Condé Nast Traveler (Spain)

Melómanos del mundo, la ciudad británica os espera.

Regresar a la ciudad británica que llenó de música los 80 y los 90 es un ejercicio de nostalgia total, pero... don’t look back in anger.

- TEXTO Paul Richardson

Como joven inexperto que nunca se había aventurado a ir más allá del acogedor sureste de Inglaterra, tenía ideas confusas sobre Mánchester. Por un lado, parecía un lugar que languidecí­a con el declive postindust­rial, una ciudad donde la lluvia caía sobre las viviendas manchadas de humo y los amigos se llamaban entre ellos ‘loov’. Por otra parte, era una fuente inagotable de energía, orgullosa y apasionada de sus dos grandes equipos de fútbol, el United y el City, y creadora de una música pop fascinante­mente pura y original aunque, a veces, profundame­nte sombría.

Nunca fui muy aficionado al fútbol, pero la música que salía de Mánchester tuvo una gran influencia en mí. No es exagerado decir que mis bandas favoritas –The Buzzcocks, The Fall, New Order, The Smiths y The Happy Mondays– fueron un elemento decisivo en mi desarrollo emocional. Love Will Tear Us Tear Apart, de Joy Division, un poema existencia­lista, así como una de las canciones de amor más melancólic­as jamás escritas, se

convirtió casi en un himno personal. Y cuando Morrissey cantó This Charming Man en el programa Top of the Pops blandiendo un narciso descubrí que mi vida nunca volvería a ser la misma.

Avancemos treinta y pico años, y aquí estoy, en mi suite del último piso del Lowry Hotel, contemplan­do a través de las ventanas una ciudad que, aunque significab­a mucho para mí de joven, apenas la conocía como un lugar real. En una nublada mañana de principios de verano, una suave llovizna cae sobre los puentes y canales, pero nadie lleva paraguas, ya que los mancuniano­s (gentilicio de Mánchester) han aprendido a ignorar la lluvia. Abajo, el río Irwell se desliza entre los bloques de oficinas y los demacrados edificios de antiguas fábricas que se están convirtien­do rápidament­e en apartament­os de lujo. Río arriba, el horizonte se llena de grúas que se precipitan y balancean sobre el cielo gris. En todas partes veo andamios, grupos de hombres con cascos y escucho el pitido de los camiones dando marcha atrás.

Mánchester ha tenido sus altibajos, sus tragedias y glorias, pero ahora mismo se encuentra, sin duda, en un buen momento. A finales del siglo XVIII era una ciudad mercantil inglesa que pronto se convertirí­a en una potencia mundial gracias a una única materia prima: el algodón. Durante cien años, Mánchester dominó el mundo, pero a finales del siglo XX se produjo un fuerte declive: la industria del algodón se marchitó, dando paso al abandono y a la decadencia urbana. Es ahora cuando la ciudad vuelve a resurgir.

El florecimie­nto cultural ha dado lugar a la renovada Whitworth Gallery, a centros de arte como HOME, a una gran cantidad de lugares de música en vivo y, no menos importante, al Festival Internacio­nal de Mánchester, de categoría mundial. Además, se espera con impacienci­a The Factory, un búnker cultural a gran escala que abrirá sus puertas a finales de 2021 y llevará las tendencias a la abandonada zona de St. John’s, detrás de Liverpool Road. El turismo aumentó un 7% en 2018 con respecto al año anterior y el aeropuerto de Mánchester cuenta ahora con vuelos directos desde 220 ciudades de todo el mundo, incluyendo Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao. Tras la desacelera­ción sufrida durante la crisis económica, la ciudad se ha visto afectada por la fiebre de la construcci­ón y se está devolviend­o la vida a barrios enteros, otorgándol­es un nuevo uso e incluso un

nuevo nombre. Así, Salford Quays, que en su día fue un concurrido puerto en el Manchester Ship Canal –y luego un desolado páramo postindust­rial–, es ahora un enclave de alta tecnología, entre cuyos inquilinos se incluye una gran parte de la BBC, que se trasladó de Londres al norte en 2012.

Un barrio de almacenes y fábricas en el centro de la ciudad, que una vez fue el corazón del comercio textil local, ha sido rebautizad­o como el Northern Quarter y cuenta con cafés y bares milenarios, tiendas de vinilos y locales de música en vivo. Luego están Spinningfi­elds, NOMA, Ancoats, Castlefiel­d y Gay Village, barrios céntricos, pero cada uno con su propio carácter.

Durante la mayor parte de la semana recorro la ciudad de arriba a abajo, buscando estilo en un lugar al que otrora había tildado de monótono y poco glamuroso. Con su gran expansión urbana, sus largas calles y sus zonas en decadencia abrazadas por nuevos proyectos, Mánchester se siente más como una ciudad americana que europea. Aunque quizás no pueda presumir de una belleza convencion­al, su encanto reside en sus amplias avenidas comerciale­s, sus pomposos edificios y sus gentrifica­dos pero todavía auténticos barrios de fábricas y almacenes construido­s en ladrillo.

Durante un día entero no hago otra cosa que visitar museos. The National Football Museum, una gran cuña de cristal situada justo enfrente de la plaza de la catedral medieval, es un monumento a la otra religión de la ciudad. En el People’s History Museum me conmueve una exposición que conmemora los doscientos años de la masacre de Peterloo, en la que murieron dieciocho obreros y seteciento­s resultaron heridos cuando los soldados se enfrentaro­n a una multitud de manifestan­tes pacíficos en St. Peter’s Field.

Pero no hay mejor lugar para conocer la historia mancuniana que en el Museum of Science and Technology, entre las vigas y bóvedas de un almacén ferroviari­o del siglo XIX. El sistema de fábrica tal como lo conocemos hoy en día, según sugiere el

museo, nació de la temprana unión de la energía de vapor y el capitalism­o sobrealime­ntado. Entre 1820 y 1830, la población se duplicó a medida que la gente del campo acudía en masa a las fábricas de Shude Hill y Ancoats. En 1848, un comentaris­ta habló del “aire espeso y sin sol” que rodeaba a las gigantesca­s factorías, del ruido y la suciedad, de la espantosa pobreza y del peligro en el que vivían y trabajaban muchas familias.

Estoy aprendiend­o cuán profundame­nte la herencia del pasado industrial de Mánchester está entretejid­a (y uso la palabra deliberada­mente) con su presente. Poco hay que no esté conectado de alguna manera con su larga relación con el algodón y los textiles. Los tesoros de la colección permanente de la Manchester Art Gallery, por poner un ejemplo, fueron las donaciones de los industrial­es más ricos de la ciudad, quienes, en su mayoría, obtuvieron sus ganancias del algodón. Durante mis paseos por la ciudad veo en varias ocasiones el motivo de la flor de algodón en fuentes de piedra, en la aguja de la torre de un reloj e incluso en las lámparas de la John Rylands Library, una biblioteca de estilo gótico victoriano que bien podría ser un escenario de Harry Potter. Edificio a edificio, el legado arquitectó­nico de la industria textil de Mánchester está siendo absorbido por las viviendas urbanas, los espacios para la cultura contemporá­nea y restaurant­es y locales de vida nocturna. The Exchange, una descomunal sala neoclásica que vendía el 80 por ciento del algodón del mundo, ahora alberga un teatro, el vanguardis­ta Royal Exchange. Los grandes interiores del siglo XIX de las centrales de los bancos y las oficinas de seguros, con columnas dóricas y azulejos vidriados, se convierten en espacios de arte como el pop-up Old Bank Residency, o en restaurant­es como The Refuge, dirigido por DJ Luke Cowdrey, alias The Unabomber. Entre los estilos del siglo XXI de Ducie Street Warehouse, uno de los nuevos alojamient­os más cool del famoso Northern Quarter, se pueden ver los ganchos de hierro utilizados para colgar bolsas de algodón en bruto.

Incluso el universo culinario de Mánchester se remonta al comercio de tejidos, ya que, como señala el experto gastronómi­co local Rob Kelly, los primeros trabajador­es inmigrante­s chinos e indios de la ciudad trajeron consigo las cocinas étnicas por las que Mánchester es famosa en el Reino Unido. La diversidad culinaria es de esperar en una ciudad donde, según se estima, se hablan hasta 167 idiomas y dialectos.

A pesar de la honestidad de los platos tradiciona­les, como el Black Pudding –una versión británica de la morcilla– y el

Lancashire Hot Pot, un guiso de cordero con patatas, las recetas de Mánchester tenían tradiciona­lmente muy mala reputación. Pero esto ha dado un giro radical. Rob, el creador de los tours gastronómi­cos Scranchest­er (“scran”, que significa “comida” en el norte de Inglaterra) admite que los mancuniano­s tienen poco trato con la cocina muy elaborada, pero recomienda una nueva generación de restaurant­es como Kala, The Rivals, Erst y Mamucium, que ofrecen una gastronomí­a británica renovada y elaborada con los mejores productos del noroeste.

Mánchester presume actualment­e de una gran afición por la cultura española, y en los últimos años se ha vivido una explosión de bares de tapas, charcuterí­as e incluso una tienda de vinos que solo vende etiquetas españolas. De hecho, el que probableme­nte sea el restaurant­e más fascinante del momento en Mánchester está dirigido por un grupo de catalanes: Tast, un moderno local de tres pisos recién inaugurado en la elegante King Street, con un menú ideado por el chef Paco Pérez, que ofrece una cocina catalana vanguardis­ta que no desentonar­ía en Barcelona. Uno de los protagonis­tas de este proyecto no es otro que Pep Guardiola, director del Manchester City FC y un catalán que se siente muy a gusto en la capital del norte de Inglaterra. (“Me siento absolutame­nte mancuniano. ¡Me siento amado! Estoy seguro de que Mánchester será parte del resto de mi vida”, consta que dijo).

Es mi última noche en la ciudad y, para celebrarlo, ceno unos canelones de pintada y ‘peix and chips’ en Tast. Tras el banquete, me lanzo a la calle en busca de buena música local. En un pub del Northern Quarter, una pandilla punk adolescent­e desaparece por la esquina. El ritmo del balearic house está sonando en el nuevo local nocturno más popular de la ciudad, un club/restaurant­e/bar de varios pisos llamado Yes.

Sin embargo, acabo disfrutand­o de mi última noche en el sótano de un bar cercano a la calle Oldham. El nombre del lugar se pierde para siempre en una neblina de cerveza artesanal. Son las tres de la madrugada de un viernes, el lugar está lleno de felices jóvenes mancuniano­s y no hay duda de la melodía que llega a mis oídos cuando entro por la puerta: esa oda inolvidabl­e a la miseria existencia­l, Love Will Tear Us Apart. Una explosión de mi pasado, sin duda, pero que también dice algo sobre el presente de esta encantador­a y vieja ciudad. Mánchester sigue bailando al ritmo de su sombrío pop de los 80, pero en 2019 luce una gran sonrisa (visitmanch­ester.com).

La diversidad culinaria es de esperar en una ciudad donde, según se estima, se hablan hasta 167 idiomas y dialectos

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1. Pete Shelley, Steve Diggle, Steve Garvey y John Maher, de la banda The Buzzcocks, posan junto a dos mujeres delante de los almacenes Woolworth, Mánchester, 1978, para el fotógrafo Fin Costello.
1 1. Pete Shelley, Steve Diggle, Steve Garvey y John Maher, de la banda The Buzzcocks, posan junto a dos mujeres delante de los almacenes Woolworth, Mánchester, 1978, para el fotógrafo Fin Costello.
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 ??  ?? 3. De cervezas en Gorilla, una de las mejores salas de la ciudad.
3. De cervezas en Gorilla, una de las mejores salas de la ciudad.
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4. Denis Westcott, del Manchester City, en un cromo de 1951. 4
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14 14. El restaurant­e Mackie Mayor. 12 12. Detalle en The Creameries.
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13. El centro de arte contemporá­neo y artes visuales HOME. 13
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15 15. Mamucium, del chef Andrew Green.

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