2020: ASÍ VIAJAREMOS
Dos billones de personas haremos las maletas este año que empieza. Suites veganas, acampadas en iglesias históricas, retiros artísticos y aviones sin plásticos de un solo uso nos esperan.
Las tendencias son, como el éxito o el fracaso, un proceso, algo que se va viendo venir, algo que se conjuga en gerundio. No comienzan ni terminan de forma rotunda; por eso, lo que escribimos hoy no es tan distinto de lo escrito el año pasado por las mismas fechas; tampoco de lo que escribiremos el año que viene. Lo que sí será es más firme. En estos meses, además, han aparecido nuevas formas de viajar con su propio recorrido. Las tendencias no dejan de ser un viaje.
BIENVENIDO, ‘UNDERTOURISM’
Las tres grandes macrotendencias no pillan a nadie por sorpresa. Son tres vértices de un mismo triángulo: el viaje responsable, el viaje transformador y el viaje como búsqueda del bienestar. La idea es viajar para cuidar: del mundo y de nosotros. Si la última década fue la de las fotos compartidas de piscinas de riads marroquíes y la de los selfies en el Puente de Brooklyn, esta se anuncia más privada. Es el momento de guardar las mejores imágenes para enseñárselas a los amigos, de dosificar la información. Comienzan tiempos pudorosos, quizá porque se acerca una desaceleración, porque ya hemos logrado más likes de los que podríamos gestionar y porque ahora estamos comenzando a vivir otra película viajera. Esta película no es una superproducción de superhéroes, sino una cinta intimista de la que saldremos transformados. Es más Historia de un Matrimonio que una película de Marvel, por seguir con el símil cinéfilo.
Estas tendencias son los tres grandes pilares del nuevo nómada, pero hay subtenencias que, en muchos casos, se declinan de ellas. Viajaremos con nuestros animales, buscando el rastro de nuestros ancestros, fuera de temporada o en planes que unan a varias generaciones. Usaremos en conversaciones palabras como friendmoon (luna de miel con amigos), microcations o undertourism, lo contrario a overtourism, que tanto se ha usado en la última década. Y les buscaremos sinónimos en castellano con más o menos éxito. Iremos a las islas Frisias, a Albania, a Varsovia, a Aracena, a Panamá, a Taghazout y a Nueva Orleans, a dormir en Peter and Paul. Seguiremos haciéndonos fotos porque eso no es nuevo: se hace desde que se puede. Con la burbuja de los influencers desinflándose a buen ritmo, la industria aprovecha para redefinir el término.
Un influencer es David Atttenborough. También ese amigo que encuentra restaurantes singulares, el matrimonio Wirth (dueños de Fife Arms) o esas pequeñas cuentas de Instagram cuyas fotos siempre guardamos. En definitiva, nos influirán los muy grandes o los cercanos. Como siempre ha ocurrido.
SEAMOS CONSCIENTES
Los viajes no han cambiado: lo hemos hecho nosotros. Nos hemos vuelto responsables; por eso, nuestro viaje también lo será. Se viaja como se vive. La industria, que implica a más de 300 millones de personas en todo el mundo, sabe que tiene el poder de activar un cambio y lo está ejerciendo. Entre ellos y nosotros intentaremos conservar lo que tenemos y dejar la menor huella posible allá donde vamos. Esto se aplica a los deshechos, los plásticos y la contaminación, no a otro rastro: seguiremos dejando huella en las personas y quizá amores en distintos puertos. Intentaremos viajar en tren cuando las distancias sean cortas y reservar en hoteles conscientes; hay cadenas que se llaman así: la holandesa Conscious Hotels ya apostaba por este tema hace una década y sigue creciendo, mientras que Zetter se llama hotel “eco consciente”. Conscious House se inauguró en 2019 en Londres con planes de crecimiento. Se persigue un consumo más reposado y la decisión de reservar o no en un sitio se tomará a partir de si comulgamos o no con sus valores. Según Accenture, un 63 por ciento de las compras se hará en compañías en las que nos reflejemos. No dejaremos de ir a Venecia o a Sevilla, lugares amenazados por el llamado “sobreturismo”. Ni se nos ocurre. Sí va a cambiar la relación que tengamos con ciudades cargadas de visitantes: viajaremos fuera de temporada y gastaremos en bares y guías locales. Cuidaremos los lugares como cuidamos a las personas. Viviremos de la manera más coherente que podamos, pensando de vez en cuándo qué pensaría Greta Thunberg de nuestras decisiones. Bendita Pepita Grillo. En paralelo, y aquí llega lo difícil, es importante no obsesionarse en esta nueva forma de activismo. No tenemos que cruzar el Atlántico en barco, pero sí podemos volar con aerolíneas responsables. La mayoría está evaluando qué puede hacer desde su rincón del mundo (del cielo) para contaminar menos. Push for Change es una iniciativa de Finnair que propone a sus pasajeros compensar las emisiones de CO2 donando una pequeña cantidad a un proyecto medioambiental en Mozambique o comprando biocombustible. Compañías como KLM traducen la responsabilidad de ser sostenibles en distintos frentes. Por ejemplo, fue la primera en Europa de retirar de su catering a bordo huevos y pollo producidos o criados en masa. El pasado junio lanzó la iniciativa Fly Responsibly para compartir (de manera gratuita) con toda la industria aérea las mejores prácticas y herramientas desarrolladas por la compañía relativas a sostenibilidad. En este momento ya no deberíamos encontrar en aviones de Air France envases de plástico de un solo uso a bordo de sus vuelos. Esto representa 210 millones de productos de plástico de un solo uso. Poco a poco. Paso a paso. Por el camino, recuperamos el tren. En abril llega AVLO, el AVE low cost, y aumentan las propuestas de viajes sobre raíles. Agencias como Original Travel proponen viajes en tren en Italia, Canada y Japón.
DEL ‘CHAMPING’ A CHURCHILL
En esta obsesión por el viaje responsable crecen formas de viajar que, sin ser nuevas, encuentran ahora su momentum. El intercambio de casas ha aumentado, a nivel global, más del 45 por ciento respecto a 2018. Es una cifra de Home Exchange, la plataforma líder de este sistema de alojamiento que encuentra su sitio en una época en la que se valora la inmersión en la cultura local y el uso de los recursos existentes. Pero que los hotelófilos no teman: el hotel sigue estando en el corazón del viaje y continúa dándonos muchas alegrías. Los hoteles se revisan, retuercen, retan y complican. La experiencia está superada: ahora buscamos emociones, impactos y eso tan manoseado llamado relato. Un ejemplo es el que vamos
a llamar, a falta de más imaginación, hoteles-puzzle, hoteles compuestos de muchas piezas. Ahí estarían lugares como el French Theory en París, el Ryse (Autograph Collection) en Seúl o el Eaton Workshop en Washington y Hong Kong. Que tengan habitaciones es casi lo de menos: aquí se acude a comprar, a exponer y hasta a grabar un disco. Estos formatos híbridos y representantes de una hostelería integrada proponen una nueva manera de estar en la ciudad y cada vez son más. Un caso extremo de nueva hostelería es el de Sweets Hotel, que pone patas arriba el concepto mismo de hotel. Le llamaremos, también con la fantasía justa, hotel no-hotel. Se trata de un lugar que tiene sus 28 habitaciones repartidas por toda la ciudad; detrás está un proyecto importante de revitalización de las casas-puente, unos edificios pequeños característicos de una ciudad llena de canales. No se reserva la habitación 302, para entendernos, sino una casita para dos en una zona determinada de Ámsterdam. Aquí sacamos la bola de cristal y lanzamos un vaticinio: veremos más hoteles así de valientes, que desafían su propia naturaleza. En lugares como Sweets Hotel el viajero consciente se siente cómodo; además, tiene una buena historia que contar a la vuelta. También en lugares como Treehouse, recién abierto en Marylebone, Londres, que cuenta con un horticultor en nómina. Estos son reclamos nuevos. Otro más: dormiremos en hoteles sin dormir; es decir, reservaremos habitaciones solo para el día, sin pasar la noche. Esto se ha hecho siempre en determinados hoteles (ejem), pero la novedad es que los buenos hoteles se están atreviendo a dar esa opción. Algunos Hoxton abren camino ofreciendo, a veces, reserva por horas. La web Dayuse te ayuda a encontrar hoteles por todo el mundo en los que es posible alojarse así. Otros buscan justo lo contrario, estadías largas, y lo hacen con reclamos tan antiguos como el hombre. Urban Cowboy Lodge, un refugio recién abierto en los Catskills, se publicita ofreciendo cabañas con sonido del río, bañeras de cobre y chimeneas. Además, se enorgullecen de algo: no hay servicio de móvil; del FOMO pasamos al JOMO, al regocijo de estar perdiéndonos algo. Esto puede estresar a muchos, pero estos hoteles no quieren ser para muchos. Tampoco lo es el llamado ‘champing’, otro desafío al hotel convencional y un invento inglés que consiste en acampar en iglesias históricas. Leamos la frase de nuevo. Existe una red de ‘champing’ que localiza sitios en los que se cruzan la sensación nómada del camping con el recogimiento de la iglesia. Es un proyecto del The Churches Conservation Trust cuyos beneficios van a la conservación de iglesias. Para los interesados, la temporada empieza el 30 de marzo y termina el 29 de septiembre. Reino Unido vivirá un año intenso a la espera del ya probable Brexit. Seguiremos viajando allí, aunque ahora cambiemos el DNI por el pasaporte. Lo haremos porque sigue siendo un país extraordinario y porque en ese país hay hoteles como Beaverbrook. Esta mansión de Surrey resucita con un aire contemporáneo sin perder ni una pizca del encanto de un lugar que ha visto pasar por sus salones a lo más granado del siglo XX. Sí, Churchill también durmió aquí: era amigo de Lord Beaverbrook. Estos hoteles, por cierto, los pagaremos con el móvil. No llevaremos tarjetas ni, mucho menos, efectivo. Por el camino iremos dejando un rastro de datos como Pulgarcito con su miga de pan.
¿BIENESTAR O BIENSER?
Empezamos hablando de viaje responsable, una de las macrotendencias, y hemos terminado acampando en una iglesia y en una mansión en la que dormía Churchill. Todo esto nos lleva al otro vértice del triángulo: el viaje en búsqueda del bienestar, al que llamaríamos bienser si no sonara tan extraño. El nuevo nómada busca cuidar cuerpo, ánimo y alma y se apunta a esta macrotendencia que es, sobre todo, un estilo de vida. Los spas, como la experiencias, se han superado. No se trata de sumergirse en una piscina de chorros, sino de plantear viajes en los que el cuidado sea el centro. A veces es tan sencillo como eliminar los aparatos eléctricos de las habitaciones a la hora de dormir, como hace, en Ciudad del Cabo, Ellerman House. O viajar para comer bien, que es otra forma de cuidarse. Los retiros, ya lo escribimos el año pasado, no se retiran. No solo eso, sino que toman múltiples formas: Rosewood cuenta con una línea llamada Asaya dedicada al cuidado; hoteles independientes como Finca Serena (Mallorca) tienen su propios retiros: el próximo, con el yoga como centro, se celebrará en marzo. No se trata de desconectar, sino de conectar con nosotros mismos. Hay una industria multimillonaria (4,2 trillones de dólares es la cifra que da Global Wellness Summit) en torno al bienestar contemporáneo. Hasta los lounges de los aeropuertos le dedican más espacio y tiempo. Cathai Pacific abrió este año en el aeropuerto de Hong Kong un “santuario” de dedicado a yoga y meditación y Air France es la reina del relax viajero: cuenta en Charles de Gaulle con un espacio de más de 550 m2 que incluye una zona Instant
Relaxation, un bar detox para revitalizarse, un spa Clarins dedicado a tratamientos faciales y dos saunas. El veganismo también se extiende como un magma y los viajes se apropian de ello. El pasado verano abrió en Escocia el primer hotel 100% vegano de Reino Unido, Saorsa 1875, y ya lo había hecho en Londres la primera suite vegana, en el Hilton London Bankside. Por ahora son ejercicios de estilo, pero veremos más. Hasta en Italia, tierra disfrutona, hay tours veganos, lo que confirma que se puede ser ambas cosas. El Vegano Italiano Tour consta de nueve días e incluye alojamiento en el hotel (vegano) La Vimea. ¿Más bienestar? Encontraremos desde programas que cuidan y protegen los ritmos circadianos (los Six Senses marcaron el camino con su Sleep Program) a los que usan el sonido y la música como terapia, como Chiva Som en Tailandia. En este país encontramos un camino que puede tener recorrido: el del bienestar destinado solo a hombres en Absolute Sanctuary. En un universo tradicionalmente femenino esto es novedad, igual que asociar el bienestar con el hedonismo. Los viajes, o son sensuales, o son solo desplazamientos, aunque quien contrate la experiencia Get Lost, de la agencia Black Tomato, no estará de acuerdo. Este programa propone una forma extrema de encontrarse con uno mismo: perdiéndose. A quien se anime lo llevarán a un lugar desconocido sin saber qué hará ni qué necesitará. La agencia se encarga de todo. El caso de Get Lost es radical, pero hay otras formas placenteras de encontrarse con uno mismo. En Euphoria Retreat, un nuevo espacio del bienestar / bienser del Peloponeso, trabajan para ello como centro “curativo” pero, ¿de qué cura? De una alimentación confusa, del sedentarismo, de la hiperconexión y la falta de contacto con la naturaleza. El horizonte, el silencio y el sueño siguen siendo amenities muy buscadas, esas que querremos guardar en la maleta y llevar de vuelta a casa. Nos cuidaremos la piel, el estómago, los músculos, el ánimo y nos cuidaremos por dentro.
LUJO CARIÑOSO
Y aquí aparece el tercer gran vértice: el viaje transformador. Esta tendencia lleva años buscando su sitio y cada vez está más presente. Viajaremos, cada vez más, para aprender, ayudar y desarrollar esa afición que no acabamos de cuidar en nuestro día a día; el verbo cuidar reaparece. El nuevo lujo es cariñoso. Nos cuidaremos mediante el conocimiento, la colaboración y a través del desarrollo personal para volver distintos, mejores de lo que salimos de casa. Nuestro viaje será el viaje del héroe. Los hoteles más porosos atrapan esta tendencia y muchos ofrecen residencias para artistas, escritores o músicos, como el riad Jardin Secret (Marrakech), Melides Art (Alentejo) y Villa Lena (Toscana). Esta no es una iniciativa nueva, pero sí cada vez más extendida y firme. Un ejemplo interesante es el de la Salt School, una escuela de hostelería de Estados Unidos que cuenta con sus propios hoteles, los Salt Hotels, a los que nutre de personal e ideas. Este cruce de educación con viajes encaja en esta búsqueda de la transformación, no solo de los viajeros, sino de la propia industria. El sello Preferred Hotels & Resorts la considera una de las tendencias del año y la cruza con los viajes sostenibles o responsables. Lo resume así: “A medida que los viajeros aprovechan la naturaleza y la cultura para conectar con su yo interior y promover cambios cualitativos en su vida, los viajes transformadores se cruzarán de manera más evidente con los conscientes”. En ese mismo informe aparece otra tendencia: la del viaje a ciudades secundarias. De nuevo, la curiosidad nos moverá más que querer impresionar a nadie. Si acaso, nos impresionaremos a nosotros mismos. París no se acaba nunca, pero, por eso mismo, iremos a Toulouse, que nos dará mucho de lo que ofrece la capital (gran vino, salsas y patrimonio), pero de manera más asequible y cercana. Preferiremos Oporto a Lisboa y Belfast a Londres. El objetivo es no saturar las ciudades, y aquí volvemos a cruzarnos con el viaje responsable, que nos espera detrás de todas las esquinas del mundo.
El año próximo seremos dos billones de viajeros. Muchos planearán viajes con un propósito, con ganas de pensar y de ser impactados, pero esto no significa que vayan a estar llenos de gravedad ni que solo podamos viajar con una misión. Seguiremos viajando para pasarlo bien y para, como escribió Cortázar, “cambiar el agua a la pecera”. Seguiremos viajando porque nos da la gana.