conocido como trip-hop y famoso en los años noventa gracias a artistas como Massive Attack, Portishead y Tricky.
Sin embargo, el experto verdaderamente informado contará que en estos años Bristol ha dado pasos agigantados para superar a Manchester, Brighton y Glasgow –por no mencionar la refinada Bath, su vecina y eterna rival–, convirtiéndose en el sitio de moda y del momento. Actualmente, la ciudad tiene una efervescente agenda cultural, una energética y vanguardista escena culinaria y una calidad de vida (relativamente asequible) que recientemente llevó al Sunday Times a declararla “El mejor lugar para vivir de Inglaterra”.
Mientras tanto y para sorpresa de los locales, Bristol se ha convertido, una vez más, en un destino internacional. El turismo extranjero ha ido creciendo de año en año, con un au- mento del 52 por ciento desde 2010. Los vuelos llegan desde Ámsterdam y Burdeos, Warsaw y Zakynthos. Bristol nunca tuvo una interesante propuesta en términos hoteleros, pero ahora cuenta con una cartera de propiedades con carácter cuyos edificios están conectados, de diferentes maneras, a su próspero pasado. El ecléctico y lujoso Harbour Hotel ocupa lo que una vez fueron dos palaciegos salones de un banco a lo largo de Corn Street, cuyos suntuosos interiores de estilo neoclásico y neobizantino fueron testigos de las olas de dinero que una vez llegaron a Bristol. El Hotel Du Vin, una de las cadenas inglesas más exitosas en lo que respecta a hoteles relacionados con el vino, abrió sus puertas en 1999 en un almacen renovado donde, a causa de una ironía histórica, se guardaban cajas de vino de Jerez y de Burdeos. Number 38 Clifton es otro edificio con nuevo propósito, en este caso, el de una elegante townhouse georgiana con tan sólo once habitaciones de lujo.
Bristol es la capital de facto del West Country de Inglaterra, enhebrada a lo largo de uno de los brazos del río Avon, el cual fluye hacia el oeste hasta el Canal de Bristol. El puerto, en su día uno de los más activos del mundo, fue la fuente de la enorme bofetada económica que duró desde la era medieval hasta mediados del siglo XX. Queen Square, una plaza al estilo de Londres con un amplio parque en el medio, fue una vez una de las direcciones más elegantes de Bristol, hasta que fue destrui-
Bristol ha dado pasos agigantados para superar a Manchester, Brighton y Glasgow, convirtiéndose en la ciudad inglesa de moda
da por la mortal combinación de bombas de la Segunda Guerra Mundial y la planificación urbana después de la guerra. Hoy, los bristolianos toman aquí almuerzo en el cuidado césped o echan una cabezadita a la sombra de los árboles.
Más al sur se encuentra el Theatre Royal, en King Street, construido en 1766, el más antiguo (y en funcionamiento) de Inglaterra. Este año, el Old Vic vuelve a abrir sus puertas después de una renovación de 25 millones de libras, devolviendo la gloria original a su interiorismo del siglo XVIII. Aun así, no hay ningún otro sitio para sentir la herencia de la ciudad como a bordo del Steam Ship Great Britain, diseñado en 1843 por Isambard Kingdom Brunel y conservado en un muelle en Spike Island. Con su motor de 1.000 caballos de fuerza y tecnología de propulsión a hélice, este poderoso barco fue descrito por una fuente contemporánea con un toque de hipérbole como “el más grande experimento desde la Creación”. Magníficamente restaurado, el barco forma ahora parte de una exposición permanente que se ha convertido, en tan sólo unos años, en la atracción más visitada. Observado desde el muelle del Great Britain, el puerto desprende nueva vida con antiguas fábricas convertidas en “prestigiosas urbanizaciones a orillas del agua”. Un ferry de color azul y blanco recorre de arriba abajo el canal, permitiéndo disfrutar de vistas emblemáticas como las del Matthew, un barco de 1497 en el que John Cabot (nacido en Génova, pero un eminente y honorífico bristoliano) cruzó el Atlántico para descubrir Terranova; y M Shed, un almacén dedicado a las múltiples facetas de la cultura de Bristol, como lo es su extraordinaria escena musical. El escritor Richard Jones, autor de Bristol Music: Seven Decades of Sound y comisario de una reciente exposición en el M Shed, traza la personalidad musical de la ciudad como una mezcla de influencias afrocaribeñas traídas hasta aquí por la inmigración, festivales como Womad y Glastonbury, así como la cultura estadounidense del hip-hop, todo ello mezclado y recubierto por una capa de melancolía.
Y, si la rehabilitación de Bristol ha tenido sus altibajos, Whapping Wharf, en la parte sur del puerto, es el lugar que la posiciona en lo más alto, con una colección de contenedores conocidos como Cargo, alojando tiendas independientes dedicadas a los quesos, vinos, excepcionales pies ingleses o incluso sidra hecha con manzanas del West Country. Mientras tanto, la clave de la personalidad de la ciudad reside en la diversidad cultural de villas urbanas como Saint Paul’s, históricamente un enclave afro caribeño, y el gay-friendly Old Market. En el laberinto de caminos detrás de Colston Hall, en el casco histórico, se encuentra Leonard Lane, un callejón oscuro recubierto de arte callejero y curiosidades urbanas. Para un verdadero safari urbano, trasládate hasta el barrio obrero de Stoke’s Croft, también conocido como la República Popu-
Si la rehabilitación de Bristol ha tenido sus altibajos, Whapping Wharf, en la parte sur del puerto, hoy la posiciona en lo más alto
lar de Stoke’s Croft. Desaliñado y anarquista, está abarrotado de supermercados veganos, ropa de segunda mano y depósitos de muebles reciclados, como un trasunto del berlinés Prenzlauer Berg. Entre los murales y el graffiti multicolor, busca ‘Mild Mild West’, el mural original de Banksy en el que un oso de peluche lanza una bomba molotov a la policía. Y, ya cuando la diversión del centro de la ciudad te canse, pon rumbo a Clifton. Aquí, en el barrio más selecto entre todos los de Bristol, el aire es limpio y la vida fácil. Las filas de mansiones de piedra color miel, sus parques y jardines, sus boutiques y bistros, todos respiran un aire de confort adinerado muy alejado del ambiente de Stoke’s Croft. Clifton se merece pasear y admirarlo, pero hay un detalle que no puede pasar desapercibido y ese es su puente colgante, considerado la obra maestra de Isambard Brunel que, de hecho, no vivió para verlo completado. El puente colgante de Clifton es a Bristol lo que la torre Eiffel es a París, o el Golden Gate a San Francisco: una pieza de ingeniería que ha adquirido un aura de romance. Mientras contemplas por encima del abismo desde el césped de Observatory Hill, piensa en el puente de Brunel como una elegante solución de diseño, el trabajo póstumo de un genio y un símbolo de esta ciudad poco convencional, ingeniosa y de gran corazón para la que lo creó.
El puente colgante de Clifton es a Bristol lo que la torre Eiffel es a París, o el Golden Gate a San Francisco