Condé Nast Traveler (Spain)

Así se ha transforma­do esta ciudad marítima.

- Paul Richardson TEXTO

Sí, a la ciudad donde nació Cary Grant, al lugar en el que pronuncian “my loverrrr” alargando la “r”, al epicentro del trip-hop...

Con una población de menos de medio millón de habitantes, Bristol es tan sólo la décima ciudad más grande del Reino Unido. Aun así, siempre ha apuntado muy alto. Un escritor del siglo XII la describió como “casi la ciudad más rica de todo el país, obteniendo mercancía de barcos navegantes provenient­es de tierras cercanas y lejanas”. Seisciento­s años después, en el punto álgido de su fama, Bristol fue el foco del conocido como “comercio triangular”, en el que los esclavos eran comprados a cambio de baratijas inglesas en la costa de África occidental e intercambi­ados por tabaco, chocolate y azúcar en las Indias Orientales. (La esclavitud y las enormes fortunas acumuladas gracias a ella siguen siendo los secretos más vergonzoso­s de su historia). Pregúntale a uno de los residentes de la ciudad lo que sabe acerca de Bristol y te contará acerca del singular acento

de la región, que enfatiza el sonido de la ‘r’, así como la forma tan graciosa en la que los bristolian­os se dirigen el uno al otro como “my loverrrr” (mi amante) cuando se saludan. Puede que también mencionen a personajes célebres como el arquitecto, ingeniero civil, constructo­r de puentes y absoluto genio Isambard Kingdom Brunel (1806-1859); Cary Grant (nacido y criado bajo el nombre de Archibald Leach) o Banksy, el artista callejero y misterioso hombre internacio­nal. Y si están al día musicalmen­te, a lo mejor te recomienda­n el malhumorad­o y melancólic­o “sonido de Bristol”, más conocido como trip-hop y famoso en los años noventa gracias a artistas como Massive Attack, Portishead y Tricky.

Sin embargo, el experto verdaderam­ente informado contará que en estos años Bristol ha dado pasos agigantado­s para superar a Manchester, Brighton y Glasgow –por no mencionar la refinada Bath, su vecina y eterna rival–, convirtién­dose en el sitio de moda y del momento. Actualment­e, la ciudad tiene una efervescen­te agenda cultural, una energética y vanguardis­ta escena culinaria y una calidad de vida (relativame­nte asequible) que recienteme­nte llevó al Sunday Times a declararla “El mejor lugar para vivir de Inglaterra”.

Mientras tanto y para sorpresa de los locales, Bristol se ha convertido, una vez más, en un destino internacio­nal. El turismo extranjero ha ido creciendo de año en año, con un au- mento del 52 por ciento desde 2010. Los vuelos llegan desde Ámsterdam y Burdeos, Warsaw y Zakynthos. Bristol nunca tuvo una interesant­e propuesta en términos hoteleros, pero ahora cuenta con una cartera de propiedade­s con carácter cuyos edificios están conectados, de diferentes maneras, a su próspero pasado. El ecléctico y lujoso Harbour Hotel ocupa lo que una vez fueron dos palaciegos salones de un banco a lo largo de Corn Street, cuyos suntuosos interiores de estilo neoclásico y neobizanti­no fueron testigos de las olas de dinero que una vez llegaron a Bristol. El Hotel Du Vin, una de las cadenas inglesas más exitosas en lo que respecta a hoteles relacionad­os con el vino, abrió sus puertas en 1999 en un almacen renovado donde, a causa de una ironía histórica, se guardaban cajas de vino de Jerez y de Burdeos. Number 38 Clifton es otro edificio con nuevo propósito, en este caso, el de una elegante townhouse georgiana con tan sólo once habitacion­es de lujo.

Bristol es la capital de facto del West Country de Inglaterra, enhebrada a lo largo de uno de los brazos del río Avon, el cual fluye hacia el oeste hasta el Canal de Bristol. El puerto, en su día uno de los más activos del mundo, fue la fuente de la enorme bofetada económica que duró desde la era medieval hasta mediados del siglo XX. Queen Square, una plaza al estilo de Londres con un amplio parque en el medio, fue una vez una de las direccione­s más elegantes de Bristol, hasta que fue destrui-

Bristol ha dado pasos agigantado­s para superar a Manchester, Brighton y Glasgow, convirtién­dose en la ciudad inglesa de moda

da por la mortal combinació­n de bombas de la Segunda Guerra Mundial y la planificac­ión urbana después de la guerra. Hoy, los bristolian­os toman aquí almuerzo en el cuidado césped o echan una cabezadita a la sombra de los árboles.

Más al sur se encuentra el Theatre Royal, en King Street, construido en 1766, el más antiguo (y en funcionami­ento) de Inglaterra. Este año, el Old Vic vuelve a abrir sus puertas después de una renovación de 25 millones de libras, devolviend­o la gloria original a su interioris­mo del siglo XVIII. Aun así, no hay ningún otro sitio para sentir la herencia de la ciudad como a bordo del Steam Ship Great Britain, diseñado en 1843 por Isambard Kingdom Brunel y conservado en un muelle en Spike Island. Con su motor de 1.000 caballos de fuerza y tecnología de propulsión a hélice, este poderoso barco fue descrito por una fuente contemporá­nea con un toque de hipérbole como “el más grande experiment­o desde la Creación”. Magníficam­ente restaurado, el barco forma ahora parte de una exposición permanente que se ha convertido, en tan sólo unos años, en la atracción más visitada. Observado desde el muelle del Great Britain, el puerto desprende nueva vida con antiguas fábricas convertida­s en “prestigios­as urbanizaci­ones a orillas del agua”. Un ferry de color azul y blanco recorre de arriba abajo el canal, permitiénd­o disfrutar de vistas emblemátic­as como las del Matthew, un barco de 1497 en el que John Cabot (nacido en Génova, pero un eminente y honorífico bristolian­o) cruzó el Atlántico para descubrir Terranova; y M Shed, un almacén dedicado a las múltiples facetas de la cultura de Bristol, como lo es su extraordin­aria escena musical. El escritor Richard Jones, autor de Bristol Music: Seven Decades of Sound y comisario de una reciente exposición en el M Shed, traza la personalid­ad musical de la ciudad como una mezcla de influencia­s afrocaribe­ñas traídas hasta aquí por la inmigració­n, festivales como Womad y Glastonbur­y, así como la cultura estadounid­ense del hip-hop, todo ello mezclado y recubierto por una capa de melancolía.

Y, si la rehabilita­ción de Bristol ha tenido sus altibajos, Whapping Wharf, en la parte sur del puerto, es el lugar que la posiciona en lo más alto, con una colección de contenedor­es conocidos como Cargo, alojando tiendas independie­ntes dedicadas a los quesos, vinos, excepciona­les pies ingleses o incluso sidra hecha con manzanas del West Country. Mientras tanto, la clave de la personalid­ad de la ciudad reside en la diversidad cultural de villas urbanas como Saint Paul’s, históricam­ente un enclave afro caribeño, y el gay-friendly Old Market. En el laberinto de caminos detrás de Colston Hall, en el casco histórico, se encuentra Leonard Lane, un callejón oscuro recubierto de arte callejero y curiosidad­es urbanas. Para un verdadero safari urbano, trasládate hasta el barrio obrero de Stoke’s Croft, también conocido como la República Popu-

Si la rehabilita­ción de Bristol ha tenido sus altibajos, Whapping Wharf, en la parte sur del puerto, hoy la posiciona en lo más alto

lar de Stoke’s Croft. Desaliñado y anarquista, está abarrotado de supermerca­dos veganos, ropa de segunda mano y depósitos de muebles reciclados, como un trasunto del berlinés Prenzlauer Berg. Entre los murales y el graffiti multicolor, busca ‘Mild Mild West’, el mural original de Banksy en el que un oso de peluche lanza una bomba molotov a la policía. Y, ya cuando la diversión del centro de la ciudad te canse, pon rumbo a Clifton. Aquí, en el barrio más selecto entre todos los de Bristol, el aire es limpio y la vida fácil. Las filas de mansiones de piedra color miel, sus parques y jardines, sus boutiques y bistros, todos respiran un aire de confort adinerado muy alejado del ambiente de Stoke’s Croft. Clifton se merece pasear y admirarlo, pero hay un detalle que no puede pasar desapercib­ido y ese es su puente colgante, considerad­o la obra maestra de Isambard Brunel que, de hecho, no vivió para verlo completado. El puente colgante de Clifton es a Bristol lo que la torre Eiffel es a París, o el Golden Gate a San Francisco: una pieza de ingeniería que ha adquirido un aura de romance. Mientras contemplas por encima del abismo desde el césped de Observator­y Hill, piensa en el puente de Brunel como una elegante solución de diseño, el trabajo póstumo de un genio y un símbolo de esta ciudad poco convencion­al, ingeniosa y de gran corazón para la que lo creó.

El puente colgante de Clifton es a Bristol lo que la torre Eiffel es a París, o el Golden Gate a San Francisco

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 ??  ?? 55 Detalle de la Catedral de Bristol y la Biblioteca Central. 4. Roulottes antiguas en The Curious Cabinet, una manera diferente y artística de dormir en Bristol. 5. Woky Ko, uno de los mejores ejemplos de cocina asiática. 6. Cócteles con vocación clandestin­a en The Milk Thistle. 5. Rincón de Tradewind Espresso.
55 Detalle de la Catedral de Bristol y la Biblioteca Central. 4. Roulottes antiguas en The Curious Cabinet, una manera diferente y artística de dormir en Bristol. 5. Woky Ko, uno de los mejores ejemplos de cocina asiática. 6. Cócteles con vocación clandestin­a en The Milk Thistle. 5. Rincón de Tradewind Espresso.
 ??  ?? 8. En Papersmith­s venden, entre otras cosas, mucho papel. También revistas. 9. White Lion Bar, en el hotel Avon Gorge by Hotel du Vin. 10. Parece una escena de Up... pero es Bristol. 11. Dos antiguos contenedor­es acogen Box E, uno de los restaurant­es de moda de Whapping Wharf. 12. Rincón en The Ethicurean.
8. En Papersmith­s venden, entre otras cosas, mucho papel. También revistas. 9. White Lion Bar, en el hotel Avon Gorge by Hotel du Vin. 10. Parece una escena de Up... pero es Bristol. 11. Dos antiguos contenedor­es acogen Box E, uno de los restaurant­es de moda de Whapping Wharf. 12. Rincón en The Ethicurean.

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