La vaca budista
En Aizu, provincia de Tohoku, Japón, hay quien te dirá que todo comenzó hace 400 años, cuando las vacas rojas de un rebaño que apareció de la nada ayudaron (solo las rojas) a unos hombres en apuros que intentaban transportar sin éxito la pesada madera con la que iban a reconstruir el templo de Kokuzoudou, damascota. en un terremoto. Otros, que fue una vaca roja del siglo IX a.C. que se negó a abandonar el templo en cuya construcción había trabajado y, tras consagrar su alma a Buda, se transformó en estatua de roca. Nadie ha vuelto a ver vacas coloradas. Da igual. Lo importante es que estas historias, más o menos adornadas, son el origen del akabeko –aka significa rojo y beko, vaca en dialecto local–, un muñeco de papel maché que, en esta tierra ganadera, es venerado como Formado por dos piezas –la cabeza se balancea como la de los perritos del salpicadero del coche–, es tradición regalárselo a los recién nacidos (bueno, y a los adultos) como deseo de dicha. El akabeko está presente por todas partes, en camisetas, llaveros, imanes de nevera... incluso en organismos oficiales. Comparte popularidad con otro juguete-amuleto originado también por un mito: el daruma o muñeco de los propósitos, una especie de tentetieso que repreñado senta la estoicidad del monje Bodhidharma, padre del Zen, quien dicen se arrancó los párpados para no quedarse dormido durante los nueve años que pasó meditando en una cueva. En esa postura firme, el daruma nunca se cae y nos echará una mano para lograr nuestras metas. Solo si somos constantes, claro.
Los que quieran personalizar su akabeko pueden hacerlo en el centro turístico que hay a la entrada del castillo de Tsurugajo, en la localidad de Aizu Wakamatsu.