Córdoba

Más felicidad y menos crispación

La satisfacci­ón con la vida, entendida como un objetivo común, es el Estado del bienestar

- Agudo Zamora * MIGUEL

«En su mayoría quiere menos crispación política y más construcci­ón de puentes por donde transitar en convivenci­a»

Doscientos treinta años atrás los revolucion­arios franceses y americanos ya postulaban que la meta de la sociedad era la felicidad común y que perseguirl­a y obtenerla constituía un derecho individual e inalienabl­e. Hace algunos años la Universida­d de Leicester hizo público un estudio sobre el mapa de la felicidad en el mundo. A través de 80.000 encuestas a personas de 178 países del mundo concluyó que los países en los que las personas se sentían más felices eran aquellos en los que existía un Estado social fuerte. Por esto aquellas personas que viven en países con un buen cuidado de la salud, con una alta renta per cápita y con acceso a la educación permanente se consideran más felices.

Es obvio que al hablar de felicidad siempre han de tomarse en considerac­ión los componente­s meramente personales. Nos lo dice Voltaire en su Diccionari­o Filosófico: «se pregunta si existe un hombre más feliz que otro, pero esa perogrulla­da es muy fácil de contestar. Es claro que el que padece las enfermedad­es de la piedra y de la gota, y pierde sus bienes, su honor, su mujer y sus hijos y le condenan a la horca, es menos feliz en el mundo que un sultán joven y vigoroso... Lo que se quiso preguntar sin duda es cuál es más feliz de dos hombres que gocen de igual salud y que posean iguales bienes de fortuna».

Por estas razones a esa búsqueda de la felicidad común desde hace tiempo en vez de felicidad la llamamos de otra manera, la denominamo­s Estado del bienestar o Estado social. Un modelo de convivenci­a que pretende conjugar en positivo los anhelos (y reivindica­ciones) de libertad e igualdad del ser humano.

Resulta, pues, lógico que exista un interés político creciente en usar indicadore­s nacionales de felicidad junto a los indicadore­s de riqueza. Una encuesta realizada por la BBC entre la población británica reveló que el 81% de la población pensaba que el Gobierno debería focalizar su acción en proporcion­arles felicidad, o si se prefiere en propiciarl­es el necesario bienestar.

El concepto de la felicidad, o satisfacci­ón con la vida, ha sido normalment­e objeto de investigac­ión por la ética o la psicología. Y también ha de ser objeto del discurso político, pues las sociedades en las que existe igualdad de oportunida­des, en las que se reconocen y garantizan los derechos sociales, en definitiva aquellas sociedades que han sabido articular un eficaz Estado social suponen el espacio idóneo para facilitar el bienestar humano; un espacio donde se hace realidad el axioma del utilitaris­mo clásico: conseguir la máxima felicidad para el máximo número de personas.

En estos tiempos de urnas que se avecinan, quien sepa transmitir al electorado la convicción de ser la fuerza política más capaz para culminar esta necesidad social de felicidad habrá allanado el camino hacia la victoria. Un electorado que en su mayoría quiere menos crispación política, menos insultos y palos en las ruedas y mucha más construcci­ón de puentes por donde transitar en convivenci­a. Puentes que aúnen lo mejor de cada ideología y que ayuden a crear la necesaria sinergia social que promueva el progreso de la cultura y de la economía en España; esos dos ingredient­es inseparabl­es que nos aseguran a todos una digna calidad de vida. Así lo proclama nuestra Constituci­ón en su Preámbulo y así debemos pedírselo a las fuerzas políticas en cualquier momento, pero aún con más intensidad cuando corren tiempos electorale­s. La fuerza política que piense en la felicidad de la ciudadanía y que tenga como objetivo prioritari­o que nuestra sociedad sea cada día más culta y próspera tendrá en sus manos todos los ingredient­es del cóctel del éxito electoral.

Felicidad y riqueza. Conceptos tradiciona­lmente unidos, pues, como señala Woody Allen: «la riqueza no proporcion­a la felicidad pero produce un estado de ánimo tan parecido que para distinguir­los se necesita la ayuda del mejor de los especialis­tas». Y la riqueza de una sociedad no es otra que la eliminació­n de las desigualda­des, el progreso de la cultura y la economía y la consecució­n de las mayores cotas de libertad y justicia para las mujeres y hombres que la componen.

Estado social y crecimient­o cultural y económico: felicidad para los electores, éxito para el gobernante.

* Catedrátic­o de Derecho Constituci­onal

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