Condé Nast Traveler (Spain)

Imágenes para recordar

Tras una década viajando juntos, Colm Tóibín piensa en las fotos que tomó su pareja ... y en las que no.

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Aveces fantaseo con que algún día, cuando nos hagamos viejos, te pediré que busques y ordenes las fotos que hiciste todas las veces que estuvimos de vacaciones. También querré que me enseñes todas esas escenas que grabaste con el móvil, como aquel primer viaje juntos en vaporetto por el Gran Canal de Venecia, o la línea de volcanes que se veía a lo lejos en el desierto de Atacama desde el coche que nos llevaba al valle de la Luna.

Yo me encargué de los planes y tú de las fotos. Me preguntaré si habrás conseguido encontrar las fotos de Sri Lanka, como esa que tomaste de los monos que se asomaron a nuestra ventana mientras me bañaba en el hotel Heritance Kandalama. Me encantaría verlas, todas ellas, hasta las del conductor que nos llevó hasta la falda del monte sagrado de Sigiriya, que después subimos entero a pie.

Me preguntará­s por qué sonrío y te responderé que es porque recuerdo que, en todas esas tardes tras las excursione­s, nunca tuvimos que sentarnos a ponernos de acuerdo sobre qué hacer al día siguiente. Todo parecía ocurrir por acuerdo tácito. En Roma, a ambos nos pareció, después de ver La conversión de San Pablo, de Caravaggio, junto al altar principal de la Iglesia de Santa María del Popolo, que merecía la pena pasarse los siguientes días buscando otras obras del pintor por la ciudad.

Confieso que muchas veces me ha podido la glotonería. Puede que haya sido mi único defecto. En este futuro imaginado, meneas la cabeza cuando, incluso tantos años después, recuerdas que pedí tres bolas de helado cuando paramos a descansar en Venecia. Yo te pido ver las fotos de cuando me atacaron las palomas en Río.

Estábamos en Ipanema, en la playa, y había una mujer cocinando gambas. No me pude resistir y me pedí la ración entera. Tenían un aroma delicioso, pero eso fue prácticame­nte lo único que pude disfrutar. Todas las palomas de la bahía descendier­on sobre mí y las gambas en ese momento, con sus ruiditos de ave carroñera. Las más afortunada­s dieron buena cuenta de las gambas, y las que llegaron tarde se tuvieron que contentar con abofetearm­e la cara con las alas y arañarme la calva con las garras.

Por supuesto que todo el mundo se acercó a ver el espectácul­o. Hombres, mujeres y niños vinieron a reírse a carcajadas del turista de las gambas. La cocinera también se acercó, pero no para reírse sino para traer la cuenta. ¿Por qué, me preguntaré entonces, no aprendí la lección en esa playa? ¿Por qué me pedí las patatas grandes en Miami Beach? ¿Cómo no vi que soy el hazmerreír de las palomas de todo el mundo, que cuentan chistes sobre mí y cuentos para hacer reír a sus polluelos? ¿Por qué me sorprendió cuando todas las palomas de Miami vinieron a por mis patatas?

Tú no te pediste ni gambas ni patatas, recordaré. ¿Qué hacías mientras a mí me atacaban sin piedad esas hordas de pájaros oportunist­as? ¿No tendrás alguna foto de una paloma huyendo con una gamba en el pico?

Recuerdo también las vacaciones en Santorini y en Tinos, cómo investigué hasta decidirme por el glamour y la belleza

del primer destino y la familiarid­ad del segundo. En Tinos te pedí que aparcaras, pero decidiste, en toda tu bondad y preocupaci­ón por mí, que ya era hora de enseñarme. Y tenías razón, pero quizá no fuera el momento ni el lugar. Pero te pareció que tenía que aprender en ese preciso instante.

Mientras discutíamo­s, se reunió a nuestro alrededor, como avisado por las palomas, un corro de gente con mucha curiosidad por lo que nos estábamos diciendo y por el pobre coche parado ahí en medio. Ahí fue una suerte que estuvieras demasiado enfrascado en la discusión como para ponerte a sacar fotos.

También allí nos fijamos en aquella alfombra roja extendida por el bulevar que llevaba a la iglesia, por la que avanzaba gente a gatas. Sabía que tendrías suficiente respeto como turista para no sacar la cámara cuando nos cruzamos con una mujer de mediana edad con un bebé a la espalda. Quién sabe qué penitencia estaría cumpliendo o qué estaría rogando.

No tenemos fotos de aquel viaje. Las sacaste con el móvil y parece que te lo hackearon y lo borraron todo. Pero, por esta vez, no necesitamo­s fotos. Yo te cuento cómo era aquello. El hotel de Santorini que se fusionaba con la roca, el atardecer sobre el mar que se veía desde nuestro balcón. Quédate y te lo cuento todo.

Subimos a un monasterio en lo alto de una colina, y había un pájaro tallado en la roca. Ahí en medio de esa superficie de piedra, solitario y sin más adorno, en ese lugar elevado, con la extensa planicie y el mar alrededor. Alguien de los tiempos en los que se escribiero­n las grandes obras de teatro griegas, cuando la mitología era parte de la vida cotidiana, grabó la silueta de un ave allí, y ha sobrevivid­o hasta hoy.

Olvídate de las fotos un momento. Quédate conmigo. Te quiero hablar de ese pájaro, de la silueta en la roca.

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 ?? ?? Colm Tóibín, autor nominado al premio Booker, ha viajado a doce países con su pareja, Hedi El Kholti, y nunca ha tomado una sola foto en ninguno de ellos.
Colm Tóibín, autor nominado al premio Booker, ha viajado a doce países con su pareja, Hedi El Kholti, y nunca ha tomado una sola foto en ninguno de ellos.

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