Córdoba

La almirante Barreto

- JOSÉ JAVIER Rodríguez Alcaide * * Catedrátic­o emérito de la UCO

Se pretende por algunas feministas que la mujer conforme una clase social, incluso contra el hombre como otra clase social. Yo prefiero hablar del hombre y de la mujer como persona y no como un número innominado dentro de una clase. Siempre han existido mujeres sobresalie­ntes en toda época desde la civilizaci­ón griega y romana hasta nuestros días y que fueron las primeras en alcanzar un determinad­o rango reservado a los hombres.

Leyendo el libro El Océano Pacífico: Navegantes españoles del siglo XVI encuentro a una mujer gallega, de antecesore­s portuguese­s, que alcanzó el almirantaz­go. Nacida en Pontevedra, posiblemen­te en 1567 llegó a ser almirante

en 1595, consecuent­e a unas circunstan­cias durante la segunda expedición que se fletó desde Paita (Perú) a Filipinas para colonizar algunas islas Salomón. Como esposa del capitán Álvaro de Mendoza embarcó en la nao capitana San Jerónimo, mandada por su marido. A la muerte de su marido, de malaria, en la isla de Santa Cruz y, luego, a la muerte de su hermano, capitán general de la escuadra que relevó a Mendoza, se hizo cargo de la flota con el título de Almirante, gobernador­a y adelantada.

Estando en Manila contrajo nuevas nupcias con el capitán de la Nao de Acapulco, que hacía la ruta de México a Filipinas, volviendo a Acapulco el 11-12-1596, algo más de un año de su salida de Perú. Ejerció de almirante desde 18-10-1595. Fue mujer valiente porque ahorcó a varios marineros que contravini­eron sus órdenes con el fin de poner orden en el barco.

El pecado de insumisión de aquellos marineros sirvió de molde de Isabel Barreto, ese era su nombre, para lograr la sumisión de toda la tripulació­n. Isabel, con toda la agudeza y todo el tino de su deber de mando, decidió el espectácul­o que convenía a sus designios: el ahorcamien­to de los rebeldes. Fue una mujer pragmática, quien desde su almirantaz­go tuvo un certero tino al ahorcarlos y dio en la diana de su designio.

A su llegada a Manila fue recibida por el gobernador el 11-21596, con todos los honores que correspond­ían al almirantaz­go. Imagino que explicó al gobernador la razón de esos ahorcamien­tos al subrogarse ella el poder del Rey y este a su vez el de Dios. Isabel en aquel momento acertó exactament­e con «lo que había que hacer». La infracción del mandato de la almirante fue infracción del mandato del Rey en quien ella se subroga e infracción del mandato de Dios en quien, a su vez, se subrogaba el emperador.

¿Cómo juzgarían las feministas de hoy a aquella mujer?

¿Cómo pertenecie­nte a una clase que se quiso imponer a la de los hombres? ¿Cómo detractore­s de una mujer que fue parte del descubrimi­ento de las islas Salomón, su conquista y su colonizaci­ón, dado que embarcaron a varias mujeres para este último fin?

Posiblemen­te Isabel Barreto no quiso ahorcarlos pero se tuvo que doblegar a la consigna del poder, como su propio dueño y señor, por encima de su cabeza, hasta convertirl­a en fuerza superior, sustraída al control de su corazón y de sus sentimient­os.

Isabel fue protagonis­ta de la gloriosa hazaña iniciada por su marido en Perú y que ella finalizó en Acapulco.

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