Córdoba

LOS PECHOS DE ANGELINA JOLIE

- CARLOS Rivera *

El género epistolar, salvo en los tiempos del Romanticis­mo, nunca tuvo futuro. Ya nunca llegan cartas, ni siquiera a veces, como en la vieja canción. Basta uno de esos washaps (¿se llaman así?). O un mensaje de móvil de código indescifra­ble. Un mundo sin cartas, como el de ahora, es todo un descampado filosófico. Desde la última carta de mi vida, allá por muchos años olvidada, ni me llegan ni las hago llegar ni a quien. Ni tengo por qué poemizar aquello de “una carta de amor/ave postal me llega/con un poso de verde lejanía...”. Una carta de amor era como una flecha que alcanzaba el vuelo y que incendiaba el corazón. Una carta de desamor, lo mismo, salvo que el corazón receptor se convertía en un desierto calcinado. Hubo un tiempo en el que las cartas olían a esencia de violetas o a perfume íntimo de la o el remitente y se escondían entre los libros de poemas, junto al verso más dulce o junto al más desolado. En el libro permanecía­n el tiempo suficiente para que el acto del olvido consumara su expulsión al viento o a la papelera más cercana. Muerto el perro se acababa la rabia, aunque todo se hacía con discrecció­n. No, como ahora y a un reciente suceso me remito. En un lugar de la Norteaméri­ca profunda, una guarda forestal en plena crisis de su matrimonio quiso quemar en el bosque la carta de su esposo y provocó un pavoroso i ncendio. Todo un desastre ecológico, económico, producto de un desastre emocional. Escalofria­nte la desproporc­ión entre la causa y el acto y el resultado irresponsa­ble de los mismos. La fuerza destructor­a y destructiv­a del desamor, cuando un corazón se incendia, puede alcanzar un paroxismo. Esa fuerza puede quemar un bosque, convertir uno de esos whasap, si en él se expresa, en una bomba de relojería o en un infarto cerebral. Es así como se las gastan algunos y algunas con el amor y con el desamor en los Estados Unidos, un país que no deja de asombrarno­s, como en el caso de Angelina Jolie que fue noticia muy reciente por haber solicitado voluntaria­mente la extirpació­n de sus pechos ante la posibilida­d de morir, como su madre, de cáncer de mama. Aunque luego, según fiables informacio­nes, nos haya entrado la duda, no de la veracidad de la noticia sino de sus ramificaci­ones publicitar­ias y económicas. No parece muy claro qué intereses defiende o está forzada a defender Angelina Jolie. Tengo en mi poder una informació­n muy contrastad­a en la que me dicen que el anuncio ‘sorpresa’ fue noticia de primera plana en cierta prensa de EEUU que preparan sus portadas y artículos con bastante antelación, lo que da qué pensar. Dicha noticia de la voluntaria amputación de los pechos de la señora Jolie coincide con la reunión prevista del Tribunal Supremo de Estados Unidos para fallar la posibilida­d de que ciertas multinacio­nales médicas opten o no a ser propietari­as de los derechos del genoma humano, cuestión en la que están en juegos miles de miles de millones de dólares. Solo el test médico que se hizo la actriz americana, patentado recienteme­nte por la empresa Myriad Genetics, cuesta unos tres mil dóla- res como mínimo. El valor en bolsa de esa empresa se disparó al conocerse la noticia de la petición de Angelina Jolie. Hay, además, otras informacio­nes paralelas que apuntan a una campaña publicitar­ia muy bien orquestada y diseñada por el “lobby” médico-farmaceúti­co y las compañías de seguro, cuyo poder de influencia es conocido en la política del gran país del dólar. Todos sabemos la omnipotenc­ia de ese “lobby” norteameri­cano que hace negocio con la salud de las personas y que ha impedido la reforma sanitaria de Obama que estaba inspirada, por cierto, en el modelo de la sanidad española. Siendo Estados Unidos el Estado prototipo de la economía neoliberal, nada es extraño en esta extraña historia que me cuentan de Angelina Jolie y que me ha dejado sumido, como a mi amigo informante, en un estado de perplejida­d.

El dinero, ya sabemos que puede con todo, aunque le llamen equivocada­mente y aquí llevamos camino de eso, comenzando por Madrid, autonomía cuya salud pública ha sido en parte privatizad­a, entregada a quienes hacen negocio hasta con la verdad y con la enfermedad de las perso

PoeHta nas. *

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