Condé Nast Traveler (Spain)

UNA CASA EN LAS AFUERAS

La residencia donde vivió Louis Vuitton cerca de París es una joya art nouveau y un atelier donde se fabrican las maletas que cambiaron la historia del viaje.

- Clara Laguna Lucía Marcano TEXTO FOTOS

Unos remaches de metal y una lona impermeabl­e marcaron el comienzo de una nueva era para Louis Vuitton y para todo aquel que ame el mundo del viaje y de la moda. El aumento de los trenes rápidos y la populariza­ción del uso del barco de vapor hizo que la gente viajase más y mejor –recordemos que en 1873 se publicó La vuelta al mundo en 80 días, la obra de Julio Verne que tan bien captó el sentir de una época ansiosa de exotismo–, así que explorador­es, hedonistas y estetas de toda clase (aunque, sobre todo, de clase alta) empezaron a necesitar resistente­s a la par que elegantes baúles y maletas que les permitiera­n lanzarse a la aventura en tiempos en que la etiqueta exigía prendas diferentes para el almuerzo, el té, la cena... Mientras que los competidor­es seguían haciendo lo mismo de siempre, Louis se desmarcó con ese cambio en los detalles, creando un producto emblemátic­o que ha marcado tendencia sin modificar su ADN en 165 años de historia. Condé Nast Traveler ha tenido el privilegio de adentrarse en la que fue su casa a las afueras de París y curiosear (con permiso) sus fotos familiares en blanco negro, así como la oportunida­d de coger en nuestras manos una de las míticas flower box, esos pequeños cofrecitos que diseñó el empresario para mandar flores de agradecimi­ento a sus fieles clientes. Pero, ¿de dónde provenía el señor Vuitton y cómo acabó viviendo en esta pequeña casa de

campo de Asnières-sur-Seine? El Vuitton originario se estableció aquí con su familia en 1859, cinco años después de abrir su primera tienda en la capital francesa. El fulgurante éxito de sus creaciones le obligó a buscar más espacio en este pueblecito, que luego engulló la urbe, y que estaba entonces a poca distancia de ella. La ventaja era clara: su ubicación al lado del río permitía transporta­r mercancías, tanto materia prima como las maletas ya elaboradas, en conexión directa con la Gare Saint-Lazare, cercana a la tienda en la rue des Capucines. En la parte alta del atelier, inspirado en el estilo futurista de la Torre Eiffel y tan diáfano y luminoso que nada tenía que ver con los agobiantes talleres de la ciudad, Louis estableció su hogar. Sin embargo, hay que remontarse más para entender la trayectori­a de un hombre a quien, como no podía ser de ota manera, un viaje marcó de por vida. Había nacido en Anchay, en las montañas del Jura, en el seno de una familia dedicada a la carpinterí­a desde hacía generacion­es. Siendo un adolescent­e de trece años se embarcó por necesidad en una peregrinac­ión a pie que le llevó de esta región montañosa entre Suiza y Francia hasta París, adonde llegó en 1837 tras dos años de aprendizaj­e vital y laboral. La ciudad de la luz ofrecía entonces, como escribió Chopin en una carta personal, los mayores lujos y la mayor pobreza. Nuestro joven protagonis­ta entró a trabajar en el taller de Monsieur Maréchal, en la rue Saint-Honoré, dedicado a empacar para aristócrat­as

viajeros. Esta labor fue la que llevó a Louis a entablar relación con esa clase alta que sería su clientela en el futuro, convirtien­do las piezas en un símbolo de estatus social en el que llevaron sus enseres celebridad­es como Paul Poiret y Sarah Bernhardt. De hecho, fue Eugenia de Montijo, emperatriz y amante esposa de Napoléon III, una de las primeras en confiar en su savoir faire. Esta etapa le permitió imaginar esas versátiles maletas que se adaptarían a las necesidade­s de los viajeros más elegantes. No olvidemos que, en aquellos tiempos, las señoras llevaban hasta cinco vestidos diferentes al día (y qué vestidos, crinolinas incluidas). Conocer bien la estructura de las maletas, por dentro y por fuera, hizo nacer en su mente creaciones como el wardrobe, concebido para quienes se embarcaban en largas travesías por barco y con la doble función de baúl y armario. Antes de que Vuitton irrumpiera en el panorama, los baúles eran de tapa curva para que la lluvia resbalara: a él debemos los de tapa plana, más fáciles de apilar, y con un forro para que no se hinchase la madera por la humedad. También él fue el creador del cerrojo inviolable, que comparten todos sus prototipos.

La casa de Asnières-sur-Seine no es un museo ni lo parece. Solo abre al público un par de veces al año, de forma muy exclusiva, y sigue pareciendo lo que fue: un hogar. Hasta los años 60 vivió aquí Josephine, la esposa de George Vuitton, hijo de Louis. Descendien­tes como Patrick-Louis Vuitton, el tataraniet­o de Louis, que murió en noviembre de 2019, han tenido un gran apego a esta propiedad familiar, cuya decoración inspiró algunos detalles de la colección p/v 2020 de Nicolas Ghesquière. Junto a la crepitante chimenea –que no es la original, sino una réplica– nos tomamos un café y recorremos las andanzas de la familia y la firma. Fue el ambicioso George (1857-1936), que estuvo al frente de la compañía, quien amplió esta casa y la transformó en una mansión de estilo art nouveau añadiendo muchos detalles decorativo­s inspirados en la cultura japonesa. Los muebles y molduras carecen de aristas y muestran formas suaves tomadas de la naturaleza. También se aprecian en las hermosas ventanas emplomadas con dibujos florales, obra de un artista local. George fue educado en Inglaterra y a él le debemos

Eugenia de Montijo, emperatriz y amante esposa de Napoléon III, fue una de las primeras en confiar en el savoir faire de Louis Vuitton

el estampado Monogram, que ideó en 1896 para evitar copias por parte de competidor­es, una plaga que la firma sufrió desde sus comienzos. Cuando los usuarios solían personaliz­ar sus equipajes con su propio nombre, George Vuitton decidió que mejor sería que lo hicieran... con las de su padre. Este murió en 1892 sin llegar a ver cómo las siglas LV se convertían en uno de los logos más potentes de la historia del diseño. Es posible que Louis no hubiese comprendid­o del todo la decisión de su hijo, pero sin duda fue un golpe de efecto que ha llegado hasta nuestros días pasando por hitos del estilo como las produccion­es con modelos en Vogue en los años 50 y 60, el star system de los 70 y 80 equipado con las piezas de la maison o las míticas modelos de los 90 vestidas de LV de pies a cabeza por obra y gracia de Marc Jacobs. Artistas como Murakami también han jugado con el concepto y Nicolas Ghesquière lo reivindicó, una vez más, en el bolso-cofre Petite Malle de 2015. La colaboraci­ón de Kim Jones con Supreme o la incorporac­ión de Virgil Abloh para hombre ya son historia de la moda, esa alargada sombra de aquel adolescent­e de origen humilde que hacía las maletas de los ricos. Si George levantara la cabeza, vería que ese problema –que llegó al paroxismo en los 90 con la introducci­ón de la logomanía en la cultura rapera de la mano de Dapper Dan en Harlem– continúa hasta nuestros días, si bien la firma ha sabido, como otras, sacar partido al juego irónico.

En la línea de otros iconos del lujo, Vuitton mantiene parte de su identidad ofreciendo un servicio cercano al cliente. Los

encargos especiales suelen granjear una visita a su fábrica en Asnières, un lugar mágico donde unos dos centenares de artesanos cuidan cada detalle al milímetro. Conocerlos forma parte de la experienci­a y hasta existe la tradición de que quien hace el pedido puede dar el golpe al último clavo.

Normalment­e el artesano que empieza un trabajo es también quien lo termina, no se trata de un proceso en cadena. Entre el olor de la madera –de álamo, ligera y elástica, de haya, homogénea y fácil de trabajar, y de okoumé, ligera y blanda– se descubren algunas curiosidad­es. Por ejemplo, que utilizan algodón con cola para pegar las piezas en lugar de metal, de forma que el producto final no sea tan pesado. Louis Vuitton cuenta con dieciséis ateliers por toda Francia, pero es en Asnières donde se dedican en cuerpo y alma a esas piezas hechas a la medida de las necesidade­s específica­s del cliente (especifiqu­ísimas, si no que se lo pregunten a Ferran Adrià, que acudió a ellos para que sus enseres de cocina viajasen protegidos). Cada pedido requiere de cuatro meses a un año de trabajo y, quien tiene la suerte de visitar este lugar de trabajo, puede asomarse también a la historia de la firma. The Time Capsule es un fragmento de la muestra que ha viajado por todo el mundo mostrando el recorrido de la maison: de la maleta-cama para largos viajes hasta piezas contemporá­neas rarísimas, como el bolso joya de Yayoi Kusama, con espacio para otras rareza, como los hitos perfumísti­cos Sur la Route y Turbulence­s. Pura historia del viaje y del arte de hacerlo bien.

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Foto de moda de los años 60, con el bolso Noe con estampado Monogram y las maletas Cotteville, Bessac y Bisten, en el andén del Mistral, un tren de lujo que conectaba París y la Costa Azul. Estancia de la casa de Asnières-sur-Seine. El retrato de la pared de Louis Vuitton lo hizo el artista Yan Pei-Ming en base a las descripcio­nes de la época.
1 Foto de moda de los años 60, con el bolso Noe con estampado Monogram y las maletas Cotteville, Bessac y Bisten, en el andén del Mistral, un tren de lujo que conectaba París y la Costa Azul. Estancia de la casa de Asnières-sur-Seine. El retrato de la pared de Louis Vuitton lo hizo el artista Yan Pei-Ming en base a las descripcio­nes de la época.
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3. Portada del catálogo de Louis Vuitton de 1901 en inglés. 4. El salón de Asnières-sur-Seine en la actualidad. 5. Otro detalle de la casa. 6. Artesano trabjando en el atelier. 7. Uno de los encargos especiales. 8. Escalera del que fue el hogar de Louis Vuitton. 9. Cada artesano empieza y termina un mismo trabajo, que le puede llevar meses e incluso un año.
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 ??  ?? 13. Fachada de la casa. 14. La bolsa Steamer se diseñó en 1901. Fácil de plegar y guardar, se considera precursora de la bolsa blanda. Esta lleva las iniciales de su propietari­o, Gaston Louis Vuitton. 15. Póster de Razzia para la carrera Louis Vuitton Vintage Equator Run de 1993, de Singapur a Kuala Lumpur. 16. Carruajes transporta­n baúles fabricados en Asnières-sur-Seine. 17. George Vuitton y Joséphine Patrelle con sus hijos, Gaston-Louis y los gemelos Pierre y Jean. 18. Cartel de los años 30. 19. El emblemátic­o cierre de la casa.
13. Fachada de la casa. 14. La bolsa Steamer se diseñó en 1901. Fácil de plegar y guardar, se considera precursora de la bolsa blanda. Esta lleva las iniciales de su propietari­o, Gaston Louis Vuitton. 15. Póster de Razzia para la carrera Louis Vuitton Vintage Equator Run de 1993, de Singapur a Kuala Lumpur. 16. Carruajes transporta­n baúles fabricados en Asnières-sur-Seine. 17. George Vuitton y Joséphine Patrelle con sus hijos, Gaston-Louis y los gemelos Pierre y Jean. 18. Cartel de los años 30. 19. El emblemátic­o cierre de la casa.
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