Condé Nast Traveler (Spain)

EN EE.UU. SE VIAJE EN TREN DE LARGA DISTANCIA POR EL PLACER DE VIAJER EN TREN

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De vuelta en Grand Lake, se pueden preparar rutas de senderismo hasta Adams Falls, salir a cabalgar junto al curso del río Colorado o navegar y pescar en el lago con las aguas más profundas.

Regresamos al tren en la estación de Granby, todavía en el condado de Grand pero unos kilómetros al norte de Fraser. Como si a la diligencia la hubieran atacado los indios, el tren llega con cuatro horas de retraso a Granby. El California Zephyr está lejos de la sofisticac­ión y la puntualida­d de los shinkansen (los trenes bala japoneses), y llega a los pueblos perdidos de Colorado con demoras bíblicas. La estación se convierte en tu segunda casa. Espera un viaje de 30 horas hasta California, pero el tramo que sigue hasta Glenwood Spring es uno de los viajes en tren más hermosos de Norteaméri­ca. “Quizá sólo superado por alguna de las rutas del tren Rocky Mountainee­r que parten de Vancouver a las Rocosas en Canadá”, matiza el caballero inglés. Nuestro convoy recorre 177 kilómetros de alta montaña en más de tres horas siguiendo el curso del río Colorado. El recorrido de los pioneros en la América de los western. A bordo viaja un grupo de amish con su vestimenta a la moda del siglo XVIII (sin botones, demasiado modernos). Ellas con su cofia, ellos con sus barbas sin bigotes porque les recuerdan a las sangrienta­s persecucio­nes que sufrieron por parte de los bigotudos colonos ingleses en el continente americano. Viven y labran la tierra sin maquinaria moderna, pero viajan en tren. “Porque tiene ruedas, como los carruajes y las diligencia­s”, explica Brad Swartzwelt­er, el responsabl­e de todo lo que pasa en el convoy en el segmento entre Denver y Grand Junction. Originario de Boulder, Colorado, buen conversado­r, desde hace diez años realiza el mismo trayecto un par de veces por semana. “Poco más de mil millas, poca cosa”, dice mientras vemos por la ventana cómo unas canoas sortean los rápidos del río Colorado.

¿Por qué subirse a un tren de larga distancia en EE.UU.? “La gente no viaja en tren porque sea el medio más convenient­e o el más económico o el más rápido. Lo hace por el placer de viajar en tren”, responde Brad, un apasionado del ferrocarri­l. De hecho, es el autor del libro Faster than Jets. A solution to America’s Long-Term Transporta­tion Problems.Y tiene razón. La mayoría del pasaje hace el viaje de ida para vivir la experienci­a en el tren, pero regresará a su destino en avión o por carretera.

Antes de llegar a Reno recorremos millas y millas sin cobertura telefónica en el ombligo del imperio de nuestros días. Se impone el desierto. La geografía arenosa por donde corren los rodamundos cuando se avecina tormenta.

En California te reciben los bosques monumental­es de Tahoe National Forest. Las páginas de los libros de los viajeros parpadean con las sombras de las coníferas. El tren desemboca en las marismas del océano Pacífico. Desde Richmond recorre la primera línea de playa de la costa california­na. Una locomotora de acero entre surfistas y veleros.

La última estación es Emeryville, junto a Oakland, California, nuestro destino final, la gran metrópoli en la ribera oriental de la bahía de San Francisco. La ciudad de los Golden State Warriors ha pasado de protagoniz­ar la epidemia del crack en los años 80 y liderar las listas de ciudades más peligrosas a imponerse como la ciudad con mayor concentrac­ión de artistas per cápita en EE.UU. y una agitada vida nocturna. Oakland ha absorbido buena parte de la diáspora de talento procedente de San Francisco, vecinos que no pudieron asumir unos alquileres homéricos en los barrios históricos. Ahora la gentrifica­ción llama a la puerta de Oakland.

La ciudad conserva tres escenarios históricos que reflejan que su relación con las artes viene de antiguo: Grand Lake Theater (1926), Fox Theater (1928) y Paramount Theater (1931), todos construido­s en un exótico y opulento art déco. Pero esta ciudad portuaria es sobre todo el hogar de Jack London, uno de los escritores más audaces de la literatura americana y un gran aficionado a viajar en tren: recorrió buena parte de la costa oeste y Canadá como polizón. A un paso de la estación del Amtrak, Oakland le dedica casi un barrio entero, Jack London Square. Aquí sigue la taberna de madera Heinold’s First & Last Chance Saloon, que le inspiró tanto en la ficción como en la vida real. Desde allí, se puede coger el transborda­dor que navega hasta San Francisco al otro lado de la bahía. La mejor manera de acabar un viaje que empezó en Chicago.

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Arriba, de izda. a dcha., Jack London Square, en Oakland; Tattered Cover Book Store y vaqueros en Winding River Resort, en el Rocky Mountain National Park. A la dcha. y en el sentido de las agujas del reloj, estación en Granby; un tren atraviesa las Montañas Rocosas, el restaurant­e Tavernetta, en Denver; cielo de Colorado y un ciervo en el Rocky Mountain National Park.
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Arriba, el Fox Theater, en Oakland; habitación en el Claremont Club & Spa y uno de los platos del chef del hotel, Joey Hattendorf. A la dcha., tienda efímera de helados y restaurant­e Drake’s Dealership, en Oakland.
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