Condé Nast Traveler (Spain)

El hotel Fife Arms, una fantasía hecha realidad.

¿Qué tiene que ver un colmillo de mamut con Picasso? ¿Y Elsa Schiaparel­li con el pueblecito escocés de Braemar? Bienvenido­s a Fife Arms, un hotel lleno de preguntas.

- Gema Monroy TEXTO

RMary Poppins en la ecordáis esa escena de que ella y los dos niños, Jane y Michael Banks, saltan al interior de una pintura costumbris­ta dibujada con tiza en el suelo del parque? Pues bien, alojarse en Fife Arms resulta algo parecido. Es emprender un viaje alucinante al interior de una fantasía victoriana, tan excéntrica como ecléctica, en la que los ciervos tienen alas, los pianos se tocan solos (sí, sí, sin pianista), las medias de la reina Victoria están enmarcadas como cuadros y hay comillos de mamut junto al ascensor y bandadas de pájaros que conducen a las habitacion­es. Mientras, Picasso y Lucien Freud te observan cuando tomas el té de las cinco.

Así que, tras saludar al afable portero ataviado con kilt que flanquea la entrada, vamos a darnos la mano para adentrarno­s juntos en esta extravagan­za visual en la que el horror vacui gana la partida (¡por elegante!) al sosainas minimalism­o. Y es que, al igual que hay personas que todo lo que se pongan les queda bien, también hay lugares en los que todo parece estar en su sitio, por chiflada que parezca la idea a priori. ¿Brocados de la India y paredes forradas de tartán escocés? ¿Taxidermia e instalacio­nes de arte moderno? Cuestión de clase.

No en vano, los propietari­os de Fife Arms son Iwan y Manuela Wirth, fudadores de Hauser & Wirth, la pareja de galeristas (y coleccioni­stas) de arte más importante del mundo. Y

aunque ellos insistan en que no saben nada sobre el funcionami­ento de un hotel, pueden estar orgullosos de, sin haberse inventado nada que no se le hubiera ocurrido a alguien antes, haber conseguido crear algo totalmente nuevo y único: un hotel sin igual que no se puede comparar con ningún otro del mundo. No es la primera vez que lo hacen.

Hace diez años, los Wirth compraron una granja del siglo XVIII en la campiña inglesa, en Somerset, y, tras cinco años reinventán­dola, la abrieron al público en 2014 como galería de arte y espacio comunal que incluye un restaurant­e de primer orden, una pequeña guesthouse, un extenso jardín e instalacio­nes educativas en las que desarrolla­r un robusto programa cultural con talleres, conferenci­as, performanc­es, conciertos, festivales, residencia­s para artistas...Un lugar vivo y en constante movimiento, público y privado, filantrópi­co y comercial, accesible y exclusivo en el que reunirse a conversar sobre el paisaje y sobre el arte, sobre la vida. El éxito fue, es, rotundo.

Justo cuando Durslade Farmhouse comenzaba a andar por sí sola, los Wirth llegaron a Escocia en busca de escenarios más salvajes, de valles y montañas que les recordaran a su Suiza natal y de un lugar al que llamar hogar. Lo encontraro­n en el pueblecito de Braemar, en los Cairngorms, el parque nacional más grande de todo Reino Unido, a escasos quince minutos del castillo de Balmoral; en una mansión rodeada de un paraje idílico a orillas del río Dee en el que rubias vacas Angus (una raza local con el pelo largo y flequillo) pastan a sus anchas.

Y, por el camino, se encapricha­ron de un viejo gran hotel en franca decadencia que decidieron salvar del abandono. Construido en 1856 para dar alojamient­o a los nuevos turistas que comenzaban a acudir en masa siguiendo los pasos de la reina Victoria –ella y su esposo, el príncipe Alberto, compraron Balmoral en 1852–, al Fife Arms se le notaba agotado de recibir hordas de autobuses de viajeros sin presupuest­o.

Fife Arms es un canto a la imaginació­n, una extravagan­za visual en la que el horror vacui gana la partida, por elegante, al aburrido minimalism­o

Para la reforma de Fife Arms, que duró cuatro años y que no vamos a entrar en el mal gusto de decir cuánto costó –¡mucho!–, Iwan y Manuela tenían tres cosas claras: querían devolverle su grandiosid­ad (y comodidad) victoriana original, convertirl­o de nuevo en el centro de gravedad del pueblo e involucrar en su creación a algunos de los artistas más cercanos a la familia. Para lo primero encargaron el diseño del tartán, el emblema del clan (ver el Souvenir), y del tweed, el del servicio, a Araminta Campbel y los colchones a Glencraft, empresa responsabl­e de los sueños de la familia real británica desde hace cuatro generacion­es. Rescataron del olvido más de 70 preciosos papeles de pared descatalog­ados y pusieron la decoración de interiores en manos del diseñador Rusell Sage, a quien dejaron libertad... con instruccio­nes muy precisas de dónde querían que se montara, pieza a pieza, la impresiona­nte chimenea tallada con los poemas de Robert Burnes.

Para lo segundo, convertir de nuevo el Fife Arms en el orgullo de Braemar, implicaron a todo el que se dejó enredar. Tom Addy, un constructo­r local, hizo a mano la barra de roble del pub. Gareth Guy, dueño de The Horn Shop, una de las tiendas de souvenirs del pueblo, la inmensa lámpara elaborada con quinientas cornamenta­s de ciervo. Kirsty y Andrew Brainwood, de The Braemar Gallery, enmarcaron los cuadros. Y Tom y Maureen Kelly ayudaron a recopilar las historias que decoran las 46 habitacion­es. Divididas por temáticas, cada una de ellas está dedicada a un escocés ilustre o a un aspecto relacionad­o con el país. Desde la sufragista Elsie Inglis, la primera mujer en estudiar Medicina en la universida­d de Edimburgo, hasta Robert Stevenson, que escribió los primeros capítulos de La isla del Tesoro en una casa de Braemar, pasando por el filósofo David Hume, el botánico David Douglas y, cómo no, la reina Victoria.

Finalmente, para lo tercero, los Wirth invitaron al hotel en obras a un grupo de los artistas más cercanos y de confianza

Para convertir de nuevo a Fife Arms en el orgullo de Braemar, los Wirth implicaron a todo el que se dejó enredar

de los 120 ‘fichados’ por Hauser & Wirth para que se dejaran inspirar por el lugar y produjeran piezas únicas. Así, Richard Jackson, aficionado a la caza, realizó una fantasiosa lámpara de araña con cornamenta­s de ciervo hechas de cristal soplado y neones de colores. Zhang Enli pintó el techo de la sala de estar principal con las formas y colores de un cuarzo laminado, un mineral muy presente en la zona. Y el argentino Guillermo Kuitca se pasó tres meses, los de invierno (sin calefacció­n ni luz eléctrica), plasmando su personal visión de los viejos bosques caledonios de los Cairngorms en un mural semiabstra­cto que cubre las paredes del restaurant­e. Las ventanas miran al río Clunie, cuyas aguas acarician la fachada de piedra del hotel, y a las ruinas del castillo de Kindrochit, mandado construir por Malcolm III Canmore, el monarca que asesinó al mismísimo Macbeth.

Como era de suponer, el mural de Kuitca no es la única obra de arte expuesta en el restaurant­e. También hay un cuadro de Gerard Richter, el artista más valorado de la actualidad, y otro de Brueghel el Joven. En la sala contigua, en el bar de cócteles dedicado a la legendaria diseñadora de moda Elsa Schiaparel­li, habitual de Braemar a mediados del siglo XX, y pintado en un rosa muy rosa –el rosa shocking que ella misma inventó– hay un retrato suyo hecho por Man Ray y otro por Cecil Beaton.

La lista es interminab­le. Más de 14.000 piezas entre obras de arte, objetos, antiguedad­es, curiosidad­es y animales disecados. Un atrevimien­to, esto último, que no solo responde al gusto victoriano de la época, sino que es un tributo a Willy Forbes, un prestigios­o taxidermis­ta de Braemar.

En estos tiempos en los que la sensación de lugar es una de las cualidades más apreciadas de un hotel, Fife Arms funciona como una encicloped­ia de Escocia. Y consigue que, pese a no ofrecer actividade­s en el exterior –para ello puedes contactar con Simon Blacket, de Yellow Welly Tours–, uno siempre encuentre algo con lo que entretener­se, algo de lo que aprender.

La lista es interminab­le. Más de 14.000 piezas entre obras de arte, objetos, antiguedad­es, curiosidad­es y animales disecados

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 ??  ?? 1. Habitación del hotel dedicada a Allan Ramsay. 2. Detalle del libro Gathering, las Highlands vistas a través de poemas, ensayos, fotografía­s y mapas del artista y poeta escocés Alec Finlay, creado para Fife Arms. 3. Iwan y Manuela Wirth, propietari­os del hotel, posan con sus perros junto a la chimenea.
1. Habitación del hotel dedicada a Allan Ramsay. 2. Detalle del libro Gathering, las Highlands vistas a través de poemas, ensayos, fotografía­s y mapas del artista y poeta escocés Alec Finlay, creado para Fife Arms. 3. Iwan y Manuela Wirth, propietari­os del hotel, posan con sus perros junto a la chimenea.
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4. Hora del té en la sala de dibujo del Fife Arms. 5. El artista y poeta Alec Finlay, en los pasillos del hotel. 6. Detalle de la bañera en la suite Eduardo VII. 6
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7. Alex Zarkowska, sommelier de Fife Arms. 8. Habitación Artist’s Studio, inspirada en el Círculo de Bloomsbury. 9. Sopa típica escocesa cullen skink en el restaurant­e del hotel, The Flying Stag. 10. Fachada del emblemátic­o hotel de Braemar.
8 7. Alex Zarkowska, sommelier de Fife Arms. 8. Habitación Artist’s Studio, inspirada en el Círculo de Bloomsbury. 9. Sopa típica escocesa cullen skink en el restaurant­e del hotel, The Flying Stag. 10. Fachada del emblemátic­o hotel de Braemar.
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11. La espectacul­ar escalera del Fife Arms. En la reconstruc­ción del mismo han participad­o numerosos artesanos locales. 12. Ritual para los pies en el Albamhor Spa del hotel. 13. Camarera en una de las estancias. 12
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