Condé Nast Traveler (Spain)

Encontrar el camino

Cuando perdió a su prometida en Cachemira, el experto en turismo de aventuras Jonny Bealby transformó su dolor en una vida itinerante.

- REDACTADO POR ASHLEA HALPERN

Era octubre de 1989 y estábamos en un barco en el lago Dal, en Srinagar. Nos habíamos prometido en Bangkok y habíamos seguido viajando por Chiang Mai y las islas tailandesa­s, un viaje precioso en los tiempos en los que Koh Tao solo tenía unas pocas chozas. Recuerdo un atardecer en Koh Phi Phi en el que el cielo entero se encendió en tonos naranjas. La gente paseaba por allí en un silencio reverencia­l. Melanie era una de estas personas de alma antigua, un espíritu aventurero que me entendió por instinto casi desde el momento de conocernos, unos cinco años antes. Teníamos 25 años y la felicidad profunda y sin complicaci­ones de dos personas libres y enamoradas.

Llegamos a Cachemira desde Delhi tras un agotador viaje de 36 horas en bus, pero enseguida nos acostumbra­mos a la vida en el precioso barco de madera oscura junto a los Nadroos, una familia de la zona. Nos despertába­mos cada mañana con las vistas del lago y del Himalaya de fondo. Se acercaban barquitas a vender flores y pashminas, y siempre nos asomábamos a regatear y llevarnos algún anillo de topacio o dulces recién hechos. Nos pasábamos los días caminando y explorando. Vimos la Mezquita del Viernes con sus imponentes torres de madera, las calles estrechas del casco antiguo por las que pasaban carros y caballos, como las de Londres antes del gran incendio. En las tardes más frescas, los Nadroos encendían una hoguera en el barco junto a la que nos sentábamos para cenar paneer fresco, aloo gobi y arroz amarillo con azafrán de los campos cercanos.

Llevábamos unas semanas allí. Era una tarde más y, como todas, le dije que la quería. Nos dormimos con el sonido del agua contra el casco del barco y el canto del almuédano llamando al último rezo del día. Cuando me desperté, como a las seis o siete de la mañana, noté que algo no iba bien. Melanie, que siempre ha tenido un asma leve pero prácticame­nte ningún otro problema de salud, apenas podía respirar. Estaba inconscien­te y ardiendo. Me entró el pánico y le eché agua en la cara porque eso hacen en las películas, pero no pareció tener ningún efecto. Había un policía alemán en el barco, y recuerdo ir corriendo a por él. Intentamos reanimarla, y todo lo demás es una nebulosa. Solo sé que en un momento dado lo supe. La tenía entre mis brazos y supe que ya no estaba.

No me dio tiempo a preservar el cuerpo, así que fui a buscar la iglesia católica y el cura me ayudó a conseguir que la incine

rasen. Al día siguiente, en la pira, recogí las cenizas de la mujer con la que había querido pasar el resto de mi vida. Pero, por algún extraño motivo, tengo buen recuerdo de los seis días en Srinagar después de su muerte. Era como si siguiéramo­s los dos allí juntos, y entré en un modo que no sabía que tenía. Fue cuando volví a Inglaterra cuando todo se me vino encima. El mundo seguía como si no hubiera pasado nada, pero yo estaba solo en un páramo infinito de tristeza.

Dos años más tarde, me enteré de que había una granja en Kenya que buscaba administra­dor. Necesitaba algo en lo que concentrar­me, así que empecé a hacer planes. Así empezó mi viaje en moto por África. Me absorbió tanto que ni siquiera me importó cuando el trabajo no salió al final. No sentía que estuviese huyendo, sino buscando algo nuevo. Cuando empecé a moverme, supe que al menos esta vez servía para algo.

En este largo camino hacia el sur, mi vida cambió radicalmen­te. Mi moto era una Yamaha Ténéré, y quería llevarla al desierto que le daba nombre. Así que me uní a un convoy de cooperante­s franceses en Níger y recorrimos 400 kilómetros hacia el este desde Agadez, internándo­nos en sus grandes dunas.

Este fue solo uno de los viajes peligrosos de la aventura, pero tengo un recuerdo muy nítido de una tarde, mientras asábamos una cabra en la hoguera del campamento y bebíamos vino tinto, en la que el cielo se volvió de un color rojo intenso y brillante. Llevaba muchísimo tiempo sin sentir nada, pero entonces, por primera vez desde la muerte de Melanie, me sentí afortunado de verdad por estar vivo. Creo que, en cierta manera, ese fue el momento en el que solté mi dolor, y haber perdido a Melanie se convirtió en una fuente de fuerzas para mí.

Desde allí seguí dando la vuelta a África, primero hacia el sur hasta Ciudad del Cabo y después hacia el norte otra vez por el otro lado del inmenso continente. Siempre tuve la sensación durante ese viaje de que Melanie iba conmigo. Quería que estuviese orgullosa de mí. Tenía cierta responsabi­lidad de vivir por ella, pero también muchísima libertad. La vida llevaba tanto tiempo sin tener sentido para mí que correr riesgos había sido mi única forma de experiment­ar algo.

Esta sensación no llegó a desaparece­r. Mi siguiente gran viaje, a la mítica Kafiristán, que se encuentra en una apartada región montañosa de Afganistán, lo organicé por el libro de Rudyard Kipling, El hombre que llegó a ser rey. Fue el primero que me regaló Melanie. Allí conocí a varias personas kalash, una de las cuales me animó a llevar más gente a aquel rincón del mundo tan precioso. Y así nació mi agencia de viajes, Wild Frontiers.

Sigo sin saber cómo ni por qué murió Melanie, aunque desde entonces he leído varias cosas sobre el síndrome de la muerte súbita, que suele afectar a personas de veintipoco­s años y de mediana edad. Nunca sabré cómo habría sido mi vida si nos hubiéramos despertado como cualquier otra preciosa mañana en Cachemira. Pero sé que lleva conmigo desde ese día. Y también sé que, si no hubiera fallecido, yo nunca habría tomado las decisiones que tomé, que me acabaron enseñando que la gente casi siempre tiene buen corazón y que los lugares que parecen más peligrosos suelen ser los más acogedores. En muchos sentidos, su muerte me enseñó a vivir.

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 ?? ?? Arriba, Bealby con su moto en el desierto del Sáhara de Argelia en 1991. Jonny Bealby, especialis­ta de Condé Nast Traveler, es el fundador de la empresa de tours de aventuras Wild Frontiers y el autor de varios libros sobre África, India, Pakistán, Afganistán y Asia central.
Arriba, Bealby con su moto en el desierto del Sáhara de Argelia en 1991. Jonny Bealby, especialis­ta de Condé Nast Traveler, es el fundador de la empresa de tours de aventuras Wild Frontiers y el autor de varios libros sobre África, India, Pakistán, Afganistán y Asia central.

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