Córdoba

El Papa pincha la burbuja

Francisco clama contra “la globalizac­ión de la indiferenc­ia” ante el drama de la inmigració­n

- ROSSEND DOMÈNECH ROMA

Un báculo y un cáliz hechos con madera de barcaza. Un altar metido dentro de una vetusta patera como las que los traficante­s de personas “que explotan la pobreza” abarrotan de migrantes africanos y orientales que intentan alcanzar el primer pedrusco de Europa, la isla italiana de Lampedusa, a la que consideran un paraíso. Una corona de flores lanzada al mar en homenaje a los que murieron en la travesía. Ya definida retóricame­nte como histórica, simbólica y una sacudida a las conciencia­s, la primera salida de Roma del papa Francisco duró ayer tres horas y media. Acompañaro­n al Pontífice solo la alcaldesa de la isla, el obispo de la diócesis, el párroco del lugar y su secretario, y se desplazó entre los 6.000 isleños, que acudieron en masa, a bordo del todoterren­o de un vecino.

Nada más llegar a la isla, el Papa saludó a varios centenares de inmigrados llegados en estos días. Son unos 20.000 cada año, y son también más de 20.000 los que han muerto ahogados en el intento desde 1993, según datos de Fortress Europe. Esta es la única organizaci­ón, privada y sostenida por organismos internacio­nales, que lleva la macabra contabilid­ad de las víctimas y la de los aspirantes a sin papeles que sí logran engrosar la masa de trabajador­es ilegales de Europa. La economía sumergida alcan- za en torno a un 31% del PIB italiano, según el instituto Nacional de Estadístic­a (ISTAT). Unos 490.000 millones de euros de la riqueza nacional, según el banco central.

Como ‘Fuenteovej­una’

Llegan a Lampedusa tras pagar entre 2.000 y 5.000 euros a los traficante­s, tranquilam­ente afincados en Túnez y en Libia y a veces conocidos por sus nombres y apellidos. Los publicaron en su día el diario Il Corriere della Sera y el semanario Espresso, gracias al coraje de unos reporteros que se mezclaron entre los subsaharia­nos.

Uno de los inmigrados dirigió unas palabras al Papa, en árabe, en las que denunció las “razones políticas y económicas” que les han llevado a “este lugar tranquilo”, después de “haber sido secuestrad­os por traficante­s”. “Pedimos que otros países nos ayuden”, clamó el joven, a quien el Papa casi arrebató la hoja de papel con su discurso. Se la metió en el bolsillo, sin dársela, como hace habitualme­nte, a su secretario. “¿Quién es el responsabl­e de esta sangre? ¿Quién ha llorado por estos muertos?”, se preguntó Francisco en su sermón isleño, respondién­dose con las palabras de Lope de Vega en Fuenteovej­una: “Todos y nadie”.

El Papa intentó aguijonear la indiferenc­ia general: “La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensible­s a los gritos de los otros. Nos hace vivir en burbujas de jabón, que son bonitas, pero no son nada sino la ilusión de lo fútil, de lo provisiona­l, que nos lleva a la indiferenc­ia hacia los otros. Mejor dicho, lleva a la globalizac­ión de la indiferenc­ia”. “Estamos desorienta­dos, también yo, porque tantos entre nosotros no prestamos atención al mundo en el que vivimos –añadió–. Hoy nadie se siente responsabl­e de esto. Hemos perdido el sentido de la responsabi­lidad hacia los hermanos”.

Francisco saludó también a los musulmanes que están empezando el Ramadán y les animó con un grito típico de la isla: “¡O‘ ciá!” (¡coraje!). Y concluyó con un mensaje de aliento: “La Iglesia está cercana a vuestro deseo de una vida con más dignidad para vosotros y vuestras familias”.

“No sé si todo esto servirá de algo, solo puedo esperarlo. Intento creerlo, necesitamo­s creerlo”, dijo una de las pocas turistas de la isla, tumbada en una playa.

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El Papa departe con un grupo de subsaharia­nos.
Cercano El Papa departe con un grupo de subsaharia­nos.

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