Condé Nast Traveler (Spain)

UN VELERO LLAMADO DELACROIX

- David Moralejo @dmoralejo

Se llamaba Arturo, pero no le gustaba y quería llamarse John. Se apellidaba Bandini, pero quería que fuese Jones. Su padre y su madre eran italianos, pero él quería ser norteameri­cano. Su padre era albañil, pero él quería ser pitcher de los Cubs de Chicago”. Querer, querer ser, he ahí la cuestión, casi retruécano de aquella que tanto atormentab­a a Hamlet. Pues bien, con esta retahíla de desapegos presentaba el novelista John Fante en su debut literario, Espera a la primavera, Bandini (1938), al que convirtió en alter ego a través de cuatro novelas, el genial Arturo Bandini. Más de ochenta años han pasado y ahora es otra Bandini, Rigoberta –el apellido guiña a Fante, cómo no–, quien nos hace bailar hablando de ser, de querer ser y, sobre todo, de libertad. Libertad entendida no como si un/a político/a la lanza en plan señuelo mientras (presuntame­nte) trinca, sino como un gesto de amor. De amor propio para empezar, que mira tú, por ahí se empieza.

Este preámbulo, asumo que un tanto alambicado, tiene mucho, todo que ver con lo que queremos contarte en este especial Love & Travel en el que hemos trabajado todas las ediciones de Condé Nast Traveler en el mundo. De ahí su talante diverso, el talante que queremos transmitir –qué bien nos viene aquí esa cierta polisemia del verbo “querer”– y que cobra vida en nuestra portada con Rigoberta Bandini y Alizzz, que no son pareja pero a quién le importa, son más: escuchando su Amanecer entenderás que la química no solo era el vaho de Gainsbourg y Bardot, y siguiendo su rastro verás que ambos dan voz a una sociedad más libre de decir, pensar, hacer, y también a un movimiento cultural que ha llegado dispuesto a remover cimientos y conciencia­s. La fotografía de portada, que sin buscarlo parece un popurrí de homenajes a Truffaut, a Yoko y John y hasta venga, a Doris Day y Rock Hudson, muestra solo un instante, el del final (feliz) de un encuentro que comenzó surcando los mares en un velero. Sí, un velero, lo contamos en páginas interiores, de nombre Barefoot (descalzo en inglés), que digo yo, cuánta libertad encierra –toma oxímoron sin querer– quitarte los zapatos. Las ataduras. Y del cordón al sostén va un paso, el que supone acabar atando cabos ya en tierra firme y decidir que estas líneas dedicadas al amor, a la libertad, debían ir ilustradas con tan libérrimas tetas (gracias, Delacroix) y la frase más rotunda de Ay mamá, el himno con el que Rigoberta nos ha enseñado que la canción protesta se puede bailar. Se puede sonreír.

Y aún tenemos más: más motivos para viajar como quieras, con quien quieras; de luna de miel a destinos idílicos o, por qué no, de luna de hiel a lo Anabella Milbanke y Lord Byron, que menudo viajecito. A Túnez, a Provenza, a Puerto Rico. En familia, en pareja, ni contigo ni sin ti, en soledad. Ey, libre eres.

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