CUÁNTOS RINCONES
¡P ues no dicen mis nietas, un día, que mis sábanas son de orfanato! Son, les digo como todo un lujo de romanticismo, de cuando tu padre era niño. ¡Ajú, abuela, pues sí que tienen años! Y las toallas raspan. Pues, uso el mejor de los suavizantes. ¿También son de cuando mi padre se lavaba la cara? Otro día, otro nieto viene por unos apuntes. Nada más pisar la entrada exclama: “¡Abuela, aquí huele a iglesia y qué música más depre!” Música sacra e incienso, le digo como si alardeara de no sé qué exótico misticismo. ¡Jo, abuela, qué antigua! –exclama el niño–. Un poco después, una de mis hijas: “Que digo mamá que ¡cuántos rincones de cosas tienes! Son recuerdos, hija –contesto cargada de razones–. ¿Y para qué te sirven? ¡ Anda y despeja cosas! La verdad que entre unos y otros me han dejado caos: sábanas de orfanato, toallas que raspan, música depre, rincones... ¡ Bueno, bueno! ¡ Con la ligereza que han descalificado mis queridas y hasta mimadas cositas! Me di-
“Todo está repleto de sábanas de orfanato, todo raspa, todo huele a incienso viejo”
go: estos niños y jóvenes de hoy no saben valorar sentimientos, pero, al lavarme las manos, las palabras de las niñas, se me crecen y, ¡vaya si raspan las queridas toallas! Y al acostarme, las sábanas me resultan “suavonas” de verdad, y la música sacra me compunge, y los rincones, me agobian, y lo peor no es eso, sino que miro a mis adentros y los rincones me comen: mi infancia, mi casa, el internado, mi vida religiosa, aquellas capillas de olor a nardos y hasta las montañas nevadas y las banderas al viento están ahí, arrinconadas y esperando mis nostálgicos momentos. ¡Y yo que me considero un tren a toda marcha! ¡Pues nada que tengo que hacer limpieza de rincones que la vida se me escapa en suspiros! Y digo yo que lo mismo habría que hacer con la política, la religión... ¡Uf!, todo está repleto de sábanas de orfanato, todo raspa, todo huele a incienso viejo, todo suena a música celestial. * Maestra y escritora