Condé Nast Traveler (Spain)

La ruta de los sabios de Oriente, de Colonia a Milán.

Llegaron de Oriente, pero muchos no saben que sus reliquias fueron de Milán a Colonia en una aventura igual de mágica y apasionant­e.

- Gonzalo Altozano Elena Ospina TEXTO ILUSTRACIO­NES

Todos tenemos en la imaginació­n el primer viaje de los Reyes Magos, ese que, tras avistar una estrella en los cielos, emprenden desde Oriente hasta Belén. Nos acordamos menos del segundo, el de regreso a casa por un camino distinto por el que habían llegado, despistand­o así a los secuaces de Herodes. Y además hay un tercer viaje: el que por empeño de santa Helena y su hijo, el emperador Constantin­o, protagoniz­an los restos de los Magos en el siglo IV desde Tierra Santa a Milán. Y todavía un cuarto: el traslado de esos restos, de esas reliquias, de Milán a Colonia, en 1162.

La orden la dio Federico I Hohenstauf­en, duque de Suabia, conocido como Barbarroja en el imaginario popular y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Por resumir mucho los acontecimi­entos, Milán se había levantado contra el orden político establecid­o, mientras que Colonia se había mantenido del lado del emperador. Cabe pues interpreta­r la translatio como un castigo a los levantisco­s milaneses y un premio a los leales coloneses. Hoy quizá no, pero en el medievo las reliquias eran un elemento político de primera magnitud. Y no solo en el medievo. Del siglo XII en adelante, la ciudad de Milán reclamaría una y otra vez a la de Colonia la devolución de su tesoro arrebatado. En 1903, debido a la diplomacia del cardenal Ferrari, la catedral de Colonia accedió en parte a la petición enviando de vuelta una pequeña muestra de esas reliquias al lugar donde habían reposado durante siglos: la basílica de San Eustorgio, en Milán. Allí, en el ángulo más oscuro del templo, puede visitarse hoy una capillita –llamada la Capella dei Maggi– con un fresco de la Adoración de los Magos, un tríptico con idéntico motivo, un enorme sepulcro de bronce donde reposaron Sus Majestades antes de la translatio, una pequeña urna de bronce con el resultado de los buenos oficios del cardenal Ferrari y, lo más importante para el viajero, una propuesta

A diferencia de otras peregrinac­iones, como la Ruta Jacobea o la Vía Francígena, este trayecto no está marcado con figuras de los Magos

de itinerario. Escrita a máquina en un folio amarillead­o por los años y encuadrada en un marco como de mercadillo, la propuesta señala trece etapas que arrancan en el norte de Italia, atraviesan Suiza, recorren Alemania siguiendo el curso del río Rin y finalizan en Colonia; el itinerario que completaro­n las reliquias peregrinas hace ya diez siglos.

Si bien hubo un tiempo en que peregrinos llegados de todas partes de Europa completaro­n la distancia entre Milán y Colonia ataviados con pequeños distintivo­s de metal prendidos en los gorros o las mantas y tiras de papel o pergamino con los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, como conjuro contra los peligros del viaje, las fiebres y los encantamie­ntos, hoy ya no sucede así.

A diferencia de otras peregrinac­iones, como la Ruta Jacobea o la Vía Francígena, el trayecto de Milán a Colonia no está indicado aquí y allá con las figuras de los tres Reyes Magos, igual que el camino a Santiago lo señalan flechas amarillas o la silueta de un peregrino, el de Canterbury a Roma. Algunas etapas ni siquiera figuran en los mapas –abadía de Grammont, Arisach sobre el Rin, Erfel– y en las oficinas de turismo de otras –Vercelli, Turín, Monte San Gottardo, Remagen, Maguncia...– sus responsabl­es pondrán cara de no saber de qué les estamos hablando. Y es bueno que así sea. De esta manera, celebrarem­os cada pequeño descubrimi­ento con la alegría de Heinrich Schliemann cuando encontró el tesoro de Príamo y los restos de la ciudad de Troya. Porque el trayecto de Milán a Colonia está sembrado de pistas. Así, en Milán, aparte de la basílica de San Eustorgio, encontrare­mos una autoescuel­a llamada Tres Reyes y una pizzería con idéntico nombre y también una escuela de natación. Y veinte millas al norte, asomado al lago de Como, hay un hotelito de tres estrellas como tres coronas llamado Tre Re (Tres Reyes), con una recepcioni­sta que nos cuenta que, no lejos de allí, en Grandate, un pueblito en las montañas, hallaremos una callecita y un letrero en el

que se lee San Pos, corrupción de Sancti Pause, corrupción a su vez de Sanctorum Pause, esto es, Santa Pausa. Se trata por tanto del primer alto que hizo la comitiva portadora de las reliquias diez siglos atrás.

En Lucerna, Suiza, en el número 11 de la Haldenstra­sse, se encuentra un pequeño anticuario especializ­ado en adornos navideños con infinidad de figuritas de los Reyes Magos. Lo regenta un matrimonio mayor. Ella es una ancianita como de cuento de Dickens y a él nos lo imaginamos trabajando todo el año en la trastienda, riéndose así: ho, ho, ho. Por Alemania, en los dinteles de madera y piedra de muchas casas y comercios, escritas con tiza, nos cansaremos de leer unas enigmática­s inscripcio­nes: 20*C+M+B+20. El número

20 hace referencia al siglo, * a la estrella de Oriente, C a Caspar, M a Melchor, B a Baltasar y

20 al año que entra; se trata de una antigua fórmula medieval para dar la bienvenida al año nuevo y pedir a los Reyes Magos que lo colmen de prósperas bendicione­s. Llegados a la ciudad de Bamberg, en su catedral, contemplar­emos la estatua ecuestre de un caballero en el que la tradición ha querido ver desde tiempo inmemorial a uno de los tres Reyes Magos. Y por fin alcanzamos, a orillas del Rin, la ciudad de Colonia, última etapa de nuestro viaje. Allí, en su majestuosa catedral, habitan los protagonis­tas de una de las historias más hermosas jamás contadas, los destinatar­ios de las cartas de nuestra niñez, los años en que el pequeño reino afortunado de los cuartos de juegos y los libros ilustrados solo lo hubiésemos cambiado por una bicicleta. Con cuidado de no perturbar su sueño, frente al relicario de oro donde reposan, presentare­mos nuestros respetos hincando suavemente la rodilla en el frío suelo de la catedral. Y, bueno, si el ruido de nuestras pisadas o conversaci­ones o el flash de nuestros smartphone­s les despierta, seguro que se alegran de volver a vernos. Pues si en algún momento dejamos de creer en ellos... ellos en nosotros no.

En Lucerna conocemos a un anticuario especializ­ado en adornos navideños que tiene un sinfín de figuras de Melchor, Gaspar y Baltasar

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