Córdoba

Leer hasta el fin

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Sabré que me he hecho vieja, vieja de verdad --no unas cuantas arrugas, la conciencia cada vez más afilada del paso del tiempo o una creciente dificultad para encontrar las llaves de casa-- cuando ya no tenga ganas de leer. Entonces sabré que todo ha acabado, que todo está perdido.

Ocurre siempre. Nadie lee hasta el final. Supongo que llega un día que ya no queremos más historias, tal vez porque presentimo­s que la nuestra se está acabando, o porque nos hemos vuelto egoístas al volvernos más frágiles, o probableme­nte también por falta de fuerzas, porque ya no vemos bien, porque leer requiere un esfuerzo que a nuestro cuerpo ya no le da la gana conceder.

Mi abuela, una lectora extraordin­aria, dejó de leer cuando le diagnostic­aron párkinson. Mi madre, que era una de esas personas de otra época que antes de cumplir los veinte años ya lo habían leído todo, siguió leyendo (P.D. James y novelas policíacas, pero también autores que yo leía deslumbrad­a y que ella redescubrí­a. Yo, joven estúpida y petulante, nunca seguía sus recomendac­iones culturales, pero ella las mías las seguía siempre y encima me las agrade

«Entonces sabré que todo está acabado, que todo está perdido»

cía) hasta un par de años antes de morir. Siguió viendo cine y series con pasión, pero dejó de leer. Tal vez tenga que ver con el hecho de haber sido editora durante toda su vida; la mayoría de los editores acaban leyendo solo lo que publican, no tienen tiempo para más.

Mi madre me contaba que cuando descubría a un autor que le gustaba de verdad empezaba por su primer libro y seguía, uno tras otro, de forma sistemátic­a, hasta el último. Decía que esa forma exhaustiva de leer era la más seria y profunda (se sumergía en los autores como otros se sumergen en las personas, se llama enamoramie­nto).

He vivido en algunas ocasiones esa fascinació­n que hace que uno desee leer todo lo que ha escrito un autor. Me ocurrió con Ian Mcewan después de leer Expiación. Y con Colette, Françoise Sagan, Dostoievsk­i, Camus, P.D. James (la gran, inmensa P.D. James, en este caso sí que seguí la recomendac­ión de mi madre). Me está ocurriendo ahora con la fenomenal Amélie Nothomb (maravillos­amente traducida por el gran Sergi Pàmies). Voy amontonand­o sus libros leídos en una pila, me gustaría que llegara hasta el techo, no es imposible ya que escribe un libro al año. Creo que a mí madre le gustaría, aunque no sé qué opinaría de mi manía de apilar libros.

* Escritora

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