Roldán Barbero *
Cuando uno visita India, lo primero que advierte son sus condiciones extremas. Desde el lujo más exuberante de algunas zonas del país hasta la sucesión infinita de slums (chabolas misérrimas), donde se apiña una multitud de intocables, nombre con el que se sigue designando en India a los proscritos de hecho (que no de derecho) según el viejo sistema de castas. Por contrapartida, para un emprendedor el subcontinente asiático ofrece grandes posibilidades de negocio al estar reconocido como un sector emergente, con una potencialidad enorme para un consumo de masas, pues no en vano India es el país más poblado de la Tierra después de China. Pero también, por ejemplo, para un seguidor del reciente boom cinematográfico puede ser toda una experiencia visitar en Bombay los estudios de Bollywood, industria nacida al señuelo de la congénere industria estadounidense. A ninguno de estos reclamos respondía la estancia del viajero en India. Se encontraba allí tras haber recibido una invitación de la Universidad espiritual del Estado de Rajasthan a raíz de su interés mostrado por la cultura y la filosofía hindúes. Era, ciertamente, un interés antiguo, que empezó algún día de principios de los años 70 del siglo pasado en que cayó en sus manos el tan afamado libro en esa época de Hermann Hesse Siddartha.
Resultaba aleccionador volver a vivir el papel de estudiante. A eso era a lo que el visitante había llegado a la pequeña localidad de Abu: a conocer de cerca las enseñanzas de algunos de los más reputados maestros espirituales. Todos ellos estaban calmados. En sus exposiciones no gesticulaban. Tan sólo sonreían de vez en cuando a los presentes y hacían confluir sus ojos con los del público durante un tiempo superior al que estamos acostumbrados en Occidente.
India se suele asociar en nuestro mundo cultural a espiritualidad y misticismo. No hace falta recordar que la filosofía hindú comenzó de la mano de estos valores. Probablemente, en ningún lugar de la Tierra la búsqueda de la liberación y la iluminación ha estado tan arraigada a su tradición más profunda. Pero, al margen de este conocido espíritu de transcendencia, de esta aspiración por una dimensión más pura y auténtica, hubo un aspecto que al viajero le llamó poderosamente la atención. Y éste tenía que ver con un objetivo más inmediato: la transformación, aquí y ahora, de nuestras actuales relaciones de vida. Cuando un día fue a visitar la gran instalación solar de las afueras de Abu, pudo constatar que las relaciones de producción no tenían nada que ver con las occidentales. Frente a la dominación y competitividad de nuestro mundo, imperaba allí el espíritu de cooperación y de servicio. Aparte de la inversión inicial del Gobierno indio, en la instalación no se percibía ambiente alguno de intercambios económicos. Todo el mundo tenía satisfechas las necesidades básicas mediante un sistema comunitario de vida. Espiritualidad y ecología se fusionaban: la meta del ingenio solar era la de proveer energéticamente, aprovechando las excepcionales condiciones térmicas de India (con un gran acumulador para la época lluviosa de los Monzones), a toda la población que poco a poco se iba multiplicando atraída por una estancia espiritual en Abu y en la sagrada y enigmática montaña que se alza a sus pies.
No sabemos si los adeptos occidentales al lema “Otro mundo es posible” podrán alcanzar algún día sus sueños. En ciertos lugares de India se halla ya presente un modelo de relaciones sociales radicalmente diferente al de nuestro mundo occidental. Su experiencia nos muestra que, con independencia de que creamos en la continuidad del alma tras nuestro paso por este plano físico, es posible construir ya en la Tierra una sociedad más en consonancia con la naturaleza esencial de la persona. * Profesor de Penal
DerechHo de la UCO