ENARBOLADOS
HAY MUCHAS VIDAS CONTENIDAS EN UN ÁRBOL, PROPIAS Y AJENAS, PASADAS Y PRESENTES. NOS ACERCAMOS A ALGUNOS DE LOS ÁRBOLES SINGULARES QUE CRECEN A LO LARGO DE LA RUTA DEL VINO DE LA RIBERA DEL DUERO PARA VER QUÉ TIENEN QUE CONTARNOS.
e imaginas lo que nos podría contar el árbol que hay enfrente de tu portal? Pues ahora imagina la de peripecias que guardará en la memoria el moral que lleva más de cuatro siglos vigilando la entrada a la ermita de Santa Lucía, al final del camino que conduce a la localidad burgalesa de Villovela de Esgueva. Mide unos ocho metros y sus más de 15 ramas nacen directamente del suelo, sin tronco. Se cuenta que aquí pernoctó Juana la Loca durante su peregrinaje con el cuerpo de su fallecido esposo, Felipe II. Testigos de nuestra historia, los árboles han sido y son refugio en el camino y fuentes de recursos naturales, guardianes de nuestros secretos y confidentes de nuestros amores. Pero para escuchar sus historias tendríamos que hablar su lenguaje. Para eso, para ayudarnos a entender a los árboles, para leer la sabiduría que contienen, para mirarlos de otra manera, con otros ojos más completos, la Ruta del Vino Ribera del Duero anunció hace unos meses la edición de un catálogo de fichas técnicas informativas con los árboles más singulares que viven a lo largo y ancho de la denominación de origen que sigue el curso del río Duero a su paso por las provincias de Soria, Segovia, Burgos y Valladolid. Las diez primeras fichas se publicaron el pasado enero y las diez siguientes lo hacen ahora, en abril. Sabinas, nogales, sauces, robles, morales, enebros, pinos (piñonero y resinero), chopos, olivos, espinos... En total se han identificado 78 árboles de quince especies diferentes que destacan por sus dimensiones, longevidad, por la riqueza natural que representan o por sus valores culturales o, incluso, medicinales. O por su ubicación. Algunos en medio del bosque, otros en los márgenes de los caminos, dentro de propiedades privadas o en núcleos urbanos. Crecen en una franja de territorio que abarca 115 kilómetros de este a oeste y 35 de norte a sur, siempre a la ribera del Duero, y están rodeados de 92 pueblos en los que encontramos 51 alojamientos, 28 restaurantes y 24 museos.
or supuesto, no es el primer patronato u organismo de turismo que realiza un inventario de su patrimonio natural ni la primera guía que se hace sobre árboles monumentales o centenarios. La diferencia es que en esta recopilación llevada a cabo por la Ruta, que no es ni una guía ni un folleto ni un catálogo convencional, se ha pretendido asociar los árboles con el mundo del vino y el enoturismo –algo relativamente sencillo, pues en la zona hay nada más y nada menos que 60 bodegas, 21.000 hectáreas de viñedo y seis museos y centros de interpretación dedicados en exclusiva al vino– y que, al tratarse de un proyecto sostenible, las fichas se consultan y descargan desde la página web del organismo (rutadelvinoriberadelduero.es). Diseñadas para contextualizar al viajero en un simple vistazo, las fichas incluirán, además de los datos técnicos (edad, tamaño, nombre en latín, que aunque parezca que no, sirve para mucho, estado de conservación, etc.), curiosidades propias de cada ejemplar, la gran mayoría desconocidas, las coordenadas para su fácil localización y un manual de buenas prácticas. Porque no se trata de que vayamos ahora todos en tropel a abrazarlos –según los últimos estudios, parece ser que no es buena idea, que les contagiamos nuestro estrés–, ni mucho menos descubrirle a todo el mundo el secreto de dónde crecen las moras más ricas de todo Valladolid. No. Más bien al contrario, el objetivo es conocerlos para valorarlos y protegerlos. Porque, aunque majestuosos como una catedral, los árboles pueden ser tan frágiles como las flores. Mirad si no lo que le ocurrió al gran Pino Macareno de Peñafiel, en Valladolid, que fue derribado el pasado diciembre por los vientos huracanados que trajo la borrasca Gloria. ¿Se podría haber evitado? Sí, se trataba de un pino urbano, de urbanización, que se había quedado solo, desprotegido sin su pinar y debilitado por un ataque de termitas hace un par de años. El objetivo es protegerlos, de acuerdo, pero también desarrollar otro tipo de turismo, ese que pone en valor al territorio, y aportar información a sus visitantes para que nos demos cuenta de que ese árbol bajo el que nos paramos a descansar es mucho más que un simple alto en el camino.
orque, ¿sabías que las bellotas, que tienen fama de indigestas, se utilizaban hasta hace no tanto para los dolores y úlceras de estómago? ¿Y que con ellas los niños jugaban
a la peonza? ¿Y que con las hojas de chopo los curanderos de antaño quitaban verrugas y papilomas? Nosotros tampoco. Hasta que leímos las fichas.
ara crear los contenidos, igual que para la selección de los árboles, la Ruta del Vino Ribera del Duero ha contado con la inestimable labor de Candelas Iglesias, guía-intérprete de naturaleza y asesora medioambiental de Abubilla Ecoturismo. Candelas lleva años recopilando y ordenando el conocimiento en torno a estos árboles. Se conoce estos campos castellanos y a sus habitantes mejor que nadie, y nos cuenta sus historias en estas fichas. “En ellas explicamos si el ejemplar es macho o hembra, cómo se comunican con otros árboles, para qué se usaban (o usan) sus frutos, su vinculación con los insectos y las aves, los medicamentos que poseen y los beneficios que nos aportan solo con estar y respirar cerca…”, nos explica la naturalista. Leyendo las fichas y charlando con Candelas nos hemos enterado, por ejemplo, de que los frutos del majuelo de la Vega, un gran arbusto de espino albar que hay cerca de la ermita de la Virgen de la Vega de Roa de Duero, Burgos, eran las ‘chuches’ de los niños cuando las golosinas ni existían. Macucas se llaman, y aunque ya casi nadie las come, son ricas en vitamina C.
ambién nos ha despertado la curiosidad por el peculiar pino-chopo que crece en los terrenos agrícolas que rodean Aranda del Duero. O mejor dicho, crecen, pues aunque se agarran el uno al otro a través del tronco y de las ramas, se trata de dos ejemplares de especies diferentes. Y por el esbelto álamo blanco fusionado con fresno de hoja estrecha que, con sus 28,5 metros de altura, sobresale en el bosque de ribera del río Rejas, cerca de la localidad de Villálvaro, Soria.
nos hemos dado cuenta de que, junto al monasterio cistercense de Santa María de Valbuena, un impresionante complejo del siglo XII que hoy es ocupado por el más exclusivo de los balnearios de Castilla Termal, hay dos árboles de lo más especiales. Uno se encuentra en la zona ajardinada que hay frente a la entrada al monasterio y es una encina de más de 300 años asociada a un sinfín de leyendas populares. La “encina de las zapatillas” la llaman. Tiene una altura considerable para su especie, 20 metros, y una copa amplia y densa de la que las ramas bajas caen péndulas hacia el suelo por su propio peso. Es el árbol más bonito de la localidad de San Bernardo, de eso no hay duda. El otro está detrás del monasterio, en el viñedo, en medio de dos hileras de cepas. Es el enebro de la Virgen, aunque en realidad se trata de una sabina, la única superviviente de un bosque que fue arrancado para plantar viñas. Se salvó por haber sido bautizada, por llevar el nombre de la Virgen. Pero, como comentábamos antes, hay varios árboles singulares relacionados con el mundo del vino. El olivo tricentenario del pueblo vallisoletano de Quintanilla de Onésimo crece dentro del patio de una bodega –visitarlo es una buena excusa para tomarse uno, claro–, y el inconfundible Doncel de Mataperras de La Horra, Burgos, también conocido como Pino Gordo por sus dimensiones –22 metros de altura y una copa de 24–, da nombre a un vino tinto de pago de las bodegas Marqués de Velilla.
ero lo mejor, nuestra recomendación, es que te calces la botas de caminar y te aventures por el sendero que conduce hasta la gigantesca encina hueca de Caleruega, provincia de Burgos. El camino hasta allí pasa muy cerca de las ruinas de una antigua ermita, de una bodega de la época romana y de un muladar, un comedero de buitres al que uno se puede asomar desde un antiguo palomar. Otro camino, el que transcurre por las proximidades de Quintanilla de Onésimo, Valladolid, te llevará hasta la encina de las Tres Matas, situada en lo alto de un páramo desde el cual las vistas panorámicas a todo el valle del río Duero compensan el esfuerzo del ascenso –si no nos crees, puedes subir en coche–. O mejor aún, llama a Abubilla Ecoturismo y reserva una visita guiada con Candela. Pasear con ella por esta tierra que tan bien conoce sí que es una experiencia singular. Y recuerda: quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.