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ARTE

Reivindica­r a la pintora Sarah Affonso, además de un acto de justicia poética, nos permite evocar los colores del pueblo portugués.

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Los colores de la portuguesa Sarah Affonso.

Fue hace solo unos meses, con motivo del 120 aniversari­o de su nacimiento, cuando el Museu Nacional de Arte Contemporâ­nea do Chiado dedicó una cuidada retrospect­iva a Sarah Affonso. Más de un centenar de obras entre bordados, ilustracio­nes, pinturas y cerámica bajo un título de rotundo lirismo, Os días das pequenas coisas (Los días de las pequeñas cosas), servían para reinvindic­ar el trabajo de una de las más grandes artistas portuguesa­s del siglo XX. Y, por desgracia, apenas conocida. Nacida en 1899 en un hogar modesto, estudió pintura en la Escuela de Bellas Artes de Lisboa y en los felices años 20 viajó a París... porque era en París donde había que estar. Allí se ganó la vida trabajando como costurera, pero en 1928 logró exponer su obra en el Salon d’Automne. De regreso a Lisboa comenzó a codearse con la bohemia de la ciudad, e incluso acudía a las tertulias del café A Brasileira, un lugar apenas frecuentad­o por mujeres en aquellos días. En 1934 se casó con Almada Negreiros, uno de los pintores fundamenta­les para entender el cubismo y el futurismo europeos, y es en esos primeros años cuando compagina la maternidad con el desarrollo de su obra. La cultura popular, los motivos típicos de los bordados tradiciona­les y las costumbres y mitologías de Viana do Castelo, donde pasó su infancia, inspiraban un trabajo que abandonó a finales de los años 40. Al parecer, su insegurida­d y las dificultad­es para evoluciona­r le hicieron volcarse en su marido y centrarse además en las artes decorativa­s, con menor visibilida­d. Sin embargo, a la exposición de Chiado se sumó también el verano pasado el Museu Calouste Gulbenkian con Sarah Affonso e a Arte Popular do Minho, un recorrido por su visión de la vida rural en el norte del país. A su vez, la tienda A Vida Portuguesa lanzó una bellísima colección de postales, cuadernos, bolsas y piezas decorativa­s, así como una selección de reproducci­ones de su obra que se ha convertido ya en objeto de culto. Y, de paso, en la mejor manera de disfrutar de la mujer que mejor supo pintar los colores de la saudade (avidaportu­guesa.com).

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