Córdoba

LAS BICICLETAS IMPRESIONI­STAS

- MIGUEL Ranchal *

Antes de la polarizaci­ón entre el Barça o el Madrid, o de la ahora naíf disyuntiva entre los Rolling y los Beatles, la sociedad ilustrada española gustaba de prestarse a la dicotomía entre anglófilos y francófilo­s. Hoy ha perdido pujanza esa rivalidad por ser desde hace tiempo dos hegemonías menguantes. Pero la pasión por la Historia te llevaba a empatizar por uno de esos Estados que alternaban su papel de enemigo y aliado en su relación con España. Inglaterra partía con ventaja por compartir con ellos adversario en las guerras napoleónic­as. Y los Tudor siempre apareciero­n más telegénico­s que los Borbones. Pero Francia tiene el Tour.

La carrera ciclista francesa cumple 100 ediciones –ya cumplió hace diez los cien años– y eso es motivo de celebració­n. Su seguimient­o mediático no está en su mejor momento, porque ahora todo el mundo entiende de safety car, y nuestro poderío deportivo nos ha ensoberbec­ido, y aburre eso de tirar millas con una bicicleta. Pero hay una épica insaciable en la lucidez de la ronda gala. El Tour no podría ser únicamente el deporte vivido si no lo es también el narrado. De hecho, su génesis arranca en el rotativo de un periódico, y es otro diario de-

“No hay sesteo de julio sin esa meta final en los Campos Elíseos, la gloria de unos paisajes que entroncan el magisterio de los impresioni­stas con las hazañas de Coppi e Induráin...”

portivo el que toma el testigo de su revitaliza­ción después de los despojos de la Guerra. Vivir para contarlo. Antes de las wifis y las wikipedias, los ciclistas no se sentían ganadores hasta que no veían sus hazañas en las sábanas de un periódico. Igual que el romance de Dominguín con Ava Gardner, donde el serlo nada era sin el testimonia­rlo.

El Tour es la cara amable de la bicicleta, la que asociamos con la catarsis del sufrimient­o. Los es- pañoles teníamos el biotipo de los escaladore­s, y un Merckc derrotado por un Ocaña pletórico declaraba que éste le había matado como El Cordobés. No hay sesteo de julio sin esa meta final en los Campos Elíseos, la gloria de unos paisajes que entroncan el magisterio de los impresioni­stas con las hazañas de Coppi e Induráin, y el brindis en los prados por una fugacidad que se vive, que se siente, que se cuenta. Abogado

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