LA VOZ DE LOS “CORDEROS”
¿Hemos perdido la e s peranza e n una sociedad española plena, tranquila, justa y humanitaria, basada en la perspectiva de las consecuencias históricas? Esta interrogación nos la hacemos una mayoría considerable de españoles que, desde hace más de cuarenta años, soñábamos con una sociedad secular y pluralista. Recuerdo cómo el advenimiento de la democracia trajo unas necesidades sociales, sustentadas en la más idealizada de las libertades individuales, que se fueron cubriendo con una idea de progreso que nos condujo a un nuevo orden social no exento de sacrificios y resignaciones casi heroicas. En ese contexto histórico nada hacía presagiar que a día de hoy estaríamos regresando a pobrezas y escaseces, remitiéndonos a sostenimientos colectivos que creíamos ya totalmente desvanecidos y superados.
Y es que, pienso, se ha idolatrado un racionalismo utópico que se ha servido de una planificación, interesada y elitista, para manipular las ideas, tanto individuales como colectivas, haciéndonos creer que nos dirigíamos hacia una “sociedad perfecta” y, en cambio, poco asumimos la le-
“Se hace cada día más necesario que alcemos la voz solicitando responsabilidad y reclamando respuestas a los porqués de las perversiones que están ahogando a la sociedad española”
gitimidad de planificar actuaciones encaminadas a superar, verdaderamente, las crisis sociales y la pre-miseria que los factores reales (el culto pragmático al dinero y el olvido de valores y principios éticos), propiciaban, sacrificando a los españoles a un “plan general”, científicamente organizado y completamente histérico, sólo medible en términos de recesiones, contratos financieros e hipotecarios con cláusulas insultantes, supervivencias cada vez más insostenibles y porcentajes de desempleo radical, tanto más ofensivo cuanto más resignado.
Creo que, visto lo que ha ocurrido y lo que está por ocurrir, se hace, cada día más necesario, que alcemos la voz solicitando responsabilidad y reclamando respuestas a los porqués de las perversiones que están ahogando a la sociedad española. De sobra sé que sobre lo que estoy escribiendo en este artículo, se han pro- nunciado, se pronuncian y continuarán pronunciándose, en distintos medios de comunicación, una significativa cantidad de españoles más versados que yo, y, por supuesto, mucho más competentes en la “escuela opinativa”. Pero ello, no es obstáculo para que se incremente el número de voces, heterogéneas, exigiendo cumplimientos de promesas y reivindicando, rigurosamente, cargos y obligaciones políticas, morales y sociales. Hacemos falta, muchísima falta; tanta que nos estamos jugando el ser y ejercer de sociedad civil.
El silencio practicado por quienes tienen la obligación moral de reflexionar en alta voz, no deja de ser una carencia democrática y una resta a las posibilidades imperativas de solucionar aquello que, una gran mayoría social, considera equívoco, desacertado e incumplido.
Martin Luther King, dejó dicho: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más preocupa es el silencio de los buenos”, admitiendo, por mi parte, el adjetivo “bueno” como sinónimo de “comprometido”. Yo, en lo que personalmente pueda, civil y civilizadamente, debo propiciar la ruptura con unos arquetipos políticos que, eternizándose, son incapaces de dinamizar las obligaciones contraídas, las palabras empeñadas y la fe solicitada a unos ciudadanos que, perplejos, no ven, ni tienen, el futuro claro porque sus ilusiones se han disuelto en una especie de caos sustitutivo de un “bienestar” garantizado, sin esfuerzo, por una clase política, partidaria y partidista, desconocedora de lo que significa el bien común.
Por tanto, –es mi reflexión– el consenso político, aunque esté coloreado de color sepia, debe reinventarse alrededor de lo fundamental: en torno a la educación, la sanidad, la hacienda y las relaciones internacionales. Son cuatro “patas” democráticas de las que siempre dependerá el éxito de un Gobierno y de un Estado, sin ribetes religiosos que descosan, desuniéndolas, las instituciones y produciendo sentimientos purulentos y actitudes intransigentes. La voz y la palabra de los que no son –ni se sienten– corderos, es lo que se necesita ahora. Cuantas más voces, mejor. Gerente de empresa