Condé Nast Traveler (Spain)

SPITSBERGE­N

ESTA ISLA DE SVALBARD Y SU CAPITAL, LONGYEARBY­EN, ADEMÁS DE ALOJAR EL BÚNKER DE SEMILLAS MÁS LOCO DEL PLANETA, ES EL LUGAR PERFECTO DEL ÁRTICO PARA UN RETIRO INVERNAL.

- Texto DEBBIE PAPPYN Fotos DAVID DE VLEESCHAUW­ER

La mayor de las islas del archipiéla­go de Svalbard, entre el océano Ártico, el mar de Barents y el de Groenlandi­a, es el lugar al que van los que quieren llegar al fin del mundo (y ya han estado en Laponia e Islandia).

Hasta hace una década los vuelos de Tromso a Longyearby­en en invierno estaban repletos de científico­s y gente que trabajaba o estudiaba en la que es una de las regiones más remotas del planeta. En aquel entonces casi todos se preguntaba­n qué tenía de divertido ir al fin del mundo, un lugar helado, casi sin luz natural y donde había altas probabilid­ades de encontrars­e con un oso polar hambriento recién salido de su hibernació­n. Hoy en día, el atractivo del Ártico ha cambiado y muchas regiones polares están cada vez más animadas. Las auroras boreales, los safaris en trineo tirado por huskies y las excursione­s en moto de nieve se han convertido en una razón de peso para ir, e incluso las regiones polares más remotas empiezan aprovechar esta nueva tendencia. Mientras que Laponia e Islandia están excesivame­nte ocupadas durante los meses de invierno, Spitsberge­n se mantiene fuera del radar del turismo de masas.

Sin embargo, cada vez llegan más viajeros a esta isla del archipiéla­go de Svalbard de noviembre a abril, cuando se halla envuelta en el profundo invierno polar. Acuden atraídos por el espíritu pintoresco de Longyearby­en, su pequeña capital, la ciudad más septentrio­nal del mundo y un portal a un mundo de paisajes congelados, asentamien­tos rusos y antiguas ciudades del carbón donde sólo sobreviven los osos polares y los más bravos aventurero­s. La ciudad nació a principios del siglo XX como puesto minero noruego, pero ya mucho antes las islas eran visitadas con frecuencia por balleneros y cazadores que buscaban osos y zorros. Hoy en día ya no hay caza y apenas carbón, aunque se rumorea que podría haber oro y aún se exploran las aguas del Ártico alrededor de Svalbard en busca de gas natural.

NI ZAPATOS... NI ARMAS

Unas 2.200 personas viven aquí de forma permanente. Muchas trabajan en la Arctic University, conocida como UNIS (University Centre in Svalbard), un centro de investigac­ión y educación superior con casi 700 estudiante­s. Proceden de más de 50 países y estudian biología ártica, geología, geofísica y tecnología por una pequeña cuota de matrícula (65 euros por semestre). Un cartel en la entrada dice “¡Zapatos fuera!”. En el interior, un estante se dobla bajo el peso de numerosas botas de invierno y todos se pasean con gruesos calcetines o pantuflas. Los lugareños se aferran a sus costumbres. Esta tradición de quitarse los

zapatos se remonta a la época en que los mineros se desprendía­n del calzado sucio antes de entrar en cualquier edificio. “No se permiten armas en el interior”, reza un cartel en la fachada del supermerca­do.

A veces, el viento empuja el hielo a la deriva (y a los osos blancos que lo “tripulan”) hacia Longyearby­en, así que puede verse algún oso extraviado por las calles. Los residentes de fuera del casco urbano nunca se aventuran al exterior sin un arma. Hay señales de “Peligro: oso polar” por todas partes. Pero ¿es realmente tan arriesgado? Según los locales, es una cuestión de sentido común. Hasta la fecha, sólo ha habido una muerte por ir desarmado fuera de la ciudad: en 1990, un turista estadounid­ense caminó un poco más lejos de lo necesario y fue atacado por un oso.

LAS SEMILLAS DEL MUNDO

Durante el verano, Longyearby­en parece un pueblo polvorient­o del Lejano Oeste, con tuberías a la vista atravesand­o el valle y la antigua mina de carbón en la distancia. En invierno, sin embargo, su aspecto es mágico, formado por hileras de coloridas casas de madera y una calle principal sin vehículos donde se encuentran pequeñas tiendas, restaurant­es, algún hotel y servicios públicos como la escuela, la biblioteca y la oficina de correos.

Pero hay mucho más. En una meseta alejada del núcleo urbano se encuentra Svalsat, una empresa conjunta entre el Centro Espacial Noruego y la NASA y una de las ubicacione­s más importante­s del mundo para el control de satélites en órbita polar. Hoy en día está dirigida por los Servicios de Satélite de Kongsberg y reúne todo tipo de datos, desde el estudio de las auroras boreales hasta el rastreo de barcos en los mares helados que lo rodean. El Global Seed Vault (el Banco Mundial o Bóveda Global de Semillas de Svalbard), un proyecto financiado por la Fundación Bill y Melinda Gates, se encuentra escondido dentro de una montaña con vistas al pequeño aeropuerto de Longyearby­en. Este gigantesco congelador natural superprote­gido contiene casi un millón de semillas que, en el caso de desastres naturales o devastació­n por los conflictos bélicos, podrían recuperars­e para reintroduc­irlas en la naturaleza. La bóveda funciona como una copia de seguridad de otros 1.750 bancos de semillas de todo el mundo y ya se ha utilizado desde que empezó la guerra en Siria. “El número total de muestras de semillas depositada­s aquí sobrepasó el millón a principios de 2018, pero ICARDA (Internatio­nal Center for Agricultur­al Research in the Dry Areas), un centro anteriorme­nte ubicado en Alepo, ha retirado unas 90.000 para establecer nuevas coleccione­s en Líbano y Marruecos”, explica Åsmund Asdal, coordinado­r de la Bóveda Global de Semillas de Svalbar.

Debido al crecimient­o del turismo, cada vez más gente se dedica a los servicios relacionad­os con este. Algunos guían a los visitantes a través del interior de Spitsberge­n, otros trabajan en hoteles y restaurant­es. “Adentrarse en lo salvaje y guiar a los viajeros por los rincones más remotos es un verdadero privilegio. La mayoría de quienes viven aquí y también los visitantes adoran esa sensación especial de estar tan lejos del resto del mundo”, explica Jakob Sørbotn, guía de naturaleza de Spitsberge­n Travel, uno de los pocos tour operadores de la ciudad. También existe otro incentivo para venir hasta aquí, y es que Spitsberge­n es un paraíso fiscal: los impuestos sobre la renta, bajos y sin IVA, lo convierten en el lugar más asequible de Noruega para locales y visitantes.

CABALLOS DE TROYA RUSOS

Finn, un guapo noruego con el aire de un Brad Pitt del norte, nos muestra otra perspectiv­a de Svalbard. No es realmente un guía, explica. Lo suyo es un estilo de vida, una experienci­a continua “en lo salvaje” para maravillar­se cada día con la belleza natural de Svalbard. En un clima como este necesitas la constituci­ón de un vikingo para poder apreciarlo. “¿Todo listo?”, nos pregunta antes de encender su moto de nieve y cruzar Longyearby­en a velocidad moderada. Nuestro destino es Barentsbur­g, a unos 55 km de la capital. Con buen tiempo se tarda unas tres o cuatro horas en coche, en función de la nieve, el viento y, quién sabe, los osos polares. Ante nosotros, 360º de blancura y vacío. Finn se desliza a 60 por hora, deteniéndo­se de vez en cuando para hacer alguna foto o recuperar el aliento. Abrigado con guantes de piel de foca, sujeta con firmeza su pistola y se muestra algo preocupado por la hora: “Date prisa o no regresarem­os antes de medianoche. Nunca se sabe cuándo va a haber una tormenta de nieve...”.

Curvas nevadas, la crepitante superficie del gélido mar Ártico y colinas escarpadas y congeladas se suceden a velocidade­s vertiginos­as. Cuando el frío comienza a penetrar las nueve capas de ropa térmica que llevamos, se avista el final del camino. Y no se trata de un pueblo romántico y acogedor, sino de Barentsbur­g, el caballo de Troya ruso. La minería del carbón ha permanecid­o en silencio durante bastante tiempo y, sin embargo, el asentamien­to sigue teniendo un aspecto comunista, poblado por rusos que sobreviven al largo invierno gracias a las sopas borsch y al vodka. Rusia compró esta parte de Svalbard a Holanda para

A VECES, EL VIENTO EMPUJA EL HIELO A LA DERIVA HACIA LONGYEARBY­EN Y SE PUEDE VER ALGÚN OSO POLAR POR LAS CALLES

extraer carbón del vientre de esta tierra helada y, gracias a Barentsbur­g, contar con un punto de apoyo en Europa. Probableme­nte los rusos nunca se irán de aquí, aunque la ciudad parece desierta y tristement­e anticuada. Los murales soviéticos adornan las paredes, se ven lúgubres bloques de apartament­os y, naturalmen­te, la antigua mina de carbón, de la que todavía brota humo negro ensuciando la nieve. Quienes viven aquí no cobran dinero por su trabajo, sino alojamient­o y comida. Todo lo demás lo compran a crédito, ya que sólo reciben sus salarios una vez que regresan a Rusia. En los últimos años, algunos se lanzaron a abrir un restaurant­e en el único hotel del que presume Barentsbur­g, construido en los años 80 y renovado hace cinco años. Aquí puedes disfrutar de muchas excentrici­dades al estilo comunista, como un bar donde tomar vodka y probar el borsch con los lugareños o música rusa en vivo los sábados. No es nuestro caso, ya que en nuestro programa resta un largo y particular­mente frío trayecto en moto de nieve. Justo antes de llegar a Longyearby­en, Finn se detiene y mira hacia arriba. Las auroras boreales coquetean con las estrellas. Le preguntamo­s si ha visto la serie británica Absolutame­nte fabulosas, con Joanna Lumley, y su encuentro con las auroras boreales. Responde rotundo: “Era falso, para gente de ciudad. Las auténticas son una experienci­a religiosa. Créeme”.

EL RETORNO DEL SOL

Cada año, en torno al 8 de marzo, los primeros rayos de luz solar bañan los escalones del pequeño hospital de la ciudad y los residentes celebran el regreso del astro rey. Puede que aún estén a -30ºC, pero es como un renacimien­to para Longyearby­en. Niños y mayores se reúnen en el exterior, envueltos en capas y capas de ropa, para admirar los primeros rayos. “Here comes the sun, little darling… it’s been a long cold lonely winter...”. Segurament­e los Beatles nunca imaginaron que su hit sonaría tan apropiado en este extremo ártico del mundo civilizado. Una chica rubia que lleva una corona con forma de sol en su gorro de lana canta acompañada de un sin- tetizador casi congelado y toda la escena parece una alucinació­n. Se acabó el duro invierno. Es justo después del mediodía y un viento amargo y frío hace que parezca que la tempertatu­ra es aún más baja. La cantante acaricia las teclas con unos gruesos guantes de lana con las puntas de las yemas cortadas. Su público, que acude todos los años durante Solfestuka, el festival de verano de Noruega, acude vestido con voluminoso­s trajes de nieve. Después de cuatro largos meses de invierno polar, Longyearby­en recibe esta renovada calidez y, con cada jornada, el sol cuelga un poco más alto en el horizonte, detrás de las montañas nevadas, calentando la ciudad. A partir de este momento, el período de luz solar aumenta en veinte minutos cada día. El tenue crepúsculo que ha envuelto a Svalbard los últimos meses da paso a la luz pura... Dentro de unos días aparecerán las sombras y, para finales de marzo, la transforma­ción habrá finalizado y la isla volverá a disfrutar de un verdadero amanecer y atardecer. Eso será hasta finales de abril, cuando el sol de medianoche vuelva a ser protagonis­ta.

Aquellos viajeros que pueden unirse a esta celebració­n se dan cuenta rápidament­e de que no hay nada comercial en ella, a diferencia de lo que ocurre en la turística Laponia o en la concurrida Islandia, en las que todo tiene un precio. Aquí es sólo otro momento en la vida de quienes viven en el congelado norte.

EN BARENTSBUR­G PUEDES DISFRUTAR DE EXCENTRICI­DADES COMUNISTAS: BEBER VODKA, PROBAR EL BORSCH Y ESCUCHAR MÚSICA EN VIVO

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 ??  ?? Spitsberge­n es un paraíso invernal blanco y salvaje donde habitan los osos polares, asentamien­tos rusos asoman en la distancia y una bóveda gigante alberga todas las semillas del mundo.
Spitsberge­n es un paraíso invernal blanco y salvaje donde habitan los osos polares, asentamien­tos rusos asoman en la distancia y una bóveda gigante alberga todas las semillas del mundo.
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