SIN PAN, CIRCO
“No podemos olvidar que los componentes del jurado tienen casa y televisión, y tras cada sesión del juicio entran en contacto con la “tele-realidad”
Más que conocido es el viejo axioma romano del “panem et circenses” creado por el poeta latino Juvenal, y que describía la costumbre de los emperadores romanos de regalar trigo y entradas para los juegos circenses como forma de mantener al pueblo distraído de la política. En España, en anteriores épocas más oscuras, era costumbre del pueblo (propiciado o no por los o el gobernante) paliar sus frustraciones con la contemplación de espectáculos más o menos “culturales”. Así, dado que no se permitía la opinión política pública, los españolitos se desfogaban con el apasionado análisis del toreo de muleta de Manolete o con el magnífico juego desplegado por el Real Madrid en la final de la 1ª, 2ª, 3ª o sucesivas Copas de Europa ganadas por el club merengue. Hoy parece que tan arraigada costumbre permanece en el vulgo y se tiende a distraer la actual falta de pan con un exceso de circo. Digo exceso porque el espectáculo se va extendiendo a facetas de la vida que no debieran formar parte del ‘show business’.
Por mi talante relativista y por la perspectiva que va concediendo la edad, no tengo yo nada en contra de las legítimas “distracciones” y más aún en época de crisis, aunque cada vez se alejen más del corazón y la cabeza y se acerquen al hígado y otras vísceras menos nobles, pero sí soy contrario cuando tales distracciones proporcionadas por las cadenas televisivas afectan y ponen en peligro derechos fundamentales de los ciudadanos.
Me vengo a referir al actual circo mediático al que estamos asistiendo con la retransmisión del llamado caso Bretón y sus ramificaciones televisivas. Cierto es que “las democracias mueren detrás de las puertas cerradas”, tal y como dijo el tribunal federal de Cincinatti que revocó la decisión del Gobierno de EEUU de que los juicios de deportación de inmigrantes detenidos tras el atentado del 11-S fueran secretos, y así lo confirma la Constitución Española en su art. 120.1: “Las actuaciones judiciales serán públicas, con las excepciones que prevean las leyes de procedimiento”, y que “la imagen enriquece notablemente el contenido del mensaje que se dirige a la formación de una opinión pública libre” (S.S. 56/2004 y 195/2005), tal y como expuso el Tribunal Constitucional en las referidas sentencias, pero también lo es que un juicio televisado perturba las bases de un procedimiento judicial justo.
Innumerables son los inconvenientes que pueden surgir de una “justicia televisada”, y más aún cuando se trata de un tribunal del jurado. Entre ellos se encuentra el peligro de que los componentes del mismo se vean forzados a no defraudar con su decisión l as expectativas del público (en palabras de Jiménez de Asua, bajo el soplo del viento de la opinión pública es difícil conservar la frialdad de ánimo) en las que, evidentemente, influyen los televisivos “juicios paralelos” en los que se suplanta a juez y jurado y se pronuncia veredicto antes del fallo judicial con escasa y sesgada información. No podemos olvidar que los componentes del jurado tienen casa y televisión, y tras cada sesión de juicio entran en contacto con la “tele-realidad”, pues ya no se estilan (a Dios gracias) las costumbres de la Inglaterra victoriana en la que se encerraba a los jurados “indecisos” sin comida, luz, ni calefacción hasta que se pusieran de acuerdo en un veredicto. Igualmente el procedimiento y la actividad probatoria es distorsionada por los medios de comunicación, pues los testigos conocen antes de deponer en juicio la versión de los hechos del acusado y de otros testigos, en contra de lo dispuesto por el art. 704 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal (“Los testigos que hayan de declarar en el juicio oral permanecerán, hasta que sean llamados a prestar sus declaraciones, en un local a propósito, sin comunicación con los que ya hubiesen declarado, ni con otra persona”).
En definitiva, que una sala de vistas no es un circo, ni una plaza de toros, ni un campo de fútbol, aunque a veces lo parezca (me viene a la mente aquella vista de juicio del 11-M en la que unas señoras del público llegaron a sacar pasteles para disfrutar relajadamente de la declaración de acusados y testigos, propósito que finalmente frustró el magistrado Gómez Bermúdez a la indignada voz de “se acabó este espectáculo grotesco. Despejen la sala”), y por ello habrá que buscar la forma de conciliar un sano derecho a la información (pues tampoco soy partidario de la justicia oculta de Justiniano -“Los tribunales son mi palacio”decía) con el respeto al derecho fundamental a la defensa. Para conseguirlo, probablemente habrá que regular legalmente tales situaciones. Pero mientras tant o me t emo que “t he show must go on”.